La boca caliente

Autor: Anónimo | 23-Sep

Confesiones
La extraordinaria y caliente historia que hoy les voy a contar ha producido en mí un total y profundo cambio de ideas, sobre todo en lo referente a la disposición para disfrutar de todo mi cuerpo a la hora de intercambiar con los hombres energías eróticas, sensuales y sexuales con total plenitud.

Soy una profesional de 30 años. He tenido muchas parejas sexuales con las que creí haber experimentado lo máximo del placer compartido. Me considero una mujer bastante abierta en la cama, con algunas preferencias si de elegir se trata. Digamos que: lo normal.

Hace casi dos años, una noche de otoño, luego de hacer un largo trayecto en colectivo, llegué al barrio de La Boca buscando la casa de un compañero de trabajo que estaba enfermo. Yo me había ofrecido gentilmente a llevarle unos papeles que dejó olvidados en su escritorio, a pesar de que esa zona de Buenos Aires no me parecía nada segura para transitarla de noche. El colectivo me dejó en una calle muy oscura y comencé a caminar un poco asustada, intentando encontrar la dirección hacia la que me dirigía. Esa noche hacía frío y la zona me resultaba un tanto sórdida, por eso estaba nerviosa y con la necesidad de encontrar pronto la casa de mi compañero.

Les cuento que no hay nada de mi figura que llame la atención, salvo mi larga y negra cabellera llena de rulos, en contraste con una piel muy blanca. Tengo pechos pequeños, soy de mediana estatura y de contextura normal. Llevaba puesto un jean clásico, una polera negra ajustada, botas de taco ancho y alto, una campera corta de gamuza y una mochila de color rojo.

Con un papel en la mano, donde estaba escrita la dirección y mirando con dificultad la numeración de las calles por la escasa luz, me detuve unos metros antes de llegar al lugar indicado. Veo que en la puerta del mismo se encuentran conversando animadamente dos hombres muy guapos, de unos 35 años aproximadamente. Tenían puesta ropa de trabajo y compartían una botella de Coca-Cola. Al acercarme a ellos e intentar pedirles permiso para tocar el portero eléctrico del edificio, me miran fijamente y no me permiten el paso. Automáticamente temblé y pensé que querían robarme, así que intenté instintiva e imprudentemente dar media vuelta y salir corriendo. Pero uno de ellos me toma de la cintura, me acerca hacia él y me dice al oído que no tenga miedo, que simplemente desean estar conmigo un rato, que me habían visto caminando por el barrio y les había parecido muy atractiva. Me transmiten sus ganas de disfrutarme de una forma íntima, secreta y para eso necesitaban que yo estuviese de acuerdo, sino se iban a encargar forzosamente de convencerme.

Yo estaba confundida: no entendía si lo que estaba a punto de ocurrir era una violación o estaban pidiendo permiso para cogerme. Eran dos hombres muy hermosos y rústicos para mis esquemas mentales. Jamás en mi vida había compartido sexo con más de una persona. La idea comenzaba a excitarme un poco. Ambos tenían la piel oscura, el pelo muy corto y negro, eran altos y corpulentos, con manos curtidas por el trabajo. No se mostraban agresivos, ni aparentaban estar armados, sólo me transmitían con sus ojos, sus palabras y todo su cuerpo que me deseaban y que los calentaba demasiado estar en una calle prácticamente a oscuras, sin personas a nuestro alrededor, en la entrada de un edificio con las puertas abiertas y con una mujer a la que presionaban para hacer con ella lo que les viniera en gana y que ella dejara traslucir que más que miedo sentía curiosidad y excitación. Les pregunto en voz baja qué es lo que quieren hacer conmigo y me dicen que prefieren mostrármelo antes que contarlo, que no me van a hacer ningún daño, todo lo contrario, que voy a gozar muchísimo de lo que experimente con ellos, pero sólo si me relajo y me entrego. Les digo en un tono firme que no estoy de acuerdo, que prefiero regresar a mi casa o entrar al edificio. Los dos hombres se acercan y me susurran que no me lo van a permitir sin antes regalarles unas horas a sus deseos.

