La hermosa y sexy hija de mi secretaria

Autor: anonimo | 06-Mar

confesiones
Mi secretaria, a quien llamaremos Carmen, ha estado conmigo casi 20 años; era la secretaria de la gerencia general en una empresa donde, a mis 34 años, ingresé para hacerme cargo de la gerencia de producción. Señora de aspecto serio y elegante, bajita, medio cuadrada, pero muy inteligente y muy eficiente con la que rápidamente congenié; era más fácil para mí coordinar con ella que con su jefe y ella se encargaba de sacarle la firma para cualquier cosa de rutina que yo necesitara. Madre soltera a los 17 años, tenía ya 33 y su hija 16 cuando las conocí; la chiquilla, que acababa de terminar el colegio, estaba estudiando inglés y secretariado y, de vez en cuando, se aparecía por la fábrica para encontrarse con su mamá e irse juntas a su casa. Era muy fácil darse cuenta que la mocosa había entrado a la fábrica por el coro de aullidos y silbidos que acompañaban su paso a través del taller hasta las oficinas que, al contrario de lo usual en estas empresas, no se encontraban cerca de la entrada sino al fondo del local.

Tania no había salido a su madre; delgada, alta, con unas tetas pequeñas pero sólidas que apuntaban firmemente hacia adelante, una cintura de avispa, unas caderas de infarto y unas piernas largas y torneadas que gustaba de exhibir con el más absoluto descaro; su piel, profundamente trigueña, sólo realzaba aún más su exótica belleza y su rostro fino coronado por una cabellera larga y ondulada... pero era fruta prohibida, no sólo era menor de edad sino que era ?la hija de la señora Carmen?.

Con el tiempo, el gerente general fue trasladado a otra empresa del mismo grupo y yo fui el designado para reemplazarlo con lo cual Carmen pasó a ser mi secretaria. Desde el ventanal de mi nueva oficina en el segundo piso se podía observar casi toda la fábrica y las visitas de Tania, que para entonces ya había cumplido los 18 años y estaba cada día más rica, se convirtieron en el más placentero espectáculo, en lo único que me proporcionaba un paréntesis de relax en esa agobiante gerencia. El inevitable coro de silbidos que saludaba su ingreso me hacía detenerme en mi trabajo para observarla mientras caminaba los casi 100 metros desde la puerta hasta la oficina, deliciosamente, irresistiblemente atractiva, con ese bamboleo de caderas que hipnotizaba a cualquier hombre y que a mí me hacía babear mientras recitaba mentalmente los versos de Vinicius de Moraes "Olha que coisa mais linda, mais cheia de graça É ela a menina que vem e que passa Num doce balanço caminho do mar..." La flaca hasta se había convertido en un riesgo de seguridad por la distracción que causaba en los obreros. Cada vez que Carmen se encontraba en mi oficina cuando entraba su hija, yo tenía que disimular la saliva que me llenaba la boca haciéndole siempre la misma broma...

?¿Ya habras ahorrado lo suficiente, no??

?¿Ahorrado? ¿Para qué ingeniero??

?Para la escopeta, claro...?

...

La crisis del Fujishock terminó por afectar a la empresa y pronto las sucesivas reorganizaciones y reducciones de personal me dejaron como el único ejecutivo con nivel de gerente y a Carmen como la única secretaria en toda la empresa, para entonces ya era ella mi mano derecha y yo no hubiera concebido manejar la empresa sin su ayuda. Y entonces, un serio problema médico de esos que sólo tienen las mujeres la obligó a pedir unja licencia de seis semanas para someterse a una complicada cirugía; sin saber qué hacer para reemplazarla, ya que las otras empresas del grupo también andaban con el mínimo absoluto del personal, Carmen me propuso que Tania la reemplazara. La nena estaba de vacaciones en su instituto y la práctica le vendría bien, podía saltarse un ciclo del inglés sin problemas y así no me vería en la dificultad de contratar a alguien por sólo seis semanas. Lo pensé un poco, lo dudé mucho, pero en realidad no tenía muchas otras opciones así que acepté.

