Mi amiga insatisfecha (II)
De nuevo mi amiga me ha enviado otro relato de los suyos por e-mail. Ella continúa con su desgraciada vida marital, pero ha agregado algunos alicientes a la misma y me parece muy interesante contárselo.
El matrimonio suena mejor en el prospecto, la verdad. Quizá fui demasiado impulsiva, empujada por mi madre a encontrar un marido honrado y decente, quizá no debí casarme con él, habida cuenta de su mínimo interés por el sexo. Sin embargo, era yo demasiado ingenua y poco experimentada como para saber los muchos problemas que me traería esa relación.
Con los años, como ya conté en el pasado relato, he ido perfeccionando mis técnicas de masturbación, pero ya no me resultan tan satisfactorias como antes. Cada vez que me masturbo, pienso más y más en buscarme un amante. Alguien que complete lo que mi marido no puede terminar. Ayer, precisamente, hicimos el amor. Llevábamos casi quince días sin tocarnos y fui yo quien comenzó a insinuarse. Me metí en la ducha sobre las doce del mediodía y salí con la toalla más pequeña que llegaba para rodearme del todo. La parte superior apenas tapaba mis pechos y la inferior tapaba menos muslo que mi minifalda más corta. Mi marido me miró y descubrí deseo en sus ojos, así que me acerqué a él y decidí ser poco sutil.
- Hoy tengo muchas ganas de follar - le dijo-. ¿Te apuntas?.
Él dijo que desde luego y lo besé con verdadero fervor. Puse mi mano en su pantalón de chándal y, rápidamente, noté que el bulto de su interior crecía hasta hacerse todo lo grande que puede ser. Lo masajeé, lo manoseé bien caliente, deseando que, por una vez, no fuese un polvo de los de costumbre. Quise sacárselo del pantalón y jugar con él con mis dedos y mis labios, chuparlo como en las películas que tanto me gustan. Quise hacerle muchas cosas a mi marido, pero sé que si le hago cualquiera de esas, apenas tardará un minuto en correrse. Me contuve, lo llevé de la mano al dormitorio y allí subí sobre él, desnudándolo rápidamente. Su polla entró en mi conejito con facilidad. Estaba muy húmeda desde mi ducha, pues sabía que de ese modo no tendría que andarme con preliminares. Me apetecía follar sin preámbulos.
Mi marido se esforzó mucho ayer. Me subí sobre él y me moví con lentitud, postergando su orgasmo lo más posible, intentando hacer que el mío llegase antes. Me hubiera gustado tener un espejo para verla entrar y salir de mi coño, bien lubricado. Cuando él empezaba a mover la pelvis torpemente, la saqué, me puse boca arriba y le dije que me follase. Lo hizo, con fuerza y movimientos bruscos. Estaba demasiado caliente como para andarse con sutilezas y yo le agradecí el gesto. Se corrió dentro de mí, vaciándose copiosamente, como si sus huevos soltasen todo lo que habían acumulado en esos quince días. Sentí cada nueva gota en mi interior, dándome placer mientras él se agarraba de mi costado y murmuraba mi nombre al correrse. Me gusta la sensación de suciedad que se me queda cuando se ha corrido tanto. Yo no conseguí correrme, pero me quedé más o menos satisfecha, para lo que suele ser normal.
Me terminé de aliviar en la ducha, donde pude jugar con los restos de su corrida que salían de mi coño una vez estuve bien remojada. Me toqué estando de pie, apoyándome en la pared mientras dejaba al agua resbalar por mi cuerpo. Puse mi manita entre mis piernas, las abrí y me acaricié los labios de mi vagina con detenimiento. No tardé casi nada en sentir los latigazos de placer por todo mi vientre, mientras mi dedo índice rozaba el interior de mi vulva y el dedo corazón jugaba con mi clítoris. Gemí en voz alta. Si me oía mi marido, que supiera lo que estaba haciendo.
Pero hoy, lunes, he vuelto al trabajo con las mismas ganas de follar que tenía ayer a mediodía. Insatisfecha, frustrada, sabiéndome tan generosa en el sexo que cualquier hombre mataría por hacerme gozar. Entonces, me crucé con Sergio. Trabaja conmigo hace tiempo y me mira con claras muestras de atracción física. En realidad, es algo mutuo, puesto que él también me parece un hombre atractivo, aunque no sea precisamente un dios afrodisíaco. Alguna vez, en mis fantasías masturbatorias, he usado su presencia como aliciente, dejándome llevar por todo eso que me gustaría que me hiciera. Hacia las once he bajado a la planta baja a tomarme un café y él estaba junto a la máquina dispensadora. Me ha mirado, me ha sonreído y ha recogido su café, dispuesto a irse.
- ¿Cómo te va? - le he dicho, bastante azorada - Hace mucho que no hablamos.
Ha tartamudeado y sus ojos han descendido hasta mis pechos, mirándolos por una fracción de segundo. Llevaba una blusa azul y mis pezones se marcaban por debajo de ésta, inconscientemente. Sé que se ha puesto cachondo. Conversamos durante unos minutos, tomándonos nuestro café. Durante nuestra corta conversación, ha bajado sus ojos en varias ocasiones, repasándome con la mirada, centrándose en mis pechos y mis muslos, principalmente. Cuando me he terminado mi consumición, me he despedido de él y he subido las escaleras contoneando las caderas, permitiéndole la visión de mis glúteos embutidos en los pantalones vaqueros, que es lo que suelo llevar.
