Fin de semana para cuatro
Llevaba tiempo pensando en la posibilidad de enriquecer nuestra vida sexual con un intercambio de pareja, pero nunca me había atrevido a comentárselo a mi mujer, Miranda, ni por supuesto a nuestros mejores amigos, Blanca y Daniel. Así que todo surgió de la forma más natural. Habíamos ido a pasar un fin de semana a un chalé a la orilla del Atlántico y paseábamos los cuatro por una hermosa playa desierta una tarde bastante fresquita de otoño. Daniel, cuyo temperamento alocado ya conocíamos, propuso de repente:
- ¿Y sin nos diéramos un baño?
La propuesta era tentadora, pero la temperatura obligaba a pensárselo dos veces. Pero pensar más de una vez es una cosa a la que Daniel no está acostumbrado, y quince segundos después estaba completamente desnudo y corría a darse un chapuzón. Los otros tres, tras recuperarnos de la sorpresa, le mirábamos divertidos gritándole y dándole ánimos desde la orilla. Ya estaba yo pensando en ir a hacerle compañía, más por caridad y por no dejarle solo que por verdaderas ganas de coger una pulmonía, cuando, ante mi mayor sorpresa, fue Miranda la que se sacó el vestido por la cabeza, se bajó las bragas, y salió corriendo a reunirse con Daniel. Yo no salía de mi asombro, pues habitualmente Miranda es bastante tímida. Blanca me sacó de mi ensimismamiento.
- Quedaremos como unos sosos si no nos reunimos con ellos - dijo, mientras se desabrochaba el cinturón de los vaqueros.
Yo era sin duda el que más dificultades tenía para desnudarme, a causa de mi camisa y mis zapatos con cordones. Estuve listo diez segundos después de Blanca. Así que, en el trayecto hacia la orilla, tuve tiempo de contemplar el apetitoso cuerpo de mi amiga. Nunca la había visto completamente desnuda, y la visión de su culo, lleno de arena porque había tenido que sentarse para quitarse los vaqueros, y de sus grandes tetas balanceándose con la carrera me produzco un hormigueo tal que agradecí sumergirme en el agua helada para no dar un espectáculo.
Hora y media después estábamos los cuatro en el chalé, frente a la chimenea, envueltos en los edredones de las camas y bebiendo un ponche. Habíamos pasado casi una hora en el agua, jugando como niños. Quizás el ponche estuviera demasiado cargado y eso es culpa mía, pues fui yo quien lo preparé, pues a los cuatro nos dio por reírnos y por frotarnos los pies entre todos para calentarlos. Una vez más, fueron Daniel y mi mujer los más atrevidos; a Miranda se le había derramado ponche por la cara y el cuello y Daniel empezó a lamérselo con ansiedad, sin parar de reír. Pronto empezaron a lamerse mutuamente y a fundirse en un beso lascivo.
- Mira Paul - me dijo Blanca muerta de risa - A mí también se me ha derramado el ponche.
Aquella fue mi oportunidad de lamer la cara y el cuello de Blanca. Como ella había dejado caer bastante ponche, éste se deslizaba hacia abajo así que, no quise perder la ocasión de echar un vistazo bajo el edredón:
- Tienes unas tetas preciosas, Blanca.
- Qué dices, son enormes - contestó con una mueca de descontento.
Enormes no era la palabra, la palabra era grandiosas, dos hermosos melones redondos y firmes. Descendí mi lengua y, como Blanca no hizo ademán para impedírmelo, comencé a lamer el ponche que había sobre ellas. Empezaba a pensar que quizás estaba yendo demasiado lejos, cuando oí a mi mujer riendo:
- Se ha acabado el ponche, pero voy a conseguir un poco más.
Y al volverme hacia nuestros dos compañeros pude contemplar un espectáculo asombroso. Miranda agarraba la polla de Daniel y se la metía en la boca hasta la raíz. No puedo negar que me sentí celoso, pero la visión de mi mujer comiéndole la polla a mi mejor amigo me excitó tanto que, cuando me libré del edredón, mi verga estaba tan dura que me dolía. De esta forma le llegó el turno a Blanca para mamar. Cuando se metió mi polla en su boca pensé que había entrado en el paraíso. Para no dar la impresión de dejarme hacer, le abrí las piernas a Miranda y comencé a comerme su coño. Estaba tan mojado que mi cara se impregnó de sus jugos. Daniel hizo lo propio con Blanca, y de esta forma formamos un círculo lamiéndonos los sexos en cadena. Círculo que se rompió cuando Miranda, decidida a llevar la voz cantante, empezó a gritar:
- ¡Dios! ¡Si no me folla alguien me va a dar un ataque!.
