Paola - dos papis prestados
Hace unos días nos juntamos con mis amigas en la casa de Bruna para luego ir a un boliche. Llegué y ellas ya estaban preparadas para la salida lo cual siempre nos llenaba de alegría. El entusiasmo era notorio. Yo estaba un tanto incómoda con Camila pero al rato se me pasó ya que noté que ella no sospechaba nada de lo que había ocurrido días atrás. El plan era cenar allí y luego partir para el boliche. El padre de Bruna estaba preparando la cena con el papá de Erika, otra amiga del grupo, ya que también ellos tenían una amistad. Las madres estaban de viaje, así que los hombres habían decidido aprovechar esa efímera libertad para pasar un rato juntos y hablar cosas de hombres. Mientras estábamos en el fondo de la casa y mis tres amigas estaban conversando de ropa y bandas de moda, yo me había distraído en mirar a los hombres preparando la carne asada con el torso desnudo por el calor de la parrilla. No estaban nada mal. Eran unos hombres robustos y con buenos pectorales, aunque en ambos casos los años habían dejado un vientre más prominente.
Poco más tarde, cuando ya se acercaba la hora de salir, comencé a sentir un malestar en la panza. La verdad es que así no puedo salir a bailar, les dije a mis amigas pidiéndoles disculpas. Ellas comenzaron a plantearse el suspender la salida. Yo les dije que si se quedaban yo me iba a sentir peor ya que por mi culpa se lo iban a perder, así que insistí en que fueran, que yo me iba a acostar y al otro día me contarían como les fue en el boliche. Dudaron un poco pero accedieron. Uno de los padres, para convencerlas les dijo que si yo, más tarde me sentía mejor, ellos se encargaban de llevarme. Fue así que se fueron llenándome de abrazos y besos.
Se retiraron y los hombres se quedaron conversando un rato más, hasta que lentamente me fui metiendo en la charla. Se reían de mis ocurrencias y a mi me gustaba verles reír. Se dieron cuenta inmediatamente que aquello de que yo me sentía mal era solo una excusa. Noté entonces que se hacían comentarios en clave, pero yo me daba cuenta de todo. En el momento menos pensado los sorprendí, y diciendo que tenía un poco de calor me quité la remera quedando con un pantalón corto y el sostén. Se sonrieron y me dijeron si me animaba a quitarme algo más. Mejor no demos tantas vueltas, les dije. Entonces me acerqué a ambos que estaban en la barra que estaba en la cocina y coloqué mis manos en cada uno de sus genitales que automáticamente se hincharon borrando la sonrisa de ambos. Comencé a frotar sus miembros sobre la tela y el tamaño era cada vez más notorio. Uno de ellos intentó tocarme pero le dije que no, que no arruinara este momento. Se quedaron duros, incrédulos, mirándome con ojos lascivos. Luego acaricié con una de mis manos el pecho sudado de uno de ellos. No sabían que hacer. Les pregunté si me querían coger. Ambos contestaron que si inmediatamente. Entonces les dije que primero quería que me bañaran porque me sentía sucia. Me quitaron la ropa lentamente, mientras sus manos temblaban por estar por penetrar a una tierna joven que les hacía poner los penes erectos y la mente recordando una juventud lejana y añorada. Me llevaron al baño ya desnuda, al llegar uno de ellos comenzó a meter su mano entre mis nalgas que se abrían, cerrándose nuevamente al retirarla. Mientras, el otro preparaba la ducha. Al estar el agua caliente me metieron allí, bajo la lluvia que por un momento sentí fría ya que mi cuerpo había alcanzado una temperatura mayor. Me di vuelta y les pedí que me mostraran sus miembros que aun eran desconocidos para mí. Me dijeron que lo hiciera yo. Entonces me acerqué a ellos y bajé lentamente sus prendas hasta que de un golpe saltaron aquellos dos mástiles que quedaron rebotando ante mi, hasta que los tomé entre mis manos, mirándolos fijamente. Acerqué aquellos dos cuerpos robustos hacia mi hasta que la lluvia los mojó. Eran dos penes grandes y gruesos. Mis manos subían y bajaban y aquellos dos machos en celo me miraban fijamente mientras manoseaban mi espalda y mi cola. Luego los solté y me puse de espaldas para que comenzaran a bañarme. Me tiraron mucho jabón liquido encima y comenzaron a pasármelo por todo el cuerpo. Las cuatro manos se peleaban por entrar y salir por delante y por detrás de mi entrepierna. Tengo unas nalgas tan prominentes que una mano puede esconderse entre ellas. Luego siguieron frotándome mientras dejaban que el agua cayera