Corazones Gemelos – I, II, II, IV, V

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Capítulo 1.

Mi cabeza está hecha un enredo, ya que la situación se está saliendo de control últimamente. Y es que desde hace ya algún tiempo he comenzado a ver a mi propia hermana de forma diferente, con ojos con los que un hermano no debería ver a su relativa más cercana. La lujuria se ha estado apoderando de mí, y todas esas normas sociales y morales han comenzado a importarme poco o nada.

Me llamo Alexander y esta es la historia de como mi hermana gemela Alejandra y yo nos aventuramos en un abismo de placer pecaminoso, conocerás íntimamente las fantasías y realidades de nuestros corazones, además de cómo nos condujeron por el peligroso camino de un amor prohibido.

A mediados de mi último año de escuela, por ese entonces y hasta ahora la ebanistería se había convertido en mi pasión. El arte de crear hermosas piezas de madera a partir de las complejas formas comprendidas únicamente en mi imaginación ha sido mi vocación desde que tengo memoria, a su vez, considero que es una forma de escape del mundo real y sobre todo de la vida escolar, ya que desde pequeño se había tornado en el teatro de burlas y acoso por parte de mis supuestos “compañeros”.

En ese entonces no se me consideraba un hombre atractivo, por suerte yo tampoco lo hacía, y es que entre más rápido aceptes la realidad de tu aspecto, menor será el daño que podrán hacerte los comentarios despreciativos. Además de que con mayor premura podrás ir mejorando los aspectos con los que te puedas ir sintiendo más seguro, tal cual me sucedió a mí con el tiempo y con la gran ayuda de una mujer muy especial que pronto conocerán, pero primero debo avisar que comenzaremos algo lento. Tranquilos y no desesperen, pues las buenas historias siempre se hacen esperar.

Les comento un poco de mí: tengo ojos pequeños rodeados por grandes ojeras ennegrecidas, cabello negro un tanto desprolijo y en ocasiones opaco; falto de vida, mis orejas, aunque no son más grandes de la media, están orientadas muy hacia el frente por lo que dan la impresión de poseer gran tamaño, todas estas características junto con mi personalidad algo sombría y ensimismada, han hecho que las mujeres tomen cierta distancia de mí pensando que soy un “bicho raro”, además, no ayuda en nada que constantemente tenga que compartir aula y hogar con un sujeto material de comparación tal como lo es mi hermana Alejandra.

Ella es una hermosa chica de sedoso cabello color azabache; largo y brillante que injustamente camufla sus orejas, ocultando nuestro único defecto en común. Su tez porcelánica de coloradas mejillas le profieren un aura saludable, los ojos arriba de estas son algo rasgados y brillantes, de un tono acaramelado que, en conjunto con unas largas pestañas delicadas, labios levemente voluminosos y una nariz pequeña y respingada hacen de ella la chica más hermosa de nuestro curso (y es que me atrevería a decir que del colegio en general).

A diferencia de lo que comúnmente se cree, mi hermana gemela y yo últimamente ya no somos tan unidos, o al menos no tanto como de pequeños, nuestra vida fue similar a la estereotípica imagen que se suele tener de los gemelos: vestimentas a juego, actividades extracurriculares similares y una conexión especial que solo ambos parecíamos experimentar, pero nuestro distanciamiento dio inicio en cuanto me vi ampliamente superado por las capacidades de Alejandra; en lo académico, deportivo y social. Realmente al inicio no me importó, al haber nacido ella primero la considero mi hermana mayor y, por ende, la admiraba cuando era capaz de hacer algo que yo no, pero precisamente eso dio paso a que en mi familia se nos comparase y posteriormente en la escuela, al final era inevitable una conclusión donde yo fuera menospreciado, y fue así como decidí dar un paso atrás, permitiéndole brillar sola en el escenario de la vida.

De igual manera, siempre estuve y estaré en el foco de comparación, comentarios como:

“Una belleza como ella, ¿cómo puede ser gemela de un adefesio como él?” o “es increíble que sean hijos de la misma madre”

Eran el pan de cada día para alguien como yo, era aguantar las burlas por parte de las chicas junto con las vulgaridades que profesaban los chicos acerca de lo que le harían a mi hermana si la tuvieran desnuda frente a ellos, eran escenarios cotidianos que forjaron mi carácter reservado y solitario.

Lastimosamente, hay una similitud que ambos compartimos y la cual nos hace destacar para bien o para mal respectivamente, ambos medimos poco más de 1.80 cms, y en este país es un tamaño algo por encima de la media en hombres y demasiado en el caso de las mujeres.

Si me hubieran dado a elegir, habría preferido una estatura que me permitiera pasar desapercibido y no parecer escuálido; encorvado, mi hermana, por el contrario, hace gala de su porte, para ella es una cualidad que la hace mucho más apetecible y ella lo sabe a la perfección, siempre he pensado que ella es muy consciente de las miradas morbosas que atrae su figura y ha aprendido a jugar con el deseo de evocar fantasías en la mente de los hombres.

Con frecuencia usa medias veladas negras que le dan un aura de madurez, otras veces solo usa un par de calcetines cortos que permiten ver por completo la tersa piel de sus seductoras piernas y en ocasiones muy particulares cubre sensualmente esas largas extremidades con medias largas de algodón que recorren su piel hasta el ecuador de sus carnosos muslos, dejando siempre un espacio con respecto su falda de colegiala que permite ver la limitada franja de piel que pareciera estar meticulosamente medida para permitir la vista de un par de eróticos lunares en la parte posterior del muslo derecho, a escasos centímetros de la frontera que da inicio a su redondo y esponjoso culo; muchas chicas podían presumir de estar bastante desarrolladas para su edad, pero los atributos de mi hermana, diría yo, juegan en otra liga.

Sus anchas caderas y su delgada cintura hacen que su nalga se vea providencialmente más abultada y tonificada por encima de la falda, tanto así que, al caminar, el tiro de la prenda se levanta y bambolea de lado a lado jugando con la expectativa del espectador a que en alguno de esos vaivenes se debelen los tesoros resguardados bajo la delgada tela.

Más de uno ha recibido una fuerte bofetada como recompensa al tratar de indagar por mano propia que esconde la falda de mi hermana, no sé qué dirían al saber que, en casa, la misma mujer de sus más depravadas fantasías, se pasea por todas partes con unos pequeños shorts que abusivamente aprietan hacia arriba la zona baja de sus glúteos sin dejar casi nada a la imaginación.

El acelerado crecimiento de sus senos también ha capturado mi atención durante lo que va del año, ha tenido que cambiar al menos dos veces la talla de las camisas del uniforme escolar, pues con las anteriores, era muy común que perdiera botones gracias a la increíble presión que debían soportar para mantener recluidos sus redondos y descomunales pechos, sinceramente no podían verse más lascivas y a la vez elegantes en una mujer de su estatura y porte.

Y tras esa extensa presentación, me centraré en narrar los hechos que hicieron que empezara a verla más como una mujer que como mi propia hermana.

Todo comenzó hace algunos meses, un viernes tarde en la noche me encontraba ensamblando una librería en la que estaba trabajando por encargo de mi hermana. Mi afición con la ebanistería se transformó realmente en un trabajo de medio tiempo y gracias a la intervención de Alejandra, mis padres me habían permitido a regañadientes adaptar nuestro garaje para convertirlo en mi propio taller, en el cual se me podía ir el tiempo volando tal como me ocurrió esa noche, por suerte estuve inspirado y pude terminar el encargo de mi hermana antes de irme a dormir.

Cuando salí del taller bebí algo rápidamente y subí al segundo piso para avisarle a mi hermana que su biblioteca estaba lista, pero antes de llegar a su habitación miré mi celular y me sorprendió saber que pronto serían las 4:00 de la mañana, obviamente supuse que para entonces ella ya estaría dormida por lo que pensé mejor en comentárselo a la mañana.

Al querer pasar de largo una luz captó mi atención y me detuvo, se proyectaba por debajo de la puerta de su habitación indicándome que provenía de su interior.

  • Estará despierta- pensé.

Me decidí a entrar, pero al tratar de girar la manija esta estaba asegurada, me pareció extraño, pues ya de por sí ella no acostumbraba a cerrar la puerta de su habitación, algo en mi interior me hizo sentir que sería un gran error golpear en forma de llamado, cuando por azares de la vida, fui testigo de uno de esos momentos efímeros que se desarrollan especialmente frente a tus ojos, los cuales, si eres muy lento en reaccionar, te dejarán atrás y jamás tendrás una oportunidad igual.

Escuché lo que a primera impresión me pareció un quejido, acerqué mi oreja a la puerta y comprendí que no eran quejidos, eran gemidos y para mi sorpresa, ¡eran gemidos de placer! Mi corazón comenzó a bombear como nunca.

No soy un gran deportista, por lo que no podría estar completamente seguro, pero la adrenalina poseía cada rincón de mi cuerpo. Hice un mayor esfuerzo en escuchar centrando todos mis sentidos para captar nuevamente ese glorioso:

“Ah… Sí… Ah… que rico”

Mi corazón estaba a mil, no me bastaba solo con escuchar, también quería ver, me urgía comprender que escena se estaba desarrollando dentro del cuarto de mi hermana.

Miles de pensamientos cruzaron por mi cabeza, mientras los gemidos y ahora los nuevos sonidos de chapoteos que se unían a la función, nublaban mi mente.

Tanteé la posibilidad de ir corriendo al taller y traer alguna herramienta para abrir un hoyo en la madera, pensé también en asomarme por la ventana de su habitación; idea inútil al considerar qué estaba en un segundo piso, pero justamente eso era lo que me estaba generando la excitación de escuchar los gemidos de mi gemela, oscurecían mi juicio; me veía atontado sintiendo como mi pene poco a poco se levantaba y se iba haciendo espacio dentro de mi pantalón.

Al bajar la mirada para sacar mi miembro, vi nuevamente la luz que pasaba por debajo de la puerta y un segundo de coherencia me bastó para comprender que el orificio podría ser lo suficientemente ancho para ver a través de él, y como si de un imán se tratase, mi cabeza se precipitó de inmediato hasta estar completamente pegada al suelo.

