Adorable Ceci

Autor: escorpion | 19-Jun

Confesiones
Soy un tipo serio, poco Don Juan. En una ocasión conocí una chica que trabajaba como empleada en la casa de mis padres y de pronto se me hizo atractiva. Quise trabar algo con ella, pero me ganó y me llevó la delantera en todo, hasta el momento de penetrarla. No soy de muchas experiencias en sexo, ni presumo de algo en particular. A pesar de que no estoy mal físicamente, jamás he tenido aventuras ni conquistas espectaculares como muchos de mis amigos y otros de quienes leo con avidez sus experiencias que, lo reconozco, me dan envidia. Pero bueno, tengo que compartir una anécdota que, si bien para algunos puede ser poca cosa, para mí es lo más inverosímil y agradable en la materia que me ha ocurrido.

Hay una chica que trabaja con mis padres como asistente de la casa que se llama Cecilia. Cuando la conocí la vi como una mujer más, joven (22 años) y medianamente atractiva. Lo que más me llamaba la atención de ella era su agradable sonrisa y su magnífico trato. Tanto a mí como a mis hermanos (los cuatro ya somos casados y vivimos en nuestras respectivas casas) nos saludaba con seriedad y respeto.

Una mañana que mis padres estaban de viaje pasé por casa de ellos para cumplir ciertos pendientes que me dejaron. Cecilia me recibió y, luego del coloquial saludo, me entregó los documentos y papeles necesarios para las diligencias. Fui amable e hice lo necesario para transmitirle confianza, de tal forma que eventualmente se apoyara en mí ante la ausencia de mis papás. Al despedirme quince minutos después la noté muy tranquila, contenta, en confianza y percibí cierta picardía en su mirada. Hasta luego.

En algún momento de ese día vino a mi mente la mirada de “Ceci” y su sonrisa discreta pero expresiva. Eso me llevó a representármela mentalmente y deducir que físicamente “no está mal”: cara de facciones delicadas y agradables, y un cuerpo estándar muy aceptable. Nunca la había visto bien vestida, ni bien peinada ni arreglada con maquillaje ni nada de eso. Por el contrario, siempre con ropa de trabajo y la cara muy al natural. Eso sí, pensé, sería fabuloso ver lo que esconde tras esas blusas holgadas y esos pantalones y faldas serias y formales.

Al día siguiente regresé temprano a la casa de mis padres para entregar los recibos de las diligencias realizadas. Por supuesto, sabía que mis papás regresarían una semana después y que sería Ceci quien me recibiría. Iba dispuesto a verla con otros ojos, a fijarme qué tan bien estaba la chica e imaginarme lo mejor que podría quedar.

Cumplimos con los saludos de rigor y entregué la tarea. Con toda la discreción que me fue posible llevé al cabo mi trabajo de “inspección”. Nada mal, pensé. Pero lo curioso es que yo también me sentí “inspeccionado”. Ante mi notable carencia de imaginación, pretextos y espíritu donjuanesco, procedí a despedirme no sin antes correr la cortesía de preguntarle si todo estaba bien y si se le ofrecía algo. La respuesta fue un “sí” y me pidió una cosa para la casa; me dijo que “como no urge, me la puede traer hasta mañana temprano”.

La despedida fue igual de formal y breve, pero especial en mi interior, como sintiendo cierta picazón y calentura por una chica que no estaba nada mal. Estaba dispuesto a dar un paso más. No sabía hacia dónde ni hacia qué, pero lo que sentía era tan raro como placentero. Casi de inmediato compré lo que necesitaba y a lo largo del día pensé en mi contacto del día siguiente con Ceci.

La mañana siguiente llegué dispuesto a aparentar indiferencia y ver si así lograba algo más. No pude. Tan pronto abrió la puerta se acabaron mis intenciones. Cecilia tenía unos pantaloncillos y una blusa ceñida, y llevaba el cabello suelto, cepillado y la cara con un toque de maquillaje. Su sonrisa era un poco más radiante y sus ojos, vivarachos. Así, ya no la veía “nada mal”, sino “bastante bien”. Me puse nervioso desde el primer momento, como auténtico adolescente en sus primeras andanzas. Le entregué el encargo y no pude decir algo más. Por supuesto, ella se dio cuenta y pasó a dominar la situación.

