Adriana y Leroy en la Ducha

Autor: RITVA Niemi | 29-May

Grandes Relatos
Betty me había terminado de preparar, como lo hacía de costumbre, higiene de recto y vagina, baño completo, uñas y boca; cuando me disponía a vestir y esperaba que me indicara cómo debía hacerlo aquel día, en ese momento me pidió con firmeza:

.- Ponte la toalla grande solamente y préndela bajo los brazos, la escena se grabará aquí mismo en el baño ?agregó-. Luego esperas en la sala que Martha te dé las últimas indicaciones. Y sin más, continuó arreglando el desorden dejado.

Luego me dirigí a la sala, busqué en la colección una grabación de Aldana, mi amiga y favorita. Con catorce, apenas dos más que yo, sus escenas eran las mejores. Me senté en el sofá a disfrutar uno de sus atrevidos actos.

Pronto llegó Martha, entusiasmada como pocas veces la he visto antes de grabar , se sentó junto a mí y me preguntó cómo estaba, mientras observaba el fuerte video de Aldana con Arturo, un modelo de un poco más de treinta, muy activo y varonil. Le comuniqué mi ansiedad. Me alentó asegurando que todo saldría bien. Y subrayó:
.- He elegido con cuidado y tengo la certeza que todo saldrá como lo he planeado. Luego pasó a describir a grandes rasgos lo que pedía para la Escena en la Ducha, tal como la identificaba. Añadió luego, que me había preparado una sorpresa pero que la reservaría para último momento. Regresamos, acto seguido, al cuarto de baño. Allí se encontraba aún Betty, terminando con los preparativos, había ubicado las luces en diferentes sitios, iluminando tanto el sector de la ducha, como el del sanitario, que ahora lucía una funda de tapa de felpa rosa imitación piel velluda, del mismo color.
De inmediato, Martha leyó un mensaje en el teléfono celular, envió la respuesta y lo desconectó. Su última indicación fue más firme que la anterior:

.- ¡Acuérdate de no mirar la máquina!
Sonreí y me dirigí al espejo, me encantaba, tan grande y bien iluminado. Martha tomó la máquina de video y comenzó a grabarme. Traté de seguir el guion, tal como lo habíamos platicado unos minutos antes.
Cepillaba mis platinados cabellos frente al espejo, cuando noté una presencia en la puerta. Giré lentamente la cabeza y confieso que la sorpresa fue grande. Me provocó tal emoción que sonrojé. Frente a mí, un chico de unos dieciséis o diecisiete, alto, musculoso, de piel caoba como el chocolate y ojos negros, como perlas, me observaba con lascivia, disimulando el deseo de su naturaleza, alimentado por sus propias fantasías.

Se aproximó caminando lento y comenzó a acariciar mis cabellos, contemplándome cual niño con juguete nuevo. Tomó mi toalla y la desprendió cayendo esta al suelo y dejando ver la blanca desnudez de mis núbiles curvas. Me entregué por completo a la escena, de inmediato acaricié los músculos de su negro pecho y de su abdomen, tomé su pequeña toalla en la cintura y la desprendí también, dejándola caer, para quedar ambos a un palmo de distancia, disfrutando el contraste de nuestros cuerpos expuestos. Observé su negro miembro flácido, colgar sobre un par de grandes bolas peludas, algo más oscuras que su prepucio, que descubría la mitad de un glande en viril apariencia. Recorría mi cuerpo cariñosamente con ambas manos cuando tomé su falo y comencé a moverlo hacia arriba y hacia abajo, descubriendo y volviendo a cubrir su suave ciruela. Sentía crecer su órgano en mis manos, mientras él acariciaba mis pezones, mi vulva, mis redondeados glúteos.

Apoyó, acto seguido, una mano sobre mi cabeza y presionó con suavidad hacia abajo. Me senté sobre la felpuda tapa rosa. Frente a mi rostro quedó su lustroso miembro oscuro, que con su rigidez lucía una suave curva.

Se aproximó hasta quedar muy cerca de mí. Nuevamente tomé la empinada barra y la sentí latir erecta en mi mano, comencé a masajearla con suavidad. Con cada movimiento reaccionaba con una firme palpitación.
La incliné hacia mí mientras derramaba un viscoso hilo de cristalino jugo, apoyé su robusta cabeza en la boca y humedecí mis labios con el afrodisíaco néctar del macho en urgencias. Una y otra vez froté mi pequeña boca, con lasciva intención, cruzando con él erótica mirada. Separé los labios y cerré los ojos en el instante en que introducía la cabeza en mi boca. Tocando el paladar, apoyada sobre la lengua la comencé a succionar cada vez con mayor fuerza, mientras aferraba el resto de la estaca y le prodigaba voluptuosos movimientos Cómplice él prodigaba empujoncitos que llevaban el capullo hasta rozar mi garganta.