Allí la pude ver, una de las imágenes más exquisitas que quedaran guardadas en mi retina hasta mi último día, tan nítido como si la estuviera viendo de frente.

Mi hermana gemela sentada sobre su escritorio, aun con el uniforme y las medias puestas. Su cabello algo desarreglado, su falda levantada y una de sus manos dentro de lo que parecía ser su ropa interior, a primera vista no pude confirmarlo con certeza, ya que tenía la pierna recogida sobre la mesa impidiendo ver su pubis.

Alcé la mirada y vi su cara teñida de pasión, con la expresión del más absoluto placer, sus ojos no se quedaban quietos, a veces cerrados y a veces perdidos en el vacío de la habitación.

En definitiva, el suculento placer la tenía poseída por completo, no me tomó mucho imaginar dónde estaba su mano realmente, por suerte, un prolongado espasmo que le hizo recoger los dedos de los pies y estirar las piernas, me permitió esclarecer mis sospechas, su delicada mano exploraba con constantes incursiones el interior de su vagina por debajo de su ropa interior, la tela de la tanga aprisionaba su muñeca contra su pelvis como si la estuviera obligando a perforar su orificio una y otra vez con sus estilizados dedos.

Yo deseaba saber cuáles dedos estaba usando, en qué cantidad, con qué frecuencia intercalaba su uso y aun sabiendo que estaba mal, saqué mi verga y comencé a estimularla de arriba hacia abajo tratando de sincronizarme con el movimiento de la muñeca de mi hermana.

Una perforación de ella era una jalada mía, cada espasmo en su cuerpo era un escalofrío en el mío y cada “Ah… sí… ahí…” era un gruñido acallado en mi boca.

No sé cuánto permanecimos así, pero en lo personal no quería que terminase, de repente ella aumentó el ritmo, sus dedos entraron en un frenesí tan lascivo que no supe ni en qué momento se había quitado la tanga; desapareció por completo, sus piernas comenzaron a agitarse en el aire, era como si buscara un soporte donde apoyarlas, se entumecían en el aire contrayendo sus dedos para posteriormente relajarlos y dejar caer sus lisas pantorrillas.

Ese constante vaivén lanzaba gotas de sudor y me imagino qué otra clase de fluidos al rededor, podría jurar que una gota cayó en la comisura de mi boca, pues al lamerla, un erótico sabor salado invadió mi paladar e hizo aumentar descontroladamente mi apetito sexual.

La Lujuria solo incrementaba más y más al ver la otra mano de mi hermana acercarse tímidamente a su propio cuerpo. Mientras la derecha profería placer constantemente en su sexo, la izquierda comenzó su travesía arañando levemente su pierna izquierda por encima de su media larga, la transportó sobre el rosado y sudoroso muslo donde lo apretó con fuerza, dejando marcadas sus uñas en él.

Lentamente, trazó un camino con su índice desde la parte superior de su muslo alrededor de la circunferencia de éste hasta encontrarse sorpresivamente con su otra mano en medio del pubis, por primera vez la mirada de Alejandra se centró en un punto y fue en su empapado coño. Asumo que quería prestar especial atención a donde iba a tocar a continuación con su mano libre, mientras incansablemente sus dedos seguían penetrando una y otra vez a través de su orificio, la otra mano acarició y luego apretó su tembloroso clítoris.

Intercalo entre ambos movimientos en lo que parecía ser una piscina de fluidos sexuales que embadurnaban ambas manos y se salpicaba sobre la masa en forma de cristalinas gotas.

  • Cuanto desearía poder probarlas una vez más – pensé con dificultad en una mente demasiado turbada.

Dos de sus dedos trazaron un rápido movimiento horizontal sobre el clítoris de manera tan agresiva que la obligó a lanzar su cabeza hacia atrás, profiriendo un alarido para nada cuidadoso, se escuchó perfectamente y resonó por los pasillos de la casa, tal fue la sorpresa que ambos nos detuvimos abruptamente.

Nos quedamos inmóviles y acallamos nuestras mentes intentando sondar el ambiente previniendo que nuestros padres no se hayan despertado, sé que ella se paralizó con la adrenalina de pensar que tendría que dejar su autosatisfacción a medias. Por mi parte, mis nervios se centraban en el peligro de ser descubierto por ella, pues solo le bastaría con girar levemente su cabeza a la derecha para ver mis morbosos ojos espiando cuidadosamente su intimidad.

Transcurrieron unos segundos que parecieron eternos y ambos nos arriesgamos a reanudar nuestro placer concluyendo que nadie se había dado cuenta del sonoro gemido.

No sé si fue la emoción de ser descubierta o el afán de terminar rápido, pero Alejandra aumentó el ritmo de golpe, por lo que, cómo buen hermano, me dispuse a seguirla.

Vi como sus caderas se movían de atrás hacia adelante como si estuvieran rogando por un pene y sin quererlo las mías la imitaron urgidas de una vagina, solo las fantasías más inmorales cruzaban mi mente, ya que nunca había añorado tanto algo como el cuerpo de mi hermana.

Su cabello danzaba caóticamente en el aire, sus grandes y esponjosos senos se levantaban y parecían querer escapar de su cuerpo, su esférico culo se estremecía revolcando todo lo que estuviera sobre la mesa.

Continuó con el trayecto de su mano izquierda, agarrándose la cadera y jugando con ella como si la mano no fuese suya y si de algún hombre que asumo la estaba penetrando en su imaginación.

Lentamente, su mano recorrió el costado de su cuerpo y se encontró rodeando un gran obstáculo, el cual era su pronunciadísimo seno izquierdo, lo sobo lentamente hasta encontrar sorpresivamente un duro pezón que sobresalía de la forma ovalada de la teta; marcándose por debajo de la camisa blanca, ahora transparente por estar empapada de sudor.

Apretó el pezón con fuerza como si quisiera despojarse de él y lo retorció provocando toda clase de gemidos y jadeos sexuales, pareciese como si estuviera activando un interruptor que la hacía rogar por más.

El ritmo incrementó aún más, sus hombros se encogían y alzaban, mis manos ya estaban pegajosas, las suyas mucho más, con mi mano libre me agarré el pecho deseando que fuera ella quien lo hiciera.

Mi hermana no dejaba de retorcerse, sus caderas golpeaban con mayor fuerza haciendo que más dedos se introdujeran en el interior de su vagina mientras más fluidos se derramaran por todas partes.

Su mano izquierda culminó su epopeya agarrando fuertemente su seno y apretándolo hasta que su límite físico lo permitiera.

En mi mente solo resonaba el nombre de mi hermana: “Alejandra, Alejandra… Alejandra”

y por un momento me pareció escuchar que de sus labios se pronunciaba un leve y casi imperceptible: “Alex, Alex… Alex”

No pude discernir bien, mi mente estaba hecha un lío y únicamente podía concentrarme en su mano perforando sin clemencia su coño, la otra, estrujando agresivamente sus tetas sin distinción, su boca mordiéndose un labio hasta casi desgarrarlo y sus ojos de intenso placer.

De repente una corriente atravesó nuestros cuerpos, yo puse mi mano firmemente contra la puerta mientras eyaculaba, viendo a mi hermana con su vagina al aire, levantada y abierta, inundando el cuarto de constantes chorros con penetrante olor a sexo, antes de expulsar la última rociada se mordió la falange del dedo que prácticamente había explorado todo su cuerpo para acallar el estallido de placer.

Nuestras mentes permanecieron en blanco disfrutando de la corriente de éxtasis que arrasaba nuestra psique.

No sabría decir si a las mujeres le ocurre lo mismo que a nosotros, pero los hombres experimentamos una especie de depresión posterior a la masturbación en la cual recibí de un único impacto la totalidad de remordimiento moral de lo que había acabado de hacer.

Mi mirada se posó en el vacío, por suerte Alejandra se tomó el tiempo de gozar su orgasmo, de inmediato el terror me invadió al ver un poco de mis fluidos al otro lado del umbral, mezclándose con el collage de líquidos junto a los pies de mi hermana, no tendría el valor de explicarle absolutamente nada de lo ocurrido por lo que limpie rápidamente mis despojos del pasillo y corrí a encerrarme en mi habitación rogando porque Alejandra, ni nadie, se enterara nunca sobre lo que pasó.

Pero durante toda esa noche un solitario cuestionamiento rondó mi mente y me libro sin querer de cualquier otra preocupación.

  • ¿Dijo mi nombre?

Capítulo 2.

Tras haberme dado placer apreciando la desnudez de mi hermana gemela sin su consentimiento, no pude sacar de mi cabeza la gloriosa imagen de su curvada silueta exaltada por la satisfacción. Desgraciadamente, tal evento fue completamente fortuito, pues varias noches habían transcurrido desde aquello y no he podido volver a gozar con un pecaminoso panorama igual al de esa velada.

Me he visto en la necesidad de contentar mi libido con las capturas visuales que pude retener a la perfección en mi memoria; la pornografía ya no me era suficiente, había abierto la puerta a algo mucho más excitante, más morboso; algo completamente prohibido e inmoral.

Solo rememorar la imagen de los duros pezones en las ominosas tetas de mi hermana, rebotando al ritmo de las embestidas proferidas por su pelvis en búsqueda de los delicados dedos que ingresaban constantemente en lo más profundo de su ser, impregnándose de la esencia de su sexo. Nada más eso podía generar en mí la suficiente emoción como para culminar mis momentos de autosatisfacción.

Todos los días, al encontrarnos en la mesa del comedor para desayunar o al tropezar el uno con el otro en la escuela, mis ojos se sentían en la obligación de escudriñar cada centímetro de su cuerpo, imaginando la desnudes de su piel bajo las capas de tela; más se demoraba en ella en saludarme que yo en desnudarla con la mirada recreando en mi imaginación todas las posiciones lascivas con las que me atrevería a penetrarla sin contemplación, ni clemencia.

La fantasía de mis deseos pecaminosos se prolongaba solo hasta encontrarme con la inocente sonrisa que me dedicaba su angelical rostro.

De inmediato mis burdos delirios sexuales eran apagados por una asfixiante sensación de culpa y remordimiento, pues había profanado la imagen de la persona que más admiro, transformándola en nada más que un trozo de carne destinado a inspirar mis más perniciosas ilusiones.