Fue un grave error, la flaca andaba siempre vestida para matar; sin haber recibido nunca el uniforme que la empresa proporcionaba a todo el personal femenino, Tania se presentaba al trabajo con unas minifaldas de esas que paran el tráfico y provocan accidentes de tránsito. Sus tetitas de adolescente habían desarrollado justo hasta una talla 34B, perfectas para su figura, y el calor del verano le proporcionaba la excusa (como si necesitara una excusa) para unos escotes que casi no dejaban nada a la imaginación. Es claro que yo, como su jefe, debí haberle impuesto un código de vestido, unas reglas mínimas en cuanto a la altura de esa minifalda, la amplitud de ese escote delantero y también, por qué no decirlo, de ese escote en su espalda que para usar las palabras de Ricardo Arjona, algunos días... ?llegaba justo a la gloria?. Pero no pude.

Hipócritamente me justifiqué a mí mismo pensando que... era la hija de Carmen, que si le decía algo era como decirle a Carmen que su hija se vestía como una cualquiera, que si su madre le permitía vestirse así quién era yo para decirle nada... Pero la verdad era que no quería privarme del espectáculo de esas piernas dando vueltas por mi oficina, del espectáculo de esas tetas vistas por encima del escote cuando me acercaba por detrás a ?revisar? lo que estaba tipeando en la computadora mientras procuraba ver si un pezón travieso se asomaba bajo el borde del sostén, del aroma de la piel desnuda de sus pechos a centímetros de mi cara mientras me ponía sobre el escritorio los documentos que debía firmar. Hipócrita, sí, hipócrita y estúpido. A mis 35 años estaba cayendo en el juego perverso de una mocosa que estaba de cacería, buscando asegurar su futuro financiero con, debo reconocerlo, muy poca sutileza y mucha osadía.

Lamentablemente hoy se ha hecho ya muy tarde; debo apagar el internet, cerrar la oficina e ir a recoger a mi mujer de la casa de mi suegra.

Casi había logrado sobrevivir a las seis semanas de tentación cuando un día Martes, bastante después de la hora de salida, Tania se metió a mi oficina con la decisión de un ave de presa que se juega el todo por el todo contra una presa casi demasiado grande para ella. Estaba con todas sus mejores armas, sus largas y bronceadas piernas al aire, el ombligo que asomaba entre el polo y el pantalón revelando la piel dorada de un vientre absolutamente plano y las tetas que se salían por el escote con los rígidos pezones apenas disfrazados bajo el delgado algodón del polo... obviamente sin nada debajo. No había estado vestida así cuando llegó en la mañana. ¡Demonios! ¿En qué momento se quitó el sostén?

"Disculpe, ingeniero..." me dijo con esa voz ronquita que me traía loco "¿Hasta qué hora se va a quedar?"

"¿Perdon?" No podía articular una frase completa ni despegar la vista de esos pezones.

"Es que no me dí cuenta y se me hizo tarde, ya se fueron todos y me da miedo salir sola... ¿Puedo molestarlo para que me deje en el paradero? Yo estoy sola en la casa así que puedo esperarlo hasta que Ud. termine..."

Yo ya tenía entonces la costumbre, que hasta ahora conservo, de quedarme solo en la oficina hasta tarde; es en la soledad de esas horas cuando, libre de las constantes interrupciones, hago mi trabajo más productivo. Concentrado en mis cosas, no me había percatado que Tania no se había despedido al llegar la hora de salida.

"Por supuesto", le dije, "yo te dejo en tu casa, me queda en el camino"

Me forcé a despegar mis ojos de sus tetas y volver mi atención a los cálculos que tenía en mi computadora. Pero unos segundos después, su intoxicante aroma me llegó por detrás; se me había acercado por la espalda y la tenía parada a centímetros de mi hombro.

"¿Hay algo que pueda hacer por usted mientras tanto?" El tono de su voz no dejaba dudas en cuanto a qué se refería.

Giré mi silla de gerente para quedar con sus pezones a la altura de mi boca, la tomé de la cintura y, justo antes de hundir mi cara en sus tetas, levanté la vista para mirarla a los ojos...

"¿Te das cuenta de lo que estás haciendo, Tania?"

Ella sólo me sonrió, me acarició el pelo con sus finos y manicurados dedos... y con las dos manos en mi nuca empujó mi cara contra su escote.