- ¿Me permites? - dijo Daniel educadamente, e Miranda abrió las piernas hasta lo imposible en señal de asentimiento; Daniel introdujo su verga sin dificultad en su coño y comenzó a follarla.
Blanca, por el contrario, prefirió ponerse encima; se introdujo mi polla y comenzó a mover frenéticamente el culo. Sus tetas bailaban rítmicamente, y le dije que aquel era el espectáculo más apasionante que había visto.
Era evidente que ninguno de los cuatro quería separarse por parejas, así que mientras follábamos intercambiábamos besos y caricias lascivas entre todos. Nunca había visto a Miranda tan excitada, sus movimientos eran furiosos, y no cesaba de gemir y gritar a Daniel, pidiéndole que fuese más deprisa y más adentro. Se corrió una vez, pero Daniel continuó jodiéndola con ganas. Lo que más nos excitaba a los cuatro era ver a nuestras parejas folladas por otro, no podíamos retirar la vista del espectáculo que ofrecían los demás. Blanca parecía bailar una danza salvaje con mi polla dentro de su coño. Nunca la había oído soltar un taco, pero ahora no hacía más que repetir:
- ¡Joder! ¡Joder! ¡Vaya polvo que estamos echando! ¡Me voy a correr!.
Dicho y hecho. Sentí cómo se corría, pero yo no quería terminar ya, aquello era demasiado bonito. Entonces Blanca se dio la vuelta y me ofreció la puerta trasera, aquello era una proposición a la que no me podía negar, así que le clavé la polla en el culo sin muchas contemplaciones, mientras ella lanzaba un ¡Ooohh! de placer. Aquello pareció muy buena idea a Miranda, así que se puso a cuatro patas y se abrió las cachas proponiéndole el culo a Daniel, que tampoco dudó mucho. Llevábamos unos minutos en esa posición, Daniel enculando a Miranda a cuatro patas y yo tumbado en el suelo con mi polla en el culo de Blanca, cuando mi mujer me pidió, casi suplicando:
- ¡Quiero que me folléis los dos! ¡Quiero estar llena de polla por todos los lados!
Tras asegurar a Blanca que después el tocaría a ella, cambié su culo por el coño de mi mujer. Sinceramente, creí que aquello era demasiado para ella, pero Miranda no tardó en desmentirme:
- ¡Oh, sí! ¡Seguid! ¡Más adentro, por favor!
Blanca no quiso quedarse inactiva, se sentó en mi cara y empecé a comerme su coño, mientras Miranda le metía la lengua en el culo. Cuando se volvieron a correr las dos, todos intercambiamos nuestros puestos. Yo enculé a Blanca mientras Daniel le follaba el coño, e Miranda se dejaba lamer por Daniel y Blanca.
Sentí que no podría retenerme más tiempo, y salí del culo de Blanca diciendo que había llegado la hora del ponche. Blanca agarró mi polla, le dio un par de meneos, y abrió la boca para recibir el preciado licor. Me corrí, parecía que mi semen no se iba a acabar nunca, pero Blanca se tragó hasta la última gota. Segundos después le llegó el turno a Daniel, e Miranda dejó que su esperma le rociara la cara, para después restregárselo en la cara de Blanca. No podíamos dejar de reírnos.
Pegajosos como estábamos los cuatro, oliendo a coño y a semen, nos metimos todos en la pequeña bañera repleta de agua caliente otra buena idea de Daniel. Allí, la extrema estrechez, el no saber de quién era la pierna de cada cual, nos volvió a excitar, y volvimos a follar, poniendo el cuarto de baño perdido de agua. Y tras el baño, la gran cama; y a la mañana siguiente, el jardín. Desde entonces seguimos viéndonos regularmente para follar juntos, y cada vez que pienso en ello, la polla se me pone dura, y entonces llamo a Miranda, o a Blanca, y me escapo del trabajo para follarme a alguna de las dos, según disponibilidad.
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