El efímero gozo dio paso a una gran campaña de autodesprecio, ya que muy en mi interior sabía que no era justo mancillar la hermosa imagen de mi hermana, quien había sido la única en tratarme con respeto durante los últimos años. Más doloroso fue saber después que ella seguía viendo en mí ese fiel compañero de aventuras.

Por suerte y aunque suene extraño, agradecí la llegada de la temporada de exámenes en la escuela porque restó mi atención a cualquier otra preocupación aparte de los estudios.

Era la última jornada de pruebas previa a nuestra graduación, por lo que necesitaría de toda mi concentración, ya que a diferencia de mi muy aplicada gemela a la que no se le daba difícil conseguir un 10 sobre 10 en todas las materias, yo debía hacer un esfuerzo casi sobre humano para obtener las mínimas calificaciones de probación.

No era frecuente que nos topáramos de frente en la casa por esas épocas, ella prefería estudiar con amigos iguales de aplicados que ella, mientras que yo me dedicaba a memorizar lo básico encerrado en el taller. Aunque siempre me ofreció su ayuda, desde hace un par de años había decidido no depender de ella para no retrasarle y arrastrarla conmigo a una vida de mediocridad, para mí estaba claro quién debía dar la cara por la familia y convertirse en la doctora que tanto deseaba ser.

Los exámenes transcurrieron como era de esperarse, notas perfectas para ella y las básicas en mi caso con una que otra grata sorpresa.

Algo que nunca llegue a comprender es la gran emoción que generaba en mis pares el celebrar tras un periodo de exámenes. Mientras que yo prefería recomponer las energías que me arrebataban los temas académicos, ellos no demoraban en organizar fiestas y reuniones con pretextos absurdos que camuflaban las verdaderas intenciones de libertinaje e inhibición; las celebraciones no eran más que meros pretextos para consumir alcohol y *** sin control a la vez que se practicaba sexo sin limitación alguna.

Puede que mis sentimientos de aversión se formularan por la envidia de nunca ser invitado, o realmente podría ser que le tuviera pánico a conocer hasta qué grado de inhibición podían llegar los participantes, pues sabía que mi hermana siempre era invitada y en ocasiones asistía con su grupo de amigos.

El horror perfectamente podía radicar en haber escuchado innumerables veces a mis compañeros hombres, comentarse entre ellos las proezas sexuales que habían realizado con quienes eran sus parejas y con quienes no lo eran. El escuchar las depravaciones que habían cometido entre todos, sin importar los vínculos afectivos, no me importaban en absoluto hasta hace poco, solo cuando comenzó mi insipiente interés por Alejandra empecé a prestar más atención a los comentarios que hacían referentes a su sensualidad.

Para entonces ya había tenido que escuchar en silencio y apretando los puños, cómo mis compañeros la denigraban y fantaseaba con el culo y las tetas de ella, jactándose de las perversiones que le harían a su boca y cuanto orificio se les ocurriera si llegaban a tener la oportunidad esa misma noche en la fiesta.

Mientras más se acercaba la hora de salida del colegio, más me impacientaba en huir del sitio, pues los murmullos y cuchicheos acerca de las profanaciones a mi hermana hacían cada vez más eco en mis oídos al punto de ser insoportables con el paso del tiempo, y peor fue mi sensación a llegar a casa y descubrir que Alejandra se estaba alistando para asistir a la tan aberrante reunión.

Se colocó un atuendo que al decir provocador me quedo corto. Una minifalda negra que cubría solo lo necesario con relación a su pronunciado culo, las rosadas comisuras de sus nalgas y muslos eran fácilmente visibles ante cualquier movimiento de su caminar; la más leve agachada revelaría a la perfección su sugestiva ropa interior de encaje color violeta que debelaba de forma traslúcida la tersa piel de su culo.

Una estrecha camisa negra muy pegada a su piel exponía a la perfección el descomunal escote que obviamente nadie estaba acostumbrado a ver bajo el uniforme escolar, sus tetas rebosaban y ponían a prueba la capacidad de estiramiento de la tela. Estoy seguro de que el más mínimo detonador de excitación haría que los duros pezones se elevaran muy evidentes por sobre la ovalada silueta de su busto.

Una sexy chaqueta de cuero escondía sus delicados hombros, pero acentuaba sus ubres, una junto a la otra, casi exprimiéndolas en el centro.

Su sensual clavícula descubierta y el largo de su cuello de tono perlado emanaban un dulce olor floral.

El maquillaje la hacía ver mayor y el cabello suelto adornado por una trenza élfica la hacía un deleite para los ojos.

Era raro verla sin medias que cubrieran sus largas y blandas piernas, pero por primera vez la vi con unas botas largas de tacón alto que cubrían desde sus pies hasta las inmediaciones de sus rodillas, haciéndola ver mucho más esbelta y sugerente.

Un fuerte escalofrío recorrió mi cuerpo; una rara sensación cruzó por mi corazón al momento de verla tan sensual y provocativa. Francamente, quise detenerla y pedirle que no fuera a esa fiesta; quería a evitar que se expusiera a esos depredadores sexuales que no dudarían en deleitarse, devorándola sin descanso, pero hice gala de mi carente valentía y permanecí en silencio viéndola partir.

Me odié aún más por eso, ya que frases como:

“Quien tenga sexo con ella esta noche será muy afortunado”

“Quiero cogérmela”

“Alguien que no soy yo la va a disfrutar”

“Quiero cogérmela”

“Ella va a gemir un nombre que no será el mío”

“Quiero cogérmela…”

Me atormentaron toda la noche y lo que hice a continuación sinceramente no me da nada de orgullo.

Era la noche de un jueves, mis padres tampoco llegarían a casa temprano, estaba en medio de la oscuridad únicamente acompañado por las pervertidas ilusiones de mi mente que desgarraban mi corazón al imaginarme las manos de otro hombre recorriendo las suaves curvas de mi hermana; sucias bocas deleitándose con la exquisita textura de los pezones de sus senos, rodeados por las diminutas y excitantes glándulas que sobresalen de las oscuras areolas; asquerosas lenguas profanando y saciándose con el dulce néctar que emanan los bordes vaginales de la estrecha entrepierna de Alejandra.

Esas lucidas imágenes me herían tanto como me excitaban, se hacía prácticamente imposible concentrarme en mis actividades con la madera.

Nuevamente, la bestia lujuriosa de mi interior venció mi cordura y me desplace con premura a la habitación de mi hermana, sin importarme nada en absoluto, vacíe los cajones repletos de ropa íntima sobre la cama y me lance sobre ella para autosatisfacerme palpando y experimentando las texturas de las tangas y brasieres que rozan día a día las partes más erógenas de mi gemela.

Me dispuse boca arriba jalando y recogiendo con exaltación mí ya pegajoso prepucio, cerré los ojos y comencé a imaginarme la figura de mi hermana frente a mí. En mi fantasía la tomé agresivamente de la cintura, estrechando mis manos con fuerza alrededor de su cintura y acercando de un jalón su pubis a mi alargado pene, penetré su vagina sin precaución o delicadeza.

Repasé con especial morbosidad cada expresión de placer que ya había visto en su rostro, sabía las caras que era capaz de hacer mi hermana y me imagine siendo la razón de la pérdida de su razón al agarrar sus tobillos y muslos para evitar que su pubis escapara de mis embestidas.

La penetré con más fuerza en cada ingreso e imaginé su abdomen y entrañas retorciéndose de placer mientras sus caderas ondulaban con la intención de absorber aún más mi verga, la forma esponjosa y suave de sus tetas rebotando al unísono y sus sonoros gemidos faltos de pudor me provocaron querer introducir hasta mis testículos en su interior. Me conformé con un par de dedos dentro de su boca, acariciando levemente su paladar, acallando los quejidos y bufidos provenientes de sus profundidades, de una zona muy cercana a los órganos sexuales que se revolvían con mi duro pene dentro de ella.

Le jalé el pelo y la ahorqué un poco; sinceramente quería destruirla en compensación por abandonarme e irse con esa banda de inadaptados que no la veían como yo lo hacía, para ellos solo era un juguete, para mí era una musa; una ninfa que había hechizado mis sentidos con sus prominentes caderas y abultados senos, mismos que no paraban de menearse esparciendo nuestro sudor entremezclado por toda la cama.

Mi cerebro hizo el mayor de los esfuerzos tratando de evocar las mismas palabras que ya había escuchado y combinarlas con diálogos de mi autoría. Vívidamente escuché:

“Dámelo Alex, más duro… dame así, rico… Ah… Ah… “

Carajo, sus ojos brillosos llenos de lágrimas, su boca exclamando placer, sus mejillas coloradas, al igual que sus duras mamas y sus carnosas piernas que se estiraban contraían con la constancia de los espasmos que generaba cada una de mis penetraciones a su empapado coño, me hacía querer llegar cada vez más profundo en su estrecho conducto.

Solamente fue hasta que la escuché diciendo:

“lléname por completo con tu leche calentita”

Que la tomé nuevamente de la cintura y la jale tanto hacia mí que sentí como mi uretra besaba su cuello uterino, inyectándola rápidamente con toda la carga que albergaban mis bolas, no retrocedí hasta no vaciarme completamente en ella.

Su irreal imagen se fue diluyendo hasta que volví nuevamente a mi verdadero entorno, me encontré rodeado de delicadas prendas femeninas empapadas de toda clase de fluidos impregnados con mi olor. Decidí descansar un rato allí acostado, desnudo sobre el lecho de mi gemela para recobrar fuerzas e ir a limpiar ese desastre.

Mi mente estaba en blanco, pero como si de una avalancha de karma se tratara, las imágenes de Alejandra desnuda en pleno acto carnal volvieron a mi mente, pero ahora quien la penetraba no era yo. Sin poder detener la maquiavélica proyección de mi inconsciente, implante sin querer la cara de cada compañero del curso en la silueta del hombre que penetraba sin clemencia a mi hermana gemela.

Lloré por un rato largo y me fui de allí, esa noche, aunque me quedé despierto hasta tarde, no escuché que mi hermana regresara a casa.

Capitulo 3.

