Adicta al semen
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Soy una adicta al semen. La primera vez que disfruté un trago de líquido seminal fue a mis dieciocho años. Fue ese el mismo día en que perdí mi virginidad. Hoy, con veinticinco de edad, me siento orgullosa de decir que mi boca ha saboreado cientos de penes. Y a ninguno de esos penes le he despreciado el beberme su líquido seminal. Me considero una experta degustando esa leche blanca que libera un hombre al eyacular.
Fue mi primer novio quien tuvo el gusto de verme tragar su leche. Deseaba cumplir esa la fantasía de disfrutar desde hacía mucho tiempo. Así que antes de acostarnos, le expliqué muy bien cómo sería el juego. Recuerdo que mi vagina saltaba y saltaba sobre su verga, mientras él permanecía recostado. Y cuando ya se encontraba al borde del orgasmo me empujó violentamente y se levantó.
Yo caí boca arriba en la cama, pero no me ofendí por su brusquedad. De pie sobre el colchón, él tenía su mano izquierda agarrando su pene. Se estaba pajeando para terminar de llegar. Y yo, con total emoción me coloqué de rodillas en la cama y me aproximé. Una alegre ansiedad se apoderó de mi corazón, que palpitaba frenéticamente.
—Ya casi, mi amor, ya casi—me dijo.
—Tranquilo, tómate tú tiempo, querido—le respondí.
Al parecer aún no llegaba al orgasmo, porque al levantarse tan rápido, su excitación se confundió. Estuvo sacudiéndose el pene durante treinta segundos. Y entonces llegó lo que yo tanto esperaba. Mi boca que estaba abierta, recibió el primer chorro de semen. La descarga de leche fue bastante generosa. El tibio licor inundó mi boca, esparciéndose por mi lengua. Yo miraba con admiración y orgullo a mi novio. La fascinación que él sentía era muy notable. Y yo la estimulaba aún más, deslizando mis manos sobre sus piernas. Con mi mano izquierda acaricié su entrepierna y luego agarré con gusto su nalga.
La respiración de mi novio era intensa y profunda. Estaba maravillado al ver mi boca repleta de semen, donde mi lengua jugueteaba con ese líquido. El sabor de aquel licor era un tanto salado, pero no me importaba. Mi fantasía acababa de cumplirse y yo sabía que esa no sería la única vez. Al cabo de unos segundos, sin dudarlo, decidí tragármelo todo.
Curiosamente, en ese mismo instante, en mi cuerpo vibró una sensación tremenda. Fue algo más intenso que un orgasmo, algo que llegó acompañado de una fuerte euforia. En todo mi ser sentí una gran revolución, mientras mi corazón palpitaba imparable. La adrenalina y la dopamina eran exquisitas.
—¿Te gustó?—me preguntó mi novio.
Yo no respondí nada. Simplemente abrí aún más mi boca y estiré mi lengua por completo. Así, le demostré con orgullo que me había tragado por completo su semen. Tal como lo había visto en películas porno, le sonreí como una puta extasiada. Recuerdo que mi lengua bailó sobre mis labios, buscando cualquier rastro de líquido seminal adicional.
Mi novio, se arrodilló y me besó de inmediato. Nos fundimos en un beso delicioso, intenso, apasionado. Fue un beso inesperado que me sorprendió. Ya que él mismo decía que le parecía asquerosa el beber su propio licor seminal. Aunque no es que estuviera bebiéndose su semen en ese momento. Solo que conociendo que siempre ha sido una persona muy higiénica, me imaginaba que al menos esperaría a que me tomara un vaso de agua.
Esa fantasía de beberme su leche continuó repitiéndose durante el resto de nuestro noviazgo. Así descubrí que no siempre el semen tiene el mismo sabor.
—Nunca me olvidaré de tus mamadas, amor—me dijo el día que terminamos nuestra relación—, me encantaba verte tragar mi leche.