Recorrí el empinado instrumento humedeciéndolo todo con la lengua, besando y dibujando sus negras formas, sus inflamadas venas, hasta llegar a las peludas bolas, acariciaba su musculoso vientre, sus piernas y recorriéndolo de regreso hasta la inflamada cabeza. De pronto me tomó por los cabellos y haló hacia arriba con varonil seguridad. Me puse de pie frente a él y noté su lasciva mirada. Me aferró por la cintura y me hizo girar ubicándome de espaldas a él. Cambiamos de lugar en el retrete.

Sentado tras de mí, tomó con ambas manos mis blancos cachetes y comenzó a masajearlos con suavidad. Apoyó sus carnosos labios besándolos en turno. De pronto sentí el tibio aliento entre mis glúteos separados con sus fuertes manos y posó su boca en el ano. El primer contacto de la punta de su húmeda lengua con el pequeño agujerito, me causó un gran deleite y un suave reflejo de contracción. Él se empeñó en pasar su lengua una y otra vez sobre mi intimidad. Alternaba humedeciendo con su lengua la unión entre los glúteos. Fueron varios los fuertes besos de chupón que me prodigó sobre el ano con morboso arrebato. Por momentos parecía como desear atravesarlo con la lengua. Confieso que sentí un poquito de libidinoso miedo. Pero la exaltación pudo más y continuamos en el desenfreno
El lujurioso tratamiento perduró sólo un momento. Se incorporó y asiéndome por la cintura, me condujo con varonil seguridad hacia la ducha. Cuando me disponía a tomar el jabón, sentí el primer golpe de agua fría en la espalda. La sorpresa del inesperado frío fue tal que dejé escapar un fuerte suspiro, seguido de graciosa risotada. De inmediato Leroy, como se llamaba mi eventual compañero, reguló el agua hasta entibiarla y alcanzar la temperatura óptima. Mis cabellos desordenados cayeron mojados.

Él tomó otro jabón y comenzamos a pasarlos por el cuerpo del otro en un erótico juego. Tomé su erguido falo noté el porte de su hombría. Tan esponjoso y suave, sus venas recorrían en tortuoso trayecto su vigorosa presencia.
Sus negras manos dibujaron todo mi cuerpo, alternando con besitos y roces de lenguas, hasta que me tomó por la cintura y me hiso dar medio giro. Luego apoyó su mano en mi cuello y me condujo hacia la pared. Solté el jabón en el momento en que él comenzó a pasar el suyo sobre la suave piel de mi femineidad. Me aferré al soporte y curvé la espalda como me lo había indicado Martha. Separé las piernas un poco y fijé la vista en un dibujo sobre los azulejos marfil. Su mano llevó el jabón desde mis hombros hasta el trasero y comenzó a pasarlo entre ambos cachetes, poniendo énfasis en ubicar la mayor cantidad sobre el ano.

Luego puso jabón en sus dedos y comenzó a acariciar la mucosa del esfínter. Con destreza introdujo la punta jabonosa de uno de ellos en el pequeño agujerito y comenzó a moverlo en círculos, para aumentar la relajación y lubricarlo un poco más. El deleite provocó que mis piernas casi cedieran. Una y otra vez repitió la acción hundiéndolo cada vez más en cada embestida, hasta introducirlo por completo. Esas caricias me provocaban tal excitación que me perdí en suspiros. Comenzó a acariciar mi interior en lascivo masaje íntimo, causándome arrebatos de goce. Mientras mantenía mis azules ojos cerrados, dejaba escapar amorosos gemidos indicándole que todo estaba bien, al mismo tiempo que meneaba las curvas de mi suave cola al ritmo de su invasor dedo medio.

Retiró su dedo de mi dilatado agujero y comenzó a untar con jabón su recurvado macho erecto en toda su firmeza, ardiendo en deseos. Yo meneaba la cola dócilmente en sensual balanceo invitando al ataque.
Apoyó una mano en mis ancas anticipando la llegada del momento. Acarició un par de veces la suavidad de su glande sobre la mucosa de mi ano que cedió ante el empuje de su potente vara. Tenía la mirada fija en la pared cuando sentí a la esfera purpúrea vencer el esfínter y atravesarlo. Dejé escapar un quejido mezcla de placer y sorpresa. Fue empalándome con varonil firmeza, mientras sostenía con una mano su miembro y con la otra me sujetaba por la cadera.