– Alex, despierta… Alex – una autoritaria voz me extrajo de mi ensoñación – . Hijo, tu padre y yo ya nos vamos a trabajar, el desayuno queda preparado en la mesa, levántate rápido que no quiero que llegues tarde a la escuela.

Aunque ya estaba despierto, la pesadilla aún no terminaba, todavía tendría que aguantar a mis compañeros nuevamente alardeando de a cuantos culos se la introdujeron en la fiesta de la noche anterior.

Mi carente emoción por encarar este nuevo día me dificultó reunir las fuerzas necesarias para salir de mi habitación.

Al recorrer el pasillo y bajar las escaleras noté un silencio absoluto en la soledad de mi hogar. Por supuesto, mis padres ya se habían ido y asumí que mi hermana “La señorita perfecta” no permitiría que una leve resaca o el cansancio de una noche en vela le impidiera llegar de manera puntual a las clases de la primera hora.

Por mi parte, me tomaría mi tiempo, pues no albergaba muchas ilusiones de entrar al salón de clases ese día en particular, aprovechando que vivimos a un par de calles de la escuela, consumí mi desayuno con calma, aunque ya estuviese frío, recogí sin premura mi uniforme y me dirigí al baño para tomar una ducha.

Al estar a punto de ingresar a la cabina, noté que mi toalla no se encontraba en el gancho, una distracción fruto de mi desaliento matutino. Lo dudé un segundo, pero realmente no le vi el problema a salir completamente desnudo del baño en búsqueda de una toalla, al fin de cuentas estaba solo en la casa, ¿no?

Grande fue mi sorpresa cuando al abrir efusivamente la puerta me encontré de frente con una voluptuosa figura femenina que escaneaba de arriba a abajo toda mi desnudez.

Era mi hermana gemela Alejandra quien aún estaba en pijama, si es que a un top blanco más parecido a un sujetador y unas tangas de color rosado con corazones rojos se les puede llamar pijama.

La escudriñé con mis ojos tal como ella lo hacía, nos quedamos paralizados un breve momento que pareció extenderse por varios minutos. Sentí como sus pupilas bordeaban mi entrepierna hasta acomodarse en la punta de mi pene que no había demorado en levantarse para saludar, a la vez, yo satisfacía mi visión con la pronunciación de un par de gruesos labios que se marcaban por debajo de su tierna ropa interior, además de un par de lo que parecían pesados globos de carne que eran difícilmente sostenidos por ese top deportivo.

Nos violamos mutuamente con la mirada hasta que nuestros ojos se encontraron de frente haciendo que nuestras caras se enrojecieran de absoluta vergüenza.

– Pensé que ya te habías ido- pronuncié con voz temblorosa.

– Llegué muy tarde esta madrugada y quería dormir un poco más – respondió con un tono similar.

– bu… Bu… Bueno, el baño es todo tuyo, yo lo usaré después – tartamudeando, desvíe la mirada hacia un lado, pues la de ella no dejaba de ver mi erección y me hacía sentir muy incómodo – . Mientras te bañas te prepararé el desayuno.

– Gra… Gracias – tan rápido como me contestó, corrió al interior del baño y cerró la puerta de un golpe.

Traté de recobrar mi semblante y corrí a mi habitación a buscar qué ponerme para cocinarle algo rápido, pero un pensamiento rondó mi cabeza toda la mañana:

“se le pusieron duros los pezones al verme”

Ya en el colegio, por suerte las clases transcurrieron sin requerir mucha de mi atención, ya que mis pensamientos estuvieron toda la jornada dedicados al cúmulo de sentimientos entremezclados que hacían latir mi corazón con una melancolía ligeramente teñida de esperanza.

– ¿puede ser que se excitara al verme? – me repetí todo el día buscando alguna respuesta a la escena de la mañana, aunque aún el pensamiento sobre cómo o con quién había pasado la noche me carcomía por dentro.

Traté de animarme un poco (cosa que no hacía muy a menudo, he de decir) recordando y otorgándole mayor veracidad al momento en el que la vi masturbarse y venirse mientras decía mi nombre, existía la posibilidad de que…

– Te lo digo, Alejandra tiene ese coño bien afeitadito, esa rica vagina sabia deliciosa y su aroma no hacía más que ponérmela dura – le comentó Martín a sus amigos que caminaban a mi espalda a la salida del colegio.

Martín era el típico bully de escuela, de complexión atlética y excepcional jugador de futbol; inteligencia inferior a la del promedio y una absurda confianza en sus burdas capacidades de seducción envalentonadas por la camioneta que manejaba, seguramente comprada por “papi”. Nuestra relación como es de esperarse no es la mejor, había estado detrás de mi hermana desde el octavo grado y me desprecia por no haber accedido a afianzarle el camino hacia las piernas de Alejandra.

Estoy seguro de que el animal sabía que yo estaba escuchándolo a la perfección y maliciosamente entendía lo hirientes que serían esas palabras para mí. Intenté aumentar el paso para dejarlos atrás, pero el grupillo pareció seguirme ensañados en continuar la obscena charla, asegurándose de que mis oídos la captaran con lujo de detalles.

– Ese culo redondito seguía chocando con mi pene aun sin yo moverme, es como si me rogara que la culeara sin parar.

Ese último comentario me logró arrebatar una lágrima, pero intenté recomponerme antes de que notaran mi aflicción. El pasillo de salida se me estaba haciendo eterno, por lo que intenté acallar sus voces colocándome mis audífonos, pero en mi inocencia, lamentablemente creí que ellos me dejarían escapar de sus sandeces escudándome en mi música.

Un fuerte jalón en el cuello hacia abajo hizo que se me desprendieran dolorosamente los audífonos de mis oídos, el remedo de orangután se me había colgado de la nuca con el brazo, pues el imbécil era más bajo que yo, por desgracia, más fuerte también.

Junto a su grupo me aprisionaron en los baños y aunque muchos vieron el grupo de cinco atormentando a un único individuo, nadie hizo nada al respecto.

Me inmovilizaron en el piso boca abajo agarrándome cada una de mis articulaciones, solo Martín permanecía sin sujetarme, pero rápidamente se me sentó en la espalda y comenzó a vociferar.

– ¿Saben lo que le hice a la hermana de este? Cuando la tenía delante de mí en cuatro patas, añorando por mi verga, le metí un dedo en el culo sin cuidado y la muy puta gimió como perra en celo.

– ¡MIENTES! – grité con todas mis fuerzas.

– Estaba tan ganosa de pene que tuve que jalarle el pelo para que se callara porque estaba haciendo un escándalo tremendo, la zorra esa volvió a gemir y sus enormes tetas quedaron al aire, tuve que exprimir esas ubres mientras ella gritaba mi nombre

– ¿Miento? Dijo mientras esbozaba una sardónica sonrisa – . ¿Dime entonces tú, de quién es esta tanga?

Saco su teléfono y me mostró una foto tomada claramente por debajo de la falda de mi hermana, donde se veía su pubis escondido tras una fina capa de seda medio traslúcida color violeta, definitivamente era el sensual encaje de la ropa interior que yo mismo vi el día anterior.

De inmediato comenzaron las burlas de mis captores, sus risas resonaban al interior de mi cabeza y hacían retumbar mi cerebro contra el parietal de mi cráneo.

Algo dentro de mí se quebró, más profundo que mi pecho, aún más que mi corazón; en la raíz de mi alma algo se resquebrajaba, mientras que, pasmado, le rogaba al universo que mi hermanita no le haya brindado su cuerpo a semejante desperdicio humano, pero la confusión y el dolor dieron paso a la furia.

Si alguna vez había necesitado que mis 1,88 metros sirvieran para algo, era ese. Me sacudí como si fuera un animal salvaje al borde de la muerte y logré zafarme de mis captores. Nunca en mi vida había peleado, pero comprendía el uso básico de los puños, patadas, mordiscos, cabezazos y sobre todo codazos (luego me alegré de tener filosas articulaciones) no sé cuánto me tomó dejar fuera de la pelea a un par de ellos, ni cuantos golpes recibí en el camino.

El agua expulsada a chorros de los lavamanos rotos se entremezclaba con mi sangre y la de ellos esparciéndose por el suelo.

Empujé a alguien contra un espejo y me pareció sentir que Martín me apuñalaba en un costado con el pedazo roto del mismo mientras yo trataba de golpear a otro con la puerta de una cabina de inodoro.

La adrenalina estaba surtiendo efecto y tal como cuando espíe a mi hermana en su hora de placer, mi mente se nubló y solo pude ver a un cadáver frente a mí, aunque su porte atlético lo hacía ver más pesado que a mí, cargué contra Martín sacándolo de los baños hacia la mitad del corredor donde los estudiantes ya se habían empezado a agrupar escuchando el alboroto del baño, y en frente de todos, como si estuviera poseído por algún espíritu maligno, arrojé al imbécil contra el suelo y me abalancé sobre él profiriéndole innumerables golpes.

En algún punto el idiota perdió la conciencia, pero yo no el ímpetu, así que continúe un buen rato golpeando su irritante rostro.

Mientras el efecto de la adrenalina disminuía pude empezar a escuchar los murmullos de la gente, no le di gran importancia a los insultos que me estaban dedicando, pero si logré detenerme al ver entre la multitud, el aterrorizado rostro de mi gemela que me veía como quien observa a un monstruo de pesadilla; a un adefesio.

Las lágrimas que ya brotaban de mis ojos desde el inicio de la pelea incrementaron su flujo y corrí para escapar de las miradas acusatorias, corrí lo más rápido que pude en dirección a mi casa y me encontré en mi taller aislándome de la ya solitaria morada que era mi hogar.

No pasó mucho tiempo hasta que escuché que tocaban la puerta del taller, sé que así fue porque la gravedad de mis heridas no me habría permitido permanecer mucho más tiempo consciente.

Volví a escuchar el “Knock Knock” de la puerta seguida de la voz más dulce y melodiosa que jamás me imaginé oír tras semejante evento traumático.

– Hermanito ¿estás bien? Alex, ábreme la puerta por favor – comentaba mi hermana con una voz que claramente se partía al otro lado de la puerta – . Hermanito, por favor ábreme, estás sangrando mucho.

