Una mujer admirable

Autor: carmenlove | 12-Oct

Autosatisfaccion
En eso me parezco a todos: cada vez que me ducho, me hago una paja. Exactamente igual que todos los hombres del universo mundo. Una vez oí que Sánchez Dragó se hizo trescientas sesenta y cinco pajas en un año. Tiene gracia, muchos consideraron eso una heroicidad. Yo llevo tres años pajeándome dos veces al día y nadie me ha dado un premio por ello. Había pensado escribir este relato con el único objetivo de que los amables lectores de www.PeruCaliente.com, por unanimidad, me otorgaran el premio al pajillero mayor del reino, pero luego ocurrió algo que me hizo cambiar de opinión.

Es posible que esta aliteración masturbatoria les haga pensar a muchos que mi vida sexual se reduce a eso. A todos aquellos que lo piensen tengo que decirles que llevan razón. Las tías no me quieren, dicen que soy muy raro, no hay manera de llevarme a la cama a ninguna. Supongo que mi torpeza se debe a esa manía que tengo de conocer a las personas con las que me acuesto. Conocer a alguien requiere muchos minutos de conversación, y en esa conversación es donde se halla el problema. Todas las tías que he conocido en mi vida, todas sin excepción, justo después de ese primer diálogo, me dicen:

A.- Qué lástima, pero adiós (éstas suelen ser mexicanas) o,

B.- Creo que no estoy hecha para ti; o,

C.- Estás como una puta cabra, tío, ahí te quedas.

La C es la que más duele, pero a fuerza de oírla ya ni me impresiona. Porque además, yo creo que no soy tan raro, después de todo me hago pajas cada vez que me ducho, y estoy convencido de que eso me convierte en un tipo normal.

Pero hace un mes sucedió algo que cambió el contenido de esos encuentros conmigo mismo. No iba a revelar que vivo en una isla de Gran Canarias, porque el lugar donde yo viva no influye para nada en el hecho onanista propiamente dicho. Si embargo, resulta que en Canarias hace buen tiempo, siempre hace buen tiempo, aunque lluevan chuzos de punta. Fíjense ustedes en las agencias si no, a ellas se las trae muy floja que llueva o que no llueva sobre las vacaciones. No les importa en absoluto mientras el flujo de turistas siga manando. Para ellas, en Canarias siempre hace buen tiempo. Lo siento, no me gustan los turistas, las mujeres de esta especie añaden una cuarta respuesta a las ya conocidas, a saber, “¿Todos los isleños sois así de raros?”. El caso es que el buen tiempo hace que me duche con la ventana abierta y que me duche dos o tres veces al día, sobre todo en carnavales, que es una época que le alegra la vida a los somormujos.

Una tarde, después de buscar pájaros muertos por los alrededores para mi colección particular, decidí hacerme una paja a todo volumen. Metí un DVD con música electrónica en el lector del equipo y le di caña. Sólo eran las doce y media de la noche, o sea, las once y media, como quien dice. Conecté los altavoces del cuarto de baño y el espejo se puso a vibrar al ritmo de la música. Esto, para hacerse una paja, es muy bueno, ayuda con la cadencia. Iba a imaginarme una mamada en la playa, y por ese motivo abrí el grifo del agua fría. Luego busqué a la protagonista femenina de la historia entre los archivos de mis derrotas. Recordé a Luisa, la funcionaria. Sí señores, era funcionaria, para que luego digan que yo soy raro. Ésta utilizó el silencio administrativo para darme la patada en el culo. Lo último que recuerdo de ella son sus palabras de despedida: “Vale, de acuerdo, mañana otra vez, nos vemos aquí mismo, en este banco, tú espérame sentado”. Al día siguiente la esperé durante más de lo razonable, pero no apareció. También recuerdo que tenía unas tetas de plan de urbanismo. Me pasé todo el rato que duró el encuentro mirándole las tetas. Oye, tenía las tetas tan bien puestas, tan ajustadas a su desmesurada medida, y con ese escote tan permisivo, que pensé que sería un elogio.

Esa tarde me desquitaría de la frustración. ¿Qué diablos tiene que hacer uno para que una tía así te enseñe las tetas? Luisa no quiso, y ahora yo estaba a punto de situarla muy cerca del lugar que le correspondía. Además, Luisa era de Las Palmas. Todos los tinerfeños que lean esto sabrán a qué me refiero. Una mujer perfecta para que te haga una buena mamada a la orilla del mar. La imaginé desnuda delante de mí, vi claramente sus tetas blancas, vi cómo se acercaban a mí, cómo me rozaban las pelotas… y entonces me sobrevino una erección de caballo. En ese momento abrí los ojos un momento y me pareció apreciar un cambio de luz en la sombra que mi cuerpo proyectaba sobre los azulejos, que no son azules, sino blancos. Sólo podía significar que había alguien en la ventana. Madre mía, pensé, una tía buena que ha venido a desvalijar la casa y me ha pillado haciéndome una paja. Ni se me ocurrió pensar que se trataba de algún vecino o vecina que quería darme las gracias por permitirle oír una música tan exquisita. Mis vecinos son unos desagradecidos, además, recordé todos esos titulares de los periódicos: “Una ladrona no roba en una casa porque se queda mirando cómo el dueño de la misma se pajea”. Oye, que a fuerza de escuchar la misma noticia, acabas por creértela.

La imaginé vestida de negro, con una de esas camisetas ajustadas que permiten contemplar sin problemas hasta los más pequeños detalles del paisaje teutón. Una tía que te cagas de buena, una de esas tías que ves por la calle y piensas, me la llevaría de vacaciones a Canarias. Luego te das cuenta de que tú estás en Canarias, gilipollas, y mientras tanto la tía ha desaparecido de tu vista y de tu vida para siempre. Pues una de esas.