Empecé a besar suavemente esa piel que se me ofrecía sin reservas, mis manos acariciaron primero su espalda, luego su cintura, y finalmente empujaron hacia arriba con suavidad su polo mientras mis labios besaban su ombligo y luego su vientre, para llegar finalmente a esos deliciosos pezones de chocolate que por más de cinco semanas había saboreado en mi imaginación.

Un ahogado gemido salió de su garganta mientras sus manos apretaban mi cara contra su pecho y las mías acariciaban, por encima de la minifalda, la redondez de su trasero y, poco a poco, iban descendiendo más allá del borde de la tela en busca de la piel desnuda de sus muslos.

Levanté la cara para respirar y su boca llenó la mía con un beso largo y profundamente sensual. Me puse de pié sacándole, en el mismo movimiento, el polo por sobre su cabeza. Le pasé la mano por toda la espalda desnuda hasta llegar a la cintura y entonces la jalé violentamente apretándola contra mi vientre, en esa época aún joven y musculoso. Con la otra mano la tomé de los cabellos por detrás de la nuca y, tirando de su pelo hacia abajo, la hice levantar la cara y abrir la boca que de inmediato cubrí con la mía. La besé con fuerza, con rudeza, pude sentir sus rodillas aflojarse y sus pezones desnudos aplastarse contra mi pecho mientras ella desabotonaba uno a uno los botones de mi camisa. No sabré jamás qué hubiera pasado en esa oficina si no hubiera sido interrumpido por el estridente sonido del pito del vigilante nocturno que, desde su torreta junto a la puerta de entrada, alertaba de su presencia a cualquier peatón que se aproximara por la calle en dirección al portón de la fábrica.

La realidad descendió sobre mí como una cubeta de hielo sobre mi cabeza. Los enormes ventanales sin cortinas ni persianas de mi oficina, iluminada como un escenario en medio de la penumbra de esa hora, proporcionaban al vigilante de la torreta de la puerta, a casi 100 metros de distancia, una visión privilegiada de todo lo que ocurriera en el interior de la gerencia.

No tuve que decir nada, Tania salió presurosa de la gerencia en dirección a su escritorio llevando su polo en la mano. Pulsé el intercomunicador y, sin esperar respuesta, le anuncié...

"¡Alístate que ya nos vamos!"

Apagué la computadora, de todos modos ya no podría volver a concentrarme en el trabajo esa noche; entré apurado a mi baño privado para lavarme la cara, enjuagarme la boca y arreglarme la camisa, guardé un par de papeles en mi maletín y salí de la gerencia. Tania estaba sentada muy formalita en su silla de secretaria, con un saco ligero de verano doblado sobre su falda y su cartera sobre el escritorio. Su abultado escote y el polo perfectamente liso sobre su busto evidenciaban que un Wonder-Bra se había hecho cargo de sus indiscretos pezones, estaba lista para salir.

La cabeza me daba vueltas pero el pitazo del guachimán me había hecho, por suerte, recuperar el control de mis acciones. Subimos a mi auto, estacionado al costado de la gerencia y, al llegar a la puerta, me aseguré de no dar pie a ninguna especulación sobre la presencia de Tania en mi auto y, de paso, que nada de lo que ocurriera en el camino de la fábrica a su casa me hiciera volver a perder el control. Dirigiéndome al guachimán, le dije...

"Hasta mañana, maestro. Un favor, llame a mi casa y avísele a mi esposa que ya estoy en camino"

La casa de Carmen (y de Tania) estaba, efectivamente, en mi camino. Dejarla en su casa no me retrasaría más que el tiempo necesario para esperar, por su seguridad, a que abra la puerta de su casa, ingrese y cierre la puerta detrás de ella.

Solo en mi auto, en medio del tráfico de la vía de evitamiento, meditaba en el problema en el que había estado a punto de meterme. Felizmente, al día siguiente Carmen sería dada de alta y cinco días después estaría de regreso en la oficina. Razoné que el peligro había pasado, muy pronto Tania sería sólo el recuerdo de una tentación que estuvo a punto de poner en riesgo mi carrera y mi matrimonio, pero que yo había logrado resistir.

¡Qué equivocado que estaba...!

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