Me dejé llevar por él, y ahora no puedo parar
No era mi primera vez en la cama con un hombre, pero sí la primera vez que me dejaba llevar así. Lo vi entrar al bar, solo, seguro, con esa sonrisa descarada que me desarmó desde el primer cruce de miradas. Yo también estaba sola, y mi falda era más corta de lo usual. Tal vez, inconscientemente, ya lo estaba esperando.
No hablamos mucho. Me bastó con ver cómo me recorría con los ojos. Pedí otra copa, me acerqué y le pregunté directo: “¿Quieres venirte conmigo?”. Sonrió sin decir palabra y en menos de una hora, ya tenía mis bragas en la mano y mis piernas abiertas sobre su cara.
Me comió como si fuera su plato favorito. Metía la lengua profundo, la pasaba por mis labios hinchados, me chupaba el clítoris con un ritmo lento y firme. Yo no podía parar de gemir, de decirle lo rico que lo hacía. Nunca nadie me había lamido así. Me agarraba de los muslos y me los abría más, como si necesitara entrar con la boca entera.
Cuando me vine, temblé. Él me miraba desde abajo, con la boca mojada, orgulloso, y me dijo al oído: “Eso es solo el comienzo, puta rica”. Me encendió con esa frase. No era grosero, era sucio. Justo como me gustaba.
Me puso de espaldas y me metió la verga sin compasión. La tenía gruesa, caliente, y sabía usarla. Me embestía fuerte, con las dos manos en mis caderas, chocando su pelvis contra mi culo. Me decía que era suya, que me iba a llenar toda por dentro. Y yo le gritaba que no parara, que me diera más.
Me jaló el pelo, me escupió el culo, me metió los dedos en la boca mientras me seguía cogiendo como un animal. Me abrí más para él, le pedí que me rompiera, que me diera duro hasta que no pudiera más. Lo tenía adentro hasta el fondo, llenándome con cada embestida, haciéndome venir otra vez.
Nos cambiamos de posición una y otra vez: encima de él, de lado, de pie contra la pared. Me lamió el culo, me metió un dedo ahí mientras me hacía venir otra vez sobre su verga. Me sentí usada, deseada, adorada, todo al mismo tiempo.
Cuando me llenó por dentro, con un gemido ronco en mi oído, yo ya estaba completamente destruida de placer. Pero él no paró. Me dijo que tenía más para darme, que apenas comenzaba.
Y tenía razón. Esa noche, no dormimos. Cogimos hasta que salió el sol. Y desde entonces, no puedo dejar de buscarlo. Ni de mojarme al recordarlo.
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