Al llegar a mi despacho, me he sentado en mi sillón muy excitada. Estaba húmeda, muy caliente por la experiencia. Hacía días que no flirteaba con un hombre y me ha encantado hacerlo. Tan cachonda me he puesto que no he podido evitar desabrocharme el pantalón y, tras la seguridad de mi mesa de despacho, soltar la cremallera, introducir mi mano por debajo de mis braguitas y rozarme el clítoris un ratito, dejándome llevar por mi fantasía. Esto solamente lo he hecho en muy contadas ocasiones. Masturbarme en el trabajo me parecía que era algo que solamente pueden hacer las pervertidas. Ahora, debo ser una de ellas, aunque sea por necesidad. Sé que él se masturba pensando en mí y eso me excita más aún. Me corrí lentamente, tomándomelo con tiempo, disfrutando de cada movimiento de mi dedo en mi pequeño órgano del placer. He manchado mis bragas mucho, me he sentido sucia y húmeda toda la mañana.
A la hora de comer, Sergio ha venido a mi despacho, llamando con los nudillos y ha dicho: «He pensado que querrías venir a comer conmigo». Al principio he dudado mucho, pero he visto sus ojos de semental salido y no me he podido resistir. He llamado a mi marido a casa y le he dicho que no iría a comer. Después, nos hemos dirigido a un restaurante cercano que regenta un amigo suyo. Entre los entremeses y el plato fuerte, mis piernas han empezado a moverse por sí solas, frotando los muslos contra mi entrepierna, procurándome un excitante y morboso placer. Él no ha parado de hablar en toda la comida, contándome cosas sobre su vida, mostrándome todas sus cartas. Me hubiera encantado decirle que a la mierda con la comida, que me follase ahora mismo, pero me he cortado. Sigo queriendo a mi marido, aunque no sé bien por qué.
- El fin de semana que viene - me ha dicho - Doy una fiesta en mi casa. Será algo íntimo, unos viejos amigos y yo. ¿Te apetece pasarte?.
- Soy una mujer casada - le he respondido.
- Eso no importa. Tu marido puede venir si quieres.
No quiero que vaya. Quiero ir a esa fiesta y bailar con Sergio hasta que su polla esté tan dura que no pueda evitar rasgarme la ropa y penetrarme como una bestia. Me gustaría plantarme allí y que no viniese ninguno de sus colegas. Fantaseo con la posibilidad de que todo sea una trampa para seducirme. Sería maravilloso llegar a su casa y que me dijera: «la fiesta es para nosotros solos». Le daría una fiesta como no ha conocido. Cuando ha venido el camarero para preguntar por el postre, no se me ha ocurrido nada mejor que pedirme un banana split. Con la cucharilla recogía el helado de nata sobre el plátano, lo llevaba a mi boca y él me miraba de soslayo, disimulando. Me he puesto muy cachonda viendo aquel plátano manchado con algo blanco y espeso, algo que me llevaba a la boca y saboreaba con deleite. Sergio estaría pensando lo mismo y lo que más me fastidia es que, si él quisiera, yo haría lo mismo con su plátano. Lo chuparía y lo lamería durante mucho rato, moviendo mi mano a lo largo de su tronco, jugando con su glande mientras espero el momento de recibir su leche. Estaba tan cachonda que le he dicho que iba al baño y, allí, en la intimidad del retrete, me he vuelto a tocar. Me he corrido sin fijarme en si había alguien más en aquel baño, soltando algunos jadeos más altos que otros. Dios, si pudiera tener el valor suficiente como para cogerlo del cuello, llevarlo hasta ese retrete y, allí, pedirle que me hiciera gozar como una perra.
Al salir del baño, él no estaba en la mesa. Me he sentado y ha salido del cuarto de baño de chicos dos minutos más tarde. Sé que se ha hecho una paja también. Mientras se sentaba, me lo he pensado mejor y he aceptado su oferta. El sábado, iré a una fiesta con un hombre al que podría hacerle de todo. Si me corto en el último momento, siempre puedo irme a casa con la excusa de que mi marido se iba a cabrear si llego más tarde. Al terminar de comer, Sergio me ha acompañado hasta mi despacho y me ha dejado allí, viéndolo irse por el pasillo. He entrado dentro de mi cuarto y he repetido la escena de esta mañana. He puesto una de mis piernas sobre el escritorio y he introducido mi mano mucho más abajo que antes, sintiendo los labios de mi vagina abrirse a mi penetración digital. Un dedito dentro de mi agujero, otro dedito fuera, jugando con los labios y recogiendo los flujos que manaban como nunca. Me habría dejado matar con tal de que esos dedos fuesen la polla de mi compañero. Habría hecho cualquier cosa con tal de sentir aquel miembro meterse dentro de mí y demostrándome que hay más sexo del que conozco. Me he corrido despreocupadamente, por tercera vez en un día, volviendo al trabajo después de un cigarrillo.
Cualquier día entra alguno de los jefes y me pilla con la bragueta desabrochada y mis dedos tanteando los labios de mi conejito. Si pasa, hay uno que también podría follármelo si fuese menester. Mi marido, si no cambian las cosas, va a tener cuernos hasta parecer un Mihura.
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