Tenía terror absoluto de encararla, no solo porque jamás la había visto mirarme con esos ojos, también, hacía mucho pánico en mi corazón el verla y no poder volver a hacerlo con respeto tras escuchar las obscenidades que Martín se jactaba de haberle hecho; mi alma se despedazaría por completo si abría la puerta y automáticamente mi ser la repudiara por lo que le permitió que le hicieran.

La escuché llorar y rogar una vez más que la dejara entrar por lo que cedí tal como lo hacía cuando éramos pequeños y ella me hacía pucheros porque quería probar cada uno de mis helados por más de que los suyos fueran más grandes.

Al abrir la puerta se me abalanzó en tremendo sollozo y me abrazó con fuerza, había algo en ese abrazo que nunca había sentido, algo cálido y reconfortante.

Me hizo sentar en una mesa y fue corriendo por su botiquín de primeros auxilios, me despojó de casi todas mis prendas a excepción de mis calzoncillos. Me inspeccionó con profesionalismo cada una de mis heridas, tratándolas tal como requería cada una.

– Hematomas, cortes, una que otra fractura- decía cada palabra con tremendo pesar, mirando mi cuerpo desnudo con lamentación – . ¿Qué pasó? ¿Por qué te hicieron eso?

Me quedé en silencio un largo rato, pero su mirada inquisidora extrañamente combinada con ternura me obligó a contestar.

– Martín… – traté de armarme de valor para comentarle lo que él dijo, pero ¿cómo sería capaz de repetir ese vómito verbal en la presencia de ella? – . Martín les dijo a todos que se acostó contigo, anoche en la fiesta, y me obligó a escuchar todo lo que te hizo.

La expresión de vergüenza en su cara me partió el corazón y por un momento sentí que me lo extirpaban del pecho, pero rápidamente su expresión se tornó sombría; me atrevería a decir qué oscura.

– ¿Y tú le creíste? – pronunció enojada.

– ¿A qué te refieres? – pregunté extrañado.

– Un idiota llega y dice que se acostó conmigo y mi propio hermano le cree a primeras- esta vez pude notar algo de decepción en su tono.

– Pero tenía una foto de tu entrepierna- mis palabras iban más rápido que mis pensamientos.

– El muy tonto debió tomarla bajo la mesa del restaurante donde estábamos todos- dijo refunfuñando.

– Eso quiere decir que… – mi expresión cambió sin control a una alegría desbordante y creo que ella lo notó.

– Eso quiere decir que él no me tocó ni un pelo- su confirmación envalentonó mi alegría y pienso que eso logró arrebatarle una sonrisa.

– Alégrate bobo, tu hermana mayor sigue siendo virgen – eso último lo dijo en un tono casi imperceptible que me obligó por reflejo a confirmarlo.

– ¿Eres virge…? ¡Ay! – Un ardiente dolor se incrustó en mi costado.

– esta herida es la que más me preocupa, te apuñalaron con algo muy afilado y no sé si perforó algo importante, déjame inspeccionarla un poco más por si es necesario pedir una ambulancia.

Aunque el dolor era profundo, ninguna incomodidad podía perturbar la calma que las declaraciones de mi hermana le habían ofrecido a mi corazón. Como si de un pequeño se tratase, me sentí feliz y pleno, tanto así que por poco no noto el par de enormes bultos que se apretaban contra mi paquete, eran sus gigantescas tetas que al frotar mi entrepierna comenzaban a despertar mi libido.

Traté de desviar mi mirada, pero mi maldita perversión me hizo mirar hacia abajo, en dirección a mi hermana que, entre mis piernas, arrodillada, desinfectaba mi herida.

No pude evitar pensar que se veía como si me estuviera dando una mamada y esa idea bastó para terminar de encenderme. Rogué para que no sintiera como un bulto comenzaba a crecer y expandirse entre su par de pechos, pero el deseo fue en vano, pues con un pequeño sobresalto de impresión, me confirmó que ya había notado la presencia de algo más entre nosotros.

Por un instante me avergoncé y pensé en pedirle disculpas por estar así en semejante situación, pero al ver su reacción, una extraña flama lasciva se encendió en mí, su cara estaba completamente roja y ya ni siquiera le prestaba atención a lo que estaba haciendo en mi abdomen, de repente me miró y me dijo:

– ¿Puedo verlo?

Nunca había asentido con tanta seguridad en mi vida.

Se tomó un momento y quitándose la camisa y bajándose el sostén dijo:

– Tú también puedes ver.

No lo podía creer, sus enormes tetas estaban en frente mío voluntariamente expuestas; desnudas a unos cuantos centímetros de mi piel. Los pezones ya estaban duros y parecían como si jalaran el resto de la voluminosa burbuja hacia adelante de ella.

Mi verga comenzó a palpitar como nunca lo había hecho, y sin pedir permiso me la agarró con sus frágiles manos, primero colocó una y estaba fría al tacto; casi helada, y a continuación, la otra se vio atraída como si mi verga fuera un imán.

Aunque eran manos grandes a comparación de otras mujeres, eran bonitas y finas, y se veían pequeñas aferradas a mi pene. Posó una tras la otra desde la base en el pubis, dejando solo visible el colorado glande embarrado de una colosal cantidad de líquido preseminal.

Mi respiración se agitó un poco y me sobresalté al sentir la de ella sobre la piel expuesta de la cabeza de mi miembro.

Nuevamente, sin solicitar autorización, depositó sus jugosos labios sobre el glande de manera tímida, pero elegante, me miro directamente a los ojos y dijo.

– Eshta shico. (Está rico.)

Poco a poco se fue tomando más confianza, primero se organizó el brillante cabello negro tras las orejas y comenzó a mover la lengua, trazando círculos en el extremo más lejano del glande, disminuyendo cada vez más la circunferencia de su movimiento hasta tocar con la punta de su suave y húmeda lengua el pequeño hoyo de mi uretra que se expandía y cerraba como si buscara besarla de regreso.

Se lo sacó un momento de la boca y lo jaló hacia arriba, dejando toda la zona baja de mi pene descubierta frente a ella, besó poco a poco y con dulzura el exterior del cuerpo esponjoso, hasta llegar al frenillo, el cual lamió como si se tratara de un helado.

Su suave y cálida lengua profirió tres lamidas más hasta que me volvió a mirar y sin soltar mi verga, dijo:

– Hermanito estoy muy mojada – esas palabras me invitaron a estirar mi cuello por sobre su coronilla para ver como ya se había desprendido de su falda y ahora una de sus manos jugaba de forma traviesa con su clítoris por encima de la ropa interior completamente empapada.

Antes de acomodarme nuevamente en mi posición, dijo:

– Eres un cochino, se te puso más dura al ver la mojada vagina de tu hermana – jamás pensé oír a Alejandra decir algo tan obsceno- . Tu carita hace que te la quiera chupar más – dijo con tono sensual que hechizó mis sentidos y paralizó mi cuerpo con la intención de solo sentir como mi gemela se metía casi todo mi pene en la profundidad de su boca.

Sus ojos se achinaron y el salón se inundó con el sonido de los chapoteos de mi verga penetrando su garganta.

– Delishiosho, que shico tu pene jelmanito (delicioso, qué rico tu pene hermanito) – pronunciaba sin dejar de devorarme.

Se volvió cada vez más agresiva, con ambas manos estiró hacia atrás lo más que pudo mi prepucio, pensé que me lo iba a desprender. Lamió fuertemente la parte superior de mi glande, ya no con dulzura sino con deseo y poco a poco empecé a notar que se estaba desesperando, eso me pareció tierno.

Por un momento la perdí de vista y es que había metido su cara por debajo de mis bolas y las estaba elevando al jalar completamente mi pene hacia arriba; las dejo al descubierto colgando frente a su nariz y comenzó a lamerlas y chuparlas sin contemplación.

Jamás había experimentado una sensación tan satisfactoria, por lo que eyaculé sin querer una ominosa carga que voló por los aires aterrizando gran parte en su cara, fue gracioso ver lo sorprendida que estaba al ver una eyaculación en primera fila.

El placer pasó a ser un poco de incomodidad, pues, aunque me había venido, ella no dejaba de frotar mi pene de arriba a abajo exprimiendo hasta la última gota de semen.

– Tu esperma huele muy rico Alex, me está calentando más – lo dijo con una perversa sonrisa – . Y mira, aun estás duro… Continuemos.

Aún me estaba recomponiendo de mi orgasmo cuando, después de limpiar por completo todos los rincones de mi verga con su lengua, se desnudó del todo y lo aprisionó con sus regordetas tetas.

Me tomó de las manos y mientras apretaba sus senos contra mí y con una dulce, pero lasciva sonrisa me dijo:

– ¿Qué te parece si te hago una rusa hermanito?

No era necesario expresar mi opinión, pues cuando fui a abrir mi boca, ella ya estaba friccionando sus pechos, asfixiando mi verga entre ellos. Los movió de diferentes maneras, primero lento y con calma, luego rápido como si estuviera dando mazazos contra mi pelvis. Intentó frotarlos de manera intermitente subiendo un pecho mientras bajaba con el otro y viceversa.

Los estrujó; los apachurró; los aplastó y los retorció tratando de aprisionar mi pene que disfrutaba como nunca del suave y abollonado cuidado que le estaba dando mi hermana.

– ¿Cómo se siente? Preguntó buscando algún tipo de expresión graciosa en mi rostro.

– Se siente muy bien – le expresé en forma de gemido tras sentir como dejaba caer un poco de saliva sobre mi glande que se acostumbraba a estar entre ese par de ubres.

– Aja… Dime más- volvió a inquirir.

– Siento tus duros pezones frotar toda la extensión de mi verga y frotarse con la punta – noté como esto la sonrojó y la alentó a aumentar la fuerza – . Oh, Ale… Sí… Sigue… Más… Ya casi… – las palabras escapaban de mi boca sin mi consentimiento.

De reojo vi su emoción y como se relamía los labios.

– siento que ya viene – le advertí.

– aguanta hasta que yo te diga – me advirtió.

– imposible… Ah… ¡Me vengo!…

Por suerte ya me había hecho una seña con un murmullo mientras se comía nuevamente toda mi verga con la intención de atrapar todo mi semen en ella, creí que no sería capaz, pero para mi sorpresa, no dejó escapar ni una sola gota.

