Compañera de Universidad

Autor: Anónimo | 01-Jun

Lesbianas
Es verdad que yo la miro de una forma bien particular. La mía es una mirada perseguidora. Me gusta seguir el color rojo de su blusa proyectada por la forma insolente de sus pechos o el perfil maravilloso de su trasero que ondula entre otros traseros menos atractivos. Eso yo lo sé, pues podría reconocer su trasero entre muchos, por ese contoneo que describe un imperceptible círculo en el espacio y que me amarra a ella como una cadena invisible tensada por mis deseos ocultos.

Y eso es así porque desde que identifiqué a Susana entre mis muchas compañeras de universidad, estoy llena de deseos, ocultos, que primero me causaron vergüenza, que luego fui aceptando como un hecho indesmentible, para terminar, como es ahora, disfrutando de ellos, analizándolos, seccionándolos para vivirlos mejor y entregándome a impetuosos juegos sexuales de autosatisfacían mientras repito su nombre bajo mis sabanas. Me gusta evocarla sobre todo en las mañanas de los días domingo, cuando sé que estoy sola en la casa y entonces puedo repetir su nombre en voz alta acompañando a los movimientos promiscuos de mi mano que me busca y engrosar mi voz al nombrarla como en un quejido profundo mientras se derrama el orgasmo que me acerca mas a ella y me hace tremendamente feliz.

El día lunes, de nuevo en clases, Susana suele saludarme con una sonrisa. Su alegría despreocupada y su conversación intrascendente me da a entender que en ningún lugar, ni de su mente y menos aun en su cuerpo, guarda algún sentimiento o sensación que tenga ni remotamente, que ver con lo que a mí me pasa con ella. Luego se aleja de mí con su caminar, que yo encuentro descaradamente provocativo, dejándome sumida en esa especie de sufrimiento corporal que se ha convertido en una especie de dependencia erótica que no sé ni quiero contrarrestar. Así, yo me encamino hacia una depresión manifiesta en medio de la cual seguramente me espera un caso clínico de difícil curación y hasta estoy dispuesta a aceptar mi condición de paria sexual si no fuera porque Susana apareció en la pensión donde yo rento mi cuarto.

Cuando la tuve frente a mí, las piernas me temblaban y ella se dio cuenta. Le dije que creía estar incubando una gripe y ella aceptó mi burda explicación con una sonrisa. El hecho que ambas estuviéramos allí solas me llenaba de inquietud. Me parecía que Susana podía percibir en el ambiente de mi cuarto, las evocaciones de mis noches de masturbación unida al recuerdo de ese cuerpo endiablado que ahora tenía frente a mí. Mis manos hipócritas, que no anhelaban otra cosa que acariciarla entera por todos su rincones, solo atinaban a dar vuelta unos papeles en mi mesa, como buscando algo que no estaba allí.

Susana se sentó al borde de mi cama y con mucha calma me dijo que quería proponerme compartir mi cuarto, que era bastante amplio, y de ese modo ambas ahorráramos dinero y como el mío estaba mas cerca de la universidad a ella le parecía lo mas adecuado, si yo lo aceptaba. La posibilidad de tener a la deseada mujer todas las noches acostada desnuda allí a cuatro pasos de mi cama donde yo estaría igualmente desnuda, fue una idea que se instaló en mi mente como una perfecta bomba de tiempo preparada para explotar en un futuro muy próximo. Podía ser que la proposición de Susana no tuviese ningún significado intimo ni sexual, pero yo ya había dado riendas sueltas a mis deseos, que salieron en tropel desde las cavernas donde los había sepultado y que ahora corrían como potros salvajes por mis pechos, por mis pezones, por mis nalgas por todos mis labios externos e internos y que me transformaba, ahí delante suyo, en una hoguera que ella podría hacer estallar solo con tomarme una mano. Nunca había estado mas caliente que esa tarde luego que Susana se marchó y no pude dejar de pensar en ella en el resto del día ni de la noche.

Al día siguiente Susana llego en un taxi a dejar parte de sus cosas en dos maletas grandes. Me dijo que estaba apurada y que volvería al día siguiente con el resto para instalarse definitivamente en mi cuarto. Cuando ella se marchó yo seguí trabajando en la redacción de mi trabajo que debía entregar al día siguiente, pero la verdad es que por sobre el perfil de la pantalla del ordenador podía ver las dos maletas rojas que reposaban sobre mi cama. Poco a poco la imagen de las maletas se fue apoderando por completo de mi mente y me di cuenta que en los últimos veinte minutos no había avanzado una línea en mi trabajo. Esos objetos perturbadores eran un avance de la intimidad de Susana que anunciaba su próxima presencia. Contenían seguramente sus cosas personales sus utensilios, sus libros y seguramente su ropa impregnada de su perfume, ese que yo percibo emanando de su cuerpo en los cortos momentos en que ella esta cerca de mí en la Universidad.

Ya completamente fugada de mi trabajo, me encontré de pronto junto a la cama acariciando una de las maletas con mi mano sudorosa, y mi corazón dio un golpe al darme cuenta que no estaban con llave y entonces una premura loca e irracional me llevo a abrirlas. Allí aparecieron en completo desorden libros, cuadernos calendarios y ropa. Comencé a revolver todo como buscando algo que no sabia que era. En el fondo había algunos zapatos, un buzo deportivo y ropa intima de Susana que me lleno de ideas descabelladas. Eran prendas como las mías y en medio de las cuáles había algunos discos de música en boga y de pronto en medio de ese caos un suéter enrollado bien al fondo que al extenderlo dejo rodar sobre la cama el objeto cilíndrico de color blanco que yo solamente había visto en las revistas.

Susana tenia ese vibrador que yo jamás me había atrevido a comprar. En ese mismo momento mi mente se pobló de imágenes perturbadoras, calientes y obscenas en las cuales aparecía Susana en medió de actitudes promiscuas y diabólicas en juegos grotescos o sublimes en los que ella encontraba niveles de placer desconocidos para mí. Pero lo que más me conmovía era la certeza de saber que ese instrumento si había estado muy dentro de ella, allí donde ni en mis fantasías más audaces yo me había atrevido imaginar. Mi sexo había cobrado vida propia y latía con desesperación bajo el llamado del deseo que ahora impulsaba a mi mano en un recorrido sin regreso hacia el placer supremo.

De rodillas junto a mi cama me fui reclinando lentamente, mientras separaba mis muslos y mis pechos inflamados de deseo tocaban los bordes de la maleta. Con los ojos cerrados produje la oscuridad para sentirla mas cerca y fui buscándome y buscándola mientras mis paredes se contraían contra la tibia dureza del vibrador, primero con delicada prudencia y luego con la energía de la hembra madura que se entrega y fui entrando ahora con sabiduría y ritmo mientras hundía mi rostro entre sus ropas impregnadas de su aroma.

Toda mi posición en ese momento, ensartada en mi misma con los muslos abiertos, agitando mis nalgas, para acercar mi fondo y mi rostro hundido entre sus bragas dispersas, eran la imagen misma de una entrega total al placer del más desesperado y completo de mis orgasmos.

Susana no lo sabe aun, pero ya es inevitablemente mía.

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