- Gracias, Guillermo, qué amable… ¿Lo encontró fácil?, ¿le doy el dinero? - me dijo.

- No, no hay problema, hombre, es cualquier cosa - le contesté con bastante torpeza - Si quieres algo más pídemelo, con eso de que no están mis papás, pues cuenta conmigo. Lo que se te ofrezca, de verdad.

- Vale, gracias. No recuerdo algo en especial, pero tengo su teléfono y lo tendré muy pendiente - me contestó, con una sonrisa ladeada, ensayada, que se me hizo el mar de sexy y sólo consiguió ponerme más inquieto - Bueno, sí hay algo pero sé que no va a poder.

Se reía, me retaba. Sabía que me tenía en sus manos.

- ¿Qué es?, ¿por qué no me lo dices?, ¿por qué no voy a poder? - respondí con torpeza, extrañado y engallado.

- Es que… no es algo de aquí. Este fin de semana voy a una fiesta pero no tengo con quien ir. Y se lo digo de broma, porque sé que no podrá acompañarme.

Por supuesto que no sabía que contestar. Un remolino se desató en mi mente y me dejó justamente como me sentía: un estúpido. Era una insinuación, una invitación y sobre todo una provocación; pero también un juego que me dejaba mudo. Cecilia no se contuvo y se soltó a reír.

- No se preocupe, gracias por todo. ¿Puedo pedirle otro favor?

- Claro - le contesté, recuperando el color y el habla.

- Es algo chiquito. Cierre los ojos... Ciérrelos - me pidió al ver que me quedaba notoriamente abobado.

Obedecí, derrotado y desconcertado. A los dos segundos recibí un beso en la mejilla que me dejó perplejo.

- ¿Y eso? - comenté, cuando alcancé a reaccionar.

- Es que es usted muy atento. Y está muy atractivo. ¿Por qué?, ¿Le molestó?.

- No, no, no, para nada - le respondí y solté una risita torpe.

- A ver - continuó ella -, ciérrelos otra vez.

Obedecí de inmediato, pues ahora sí adivinaba que vendría otro premio a mis “atenciones”.

Y sí, recibí un nuevo beso, pero esta vez en los labios. Al sentir la invitación de su lengua para penetrar en mi boca, accedí de inmediato y disfruté el momento. Increíble. Y pasó el tiempo normal de un beso. Y se alargó más y más. Y rodeó con sus brazos mi cintura. Y me apretó contra su cuerpo. Y, claro, caí entero y me esclavicé de sus deseos, que también eran los míos.

Lo que ocurrió después fue inolvidable, la razón por la cual estoy escribiendo esta historia. Los que no hayan abandonado la lectura en el largo preámbulo, dispóngase a enterarse lo que Cecilia hizo conmigo.

De pronto me separó y me llevó cogido de la mano hasta la cocina. Allí ya sin mediar palabras me abrazó fuerte y me besó con pasión, como si fuera la última vez que besaba. Yo era una marioneta y me movía y hacía lo que quería ella. Pronto me desabotonó la camisa y me acarició el pecho y la espalda. Luego me la quitó y la arrojó al piso. Entendí que yo debería hacer lo mismo con su blusa. Se la quité y acariciaba su espalda tanto como podía, hasta que me animé y toqué sus pechos primero sobre el corpiño y luego metiendo la mano.

Comprendí que debería quitar el sujetador y lo hice para acariciar esos senos que por lo que sentía no eran tan pequeños como pensaba. Ella gemía con discreción y me besaba y chupaba la boca con frenesí. Por fin logré bajar la cabeza y llevarme una gran sorpresa: era dueña de unas tetas preciosas, medianas, redonditas, firmes y con pequeños pezones color café con leche. “¿Y esto?”, pensé, “vaya con Ceci y estas tetas tan lindas que se carga”. De inmediato las besé primero con mucho cuidado y luego… como para acabármelas. Estaban riquísimas y al parecer a ella le gustó mi sesión mamatoria, pues me acariciaba el cabello y murmuraba frases que no entendía pero que parecían de aprobación.