La vi allí, con sus cachetes ensanchados. Mi propia hermana, con todo mi semen en su boca intentando tragarlo.

– no tienes que hacerlo – le dije – . Vótalo.

Ella hizo sonidos guturales en reproche, posó sus manos sobre mis muslos y me miro a los ojos de forma desafiante, casi que obligándose logró tragarse todo el esperma en su boca y pasó a mostrarme el interior de esta para que yo lo confirmara.

Diablos, eso me excitó demasiado, pues aun tosiendo me regaló una hermosa sonrisa angelical.

– estaba espeso y salado – se rió – . Y muy caliente, pero rico.

Me recosté exhausto sobre la mesa sosteniendo la herida de mi abdomen, ella se subió también y buscó mi costado acurrucándose sobre mi brazo; aun siendo la mayor, a veces se comportaba como si fuera mi hermanita. Nos abrazamos completamente desnudos y quisimos permanecer así toda la tarde, pero por suerte el silencio nos permitió oír cuando nuestros padres entraron en la casa, lo que nos instó a recoger todo y correr a vestirnos.

Tras ese intenso día lleno de fuertes emociones, mi recompensa fue ver la perlada nalga de mi hermana corriendo completamente desnudo frente a mí.

Capítulo 4.

Tras compartir ese último momento íntimo de placer, mutuo en esta ocasión, me atrevería a decir que ambos, tanto mi hermana gemela Alejandra como yo, disfrutamos saciando nuestro deseo con la desnudez del otro, lastimosamente, no hemos podido repetir o tan siquiera emular el más mínimo ápice de pasión que desenfrenadamente nos ocupó la tarde del viernes.

Este fin de semana ha transcurrido sin ninguna anomalía digna de mención y en la introspectiva que desarrollé durante todo el sábado y la mañana del domingo, a falta de alguna situación que me hiciera sentir tan vivo, le atribuí la carente intención de reiteración sexual a un cúmulo de factores entrelazados, en primera instancia, la presencia de nuestros padres estos dos días, además de mi debida recuperación tras las lesiones recibidas en la pelea (rehabilitación que estaría gustoso de rechazar en pro de volver a sentir el roce íntimo de Alejandra) y por último, la vergüenza que he notado en el rostro de mi hermana las contadas veces que nos cruzamos de frente, y es que, a pesar de que ella expide un aura de confianza y seguridad en el general de las situaciones, en privado y solo conmigo, siempre ha sido muy penosa y algo tímida, adoptando muchas veces una actitud inmadura contrastando con la madurez de sus rasgos y atributos.

Por un tiempo no le di gran importancia a la situación, aunque me carcomieran las intenciones de mi libido.

El problema estuvo durante la jornada del lunes, ya que, si han leído con cuidado hasta este punto, puede que ya me conozcan lo suficiente como para saber que mi baja autoestima suele jugarme muy en contra en la mayoría de las ocasiones, guiándome maliciosamente por un complicado camino de autosabotaje y justamente esto ocurrió al regresar a clase el lunes en la mañana y encontrarme con miles de problemas dentro de la institución.

Me había convertido en el centro de los chismes de los alumnos de todos los grados. Cada versión que escuchaba sobre los motivos que me impulsaron a actuar tan agresivamente en contra de Martín y su dichoso grupo eran cada vez peores, y no me dejaban precisamente en una buena posición en medio del relato.

La verdad, no me quiero extender mucho en este punto para darle paso a la exquisita experiencia nocturna de ese día, solo debo decirles que la actitud de mis “compañeros” y la llamada a mis padres por parte del colegio para informar sobre el inicio de mi matrícula condicional como resultado de mi “temperamento voluble” me hizo desear con todas mis fuerzas que esos últimos días previos a la graduación se terminaran lo más pronto posible.

En general, durante todo el día, los complicados acontecimientos me obligaron a refugiarme una vez más en mis pensamientos y allí es cuando mi endemoniada voz interna que me denigra constantemente comenzó su monólogo:

– ¿Y si fue un error?

– ¿Y si realmente lo que hicimos no le gustó a mi hermana?

– ¿Y si ahora me odia por eso?

– ¿Qué he hecho?

Esos pensamientos no se acallaron ni siquiera cuando regresé a mi taller donde usualmente se asfixiaba esa voz. Me pasé toda la tarde en frente del torno procrastinando y dándole vueltas en la cabeza a la lasciva actuación que ambos habíamos dado en la mesa de al lado.

– ¿Pero por qué lo hizo entonces? – me pregunté tratando de vislumbrar un rayo de esperanza -. Yo no la obligué, ella fue la que empezó.

Tras un largo rato, discerní que era un problema al que no le encontraría respuesta solo.

Me dispuse a hablar con la otra implicada en cuestión y alguien mucho más indicada que yo para darle solución a enigmas.

Al salir del taller, noté que el tiempo se había ido volando nuevamente y que ya era cerca de la media noche, por alguna razón que supe mucho después, mis padres no estaban en casa, por lo que intuí que sería el momento perfecto para hablar libremente con mi hermana sobre lo que nos compete.

Subí las escaleras esperando encontrarla aún despierta, pero como si se tratara de un Déjà vu, nuevamente vi su puerta cerrada con un haz de luz proyectándose por debajo de esta, de inmediato mi mente rememoró la noche en que la espíe mientras se autosatisfacía, y tal como sucedió aquella vez, mi corazón comenzó a latir como si estuviera en plena maratón.

Me planté frente al pórtico, pero esta vez no quería solo observar furtivamente, me estaba convirtiendo en un codicioso, por lo que me atreví a abrir lentamente la perilla de la puerta y para mi sorpresa, giró sin ningún problema, ¿podía ser que se le haya olvidado asegurarla?

Con extremo cuidado la fui deslizando sin afán y escudriñando todo lo que podía ir ingresando en mi rango de visión a medida que el espacio visible se hacía cada vez más grande.

Y así como mis más lujuriosos pensamientos lo desearon, la observé acostada en mitad de la cama, tal como sus gemidos me hicieron creer que estaría.

Sudorosa, agitada, excitada y hermosa; nuevamente vestía un tipo de top, esta vez no era deportivo, parecía más bien una muy corta blusa blanca de tirantes que dejaba a la vista la espléndida visual de su prominente escote, su suave y porcelánico abdomen junto con sus delicados hombros lisos, también empleaba un camisón de pijama blanco, pero que con la agitación de su nocturna urgencia lo hizo estar a medio poner en el ecuador de sus brazos, brazos que dirigían un par de femeninas manos a escudriñar meticulosamente su propio interior genital bajo un muy sensual short de tela que solo cubría la mitad de su culo, pues estaba a medio sacar debelando su empapado pubis.

Por suerte, el ruido de sus abusivos gemidos y al estar inmersa en su propio placer, le impidieron notar mi presencia. Aunque yo iba solo con la simple intención de hablar, al presenciar la curvada silueta de mi hermana exponiendo la mayoría de sus partes íntimas, generó tremendo lío en mi entrepierna.

Quise ser prudente previniendo que mis oscuros deseos nublaran por completo mi juicio y me detuve por un segundo a razonar si estaba bien interrumpir su idilio, al final llegué a la siguiente conclusión:

– Peor era no intentarlo. Si me rechaza, realmente no empeorará mucho nuestra relación actual y su entrada a la universidad en un par de meses reduciría nuestro contacto, por otro lado, si absurdamente ella me acepta, no solo recuperaré a mi hermana, con ella obtendría a una compañera que comparta el pecado de nuestro aberrante amor, pues confirmaré que no soy únicamente yo quien está anhelando lo prohibido.

Dicho esto, decidido con el camino que me atrevería a transitar, invadí su lecho y me acomodé junto a ella, se sobresaltó un poco (cualquiera lo habría hecho) pero al vernos directamente a los ojos pareció comprender completamente todas mis dudas, preguntas y decisiones, mientras que yo sentí las barreras que me impedían expresarle todo mi cariño esfumarse, pues ella no me había rechazado, en vez de eso, se dio un cuarto de vuelta para proseguir con sus labores de auto placer mientras exponía su culo provocativamente hacia mí.

Tímidamente, me acerqué a su espalda aun creyendo que en cualquier momento me expulsaría de su habitación. La abracé por la cintura más que nada para confirmar su conformidad con mi presencia, su cuerpo se estremeció un poco con mi contacto, pero no se quejó, continuó y yo adquirí el poco valor que me hacía falta para sucumbir a mi deseo inmoral.

Crucé un brazo por debajo de ella y le agarré el seno derecho por encima de la blusa, mientras que con la mano izquierda fui recorriendo la piel desnuda de su pierna, hasta pasar por su muslo y detenerme en las inmediaciones de su ingle.

Tocar la piel desnuda de mi hermana en definitiva es la mejor sensación que el estar vivo puede ofrecer, mis manos estaban heladas por los nervios, pero al roce con su superficie, todo mi cuerpo se encendió como si le hubiera rociado combustible a una fogata.

Vi las eróticas expresiones en su agitado rostro y se me ocurrió devolverle la vergüenza de la última vez.

– ¿Te excita que te toque tu hermano?

Esa frase, aunque no tuvo respuesta verbal, género en ella un sonoro gemido que, si hubieran estado nuestros padres en casa, seguramente los habría despertado. Esa clase de reacciones me agitaban aún más y tuve el atrevimiento de subirle la blusa por encima de las tetas, dejándolas completamente expuestas, un par de pezones oscuros extremadamente punzantes acompañados por un conjunto de pequeñas glándulas mamarias parecían estar a punto de salirse de su cuerpo gracias a la excitación que estaba experimentando.

Comencé a jugar con ambos senos, apretándolos y jalándolos al unísono, y de forma intercalada, mientras jalaba uno hacia abajo, alzaba el otro entusiasmado por los jadeos que provocaba cada movimiento de esas jugosas ubres en su voz.

Debo admitir que los trate con un poco de rudeza, pues nunca había tenido la oportunidad de palpar unos, menos de tan absurdo tamaño, mis manos que son realmente grandes eran rebosadas por cada pecho, el que sobresalieran de ellas al apretarlos incentivo mi verga a salir de mi pantalón y unirse a la fiesta.

