La amiga de mi amante

Autor: Anónimo | 29-Jan

Confesiones
Sonia es una amiga de Marta, (mi amante), viuda de unos 45 años y de muy buen ver. Tiene dos hijas jóvenes, una de 18 años y la otra de 22. La menor Luisa es una gordita rubia de grandes tetas y hermoso culo, ojos celestes. La mayor Ana es morena y está buenísima, dentro de la onda abundante, pero no gorda. Las características de las chicas me hacen sospechar que no son hijas del mismo padre. Sonia tiene aspecto de guerrera, y no me asombraría que le haya puesto los cuernos a su marido que era bastante mayor que ella. La viudez la tomó mal parada en lo financiero lo que la obligaba a trabajar todo el día.

Conocí a las tres un domingo en que fuimos de visita con Marta. Luisa tenía problemas psiquiátricos y estaba, a mi juicio, sobre medicada, tal vez por cuestiones de su seguridad ya que había tenido dos tentativas de suicidio.

Sonia nos pidió opinión a Marta y a mí, de los dos el que más conocía del tema era yo, ya que me habían tocado algunos casos en que tuve que actuar en conjunto con un psiquiatra en el tratamiento de mujeres con problemas que abarcaban la ginecología y la psiquiatría. Además mi especialidad requiere de una buena dosis de tacto y comprensión para lograr que las pacientes se suelten y confíen, ya que generalmente ocultan algunos de sus problemas. Me fui enterando del tratamiento de Luisa, y efectivamente estaba tomando demasiada medicación; era en vano hablar con ella ya que estaba atontada. Los días en que tenía que concurrir al colegio disminuía la medicación, por lo que me ofrecí a volver el lunes siguiente para poder conversar con ella cuando estuviera en un estado más lúcido.

Cuando llamé por el portero eléctrico me franqueó la entrada al departamento, y noté que estaba sola ya que su madre y su hermana estaban trabajando. Me sirvió un whisky y una gaseosa para ella, así nos sentamos en el living, Luisa llevaba una remera ajustada que destacaba el tamaño y la perfección de sus pechos, y un vaquero ceñido que contenía su gran grupa y sus muslos abundantes. De la charla que tuvimos concluí que sus problemas eran menores, no aceptaba la muerte de su padre, pasaba demasiado tiempo sola, no se relacionaba con su familia ni con sus compañeros de colegio. Le sugerí a Sonia que hablara con el psiquiatra y que encarara una psicoterapia que yo juzgaba más conveniente que llenarla de medicamentos.

Pasó un mes sin noticias de esta gente, y estando yo de nuevo en Buenos Aires en la casa de Marta sonó el teléfono como a las dos de la tarde, era Sonia con tono desesperado. Como nadie respondía al teléfono había vuelto a su casa y encontró a Luisa dormida, y no podía despertarla. Me rogó que fuera porque no sabía a quien llamar. Tomé un taxi y pronto estuve en la casa. Sonia lloraba y Luisa dormía, indagué los signos vitales y eran normales, traté de tranquilizar a Sonia.

- Sergio, tengo que volver a mi trabajo. Por favor quédate con ella, te dejo mi celular y tenerme al tanto.

- Anda tranquila que voy a saber qué hacer.

Me preparé para pasar una tarde muy aburrida, sentado al lado de la cama de Luisa que respiraba normalmente, pero me era imposible despertarla, cada tanto le palmeaba las mejillas, pero no respondía.

Bajé la sábana que la cubría para palpar la temperatura de los pies, era normal; me encontré con que vestía un camisón muy corto y nada más debajo. Hasta allí mantenía mi profesionalidad. Pero pronto Luisa pareció inquietarse, se agitaba en la cama lo que provocó que su camisón se subiera hasta la cintura, se tocaba las tetas y gemía, luego se tocaba la concha y se retorcía. Se estaba pajeando en sueños. Era más de lo que yo podía soportar y la pija se me puso muy dura. Resolví ayudarla y le planté un beso en la boca, me respondió de buen grado tomando mi nuca para que no separara la boca. Al tocar sus pezones los encontré duros y cálidos, como el camisón era bastante escotado pude meter mi mano y tocar en directo esas tetas de locura. Luisa no paraba de estremecerse, gemir y abrazarme, siempre con sus ojos cerrados. De pronto comenzó a hablar en sueños.

- Quiero coger, quiero coger.

Y yo también quería coger, cogerme a esa pendeja ardiente, pero nunca lo haría con una mujer inconsciente, así que empecé a buscar la manera de reanimarla. Mientras acariciaba sus muslos empecé a comerle la concha, el clítoris estaba duro y ardiente ante los embates de mi lengua. Al primer orgasmo abrió los ojos y me vio. Yo estaba completamente vestido.

