De rodillas por detrás historias de sexo gratis

Autor: borraska | 30-Apr

Heterosexuales

DE RODILLAS POR DETRÁS

        -Mi novio dice que un tío no puede ser amigo de una tía hasta que no ha follado con ella ¿qué te parece?- dijo Ana.

        Estaba junto al tocadiscos, pinchando uno de "Burning". Yo, sentado a la mesa en la que habíamos cenado, fumaba el canuto que me había pasado haca un momento. Igual por eso no entendí que pretenda con aquellas palabras, si se trataba solo de un comentario o había en ellas una invitación. Tampoco. El canuto no tenía demasiado que ver. Nunca entendía lo que Ana quería decir.                                                   

        La había conocido hacía un par de años, a través de la sección de contactos de la revista porno en la que yo escriba, y aunque de esa manera, por carta, éramos capaces de decirnos las cosas ms íntimas cuando estábamos juntos no dábamos pie con bola. Habíamos tenido media docena de citas y todas habían sido un desastre. Ella sabía que yo escribía aquellos relatos y por eso intentaba siempre hablarme de cosas profundas e inteligentes, como si no fuera evidente que lo único que yo pretendía con mis cuentos era, además de ganar algunas pesetas, hacer saber que tenía una polla enorme y de esa manera ligar un poco. Sin embargo desde que echaban programas sobre sexo en la tele los mitos estaban muy devaluados y yo no me comía una rosca. Por eso, cuando ví el anuncio de Ana en la revista, no me lo pensé y decidí escribirle.

        "Pesimista incorregible busca alma gemela con quien mantener correspondencia y dar por culo... al mundo", decía ella, pero yo suponía que en una revista como aquella lo que en el fondo buscaba era follar, igual que todos los demás. Los demás, no obstante, sus anuncios, resultaban demasiado explícitos y me intimidaban. En el fondo yo era un reprimido que me pasaba todo el día machacándomela como un macaco, tirándome a las mujeres de papel con las que compartía vecindad en la revista y escribiendo después esas fantasías para volver a machacármela, así que las cartas me parecieron un buen sistema para vencer mi timidez. Fué un error. Siempre se me ha dado bien escribir pero mi polla en realidad no es tan enorme como en los cuentos. Del mismo modo el tipo que yo pintaba en las cartas era sensible, inteligente, divertido... un primor, vamos, de manera que Ana acabó idolatrándolo. Después, cuando estábamos juntos y ella me decía todas aquellas cosas tan raras aquel tipo resultaba en realidad un gilipollas que sonreía bobaliconamente y no sabía que contestar. Ana entonces pensaba que había hecho algo mal y decidía largarse a casa muy triste. Y por otra parte desde el primer día en que me vió no pareció mostrar ningún interés físico por mí. Siempre andaba "mi novio dice esto, mi novio dice lo otro", lo cual me jodía bastante, pues Ana estaba muy buena y yo era incapaz de pensar en ella con otra cosa que no fuera el pito. Sin embargo al cabo de un tiempo sus cartas, su devoción por mí y mis relatos y aquel interés desmedido por agradarme acabaron logrando que ese afecto fuera correspondido. El problema era que por mucho que nos esforzáramos nunca dabamos con la clave que nos hiciera conectar.

        Aquella tarde, por ejemplo, habíamos cenado en su casa y todo había vuelto a ser desastroso. Afortunadamente nos encontrábamos ya en el café, la copa y el porro y pronto volveríamos a escapar el uno del otro, de nuestra incómoda falta de sintonía.

        Era verano y todavía no había anochecido. Cuando Ana acabó de poner el disco se acercó a un sillón que había junto a un ventanal y, dándome las espalda, se arrodilló sobre él y contempló el cielo, un crisol de tonos naranjas y violáceos en el que poco a

poco el sol se iba hundiendo, difuminando. Yo seguí fumando el canuto en la mesa.

        

                        "De rodillas por detrás,

                         es como te gusta más,

                         de rodillas frente a tí,                                       

                         es como me gusta a mí"

                                    

tarareaba Ana, y meneaba su culo al compás de la música. Empecé a ponerme malo, por eso y por el hachís, al que en realidad no estaba acostumbrado. De repenté sentí uno de esos arrebatos de valor que de vez en cuando todos tenemos, como si nos inflara el cuerpo por dentro, me levanté y me dirigí hacia ella. Ana no me oyó, así que cuando me acerqué, retiré su pelo y la besé en el cuello, la pillé por sorpresa. Pero no le dí tiempo a pensar, ni a ella ni a mismo. Rodée su cintura con mis brazos y pegué lentamente su cuerpo contra el mío, de modo que sintiera mi erección.

        Sorprendemente dió resultado. Ana me aceptó. Lo hizo saber apretándose contra mí, chupando los dedos de la mano con los que comencé a acariciarle la cara y echando la cabeza ligeramente hacia atrás. Yo introduje entonces mi lengua dentro de su oreja. Pude percibir en su cuello las palpitaciones de su corazón. A mí el mío se me había derramado entre las piernas y también lo hice latir allá abajo, contra su culo, que ella movía ahora lenta pero rítmicamente.