No sé por qué no intenté gritar, ni huir, ni siquiera agredirlos. Sólo me dejé abrazar por los dos y ser llevada a un rincón oscuro debajo de la escalera del edificio, donde nadie podía vernos, ni se escuchaba absolutamente ningún ruido.

Los hombres se presentaron mientras se quitaban sus camisas: uno era Lucas y el otro Pedro. Pedro se acomodó parado contra la pared, mientras me tomaba de la cintura y acercaba su boca a la mía. Lucas me abrazó por detrás, apoyando todo su cuerpo en el mío, quedando yo en el medio de estos dos apetecibles especimenes masculinos. Lucas me quitó la mochila y la campera, tirándolas al piso, mientras Pedro pasaba lenta y dulcemente su lengua por mis labios, el interior de mi boca, mi cuello, mis orejas y toda mi cara. Yo sentía la pija grande y erecta de Lucas apoyada en mis nalgas y la pija erecta y aún más grande de Pedro en mi pubis.

Mi cabeza se nubló de todo pensamiento, sólo me solté a disfrutar de lo que me estaba ocurriendo e intuía que estaba por suceder. Mis pechos estaban duros y mis pezones muy erectos, sentía mi bombacha empapada y que no podía moverme por encontrarme en el medio de dos cuerpos calientes que se aferraban al mío. Lucas desde atrás comenzó a acariciar mis pezones y a moverse con cierto ritmo golpeando mis piernas y mis nalgas. Pedro me desprendió el cinturón y el botón de mi pantalón. Bajó despacio el cierre y luego dejó el pantalón a la altura de mis tobillos. Metió suavemente su mano dentro de mi bombacha, hasta llegar a mi vulva húmeda, que latía ya casi de dolor, buscando mi primer orgasmo. Apenas rozara mi clítoris con sus dedos, yo iba a gritar y a retorcerme de placer, y lo hizo... Sentí una oleada de energía que recorría mi espalda, que no me permitía abrir los ojos.

Lucas mientras tanto desabrochó mi corpiño y agarró mis tetas con sus manos y las masajeaba como un experto, sus dedos índice y pulgar erectaban mis pezones rítmicamente, su mano derecha bajó hasta mi vulva y se humedeció en ella para volver a acariciarlos. Yo sentía que de tanta excitación mis tetas iban a estallar, saliendo también de mis pezones algún jugo que aún mi cuerpo desconocía. Mientras tanto yo sentía como las pijas que me tenían aprisionada latían y estaban tan duras que iban a reventar los pantalones de sus dueños. Cuando Pedro introdujo dos de sus dedos en mi vagina a la vez que succionaba con hambre una de mis tetas, tuve mi primer orgasmo en el que creí desmayar y no paraba de temblar.

Luego me dieron vuelta y ahora tenía a Lucas frente a mí, que me dio un beso apasionado en la boca y mordía muy despacito los labios y enroscaba su lengua larga y movediza con la mía. Se agachó y me ayudó a quitarme las botas, las medias y el pantalón, eso hizo que quedara aún más pequeña al lado de esos monumentos humanos. También me quitó la bombacha y comenzó a acariciarme los pies, a besármelos, a lamerlos, mientras Pedro me quitaba la polera y el corpiño. Lucas recorría con su hermosa lengua mis muslos y mi entrepierna, mientras yo lo esperaba ansiosa.

Bajé el cierre del pantalón de ambos hombres a la vez y metí mis manos para agarrar esas bellezas tiesas y mojadas de lubricación. No llevaban puesto más que sus pantalones, así que se los bajo y ellos se los sacan. Me arrodillo, lleno de saliva mi mano y mientras masturbo a Lucas lentamente, abro la boca bien grande para introducirme despacito el falo enorme que tiene Pedro. Lo chupo, lo recorro con mi lengua, lo succiono y lo meto hasta mi garganta escuchando como Pedro gime y empuja suavemente mi cabeza con sus manos siguiendo un ritmo que hace que mi boca se llene de saliva y lo empape y se mezcle con su lubricación. Giro mi cabeza y beso, lamo, succiono los testículos de Lucas, mientras mojo mi dedo índice y juego con su ano y me pide más de eso, que tanto le gusta. Subo hasta su pija, él la sostiene y se la chupo frenéticamente, parando de a ratos y lamiéndosela por entero, quedándome en su cabeza que está a punto de estallar. Nunca dejo de masturbar lentamente a Pedro, que tiene sus piernas separadas y está recostado contra la pared con los ojos abiertos mirando la chupada que le hago a su amigo. Los dos me levantan, porque no quieren que sus vergas exploten ahora.