El lento aunque robusto empellón inicial colmó mi recto en un instante, el grosor de su enorme paquete me incomodaba. El esfínter ceñido, la sensación de sentir su carne rellenar mi recto y al cabo de un momento vaciarlo, me exaltaba. Comenzó a balancear sus caderas a ritmo con suaves empellones. En los primeros instantes me enculó metiendo sólo el extremo. Comenzó acariciar con ambas manos la suavidad mi cuerpo desnudo. Pellizcaba ambos pezones aumentando mi placer. Yo no dejaba de quejarme, mis gemidos y suspiros llenaban el ambiente. Todo mi yo vagaba en una dimensión de extrañas pero maravillosas sensaciones de voluptuoso placer, en el que se mezclaba una suerte de sometimiento y entrega íntima.

A cada instante sus empujones crecieron en velocidad. Cada vez aguijoneaba con mayor énfasis mis intimidades, hasta que toda su longitud entraba y salía por el sufrido agujerito. Leroy embestía, entonces, como verdadero semental en toda su furia. Me deleitaba en exceso. Un contradictorio miedo invadía mi ser y me hacía sentir insegura en sus brazos. Esa inseguridad que caracteriza a toda hembra cuando es montada por su macho durante la realización de la naturaleza en pleno entregada al desenfreno del sexo. Y a pesar de ello estaba contenida en sus musculosos brazos.

Acarició mi pupo y deslizó su hosca mano hasta posarla sobre el pubis. Concentró sus movimientos vibratorios sobre la vulva hasta que pude sentir la llegada de un fuerte orgasmo ayudado por la estimulación de sus dedos sobre el clítoris. Al advertir el frenesí de mis jadeos incrementó él los movimientos de su mano y de sus caderas. En un instante olvidé toda molestia y la incomodidad se transformó en placenteras convulsiones que me elevaron al estado de éxtasis. Esa hombría que hacía mía con cada golpe del macho que me atiborraba. Nunca olvidaré aquel primer orgasmo provocado por el deleite anal en mis precoces doce años.

Nuestros cuerpos continuaron sacudiendo su frenesí en tan erótico clímax. Jadeantes nos retorcíamos en resbaloso abrazo. Podía sentir los sonidos que producía su vientre y sus piernas al estrellarse contra mi redondeada cola. La sola idea de provocar placer me resultaba excitante. Pronto regresó esa sensación a mi ceñido esfínter. Ni mi entrecortada respiración o apretados los labios lo atenuaba. El semental, aferrado a mi cintura mantenía el control de la situación. El momento parecía una eternidad. Lo ayudé meneando el trasero en círculos para aumentar su placer, acentuado por el roce resbaloso de nuestras jabonadas pieles y en un instante sucedió. Sus convulsiones generalizadas y sus brutos empellones me indicaron la llegada de un frenético orgasmo.

Un fuerte jadeo y largos resoplidos fueron las señales que su semen invadía mi recto, liberado por el estertor lujurioso de tan varonil gesto. Toda su naturaleza escapó en fuertes latidos de su falo perforando lo más íntimo de mí ser. Casi podía sentir sus lujuriosos jugos colmando mis entrañas.
Aferrado a mi cintura, recuperó su aliento hasta lograr la calma que sucede al placer. Su rígida columna dejó de palpitar y recuperó su flacidez. Con timidez la deslizó fuera de mí. Mientras una intensa sensación me recordaba el ímpetu del acto vivido.

Se apartó Leroy un poco mientras Martha hacía un primer plano del vapuleado agujerito escocido, para grabar el momento en que el pegajoso néctar se deslizaba afuera, humedeciendo mis piernas.
Permanecí inmóvil hasta recuperar un poco mi trasero adolorido. Luego, a tientas me acerqué a Leroy, relajándose ya bajo la tibia lluvia que, nuevamente, caía sobre ambos. Lo miré a los ojos, él con cierto sentimiento de culpa encogió de hombros y me abrazó.

Martha siguió grabando mientras ambos descansábamos confundidos en un abrazo bajo el agua de la ducha. Enérgicos golpes de palmas rompieron la paz del momento. Era Betty que se había sumado como espectadora.
Martha nos felicitó y aseguró que era la escena más erótica que había grabado. Al retirarme, me confió que tenía en mente otros actos similares. Con una sonrisa me despedí de ella, hasta la próxima.

Más tarde vería toda la escena una y otra vez, con la certeza que había resultado todo un éxito. Aunque al verla me parecía mucho más breve que lo percibido durante aquella mañana inolvidable. Al terminar el día, volqué los detalles en mi diario íntimo, gracias al cual y con ayuda del video, puedo relatarlo con precisión.

Hubo de pasar un tiempo, inmediatamente después de cumplir los trece, hasta que volvimos a tener un encuentro similar con Leroy. Esa ya es otra historia.

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