por mi cuerpo. Me secaron y fuimos hasta el sillón que está en la sala. Allí, los puse frente a mi y me senté en aquel confortable mueble. Comencé a saborear aquellos miembros, disfrutando cada centímetro de su piel. Trataba de echar la mayor cantidad de saliva sobre ellos, para luego metérmelos en la boca. Cada vez tenía menos saliva, entonces le pedí a uno de ellos que me escupiera dentro de la boca, así lo hizo y yo volqué todo aquello sobre su pija. Después le pedí al otro que hiciera lo mismo, el que, al tener más tiempo para juntar una buena cantidad, al hacerlo me lleno la boca. Nuevamente lo volqué sobre la suya, quedando bañada por completo, mojando también sus testículos. Yo frotaba y lamía aquellos dos penes completamente hinchados. Me puse de pié, entonces los dos se colocaron delante y detrás mío manoseándome la cola y las tetas cuyos pezones no podían más de la excitación. Me apretaban contra sus cuerpos sudados y con olor a macho. Sentía sus miembros frotar contra mi espalda y mi vientre. Les pedí que me llevaran a una cama. Me tomaron ambos de las manos y así lo hicieron. Al andar veía como aquellas dos pijas rebotaban como péndulos pesados a derecha e izquierda chorreando mi saliva y la de ellos que ya se mezclaba con algo de lubricación que brotaba de sus grandes. Fuimos hasta el dormitorio del dueño de casa. Uno de ellos se tiró boca arriba sobre la cama y me ordenó que me pusiera sobre él, así lo hice. Quedé con las piernas muy abiertas sobre su vientre como montando un caballo robusto. Me levantó tomándome de mis nalgas para acomodar su pija apuntando a mi concha. Luego, tomándome de las caderas, me hizo bajar lentamente. Yo sentía como aquella cosa gruesa entraba en mi, lentamente pero sin pausa. Me hacía subir y bajar, siempre despacio, como a mi me gusta, para poder disfrutar de la penetración a cada centímetro. Miré al otro hombre que había quedado de pié, observándonos mientras sobaba su pija. Le dije que se acercara. Cuando lo hizo le hice señas para que bajara y me besara. Me dio un beso fogoso, metiendo su lengua y mordiéndome los labios. Puse entre mis manos su miembro y el otro no dejaba de penetrarme. Le dije, Y usted? No me va a coger? Me dijo, Si, claro, después te cojo yo. Y para qué va a esperar si en mi cola no hay ninguna pija, le dije. Sentí en mi mano como un chorro de sangre bombeó nuevamente, aumentando el espesor de su pene. Fue hacia atrás, yo coloqué mis manos sobre el pecho del que se encontraba debajo mío. Mi cuerpo se arqueó totalmente, haciendo más notorio el volumen de mis nalgas. El me lamió la cola y la llenó de saliva. Comenzó a jugar con sus dedos en mi orificio trasero y cuando pensó que estaba lo suficientemente dilatado, se puso de pie y, apoyándola en mi comenzó a hacer fuerza. Entró, no sin dificultad, y por primera vez en mi vida sabía y sentía lo que es ser doblemente penetrada. Mi cuerpo estaba entregado. Mi cuerpo menudo estaba allí, metido entre dos sementales de gran tamaño. Me dejaban espacio solo para poder moverme lo suficiente para ser penetrada por ambos. El que estaba atrás puso sus manos en mi cuello tirando hacia él. El otro en tanto, manoseaba mis pechos. Yo estaba empapada por el sudor de los dos. Estuvimos un buen rato, hasta que uno de ellos dijo que no aguantaba más. Sacaron sus pijas de mi, me tomaron entre los dos y como una pluma me bajaron de la cama haciéndome arrodillar. Se acercaron sobándose los penes y se fueron alternando para tomarme de forma un poco violenta la cola alta de cabello y haciéndome chupar. Yo abría la boca para que acabaran en ella, pero ellos me ordenaron que la cerrara. Al instante sentí como dos chorros de semen espeso chocaban en mi rostro angelical y quedaban adheridos a mi piel. Ambos quedaron agitados y me llevaron nuevamente al baño. Mientras me bañaban experimentaron una nueva erección y aprovecharon para cogerme nuevamente cambiando las pijas de lugar. Ambos de pie, me sostenían en el aire con sus brazos fuertes mientras sus pijas hacían el trabajo.
Luego de terminar, nos vestimos y fuimos a la cocina a beber algo. No pasó mucho rato que llegaron mis amigas a las risas y con los cuentos del boliche. Habían conocido a unos chicos muy lindos. Me abrazaban y me preguntaban si me había aburrido mucho. Yo, con una sonrisa en los labios y mientras miraba a aquellos hombres le dije: Si, un poco.
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