Nuestros aromas entrelazándose atrajeron una de mis manos a su entrepierna y mientras punzaba su trasero con mi pene erecto y jalaba agresivamente uno de sus pezones, invadí su vagina y relevé de la labor a sus manos.

  • Espera, me estás tocando en muchas partes – esas palabras me hicieron recordar que tal como yo, esa era su primera experiencia -. Ve más despacio, estoy casi a mi límite.

Escuchar eso fue como un hechizo que desenfrenó el animal de mi interior, con mayor ímpetu penetré sus paredes vaginales, ahora con dos dedos mientras devoraba su largo y desnudo cuello color leche con mi boca, viajé por toda su longitud con mi lengua y recogí en ella el sudor que la emoción la estaba haciendo desprender, y es que no era el único lugar húmedo entre nuestros cuerpos, sus shorts estaban completamente empapados, pues de su suave coño se estaban derramando cantidades absurdas de líquidos.

– ¡Espera! Me voy a venir, ¡en serio, espera!

Sus ruegos no me detuvieron, ya que las palabras que salían de su boca se contradecían con el movimiento de sus caderas que buscaban constantemente el cariño de mis dedos.

De su aliento se desprendió un vaporcito que me incitó a alcanzarlo con mi lengua, pero por la posición de nuestros cuerpos únicamente pude alcanzar su oreja, penetré su oído con la punta de mi lengua y solo eso bastó para desencadenar en ella un orgasmo que expulsó de sí, litros y litros de líquidos vaginales.

Sentí por todo mi cuerpo el entumecimiento seguido por los múltiples espasmos del suyo, al estar tan abrazados era imposible no movernos al unísono.

Me excitó mucho ver sus ojos virados para atrás y su boca tratando de recobrar el aliento perdido, levanté mi mano y le mostré el desastre que su entrepierna había causado en ella.

– Aún se escurren tus jugos hermanita – le comenté con voz seductora en el oído.

– Más, quiero más- dijo faltándole el aire.

Mi cuerpo se movió por impulso, solo y en automático; como si una fuerza sobrehumana atrajera mi boca a la de ella.

Aunque ella aún estaba recobrando el aliento tras la frenética faena, no tuve misericordia con su estado mental y ocupé cada rincón del interior de su boca con mi lengua, jamás había besado a alguien y creería que a pesar de su increíble belleza mi hermana tampoco, o al menos nunca había experimentado un beso igual.

Nos conectamos… la verdad no sé durante cuanto tiempo, pareció efímero y a la vez eterno. Nuestras lenguas se perseguían mutuamente y se entrelazaban, trazaban surcos y ángulos rectos dentro de su boca, luchaban y se abrazaban en la mía, y por último se despidieron anhelándose aún tras haber separado nuestras bocas al faltarnos el aire a ambos.

La intensidad del beso nos hizo bufar unos momentos arrebatándonos el oxígeno en la cercanía de nuestras bocas, al final la humedad en nuestros rostros se comparaba a la que nuevamente se estaba formando en la ingle de mi hermana.

Increíblemente, ella recuperó el aliento antes que yo, por lo que, sin pudor, se volteó hasta que quedamos de frente y tomando los bordes de mi cuello, me jaló hacia ella volviendo a conectar nuestras jadeantes bocas.

Sus manos recorrían la totalidad de mi cuerpo mientras las mías se detuvieron en su descomunal trasero, sosteniéndolo como si este se pudiera escapar de su sitio.

Numerosos besos se repitieron uno tras otro y nuestras lenguas se conocían una y otra vez dentro y fuera de nuestras bocas.

– Es… un… privilegio… tocarte… Ale – le expresé en los intermedios de descanso de nuestros cuerpos.

– Quiero… que me… toques más… Alex – respondió igual de agitada que yo.

Para ese punto mi hermana había renunciado a cualquier responsabilidad de placer consigo misma y me había encomendado tan exquisita labor.

Guié su cuerpo hasta nuevamente darle la vuelta y poner su espalda contra mi pecho, sin importar el cambio de posición, seguimos besándonos, cosa que no habría sido posible si no compartiéramos una altura similar.

Una vez más, mis manos buscaron sus tetas y coño respectivamente, y aunque las suyas no pudieron brindarme placer, no le di mayor importancia, pues me había decidido a ser quien le brindara placer a ella en compensación por haber sido el único que lo recibió en nuestro anterior encuentro.

La mano a la que le había encargado la misión de satisfacer su vagina comenzó a trazar líneas horizontales por encima de su clítoris, pero al pasar mi mano por debajo de su entrepierna, los demás dedos, recogidos, aplicaban el mismo roce entre sus labios exteriores generando un sonido encharcado abajo, y gutural de placer arriba.

El éxtasis comenzó a recorrer su cuerpo de tal manera que arrojó su cabeza para atrás de imprevisto y logró golpear la mía, la excitación del momento nos evitó prestarle atención al dolor e ignoramos ese principiante gesto de inexperiencia.

De alguna forma nuestro entrelazamiento físico de piernas, brazos y lenguas, nos llevaron a estar nuevamente de frente y con ello la oportunidad de que Alejandra agarrara mi verga mientras yo penetraba su vagina con mis manos.

Nos besamos un poco, pero rápidamente descubrimos que era más erótico vernos frente a frente y presenciar la respiración agitada del otro cada que nos proferíamos placer mutuamente.

Y como si de una competencia se tratara, ambos intuimos que ganaría quien hiciera venir primero al otro (¿ganar qué? Quién sabe, no nos importaba) ella frotaba el doble de rápido mi pene de lo que yo introducía mis dedos a través de la calurosa carnosidad de su interior, por un momento consideré mi derrota, pues ella se había ensañado en mi glande desnudo y si no fuera porque estábamos bañados en la mezcla de nuestro sudor, saliva y otros fluidos sexuales, me habría dolido demasiado su forma de pulir la cabeza de mi pene, al contrario, estaba siendo una sensación extremadamente placentera que me hizo casi perder en el éxtasis.

– ¿Qué pasa hermanito? ¿Te rindes? Hace rato que tus dedos se quedaron quietos dentro de mí.

El tono de burla y su expresión presuntuosa de victoria me dieron nuevas energías, por lo que me abalance sobre sus tetas mientras que reanudaba la estimulación de su coño, esta vez rascando las rugosidades de sus paredes vaginales hasta casi palpar su útero.

Sin concesiones a sus ruegos y gemidos, devoré sus senos, introduje sus pezones, areolas y parte de los pechos mismos en mi boca y los succioné con intensidad, alentándolos con rápidos lengüetazos que tocaban fugazmente la punta de sus pezones parados cada que mi lengua ondulaba sobre ellos.

Poco a poco fui sintiendo como su vagina asfixiaba mis dedos chupándolos como si fuera una pequeña boca, por lo que culminé mi ataque con un leve mordisco a ambas tetas, al mismo tiempo jalándolas hacia atrás arrancando de su dueña un alarido de placer que ningún elemento pornográfico habría podido emular.

– 2 a 0 hermanita y no estoy satisfecho – le mencioné inútilmente, pues creo que no me escuchó por el orgásmico trance.

Capítulo 5.

Tratamos de recomponernos tras la emocionante nueva experiencia que nos unía naturalmente como hombre y mujer, pero que nos resquebrajaba como hermanos.

Nos tomó un par de minutos recobrar el aliento mientras disfrutábamos de la calidez del cuerpo del otro por medio de un abrazo empapado por nuestros fluidos entremezclados, el aire de la habitación estaba impregnado por el fuerte olor que expedían nuestros húmedos cuerpos.

– Necesito un poco de aire fresco – dijo Alejandra mientras se incorporaba sobre la cama para correr un poco la cortina y dejar entrar la fresca brisa nocturna a través de la ventana -. Estamos completamente empapados.

Mis ojos recorrieron su físico de arriba hacia abajo, su cabello estaba definitivamente hecho un hermoso caos, enmarañado y sudado, pero sedoso y aun con olor frutal. Sus mejillas estaban coloradas y daban la impresión de estar ardiendo. Los ojos medio apagados que hace unos minutos recorrían toda mi desnudez con morbosidad, ahora habían recobrado su temple de seriedad. Su boca aún jadeaba un poco y sus labios evidenciaban las marcas de mis mordiscos.

Su pecho aún se inflaba con profundidad tratando de adquirir todo el oxígeno posible, el movimiento elevaba ese par de tetas casi esféricas, y verlas me hacía recordar lo increíble que fue tenerlas en mi boca saboreando tan exquisito manjar, definitivamente el mejor que alguna vez he podido degustar.

Gotas de sudor se deslizaban por la piel entre sus pechos y se precipitaban por su abdomen levemente tonificado por el ejercicio que habían realizado sus caderas, el sudor bordeó su ombligo con cambiante velocidad reteniendo mi mirada allí hasta que comenzó a recorrer su pubis perdiéndose en un pequeño cúmulo de cortos bellos púbicos que coronaban en forma de corazón su rosadito coño, el cual aún temblaba exhausto.

Me excitó mucho ver algo en particular, ella se había arrodillado sobre la cama con sus piernas abiertas sin ningún pudor frente a mí, de esta forma pude ver los ligamentos de sus aductores marcándose sobre su ingle develando formas extremadamente sugerentes para mi lasciva imaginación.

La suavidad de la piel sobre esos ligamentos, junto a la leve visión de los bordes de su trasero que se proyectaban tras su entrepierna, además de la blancura de sus tersos muslos, ahora brillantes por el sudor, provocaron nuevamente el despertar de mi lujuria.

– Hermana, realmente eres tan sexi – rugí lanzando su torso hacia el colchón, obligándola a quedarse sobre sus cuatro extremidades con el culo en alto hacia mí.

Ella intentó incorporarse, pero al ver como se levantaba su culo por encima de su postura me obligó a impedírselo. Sinceramente, esperé algún tipo de queja, un insulto o hasta un golpe, pues mi hermana era muy orgullosa y esa posición la hacía estar completamente sumisa y a mi merced.