Joder, en cuanto me di cuenta de esto dejé de pensar en Luisa. Vamos a ver, Luisa era funcionaria, mientras que ésta era una tipa que te atracaba con una camiseta negra muy ajustada, y al atracarte te pillaba haciéndote una bendita manola y se quedaba mirándote, despreciando los objetos que podían haber sido suyos. A la mierda Luisa, decidí, por muy turgentes que fueran sus tetas. Y ya no pude pensar en otra cosa hasta que me corrí. Entonces abrí los ojos y la sombra había desaparecido. Todavía estaba acojonado por la pistola con la que debió apuntarme durante toda la función. No obstante, me repuse y me asomé a la ventana para verle el culo mientras huía. Seguramente, su culo contenía una gran cantidad de pajas en potencia. Pero no la encontré. Sólo vi a mi vecina de setenta años corriendo entre los jardines de la urbanización. Y luego dicen que yo soy raro, pero que una anciana se ponga a corretear por los jardines de la urbanización a más de las once y media de la noche, eso, eso lo consideran deporte o cosas peores. Pero nadie se escandaliza. En cambio, que uno se sepa de memoria las matrículas de todos los vehículos que aparcan en el garaje es para ellos un motivo suficiente para llamarle raro y no dirigirle la palabra ni aunque se esté ahogando un niño cerca. Hay que joderse. Desde luego, di por hecho que la experiencia había sido casual y, por tanto, irrepetible. Así que al día siguiente le perdoné la vida a Luisa y me la traje de nuevo a una de esas playas que tanto salen en los folletos turísticos.

Habían pasado tan sólo una tarde y una noche desde la última paja, por lo que apenas me costó evocar de nuevo el recuerdo de la funcionaria. Sin embargo, justo antes de introducirme su teta derecha en la boca observé que algo iba mal. Y eso pasa porque a veces, mientras uno se masturba, uno se distrae por cualquier cosa, por el tonto recuerdo de Susi, por ejemplo, y abre los ojos y se da cuenta de que el mundo que le rodea contiene una anomalía. Le puede pasar a cualquiera. Y a mí siempre me pasa, por muy excitado que esté: pienso en Susi y todo se me viene abajo. No me pregunten a qué se debe esa reacción, yo tampoco lo entiendo. La verdad es que Susi es una de esas mujeres que te parten el corazón en todo momento, que nunca ves por la calle porque son muy raras, y que si las ves es que van solas y tristes con destino a ninguna parte. Entonces te entran ganas de encontrarla por casualidad y decirle que es la mujer más hermosa de la Tierra, la más enigmática, la mujer de tu vida, pero luego la encuentras y no se lo dices, no sabes por qué, a lo mejor para no agravar su tristeza. La tristeza es lo único verdaderamente nuestro en este mundo de ajenidades. Quién sabe. Quién diablos lo sabe. El caso es que pensé en Susi y vi la sombra. Sí, amigos, ahí estaba. La misma sombra esquiva de la tarde anterior. O sea, que la buenorra había vuelto para ver cómo me hacía otra paja. Esta vez la imaginé sin pistola. Lo cual me relajó un montón.

No pensé que hubiera venido a robar de nuevo. Eso era absurdo. Lo más lógico es que le hubiera gustado ver cómo disfrutaba de mí mismo y hubiera querido repetir. Vamos, no tuve ninguna duda de eso, y esta vez hice de mi amor propio toda una exhibición de atleta. Pero cuando me asomé a la ventana, ya se había ido. No estaba. Su dominio de la invisibilidad rozaba la perfección. Sólo vi a mi vecina corriendo por los jardines como una estúpida. La portera la acompañaba. Entre las dos sumaban unos ciento cincuenta años. Menuda gilipollez. Contemplar a dos viejas corriendo por los jardines es una cosa muy poco habitual, además de algo muy feo, así que me pasé todo el día pensando en eso. Ni siquiera pude ir a trabajar. Aquello era más importante. El puto teléfono estuvo toda la mañana sonando. ¿Cómo era eso posible? El teléfono sonaba toda la mañana y yo estaba allí. Eso sólo podía significar que también sonaba cuando yo no estaba en casa. Era como pillar a tu esposa en una orgía; o a tu perro follándose la cortina; o a un hijo de puta subiéndose en tu barco. En fin, cosas muy malas. A las diez de la noche dejó de sonar y a mí me entraron ganas de ducharme de nuevo. Había algo adherido a mi piel que nunca conseguía eliminar con el agua. Una cosa lúgubre y sucia de la que no podía desprenderme por muchos enjuagues que me diera.

A Luisa la imaginé sentada en su mesa de la Administración, administrando el mundo, pero muy lejos de mí. Estaba seguro de que la atracadora volvería en cualquier momento y me concentré en los azulejos. ¿Por qué les llaman azulejos, si son blancos? Treinta o cuarenta segundos después observé el cambio de luz. Allí estaba otra vez la sombra de la amable ladrona. Cerré los ojos con fuerza y me giré hacia la ventana. Si tenía que ver mi pene erecto, que lo viera, para eso había venido no te jode.

En esta ocasión reconocí que era más rápida que yo y ni siquiera me asomé a la ventana. Desde entonces sólo ha pasado un mes, pero os prometo que ella no ha faltado ni un solo día a nuestra doble cita del baño, lo cual la convierte en la única dama que no me considera raro, la única con la que podría llegar a convertirme en padre de familia. Desde luego, una gran mujer, una mujer admirable.

Carmen Love
Julio del año 2006.

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