—Yo tampoco me olvidaré del sabor de tu leche. Cuando quieras que volvamos a tener sexo casual con todo gusto aceptaré tu invitación.
—Estoy de acuerdo contigo.
A partir de esa fecha, empecé una carrera en solitario por mamar muchos penes más. Hoy en día es muy fácil contactarte con hombres que deseen una buena mamada. Yo acudía a los salones de chat para encontrar a mis siguientes lecheros. Muchos de ellos ni siquiera deseaban acostarse conmigo. Solo deseaban que se los chupara.
En ocasiones nos contactábamos para encontrarnos en un centro comercial. Y luego, coordinábamos para realizar la mamada en uno de los cubículos de un baño. No era el espacio más cómodo ni el más ideal para degustar una buena descarga de semen en tu boca. Sin embargo, yo me sentía más que realizada con cada trago de líquido seminal.
Alguna vez publiqué en un sitio web que ofrecía mi servicio de mamadora. Abundaron hombres que solo me especificaban el motel en cual encontrarnos. Aunque antes de verlos en persona, me aseguraba de hablar un poco con ellos. Así me sentía confiada y segura.
—Pareces una profesional en esto—me dijo en cierta ocasión un hombre de unos cincuenta años—. Pero no pareces ser una puta con ese rostro tan tierno e inocente.
—No eres el primero ni serás el último. Cuando desees repetir, solo escríbeme.
Cada vez que un hombre eyacula en mi boca, en mi mente analizó el sabor. Me considero una catadora experta de semen. Y es que han pasado siete años desde que me inicié en mi vida sexual activa. He cumplido todo tipo de fantasías y he bebido litros de líquido seminal.
Uno de los momentos más excitantes ocurrió en el departamento de un amigo. Ese día, tuve la oportunidad de chuparles el pene a siete hombres. Cada uno pasó por turno a la sala de estar para recibir su momento de sexo oral. Fue una tarde fantástica. Le hice la paja a cada uno de mis siete hombres por turno. Quien me brindó la mejor eyaculación de semen fue el tercero de ellos. Mi boca quedó repleta de líquido seminal, mezclada con mi saliva. Recuerdo que su nombre era Jair.
Cómo aún no me lo tragaba, aquel hombre, me tomó por mi mentón. En realidad, estaba exhibiéndole para que se emocionará más de lo que ya estaba. Pero por lo visto, quería que me lo pasara de una vez. Así que en cuanto cerró mi boca, empujando mi mentón, me lo tragué.
Luego, tal como hice con cada uno (o como lo hago siempre) saqué mi lengua. Así, con mi lengua bien extendida, le demostré que me tragué por completo su leche. Jair me tomó por una de mis mejillas y me acarició. Luego me preguntó cuál había sido el sabor de su licor seminal.
—Te sabe un poquito dulce—le dije—. No es muy común. Generalmente es salado.
—Oh, me alegra—me respondió—. Te ves muy contenta. Supongo que mi turno acabó.
—¿Te doy unos minutos extra? Este juego de mamadas por turno debe continuar. Pero si quieres hago una excepción.
—Si quieres.
En mi boca volví a meter su verga. Esta vez no fue propiamente una mamada. Simplemente tenía su falo sin rigidez dentro de mí. De hecho, mis labios estaban realizando contacto con la zona baja de su abdomen. Al final, mientras me acariciaba mi cabello, dijo que había que respetar los turnos.
Jair se abrochó entonces su jean, ajustándose también su correa de cuero. Se levantó y se dirigió hacia el corredor. Alcancé verlo cuando abrió la puerta, se introdujo a la habitación y volvió a cerrar. Uno momento después, salió el siguiente hombre en la lista de ese juego de mamadas por turno. El orden de la fila había sido asignado a cada uno mediante un pequeño sorteo.