        Deslicé las manos debajo de su camiseta. Mierda. Llevaba sujetador. Yo siempre he sido un tío de culos, las tetas no me ponen tan cachondo, así que las traté con menos delicadeza. Al principio las manoseé un poco, superficialmente. El tacto de la tela era suave, pero no por eso dejaba de ser tela, así que retiré el sujetador colocándolo por encima. Resultaba un tanto brusco e imagino que incómodo para Ana, pero ella no protestó. Seguía siendo su ídolo. Agarré pues sus tetas, cada una con una mano. Estaban calientes. Comencé a frotar los pezones con las palmas, hasta que se pusieron duros. Entonces los acaricié con las yemas de los dedos.

         Ana, entretanto, había echado su mano al bulto en mi bragueta y después de sobarlo un poco intentó desabrocharla. Yo hice lo mismo. Mis manos descendieron por su estómago, se detuvieron un momento en el ombligo y después toparon con el pantalón. Ya no hacen pantalones con cremallera, así que optamos por desabotonar cada uno los nuestros. Una vez hecho metí la mano por debajo de su braga y me apreté otra vez, ahora con la polla desnuda, tiesa, dura, enorme, contra su culo.

        El coño de Ana estaba húmedo. Yo busqué con el dedo el clítoris, pero llevaba demasiado tiempo sin estar con una tía y fué ella la que me tuve que guiar. Una vez allí lo acaricié, sentí que Ana se puso tensa, vibrante y que respiraba por la nariz. Yo lo hacía hasta por el último poro de mi piel.

        Coloqué mi polla verticalmente, acoplada en la raja de su culo y la froté unas cuantas veces, arriba y abajo, arriba y abajo, hasta que sentí que la sangre se me agolpaba, que iba a reventar. Entonces agarré a Ana de la cintura, la hice girar lentamente y conseguí que se reclinara sobre el sillón. Después intenté penetrarla así, de rodillas por detrás. Todo el rato habíamos permanecido de esa manera, ella de espaldas a mí. A los dos nos resultaba más cómodo. Si nos hubiésemos visto las caras habríamos echado a correr, como en las demás citas. Nuevamente fué ella la que tuvo que guiar. Una vez que estuve dentro Ana apoyó la cabeza en un cojín y levantó las nalgas. Así yo estaba en la gloria. Entré y salí varias veces. No iba a aguantar. Me corrí. Vaya mierda. Y es que después de tanto tiempo era normal.

        Me retiré un poco jodido, pero la languidez apenas duró un minuto. Ella había quedado tumbada boca abajo, con las piernas extendidas sobre mis rodillas. Seguimos sin hablar, ni siquiera para pedir el canuto, que humeaba volutas azules y retorcidas en el cenicero y comenzaba a oler a quemado y al que nos moríamos por pegarle unas caladas. De repente, a lo tonto, yo empecé a hacer remolinos en los pelos de su pubis, con una mano que había quedado aprisionada bajo las piernas, y más tarde a acariciarle. Ana volvió a respirar por la nariz. Supuse que aún no se había corrido, así que me arrodillé frente a ella, eché sus piernas sobre mis hombros y hundiendo la cabeza entre sus muslos empecé a trabajar con la lengua. Ella me acariciaba la nuca y marcaba el ritmo balanceando mi cabeza. Yo sentía calor, y un sabor salado en la boca, y también estaba cansado por la postura, pero a pesar de todo finalmente Ana tuvo una especie de sacudida, se retorció un poco en el sillón y relajó las piernas.

        Me aparté y me senté junto a ella. Otro rato sin decir nada. Después nos dimos cuenta de las pintas que teníamos los dos, con los pantalones y la ropa interior en los tobillos y nos reimos. Ana señaló mi polla. Estaba morcillona pero algo mustia, ladeada. La agarró y jugueteó con ella. Luego recostó la cabeza entre mis muslos y empezó a chuparla. Primero de arriba a bajo, de abajo a arriba, a veces hasta le pegaba un viaje a un huevo. Más tarde, cuando se puso dura y se bamboleó, gigantesca, se la metió en la boca y le dió unos cuantos lametones al capullo. Volví a estar a tope. Ana entonces se retiró, me quitó las zapatillas, los pantalones, los calzoncillos, se desnudó ella también y se sentó sobre mí.         Después volvimos a hacerlo, en esta ocasión más tranquilamente. Ana hasta recordó que tenía un condón y me lo puso. Bromeó al hacerlo, nos reimos. La miré. Ella me besó en la boca. Y de repente dimos con la clave, fué como si todo cuanto nos hubiésemos contado en las cartas lo hubiésemos hecho en realidad mirándonos a los ojos. Como si ella hubiera estado siempre allí. Incluso entendí lo que me había dicho hacía un rato, aquello de que un tío no puede ser amigo de una tía hasta que no ha follado con ella. Cuando separamos nuestros labios volví a mirarle.

        -Me parece que tu novio tiene razón- le contesté, y después le pegué un buen meneo.

        Fué el comienzo de una gran amistad.

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