Pedro me toma de la mano y me lleva a un lugar en el descanso de la escalera que da al primer piso, mientras Lucas nos sigue con mi ropa en sus manos. Allí Pedro se acomoda y se sienta con la espalda en la pared. Me pide que abra mis piernas y las coloque a ambos lados de su cuerpo y que acerque mi vulva a su boca. Comienza a mojar con mucha saliva la entrada de mi vagina y luego me pide que la abra con mis manos, que me siente arriba de su verga, y me la vaya introduciendo muy de a poquito: primero la cabeza, jugando con ella en la entrada y luego toda entera adentro. Mientras lo voy haciendo él me toma del cabello, ya estoy sentada completamente en el pubis de Pedro y me muevo con fuerza y grito de placer, siento que su verga hace doler mis ovarios y me gusta y un orgasmo aparece, no puedo controlarlo y tapa mi boca con su mano.

Nos quedamos unos minutos así, ellos no dejaban de estar dentro de mí y continuaban moviéndose muy despacio. Estábamos llenos de sudor y yo sentía como entre mis piernas caían hilos de líquidos que se mezclaban y olían a sexo. Lucas no dejaba de besarme la espalda, también me abrazaba y acariciaba mis tetas. Pedro tocaba mi cara, me acercaba y me daba pequeños besos en los labios y corría mi pelo ya mojado, que nunca dejó de rozar su pecho.

Cuando intento pararme y separarme de ellos, no me lo permiten. Me dicen que me van a limpiar completamente, que sus lenguas se van a encargar de no dejar ningún rastro de líquido. Y así salen despacio de adentro de mi cuerpo, me acuestan boca arriba en el piso y los dos comienzan a chupar cada centímetro de mi piel, a lamer, a succionar, y yo comienzo a excitarme nuevamente, cada vez más, y se cruza por mi mente la idea de que esa noche no terminaría jamás...

En el descontrol de la excitación alcanzo a decirles que mi vejiga me pide orinar, que no aguanto más las ganas de hacer pis, que tengo que ir urgente a un baño. Lucas me dice que no es necesario, que él se va a encargar de masturbarme y que va a dejar que moje por completo sus manos con mi pis caliente. No alcanzo a decir nada, cuando Pedro comienza a masajear mis pies y abre cuidadosamente mis piernas. Yo sigo acostada boca arriba y Lucas humedece dos de sus dedos en mi vagina y los apoya en mi clítoris hinchado de excitación y deseos de orinar. Me masturba lenta y cuidadosamente con una mano y con la otra acaricia mis tetas, mete sus dedos en mi boca y yo los chupo, los mojo y los vuelve a poner en mis pezones, para acariciarlos hasta estar bien erectos.

Comienzo a retorcerme en el piso, los masajes en los pies son placenteras torturas que me llevan a pedir más y más. Les aviso que estoy a punto de tener un orgasmo, que está llegando y que también estoy sintiendo como mi vejiga se relaja y estoy por orinar. Los dos alientan ésta situación y es allí cuando Pedro deja mis pies e introduce dos de sus dedos en mi vagina y empieza a hacer movimientos dentro de ella, mientras Lucas acaricia con la yema de los suyos mi clítoris. Cuando no puedo más me retuerzo y comienzo a gemir y a orinar y mi orgasmo es interminable y sigo orinado y mojo las hábiles manos de estos hombres y disfruto de un placer jamás experimentado.

Quedé acostada en el piso, exhausta, empapada y feliz, mientras Lucas me propone que entremos a su casa (él es el portero del edificio junto con su hermano Pedro) así puedo ducharme, vestirme y tomar un café con ellos, charlar de algunas cosas y por qué no programar un próximo encuentro...

¿Mi compañero de trabajo...? Le pasé sus papeles por debajo de la puerta, con una notita que decía: "No quise molestarte. Te dejo tus cosas. Fue un verdadero placer haber llegado hasta tu casa. Nos vemos en la oficina".

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