Ahora era el turno de Luis, quien se desabrochó su pantalón tras sentarse en el sillón. Yo, de rodillas en el suelo, me acerqué. Y agarré su pene con mi mano derecha. En ese momento, yo me encontraba del todo desnuda. Mi ropa, mi panty y mi sostén se encontraban sobre el tapete de la sala.
—¿Por dónde quieres que comience? Te siento un poco nervioso.
—Empieza masajeándome, hasta que esté bien erecto.
—Con gusto.
Era evidente para mí que Luis estaba ansioso. Eso era notable porque su pene tenía una erección poco rígida. Así que con gusto comencé a frotarle su pene. Con mi mano derecha apretaba su pene. Mi mano descendía de manera lenta, estirando la piel de su prepucio. Muy pronto adquirió el tamaño y rigidez que los dos esperábamos.
Fue entonces cuando introduje su pene mi boca. Y, cerrando mis ojos, me dediqué a disfrutar del sabor de su pene. Mi satisfacción no solo se encontraba en el mamarle el pene a cada uno. Yo también me consentía mientras se los mamaba. Con los dedos de mi mano izquierda me masturbaba con suavidad. Cada vez pensaba en lo fantástico que se tornaba ese juego de mamadas por turno.
Y estaba gozando con tal intensidad, que en el suelo existía un pequeño charco. Sí, un charco de flujo vaginal. Era delicioso acariciarme mi vagina, mientras con mis ojos disfrutaba del sexo oral. En ocasiones, abría mis ojos para regalarle una mirada provocadora. Sabía lo contentó que Luis la estaba pasando.
—¿Te gusta cómo te lo chupo?—le pregunté—. ¿Quieres algo en especial?
—Solo continúa. Sabes mamarla como si fueses una experta.
Unos minutos más tarde, Luis no pudo contenerse más y me anunció que eyacularía. Se colocó de pie mientras continuó pajeándose. Yo me encontraba en ese momento de cuclillas, sentada sobre mis talones. Con los siete hombres pasó lo mismo. Al levantarse de la silla, la sensación próxima al orgasmo entraba en pausa. De modo que era necesario concluir haciéndose la paja.
Mientras tanto, mi boca abierta, esperaba que aconteciera la eyaculación. Y entonces aconteció. Una vez más, un hombre me proporcionaba el disfrutar de su licor. El líquido caliente inundó mi boca, mientras algunas gotas se quedaron en mi mentón. Con mi dedo índice empujé estas gotas hacia el interior de mi boca.
—¿Satisfecho?
—Bastante, querida Stephanie, bastante.
Aún sentada sobre mis talones, le regalé una sonrisa de satisfacción. En ese momento, aún estaba acariciando con mis dedos mi vagina. Luis observó el pequeño charco de flujo vaginal en el suelo. Y yo, al percibir su satisfacción, dejé de frotarme. Le enseñé mis dedos humedecidos y le pregunté:
—¿Quieres probarlo? No lo hecho con ninguno de los anteriores.
Aún de pie, Luis tomó mi mano con su mano derecha. Luego se inclinó un poco y metió mis dedos en su boca. Con total emoción y excitación estuvo degustándose mis dedos. Solo hasta ese momento, recordé que aún no le había revelado cuál era el sabor de su semen. Había rotó sin querer una de las normas de aquel juego.
—Tu leche tiene un sabor único. Eres de los pocos hombres cuyo líquido seminal posee una nota de acidez.
—¿Con que podría compararse?
—Algo así como una buena cerveza.
—Gracias por tu mamada, Stephanie. Ahora sigue el quinto en la lista.
Cada pene que me metía en mi boca, me proporcionaba un placer distinto. Esa tarde disfruté de un momento único con ellos y conmigo misma.
Todavía faltaban tres hombres más por recibir su merecido. Y pensar que después de esa ronda de mamadas, ellos tenían una sorpresa para mí. Los siete se reunirían en esa sala, para satisfacerme igual que en un auténtico gangbang.
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