Relato Gay - Mi primer oso
Hacía un mes que concurría al nuevo gimnasio, quedaba más cerca de mi casa y estaba mejor equipado. Aunque siempre lo hacía en la siesta, ese viernes decidí ir por la noche. Tenía 18 años y desde los 15 dediqué muchas horas a moldear mi cuerpo, no quería músculos ni piernas marcadas, todo lo contrario, lo que más me interesaba y trabajaba, era para que mi cintura fuese lo más pequeña posible y mis glúteos grandes, parados y redondeados. Lo había logrado, piernas estilizadas, cola prominente y cintura pequeña.
Ese día, cuando estaba trabajando con pesas acostado en el banco de pres, como le había cargado kilos de más, a la quinta levantada mis brazos ya no me respondían y me costaba dejar la pesa en el descanso. En ese momento, veo sobre mi cabeza que una mano enorme sostiene la barra y me ayuda a dejarla en el soporte. Cuando me incorporo para darle las gracias, frente a estaba parado un gigante de 1.90 mts., con brazos enormes, peludos, cuyos vellos continuaban hasta su torso inmenso, también cubierto de pelos, que ascendían por su cuello y se mezclaban con una frondosa barba.
Luego de darle las gracias y dejar que él me aconsejara brevemente sobre el peso que debía cargar para no repetir el incidente, seguimos cada uno con su rutina. Pasados unos minutos, lo busqué con mi vista y nuestras miradas se encontraron, me sonrió y siguió con lo suyo.
Más tarde, coincidimos en el mismo sector, allí volvió a darme unas indicaciones y me preguntó si era la primera vez que venía a ese gimnasio, luego de explicarle como había dado en ese lugar, me contó que iba los lunes, miércoles y viernes, siempre a la misma hora de 20 a 22.
Ese fin de semana no dejé de pensar en ese hombre. Me gustaban maduros y varoniles, eso era un hecho, pero nunca que me iba a sentir atraído por un gigante velludo, de 130 kilos.
El lunes fui al gimnasio a las 20 horas, quería verlo, si bien no oculto mi condición de gay, por lo general soy algo discreto con mi vestimenta, esa vez no lo fui. Mi sudadera blanca y rosa con motivos de mariposas, mis calzas cortas de color blanco para running, aretes en ambos lóbulos de las orejas, collar, pulseritas y tobillera, era todo un atavío de mariquita, que no pasó desapercibido en el gimnasio. Habrán pasado unos 15 minutos cuando lo vi llegar, sentía que mi corazón latía más rápido y una extraña sensación en mi cuerpo, síntomas habituales en mí cuando algo me inquieta.
No pasó mucho tiempo para que nos encontráramos frente a un aparato, es decir, yo me acerqué al mismo cuando advertí que él se dirigía hacia ese lugar. Me saludó algo distante, aunque me ofreció a que empezara primero, luego de la sesión, le dejé el lugar y me dediqué a observarlo detenidamente, tenía ojos verdes, cuarentón, era realmente muy robusto, muslos inmensos y cuando tensaba su cuerpo afloraba toda su corpulencia. No dejaba de pensar cómo sería estar en la cama con él. Yo mido 1,65 mts., peso 56 kg y fantaseaba con ser invadido por esa mole. Cuando terminó con su primera pasada, me preguntó mi nombre, agregó que le gustaba como me quedaba la sudadera y allí entablamos el diálogo. Una palabra llevó a la otra y en cierto momento le estuve dando mi número de teléfono.
Al día siguiente me llamó, fue directo, me dijo que quería verme, que tenía un departamento en la zona céntrica y si quería ir a visitarlo a las 14 horas. Acepté sin mayores recaudos y a la hora pautada estaba en su puerta, me había puesto un jean blanco elastizado y una blusa corta, color turquesa, y por supuesto la bijou de ocasión.
No bien pasé al interior, sin mayores preámbulos, me tomó la cara con sus manotas y me besó, aunque sorprendido por lo apresurado, lo dejé hacer y respondí a sus besos, su lengua comenzó a incursionar en mi boca, sus manos descendieron a mi cola y comenzaban a masajearla incesantemente.
Prontamente estábamos en el dormitorio, él me había desprovisto de la blusa y succionaba mis pezones, desabroche su camisa y comencé a recorrer con mis labios todo su peludo torso, aflojé el cinturón, bajé la cremallera, tomé su pene y me lo introduje en la boca, terminé de sacarle el pantalón y regresé a su miembro, era de tamaño normal, pero sus testículos parecían dos pelotas de golf, repasé su escroto con mi lengua y me los metí en la boca, su pene a ese entonces ya estaba durísimo, me saqué el pantalón, él se incorporó me sacó la tanga, me hizo girar y comenzó a lamerme los glúteos, sentí que su lengua ingresaba a mi ano, cuando estaba a pleno climax, nos lubricamos y cuando quise acostarme nuevamente, me tomó de la cintura, me levantó en el aire y me llevó contra la pared, allí amurado me dijo que eso era lo primero que fantaseó cuando me vio por primera vez en el gimnasio, así aplastado contra el muro, con mis piernas suspendidas me penetró violentamente y comenzó a mecerse dentro de mí, sus besos en mi cuello y espalda, se convirtieron en chupones furiosos y pasaron a mordidas cada vez más fuertes y constantes. Sentí que me gustaba esa experiencia y me dedique a gozarlo, hasta que su semen caliente se derramó en mí interior.
Volvimos al lecho, limpié con mi lengua los rastros de esperma de su pene y prontamente tuvo otra erección, cuando estuvo listo me acosté boca abajo, levanté la cola y le pedí que me montara, lo hizo suavemente, con movimientos lentos me penetraba y salía, llegué a mi orgasmo, luego él comenzó a gemir apuró sus empujes, sus gemidos pasaron a gritos y resoplidos, estaba acabando, sentí que su cuerpo se relajaba, su respiración era profunda y de golpe su masa corporal se desplomó sobre mí y quedé literalmente aplastado en la cama, quedó inerte varios minutos y yo tendido bajo él, experimenté una sensación agradable, que nunca había sentido con tanta intensidad, me sentía contenido.
Cuando se recobró, giró su cuerpo hacia un costado y me rodeó con sus brazos, tomo mi oreja entre sus labios y comenzó a darle mordisquitos, luego mi cuello y por último me besó profundamente. Mi oso era un dulce.
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