Infiel, pero que gusto...
Soy una mujer que cometió un enorme desliz, una falta que muchos no dudarían en llamar "pecado", y hasta hoy no me atreví a hablar de eso. Pero el cargo que tengo de conciencia es muy grande así que decidí aprovechar esta ocasión para desahogarme contando mi experiencia. Todo cuanto voy a referir a continuación es la pura verdad pero, por razones obvias, usaré nombres ficticios.
Siempre pensé que la amistad de Carlos con mi marido no era buena. Miguel y yo estamos casados desde hace tres años y, durante todo este tiempo, casi nunca salimos solos, y en cambio, las salidas con su grupo de amigos se han hecho una costumbre. Claro que esas salidas son divertidas porque ellos llevan a sus parejas y todos la pasamos muy bien.
Carlos es el único soltero del grupo, y por tanto, suele cambiar de pareja con bastante frecuencia. Quizás esa condición hace que sea tan desvergonzado que no desaprovecha ninguna oportunidad para hacerme insinuaciones. Todo ocurrió cuando tuvimos una pequeña fiesta en la casa de Carlos. Yo ya llevaba un embarazo de siete meses y, por tanto, mi estómago estaba bastante grande y debía usar esa ropa especial que nos hace ver tan tiernas a las futuras madres.
Como es costumbre todos bebieron sin medida menos yo, que debía cuidarme por mi estado. Debieron ser las dos de la madrugada cuando todos cayeron rendidos en el mismo lugar donde se habían sentado. Sólo Carlos, su novia de turno y yo estábamos despiertos. De pronto, la muchachita le dijo que quería irse a dormir.
- Vámonos, mi amor... ya es tarde - le dijo ella.
- Adelántate que yo te sigo dentro de poco - le respondió él.
Una vez que ella hubo desaparecido, él reinició su asedio.
- ¿Y...? - me preguntó - ¿Cuando te vas a animar?.
- Ya te dije que no - le respondí - Además, tú ya tienes a Elvira ¿no?... ella es tu novia.
- Ella es como las otras, una pasión pasajera y puedo terminar con ella mañana mismo... yo te quiero a ti.
- Mira, mejor no hablemos esas cosas. Aquí está mi marido y están todos los amigos. Nos pueden oír.
- Qué va. Están bien dormidos.
- No. Mejor no.
- Bueno, entonces yo me voy a mi habitación a dormir. Tú puedes ir a la de al lado, que está vacía.
- Prefiero quedarme aquí, con Miguel.
- No seas tonta. El frío le puede hacer daño al bebé.
Y sin decir más, se fue a su habitación donde le aguardaba ella. Pero Carlos tenía razón. Hacía demasiado frío así que, con sumo cuidado, hice que Miguel me soltara y lo dejé durmiendo a pierna suelta en un sofá, al igual que a todos los demás. Pero, al dirigirme a la pieza que iba a ocupar el resto de la noche, no pude evitar reparar en que la puerta de la de Carlos estaba abierta. Quizás hubiera pasado de largo pero unos jadeos despertaron mi curiosidad así que, con mucho cuidado, me asomé a ver lo que pasaba. Rosana estaba desnuda, arrodillada pero con medio cuerpo en la cama mientras Carlos, todavía vestido, le pasaba la lengua por el ano, bajaba por el canal hasta la vagina y se la metía causándole un enorme placer.
De pronto, él se levantó y se bajó los pantalones para sacar el pene más grande que yo jamás haya visto. Lo apoyó en la entrada de la vagina, pasó la punta por la vulva para lubricarlo y, de golpe, se hundió hasta el fondo. Elvira estaba gozando que era un gusto. Carlos la cogía de las caderas, para cobrar mayor fuerza en cada penetración, y se movía frenéticamente mientras ella, un poco adormecida por la bebida, le decía:
- ¡Así, amor, así, métemela toda... fóllame, fóllame... métemela hasta el fondo!
Fue demasiado para mí. Creí que me iba a dar un orgasmo ahí mismo así que me retiré y, siempre con sigilo, entré a la habitación donde iba a dormir. Aturdida por la escena que había visto, levanté la sábana y me acosté vestida. El orgasmo de Elvira le llegó tan fuerte que pude escucharla incluso ahí, donde me había echado.
- ¡Aaah... que gusto, aaah...!
Casi sin pensar, me llevé la mano a la vagina y empecé a acariciarme el clítoris. Llevé mis dedos más abajo y confirmé que estaba toda mojada por las escenas que había presenciado. Metí dos dedos lo más profundo que pude y empecé a masturbarme. No sé cuánto tiempo pasó pero, de pronto, sentí crujir la puerta. Aunque la luz estaba apagada, pude reconocer la sombra de Carlos en el dintel. Mi primera reacción fue la de gritar pero me contuve y me quedé quieta fingiendo estar dormida. Después de algunos minutos, él se acercó a la cama caminando de puntillas y aprovechando que yo estaba echada de costado, se acostó a mi lado. No pasó mucho tiempo cuando una de sus manos se apoyó en mi rodilla. Yo llevaba una falda de lana, de esas que no aprietan el estómago y un vestido de embarazada encima así que la mano de Carlos empezó a subir hasta encontrarse con mi abultado vientre. Pero él no buscaba sentir las patadas del bebé ni mucho menos. Cogió el elástico de la falda y empezó a bajármela muy despacio, como si quisiera evitar que me despertase. Yo casi no podía moverme. Mi corazón latía a mil por hora pero mantenía mi respiración acompasada, como la de la gente que duerme.
