Mi hermana me sedujo en su casa

Mi hermana me había invitado a comer ese domingo. Al llegar, me abrió la puerta con una sonrisa que escondía algo más. Llevaba una camiseta blanca ajustada que le marcaba los pezones de forma descarada; no había sujetador debajo. La minifalda vaquera, corta como un suspiro, apenas le cubría el trasero. Se acercó para darme dos besos, y al hacerlo, sus pechos se aplastaron contra mi pecho. Mi polla reaccionó al instante, despertando con violencia bajo el pantalón.

—Tete, acompáñame a mi habitación —dijo con voz suave, casi inocente.

La seguí sin preguntar. Cerró la puerta tras de sí y, sin decir una palabra más, se quitó la camiseta de un tirón. Sus tetas quedaron al aire, firmes, con los pezones oscuros y duros por el contraste del aire fresco. Me miró de frente, sin vergüenza, como quien ofrece algo sagrado.

—¿Qué te parecen mis tetas? —preguntó con media sonrisa.

—Son muy bonitas —respondí, con la voz algo rota.

Entonces se acercó y tomó mi mano, guiándola hasta uno de sus pechos. Me hizo apretar con fuerza, con deseo. Se pegó más a mí, bajando la otra mano hasta mi bragueta. Me desabrochó con destreza, liberando mi erección, y empezó a masturbarme despacio, mirándome a los ojos, como si el almuerzo que me tenía preparado estuviera justo entre sus piernas.

Sus dedos jugaban con mi polla con una lentitud desesperante, subiendo y bajando, apretando justo cuando lo necesitaba. Yo tenía la respiración entrecortada, hipnotizado por sus movimientos. Se arrodilló frente a mí sin romper el contacto visual, bajó mi pantalón del todo y empezó a lamerme la punta, húmeda, palpitante. Su lengua dio vueltas alrededor del glande antes de metérsela entera en la boca, como si llevara horas deseándolo.

Gemí, sin poder contenerme. Su boca se movía con un ritmo delicioso, profundo, mojado, apretando los labios mientras me miraba con los ojos brillantes. Me agarraba de las caderas y gemía bajito, como si estuviera disfrutando tanto como yo. Paró de golpe, dejando mi polla empapada y dura como una piedra.

—Ahora quiero que me la metas —dijo, subiendo de nuevo sobre mí.

Se subió a la cama, se bajó la falda lentamente y no llevaba nada debajo. Su coño, completamente depilado, brillaba de humedad. Se sentó sobre mí y se la metió entera de un solo movimiento, jadeando. Empezó a moverse, a cabalgarme con ritmo y hambre, rebotando sobre mí mientras sus pechos saltaban con cada embestida. Me miraba desde arriba, con el pelo suelto, sus manos apoyadas en mi pecho, diciendo mi nombre entre dientes justo cuando su cuerpo empezó a temblar.

—Me corro… —susurró, y su coño me apretó con espasmos húmedos mientras yo también explotaba dentro de ella, jadeando contra su cuello.

Compartir en tus redes!!
Pablopgr74
Pablopgr74
Artículos: 5