De regreso a las bocas y de inmediato ella hizo por mi cinturón y los botones de mi pantalón; lo bajó tanto como pudo mientras yo, con habilidad felina, me quitaba los zapatos y pisaba las puntas de mi pantalón subiendo alternadamente las piernas hasta zafármelo por completo. Mientras ella acariciaba por encima del bóxer yo procedía a deslizar hacia abajo los pantaloncillos cortos que ella llevaba puestos, pues eran de elástico en la cintura. Pronto la dejé en las mismas circunstancias y noté que tenía un bikini blanco impecable de licra, sin adornos ni lacitos ni encajes ni nada.

Cristi tenía un abdomen bastante plano, bonita cintura y un paquete de nalgas que se adivinaba espléndido. Así, tras los 40 ó 50 segundos de rigor y de tratar de aparentar que las cosas nos las llevábamos con calma, ella tiró hacia debajo de mis calzoncillos y me acarició primero el trasero y luego la polla.

No quiero hablar de mí, porque sería subjetivo. Lo único que revelaré es que tengo una pija mediana que no ganaría un concurso de nada (ni la más grande ni la más gruesa ni la más bonita), y que a esas alturas estaba bien tiesa y a toda vela. Ella la acarició y me dio la impresión que si bien no era la primera que tocaba, tampoco sería más allá de la tercera o cuarta. Lo hacía con cierta torpeza, con cierto disimulo, pero era la gloria.

Hice lo mismo con sus panties, las bajé rápido y confirmé que esta chica poseía un par de nalgas preciosas, no muy grandes pero sí paraditas. Al frente, ¡qué cosa¡ un monte de Venus muy negro y regularmente tupido. El triángulo que dibujaban sus pelos era fabuloso. Me apoderé de la rajita por lo menos los cinco minutos siguientes. De la misma forma como yo expulsaba flujo, ella tenía mojada la caverna, la cual con un ligero movimiento de piernas dejó de fácil acceso a mi mano derecha.

No tengo la menor duda de que disfrutó tanto como yo. Las caricias y los frotones fueron recíprocos y los gemidos de uno y otro se confundían. A punto estaba de correrme cuando le pedí que parara y nos dirigiéramos a la habitación de visitas. Fueron las primeras palabras que pronunció cualquiera de los dos en 15 ó 20 minutos previos.

Ya en la pieza, nos tendimos en la cama y continuamos el jugueteo. Entonces me puse sobre ella, le separé las piernas y apunté. Tenía los ojos cerrados, la boca ligeramente abierta y una expresión de ternura como nunca había visto en ella. La penetré suave, disfrutando el roce de mi virilidad con su feminidad. Estaba tan caliente que la polla me latía y su raja se ajustaba como guante estrecho.

Ceci estaba más buena que el vino. Se entregó por completo, actuando con delicadeza y cierta timidez. No cambiamos de posición en todo el acto. Me parece que ella llegó al orgasmo por una serie de movimientos y gemidos que hizo, al apretarme las manos sobre mi espalda y al ver cómo apretaba los labios y fruncía el ceño. Menos de un minuto después me vine yo, creo que como medio litro, sobre su vientre.

En seguida me derrumbé encima suyo y después me hice a un lado. Pasaron uno o dos minutos hasta que ella me dijo que lo había disfrutado. Había serenidad en su rostro, ya no la chispa y la coquetería con la que había actuado antes. Le dije cosas tiernas, que estaba muy bella y que tenía un cuerpazo de miedo. Entonces nos fuimos al servicio y nos lavamos. En el espejo me vi abrazando a Cecilia por la espalda y ella se reía. “Mira nada más qué cuerpazo, quién se imaginaría que debajo de esa ropa de trabajo escondes formas tan proporcionadas y lindas”, le dije.

Nos vestimos y fuimos hacia la puerta de entrada. Me despedí con un beso cariñoso como si se tratara de mi novia o esposa. Les aseguro que así me nació, no fue planeado ni fingido. Entonces me dijo que le gustaría verme otra vez, si yo lo deseaba.

Me retiré de la casa totalmente satisfecho. Lo que me acababa de ocurrir era como un sueño, una fantasía y para mí muy en particular un imposible, pues nunca lo había buscado.

¿Qué sucedió después con Ceci? Creo que eso ya a nadie le interesa.

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