La infidelidad más temida

Autor: feddor | 31-Jan

Infidelidades
Mi esposa me calienta como ninguna otra mujer. Desde la primera vez que hicimos el amor supe que me daría todo el placer del mundo. Ella es muy bonita, diría exuberante, su pequeña cintura, piernas largas y bien torneadas y especialmente su culo redondo y parado hace que con sus treinta y cinco años, los hombres se vuelvan para mirarla cuando va por la calle. Al principio esto me trajo más de un problema por intentar reaccionar ante cada mirada morbosa de cualquier extraño, pero luego me acostumbré y solo me importa que ella se entregue a mí, cada vez que lo deseo.

Soy cinco años menor que ella y cuando nos conocimos éramos muy jóvenes, mientras que yo era virgen mi esposa había tenido otras parejas por lo que tenía experiencia y fue quien me enseñó como gozar dentro y fuera de la cama. Con el tiempo yo también fui dando lo mío y nos transformamos en una excelente pareja sin reparos para disfrutar a pleno nuestra vida sexual. Debo decir que yo estoy bastante bien dotado a decir de mi propia esposa y con ella pude aprender todo lo que sé sobre sexo, además de practicarlo asiduamente, también disfrutamos de las peli porno, las cuales vemos de tanto en tanto para calentar el ambiente previo.

Un día estaba regresando de un viaje de trabajo antes de lo planeado; decidí no llamarla para darle la grata sorpresa. Apenas ingresé a la casa oí algunas voces en el interior; pensando que había visitas, fui al comedor pero inmediatamente me di cuenta que los ruidos venían de la parte superior de la casa, donde tenemos el dormitorio. Por un momento me quedé en silencio e identifiqué sin dudas la voz de mi esposa, aunque más que hablar emitía jadeos... Subí sin hacer ruido las escaleras y a medida que ascendía confirmé que eran los jadeos que tan bien conocía cuando hacíamos el amor. En ese instante pensé que mi esposa se estaba masturbando, a ella le gusta hacerlo aunque nunca la había observado a solas; solo de imaginarlo hizo que me brotase la erección. Sin detenerme llegué hasta el frente de la puerta del dormitorio que estaba ligeramente abierta; del interior salía una luz rojiza que solemos encender para ambientar nuestros momentos de pasión.

La pequeña abertura era suficiente para poder observar; mis oídos escuchaban el sonido de la cama, sacudida con fuerza y los gemidos calientes de mi mujer... Ahhhhh... Mmm... Ohhh... parecía que estaba por acabar y no quería perderme esa escena. Cuando mi mirada llegó al interior, me quedé absolutamente paralizado, podía ver todo claramente... mi esposa estaba en cuatro patas sobre la cama, sacudía su cabeza arriba y debajo de manera incesante, los dedos de sus manos se cerraban convertidos en puños sobre las sábanas revueltas, casi arracadas del colchón. Las piernas abiertas y su cadera hamacándose frenéticamente adelante y atrás sin respiro, gozando, gimiendo anhelante.

- Uhhh... Siiii!!! Más... más.- suplicaba.

Su lengua salía para lubricar los labios carnosos, aumentando su apetito, ávido de sexo. Detrás de ella un hombre la aferraba de los muslos y le enterraba una y otra vez su herramienta; él también estaba extasiado por los movimientos de mi esposa, por su cueva caliente, por el placer que le daba la entrega de su cuerpo. El hombre, sudoroso, presa de una calentura evidente, no cesaba de hundir su pene, cambiando movimientos suaves con otros más enérgicos, empujando para recorrer con su trozo ardiente todo el interior de ella. Tenía los ojos entrecerrados, se mordía los labios y le murmuraba cosas que no podía escuchar, pero a las que mi esposa respondía con más gemidos. Era algo mayor que yo, exactamente seis años, atlético y con clase, lo conocía perfectamente... era mi jefe.

En esa posición acabaron casi al mismo tiempo; los gemidos de mi esposa retumbaron en la habitación. Ella se irguió levemente y giró su cabeza para besarlo en la boca; él, aún sin sacarla, le devolvió un beso largo y profundo. Luego se retiró y pude observar el preservativo con abundante leche, colgando de un pene todavía hinchado y grueso.