- Sergio... ¿qué me pasa? - le acaricié una mano suavemente.

- Estabas soñando chiquita.

- Pero soñaba con vos.

- Vamos, no exageres.

- Sergio, bésame.

Volví a besarla en la boca y respondió como antes.

- Esos eran los besos con los que soñaba.

La abracé muy fuerte mientras deslizaba mis manos por su culo desnudo. Ella tanteaba buscando mi verga, hasta que la encontró y la tocaba por sobre mi ropa.

- Desnúdate Sergio, quiero que me cojas ya.

Como soy siempre muy obediente me fui sacando toda mi ropa hasta que estuvimos iguales, porque ella terminó de quitarse el camisón que ya casi no cubría nada. Me tomó la pija en sus manos y se la acercó a la boca, me besó el glande y se la introdujo toda en su boca comenzando una mamada experta. Sentía que me venía y le pregunté por sus reglas. Me dijo que le tenía que venir en dos días. Despreocupado del tema embarazo le dije que quería cogerla.

- Eso es lo que necesito.

Su concha era un charco de jugos. La coloqué en posición, le apunté la punta de mi palo en la entrada de su concha, jugaba con mi pija entre sus labios vaginales, rozaba su clítoris mientras ella elevaba sus caderas para tenerme más cerca. Se la fui metiendo poco a poco, se quejaba algo, pero me seguía acercando. No tardé en tenerla toda adentro; esa concha era una delicia, caliente y mojada. Nos meneábamos los dos a compás, sentí su primer orgasmo, y sus gemidos me hicieron acabar enseguida, solté toda mi leche en su concha, al chocar mi chorro en el fondo de su vagina le vino un nuevo orgasmo. Se la dejé un rato adentro moviéndome con calma y los dos seguimos gozando de esa penetración.

Se la saqué y fui a lavarme, al volver me la tomó de nuevo en sus manos y siguió con la mamada que no le había dejado terminar, en instantes logró ponérmela dura otra vez. Era una delicia como me la chupaba, me pasaba la lengua por mi glande, se la tragaba entera y volvía a empezar, se metía de a uno por vez un huevo en la boca y lo masajeaba con su lengua. Le anuncié que me venía y redobló la mamada, ahora con toda mi verga en su boca y moviendo la cabeza para hacerme sentir el mete y saca. Volqué mi leche en su boquita y la saboreó toda. Se levantó desnuda para traerme un whisky, y mientras yo bebía y fumaba se tendió boca abajo con su cabeza en mi hombro. Yo dejaba el vaso en la mesa de luz y le acariciaba el culo, era grande y duro; le separaba las nalgas y le rozaba el ano. A poco me trajo un pote de crema.

- Si quieres cogerme por el culo es todo para vos.

Le unté el ano con crema y le puse un dedo, no iba a ser su primer coito anal, se dilataba con facilidad. La coloqué en cuatro patas y empecé a penetrarla por su agujero posterior. Mi verga es bastante larga, y pese a todo el tronco me quedaba prisionero de sus cachetes grandes, en el recto sólo entraban dos tercios de mi tranca. Se ve que le bastaba, porque empezó a menearse como enloquecida y a pedir más. Le separaba las nalgas con fuerza para poder entrar unos centímetros más. Gritaba como las gatas, tuvo al menos dos orgasmos más con mi pija en su culo antes de que yo soltara mi leche. Se la saqué y siguió jugueteando con mi verga que a esa altura era más parecida a una babosa que a una pija.

- Ahora sí me siento bien.

- Me alegro de haber podido ayudarte, ordenemos un poco y me voy a vestir.

Ya vestido la controlé nuevamente y todo estaba en orden. Me fui al teléfono del living y llamé al celular de Sonia.

- Quédate tranquila que tu hija está bien.

- Pero qué pasó, ¿qué tenía?

- Nada, le apliqué un tratamiento exclusivo, secreto. Cuando vuelvas la vas a encontrar despierta y bien.

- Sergio sois un ídolo, estaba tan angustiada con lo de Luisa.

- Ahora la dejo sola, ya vamos a conversar vos y yo.

De algo sirve mi experiencia, hay muchas mujeres que somatizan su falta de sexo, y no está mal darles el remedio que les hace falta. De más está decir que con el tiempo recibieron igual tratamiento Sonia y Ana, con gran placer para mí, por supuesto, que no siempre los samaritanos deben sólo padecer.

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