Me bajó la falda hasta la rodilla y empezó a acariciarme los muslos. Carlos siempre había apetecido mis piernas y lo probó en ese momento, cuando las acarició de arriba abajo y paseó su mano por toda la piel que tenía a su alcance. Entonces sentí que metía dos dedos suyos en mi vagina pero por atrás y eso me puso en una tremenda disyuntiva. Me di cuenta de que cualquier mujer despertaría ante eso así que dudé entre dejarle hacer y permitir que se diera cuenta de que yo estaba consintiendo todo aquello, y pararlo de una vez, pero perderme la oportunidad de tener ese enorme pene dentro de mí. Sin girar la cabeza, pregunté murmurando:
- Miguel... ¿eres tú?
- Sí, soy yo - me contestó, tratando de fingir la voz de mi marido.
El diablo había echado las cartas. Carlos creyó que se había salido con la suya al hacerme creer a mí que él era Miguel así que siguió actuando libremente. Tras hacerme una formidable paja con los dedos y recorrer las paredes de mi vagina, apoyó la punta de su pene en la entrada. Recordé el tamaño y grosor de aquel aparato cuando, minutos antes, se había zambullido en Rosana y no tuve más que esperar una similar embestida. Poco a poco, el tremendo pene empezó a invadir mi agujero. Miguel había dejado de hacerme el amor hacía unos dos meses así que creo que mi vagina estaba apretadísima porque sentí como que Carlos me estaba desflorando de nuevo. Pero no. Lo cierto es que aquella verga era demasiado grande y casi no cabía en mi coñito. Pero él estaba demasiado excitado así que siguió hundiéndola mientras el placer comenzaba a arrancar mis primeros jadeos:
- ¡Aaaah! - gemí.
Entonces sentí un tremendo dolor en el cuello de mi útero. Carlos había llegado al fondo. Quizás mi embarazo estaba muy avanzado y mi útero había descendido y, por eso, ya no había dónde más meter. Llevé mi mano hacia atrás y comprobé asombrada que Carlos todavía tenía medio pene afuera. Me asusté pero, al mismo tiempo, sentí un enorme placer al tocarle la verga, sentir que estaba dura, que las venas las tenía igual de gruesas y que estaba a punto de reventar por la excitación. Carlos empezó a moverse hacia adentro y hacia fuera pero, cada vez que la metía, el dolor me arrancaba irrefrenables "aies". Cuando parecía que aquello no iba a funcionar, él sacó su pene, que se había empapado totalmente con mis jugos y lo apoyó en la entrada de mi ano. Me asusté porque nunca nadie me había penetrado por ahí pero no pude detenerlo. Lubricado como estaba, el glande venció la resistencia del esfínter y se metió todo. Me mordí las manos para no gritar pero, aún así, un "uuummm" de dolor escapó por mi nariz. Pero el dolor se pasó bien pronto. Un enorme placer, una morbosidad que jamás había sentido me invadió así que llevé mi mano hacia su cadera y lo atraje hacia mis nalgas.
El no se hizo esperar y me hundió la verga tan profundo que sentí por primera vez sus huevos en mi carne. Ahora sí. Aquel terrible pene tenía todo el espacio necesario para moverse, así que empezó a bombear con fuerza, haciéndome gritar:
- ¡Aahh... cariño... ooohhh... me duele pero me gusta, sí... aahh... métemela toda hasta el fondo, rómpeme el culo!
Él no decía nada. Con el temor de verse descubierto, se limitaba a jadear profusamente mientras metía y sacaba su verga causándome un placer enorme, inmenso, tan grande como ese aparato que exploraba mis intestinos con una furia reprimida por años. Aunque era físicamente imposible, yo sentía que el glande me llegaba hasta el estómago mientras sus huevos golpeaban mis nalgas y sus manos pasaban de acariciarme las piernas a frotarme el clítoris.
- ¡Qué gusto, que bárbaro! - exclamaba yo.
Entonces sentí cómo su leche me llenaba los intestinos como un chorro caliente, espeso y burbujeante. No sé cuánto tiempo estuvo ahí, echado detrás de mí y con su verga metida en mi culo. Tampoco sé en qué momento dejó de estar dura ni cuando lo sacó y menos sé en qué momento se levantó. Solo sé que al día siguiente encontré a Miguel en su lugar, que nos levantamos, nos compusimos como pudimos y retornamos a casa.
Mi bebé nació poco después y cada vez que lo veo, recuerdo aquella noche en que le fui infiel a mi marido pero gocé como nunca antes en mi vida.
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