Confundido, salí inmediatamente de la casa y conduje sin rumbo durante una hora, tratando de resolver cómo debía reaccionar... qué debía hacer. Decidí llamar a casa y avisé que llegaría en un par de horas. Cuando llegué mi mujer estaba espléndida, me recibió como siempre, con afecto y alegría de verme. Yo, algo distante, le dije que estaba muy cansado y me dispuse a tomar una ducha. El agua caliente me relajó, pero los pensamientos seguían abrumándome con aquellas imágenes que había observado, dando vueltas en mi cabeza... el olor a sexo, los gemidos de ella, el orgasmo final... Casi sin darme cuenta mi mano estaba acariciando el pene alzado y duro bajo la lluvia de la ducha, lo apreté y sacudí con velocidad; no tardé en eyacular copiosamente sobre los azulejos del baño.

Al día siguiente me encontré con mi jefe en el trabajo, aunque busqué en su mirada un gesto, una señal que pudiera delatar su aventura con mi esposa, no puede encontrar más que la misma actitud correcta y estrictamente laboral de cada día. No puede evitar alguna distracción cuando hablamos del programa de tareas que teníamos que adelantar para la semana siguiente, mi jefe me preguntó si me sentía bien o deseaba retirarme a descansar después del viaje que había tenido; la verdad es que verlo allí de traje y corbata, después de haber estado entre las sábanas con mi mujer, no resultaba nada sencillo.

Después me puse a pensar cuanto tiempo haría que se acostaban juntos, hacía al menos dos años que se conocieron en una fiesta que dio la empresa para festejar su primera década de vida. Sería desde entonces? Ocurrirá cada vez que me toca viajar al interior del país? Esto último me decidió a esperar a mi próximo viaje del mes siguiente; estaría ausente tres días pero esta vez iba a ser diferente.

Así fue que simulé el viaje, me despedí de mi esposa, partí con el coche y cuando se aproximaba la hora en que casi siempre salgo del trabajo, regresé y estacioné el vehículo cerca de la puerta de casa... solo restaba esperar. Ese primer día no ocurrió nada, después de un par de horas esperando me marché a un hotel desde donde llamé a mi mujer como lo hacía habitualmente. Al día siguiente hice exactamente lo mismo, pero el resultado fue otro; cuando ya me disponía a irme divisé el auto de mi jefe que estacionó en la calle de enfrente, tocó el timbre e ingresó a mi casa. No sabía que debía hacer, tenía la oportunidad de encontrarlos juntos y enfrentar la situación, pero parte de inseguridad, temor a perderla o no se bien qué razón me hizo soportar la espera sin tomar ninguna determinación. Esperé casi tres horas dentro del vehículo, hasta que volví al hotel; desde allí llamé nuevamente a mi mujer... la noté normal, cariñosa y atenta como siempre; incluso me regañó porque demoré en llamarla y estaba preocupada, nos despedimos y me deseó que descanse.

Casi no pude dormir, mi jefe estaba en la cama con mi esposa gozándola tal vez durante toda la noche... cuántas veces le haría el amor?... cuántos orgasmos tendría ella?. Había otras cosas que ahora me resultaban más claras; el trato que yo tenía con mi jefe era absolutamente normal, sin embargo siempre me habían tocado las mejores promociones de venta de los productos de la empresa, además el premio de fin de año había sido extraordinariamente generoso y por supuesto el último ascenso que tuve estaba por encima de mi trayectoria en la compañía. Era evidente que yo tenía una situación “preferencial” en mi trabajo y la explicación estaba más que clara.

En la siguiente oportunidad en que me tocaba viajar estaba decidido a ir más lejos, quería encontrarlos como la primera vez... en medio del acto. Sería traumático y humillante pero no podía continuar en la misma situación. Entretanto debo decir que mi esposa seguía llevándome al extremo cuando hacíamos el amor, se comportaba como una gata en celo y me dejaba exhausto. Parecía mentira que a mis espaldas estuviese metiéndome los cuernos con otro hombre y para colmo con alguien que yo conocía y veía diariamente.

