Simplemente un sueño

Vi tu desconocido rostro borroso, no acerté a adivinar ni tus proporciones, ni tu silueta, ni el tacto de tu piel. Sólo sé que estaba muy excitado y que tu sola presencia me atraía. Efectivamente estaba soñando contigo, mi perfecta desconocida, estábamos en una alcoba grande, una débil luz reflejaba tu cuerpo dotándolo de un atractivo color tostado. Me sentía totalmente embriagado con tu presencia, los dos tumbados en la alcoba, tu espalda contra mi pecho, mientras mi mano rodeaba tu cintura y acariciaba tu vientre. Besé tu cuello, muy cerca de la oreja, un beso tímido al principio, pero que luego se fue convirtiendo más húmedo y cálido, haciendo que sintieras mi aliento muy cerca de ti.

Noté como tu piel se erizaba, como apretabas mi mano contra tu vientre, como tu respiración se iba acelerando y tu boca apenas podía contener unos leves gemidos de placer. Mi mano dejaba tu vientre y lentamente se acercaba a tus pechos, duros, con sus pezones puntiagudos y excitados. Te los acariciaba y masajeaba, sin dejar de besar tu cuello, tu nuca, tus hombros. Notabas como mi erección iba en aumento y acercaste tu culito contra mi cintura para sentir más cerca la dureza de mi miembro.

Súbitamente te volteaste. Pude apreciar la perfección de tus pechos desnudos, adiviné en la penumbra la luz de tu sonrisa y por primera vez sentí el carnoso sabor de tus labios en los míos. Cerré los ojos y aquel beso se fue tornando cada vez más profundo, más húmedo, más ardiente. Nuestras lenguas se enredaban en nuestras bocas, nos saboreábamos y nuestros cuerpos cada vez más apretados el uno contra el otro. Sentí en mi pecho el tacto de tus tetas, te abracé, sentías mi mano recorriendo tu columna. Te tumbé boca arriba, sin dejar de besarte. Mis piernas a cada lado de tu cintura, sentías mis huevos en tu vientre, mientras mi boca se llenaba con tu lengua, tus besos, tu sabor, tu aliento.

Con mis manos dibujaba lentamente la silueta de tu cuerpo, mis besos dejaron tu boca, se pasearon por tus mejillas, se entretuvieron en tu cuello y despacito bajaban ya por tus pechos. Sentiste la punta de mi lengua en tus pezones. Los metí en mi boca y los sentí crecer con mis chupaditas, mordisqueándolos suavemente y notando como estaban cada vez más duros. Mi boca continuaba su viaje de exploración por tu cuerpo. Sentiste como mi aliento bajaba por tu vientre, dejando a su paso un surco húmedo y cálido de saliva que ya llegaba al ombligo. Mis manos apretaban tus tetas y noté como arqueabas tu espalda, levantabas tu pubis, invitándome a probar el mejor de los manjares.

El olor y la calidez de tu sexo me resultaban irresistibles. Mis manos subían por tus pechos, llegaban a tu cara, volvían a bajar. Con mi lengua recorrí tu pubis, justo en donde nace el vello púbico. Lo notaba cálido, hinchado, húmedo. Como si quisiera coger la última bocanada de aire, antes de sumergirme en las profundidades de tu ser, levanté mi cara y te miré a los ojos. Tú mirada me pedía, me suplicaba, que no te dejase así y sin pensarlo hundí mi cara entre tus muslos, acariciando tus piernas, mientras mi lengua separaba los labios de tu cálida y húmeda cuevita. Sumergido en las profundidades de tu cuerpo, noté como tu respiración se agitaba, se hacía más rápida, cuando mi lengua subió hacia tu clítoris. Me entretuve con él. Notando como crecía en mi boca y como el sabor y la humedad de tu cuerpo impregnaba mis labios. Con tu sexo totalmente húmedo, mi lengua entró en ti, lamiéndote las húmedas paredes de tu tesoro. Noté como tus labios vaginales, brillantes por tus flujos y mi saliva, se hinchaban y mi lengua entró totalmente en ti, con la parte superior de mis labios y mi nariz rozando tu clítoris.

De repente noté como tus manos empujaban mi cabeza. Tus gemidos se hacían cada vez más audibles y mi lengua se movía más rápidamente dentro de ti. Te sentí gritar de placer cuando saqué mi lengua de tu rajita y comencé a besar de nuevo tu clítoris. Mientras lo hacía, dos dedos de mi mano se metieron en tu cuerpo y no tardé en acompasar el ritmo de mi lengua y el de mi mano. Gritabas, jadeabas y tu respiración entrecortada me excitaba todavía más. Con mis dedos dentro de ti, acaricié el botoncito que tienes en la parte superior de tu cuevita y la punta de mi lengua lamía y besaba tu clítoris. Arqueaste la espalda y tus gritos de placer invadían toda la habitación, mientras yo bebía y me deleitaba con el salado sabor de tus flujos que resbalaban por mis labios. Agotada y exhausta te apartaste de mí y te quedaste tumbada sobre la cama, intentando recuperar la respiración. Yo fui en busca de tu cuerpo, te abracé, de nuevo tu espalda estaba contra mi pecho, como al principio.

Después de muy poco tiempo, sentí que te dabas la vuelta y me sorprendiste con un profundo beso en los labios que provocó una rápida reacción en mi miembro. Ahora era yo el que estaba tumbado boca arriba y sentía tus besos bajando por mi cuerpo, con tu melena haciéndome cosquillas en el pecho. Acariciaste mis huevos y te quedaste mirando mi polla, totalmente dura, desafiante. Me miraste fugazmente y una sonrisa pícara se dibujó en tu cara. Sentí como la engullías y como la saliva de tu boca empezaba a bajar por el tronco de mi miembro. Acompasadamente, acompañabas el sube y baja de tu boca con tu mano. Notaste como mi miembro se hinchaba todavía más en tu boca. Mis huevos subieron y tu aprovechaste para acariciarlos, para darme un masaje delicioso. Tu movimiento se hizo más rápido. Tú notabas en tu boca como mi polla estaba a punto de reventar, con las venas totalmente hinchadas y aceleraste el ritmo. Sentí como la leche subía por el tronco de mi miembro, a punto de inundarte y.... ¡¡Maldito despertador, siempre suena en el momento más inoportuno!!.

Ya despierto, tuve que aliviarme y acabar, aunque seguí soñando con la perfecta desconocida con la que hablé esa tarde por el chat.