Increíblemente, solo juntó un poco los talones y abrió las piernas hacia los lados, dejando la totalidad de su culo a mi disposición, bajó su abdomen y descargó su pecho sobre la cama mientras se tapaba la cara con una almohada (asumo que para esconder la vergüenza que le provocaba estar en esa posición)

Lo surreal de la escena me emocionaba a más no poder, ¿quién podría presumir de tener a su propia hermana gemela en frente de tal forma? La que alguna vez fue esa pequeña niña competitiva con la que me había criado desde la misma cuna, estaba allí, inclinada, delante de mí, exponiéndome su parte íntima más prohibida, exclusivamente para satisfacerme con ella a mi gusto.

Era una vista espectacular que me tenía sometido a un trance. En primer lugar, pensé en penetrarla sin piedad y consumar así nuestro amor filial, pero recordando que nuestros padres seguramente tardarían mucho más en regresar de donde sea que estuvieran, me dispuse a disfrutar un poco más del juego previo y deleitar con aún más placer a mi queridísima hermana.

Grande fue su sorpresa cuando sintió la calidez del aire exhalado por mi boca a escasos centímetros de su chorrearte coño.

– ¿Qué estás haciendo? – gritó, destapándose la cara y mirándome por debajo de su torso y entre sus piernas.

– Tú viste mi pene viniéndose en primera fila, yo haré lo mismo con tu vagina.

– Pero… pero… -tartamudeó un poco y una tierna frustración irradió de su rostro, antes de volverse a cubrir con la almohada, me advirtió -. Bueno, pero que no se te ocurra hacer nada raro.

“¿Nada raro?” Me cuestioné mientras estiraba los labios de su vagina a cada lado, expandiendo la carnosidad palpitante de su interior, pronto su preocupación cobró sentido para mí, pues noté lo expuesto que también había quedado su ano, un hermoso asterisco de pliegues que levemente se dilataba en esporádicos periodos de tiempo, me sorprendió lo apetitoso que se veía, sobre todo al estar atrapado entre un par de biscochos esponjosos de carne rosada.

El culo tonificado de mi hermana es de locos, no es gordo, pero sí voluminoso y finamente esculpido por sus prácticas de voleibol.

Aunque fue casi imposible obligarme a ignorar su ano, realmente no quise abusar de mi suerte. Quizás algún día sea una recompensa de la que pueda disfrutar con completa impunidad.

Me centré en su babeante coño que no era poca cosa, su orificio levemente expandido y jadeante, me invitaba a penetrarlo con lo que fuera, por lo que mis dedos, que ya lo conocían, volvieron a ingresar en sus profundidades arrebatándole gemidos a mi hermana a cada centímetro que recorría en su gloriosa extensión.

Sus piernas comenzaron a temblar y su voz fue acallada por la tela de la almohada que sostenía, la cual por un instante pensé que se tragaría.

Retorcí mis dedos en su interior y chorros de delicioso líquido transparente se desbordaron por sus muslos, líquido que no tardé en probar lamiendo el costado del muslo donde más se concentraban, el dulce néctar recorrió mi garganta como caramelo derretido.

Los pies de mi hermana se levantaban mientras sus rodillas aguantaban todo su peso, y sus dedos se recogían y extendían con cada aullido que ella sofocaba con la almohada, me alegré mucho de ser capaz de transmitirle tanto placer a la mujer que amo.

La excitación de ella fue tanta que se desplomó sobre su costado arrastrándome con ella, ya que mi mano aún estaba en su interior, mi cara quedó apoyada en las cercanías su coño, por lo que saqué mi mano para deleitarme un poco con la morbosa vista.

Vi que su orificio se dilataba y retraía con un sensual movimiento muscular que despertó en mí un apetito voraz y literal.

– Ale, abre tu hoyo – le dije dictatorialmente.

– ¿Qué dijiste? – no podía creer lo que yo le estaba pidiendo y realmente yo tampoco.

– Ale abre tu vagina con tu mano que te la voy a chupar toda.

Ella dudó un momento, pero tímidamente posicionó una mano sobre su trasero con las largas y decoradas uñas moradas rozando las comisuras de su coño, luego procedió a estirar hacia afuera con gran fuerza su propio sexo y me brindó la más espectacular de las vistas, la complejidad de su interior me miraba fijamente a la cara incitándome a entrar.

Mi lengua se disparó de mi boca directamente hacia su interior y tal como habían hecho mis dedos, comenzó a cobrar conciencia propia dentro de la intimidad de mi hermana, azotándola con oleadas de placer profesado por el deslizamiento de mi lengua a través de su estrecho orificio vaginal.

Sus piernas se recogieron y más expuesto quedo su coño al abuso de mi boca; ni en un discurso se habría desenvuelto con tal movimiento mi lengua como lo estaba haciendo dentro y fuera de la vagina de Alejandra, con la punta raspé su clítoris una y otra vez envolviendo su erección, lamí desde allí en forma ascendente pasando por su salada uretra que hacía una fuerza descomunal por retener su carga, volví a visitar su orificio vaginal, esta vez sacudiendo sus labios estirándolos hacia el exterior con leves mordiscos y chupadas. Culminé esa travesía besando y mordiendo su zona perineal, respetando por ahora su provocativo ano.

Cuando me disponía a volver a recrear ese camino, mi hermana empujó mi cabeza para atrás y se giró quedando boca arriba con mi cara aún cercana a su pubis.

Muy agitada y bañada aún más en sudor, me miraba con ojos cansados y expresión jadeante desde la lejanía.

– dios mío Alex, ¿podrías darme un descanso? – pronunció con dificultad para retener el aliento.

– Lo siento Ale, es que eres muy deliciosa, solo un poco más – le rogué.

-Está bien, pero ya casi me vengo otra vez – sonrió levemente al ver mi infantil expresión de emoción por hacer venir a mi propia hermana, creo que eso la prendió aún más -. Eres un chico malo, pero te voy a dejar comerme un poco más.

La sensualidad de sus palabras, pronunciadas con una expresión afrodisiaca, y mientras que estábamos envueltos en ese pequeño universo donde solamente existíamos los dos, me incitó a liberar por completo mi perversión.

– Ale, quiero ver cómo te tocas – Comenté y como si mi palabra fuera la ley, ella acercó ambas manos a su entrepierna, una con movimiento decidido por encima de su pubis y la otra algo más avergonzada por debajo de su culo, se encontraron en su perineo y cada extremidad se adueñó de uno de sus agujeros, mientras la responsable de la vulva enganchó su interior creando disturbios en su clítoris, la otra presionaba y tentaba la entrada de su ano.

El olor que expedía su autosatisfacción me mareó y comencé a jadear, más aún cuando vi nuevamente sus jugos rebosándose y esparciéndose por toda la sabana manchando por completo la tela.

Retiro su mano trasera y llevo los dedos a su boca mordiéndose la punta del índice de forma provocativa, mientras que con la otra mano abría los labios de su vagina invitándome de forma lasciva:

– Ven aquí hermanito, devórame.

Y eso hice, me lancé a su sexo como si ni hubiera probado alimentos en varios días, sé que no debió ser un espectáculo muy sensual, pues había dejado la sutileza de los movimientos provocativos a un lado para dar paso a un afán de saciar mi famélico deseo con los jugos de su ser más profundo.

Rodeé los muslos de Aleja por debajo con mis brazos y agarré con cada mano un cachete de su culo respectivamente para acercar lo que más pudiese la cadera de mi hermana a mi cara.

Sumergí por completo mi rostro en su entrepierna y extraje cada gota del erógeno elixir que surgía allí, pero tan rápido como consumía su esencia, su cuerpo recomponía la pérdida con más y más secreciones.

Sus gritos eran ensordecedores y su sabor embriagante, yo estaba absorto en su vulva y fácilmente podría decir que estaba en un paraíso de placer, ya que cada gemido era una recompensa por mi amor, hasta que escuché:

– Alex… Alex… más… Alex… qué rico hermanito… Ah…

Nuevamente, su voz me reafirmó la necesidad de devorar ese banquete.

Cada gota que mi lengua transportaba desde los alrededores de su clítoris a través de mi garganta era más dulce que la anterior, el intenso hedor me hizo destrozar a lengüetazos la diminuta esfera carnosa que coronaba el coño de mi gemela.

Sentí cerrar sus enormes muslos alrededor de mi cuello aprisionándome por completo y un par de firmes garras atajaron mi cabello hundiendo mi rostro en contra de su pubis, pensé por un segundo que moriría estrangulado o asfixiado, cualquiera de los dos habría sido un final feliz si no fuera porque aún había más experiencias que quería disfrutar con ella.

La explosión de jugos acompañados por alaridos lujuriosos y espasmos físicos, más parecidos a una convulsión, liberaron la tensión del cuerpo de Alejandra cuando ella llegó a su nivel máximo de excitación. El orgasmo que expulsó fue tan sensitivo que la despojó de absolutamente todas sus fuerzas; su mente se había transportado a un paraíso de placer lejano, dejando su cuerpo en el plano terrenal.

Se perdió tanto en su regocijo que olvidó que aún me tenía adentro de sus voluminosos muslos

– Ale… me estás… Ahogando – le expresé a punto de desmayarme mientras le palpaba repetidas veces la pierna como un luchador derrotado.

– Oh… perdón – dijo aun jadeando mientras me liberaba de la improvisada llave, y aunque creo que me arrancó uno que otro mechón de cabello, no quise interrumpir nuestro éxtasis mutuo.

Permanecí recostado sobre uno de sus muslos con su entrepierna aún cerca de mi cara, pero tan satisfechos como podíamos estarlo, ambos permanecimos en esa posición el resto de la madrugada, exhaustos, acabados y destruidos.

Un par de cuerpos con las almas extraídas de ellos y elevadas, flotando en medio de la habitación entre los penetrantes aromas.

Vimos con asombro y horror como los primeros rayos de sol se colaban a través de la ventana de la habitación y comprendimos que solo teníamos un par de horas de descanso antes del inicio de la primera clase.

La quietud en la casa nos previno que aún estábamos solos, por lo que no nos apresuramos en abandonar nuestro lecho compartido, sin palabras nos informamos mutuamente que disfrutaríamos de la compañía del otro un poco más, y aunque los acontecimientos de la noche me habían llenado de sentimientos que jamás pensé experimentar, todavía una duda permanecía arraigada en mi corazón:

“¿Alejandra estaría dispuesta a cruzar la línea conmigo?”

Continuará…

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Lujurian
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