La oportunidad llegó y nuevamente repetí la falsa partida y la espera ansiosa; en esta ocasión fue el primer día de mi supuesta ausencia cuando mi jefe llegó a mi casa. Tenía que esperar... no sabía cuánto tiempo acostumbraban a pasar juntos pero era claro que no sería un instante. Mientras esperaba imaginaba una y otra vez como sería la escena de mi llegada... que diría mi mujer... que excusa tendría él... y... que pasará luego. Perdonaré a mi esposa?... será ella quien me dejará aun cuando la disculpe? Me quedaré sin trabajo?... Todas estas cuestiones asaltaban mi mente mientras casi sin darme cuenta estaba frente a la puerta de mi casa, entrando sigiloso, lento como en un sueño.

En la planta baja no había nadie, solo unos vasos y una botella de whisky sobre la mesa,... habían pasado al dormitorio. Subí la escalera con cuidado pero al llegar arriba me encontré con la puerta de la habitación cerrada. El ojo de la cerradura daba directamente al centro de nuestra cama, había ropa desordenadamente tirada en el borde... no podía verlos aún pero escuchaba sus gemidos, los sonidos calientes y entrecortados de ambos. De pronto ella se sentó sobre un costado de la cama, dando la espalda a la puerta donde yo estaba; pude observar que tenía puesto solo la ropa interior... las bragas pequeñas dejaban sus glúteos al descubierto, ahora apoyados sobre las sábanas. Mi jefe se paró delante de ella, no podía ver su cara... tenía el torso desnudo pero llevaba el pantalón puesto.

Mi esposa comenzó a acariciarle la entrepierna para luego bajar el cierre del pantalón; extrajo su miembro y le dedicó su boca a pleno, succionando golosamente. Llevaba adelante y atrás su cabeza de manera rítmica, las manos de él le sujetaban el pelo por detrás, aprisionando su cara contra su miembro viril. Ahhh... Ohhh... exclamó él, preso de calentura. Un momento después ella apoyó el pene sobre su mejilla, cubriéndolo con su mano, acariciándolo suave pero firmemente mientras su lengua se dedicó a lamerle los testículos. Eso me permitió observar la tremenda erección de él y lo bien armado que estaba, su glande brillaba altivo, producto de los restos de saliva de mi esposa y el líquido seminal de él. Mi jefe seguía gimiendo, Asiii... asiiii... chúpamela toda, ohhh... que bien lo haces.

Mi esposa se paró delante de él y se bajó lentamente las bragas, él le desabrochó el sujetador y comenzó a lamerle los pechos. Mi mujer había inclinado la cabeza hacia atrás... aunque no alcanzaba a verla podía notar su cabello extendido sobre la espalda. El le acariciaba el culo, apretando con sus manos ambos glúteos, hasta que una de sus manos abrió su trasero y la otra se introdujo con uno de sus dedos hurgando en el año de mi esposa. Mmm... Ayyy... despacio!!! le escuché a ella, que de inmediato le ayudó abriendo aun más el culo con una de sus manos. A partir de ese instante no pude ver más por la cerradura, pero aún retumba en mi cabeza la voz suplicante y a la vez caliente de mi mujer.

- Por atrás no!... por favor, no... ahhh!!! uhhh!!! siiiiii!!... asi... todaaaa. No puedo más, me estoy mojando.

Yo me quedé apoyado sobre la puerta del dormitorio con mi oído pegado a ella; por los alaridos que escuché, el orgasmo de mi mujer fue brutal y parecía haber tenido más de uno al mismo tiempo. Indeciso, confundido y extrañamente excitado, me fui en silencio y no volví hasta que mi supuesto viaje había terminado.

Los días siguientes fueron normales, mi esposa me dedicaba lo mejor como de costumbre como si nada especial ocurriera. Seguía siendo deliciosa en la cama y hermosa día a día, pero no puedo entender por qué se acuesta con otro. El asunto es que sigo enamorado de ella y tengo éxito en mi trabajo; qué pasaría si le digo lo que sé; acaso perderé a mi esposa y mi trabajo?. Por otra parte, no niego cierta morbosidad y excitación pero cuánto podré soportar esta situación, que no deja de ser humillante?.

En verdad han transcurrido ya tres meses desde aquel día, cada vez que viajo sé que lo está haciendo mi esposa, aún no pude hacer nada y cada día me torturo más.

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