Placeres prohibidos. – Secreto familiar
Con Atziry fuera de la casa por el fin de semana, la ausencia llenó el aire de una libertad cargada de deseo. Elizabeth y Diego, liberados de cualquier restricción, se entregaron a una danza de lujuria que transformó la pequeña casa en un santuario de placer. Sus cuerpos, empapados en sudor, se entrelazaban en un frenesí de posiciones que exploraban cada rincón de su pasión. Elizabeth se arqueaba sobre el colchón, sus senos prominentes temblaban mientras Diego la tomaba desde atrás, sus manos fuertes agarraban sus caderas, las nalgas de ella chocaban con su pelvis con un ritmo que resonaba como un tambor en la habitación. Su vagina, húmeda y cálida, lo acogía con una avidez que lo hacía gruñir, cada embestida arrancaba gemidos que llenaban el aire.
En otro momento, Diego la alzó contra la pared, sus piernas lo envolvieron mientras la penetraba con una intensidad que hacía que sus ojos miel se nublaran de éxtasis. Sus labios se encontraban en besos voraces, sus lenguas danzaban mientras sus cuerpos sudados se deslizaban uno contra el otro, la fricción de su piel amplificaba cada sensación. Elizabeth, perdida en el placer, alcanzó un orgasmo tras otro, sus gritos resonaban mientras su cuerpo convulsionaba, los fluidos de su excitación goteando por sus muslos, mezclándose con el semen de Diego en una unión que los marcaba. Él, embriagado por la visión de su tía, lamía sus pezones endurecidos, mordiéndolos suavemente mientras ella se aferraba a sus hombros, su cabello rubio caía en cascada sobre su espalda.
La habitación olía a sexo crudo, un aroma denso de sudor y deseo que impregnaba las sábanas, las paredes, el aire mismo. Cambiaron de posición una y otra vez: Elizabeth montándolo con movimientos salvajes, sus nalgas rebotando contra sus muslos; Diego encima, penetrándola con una lentitud torturante que la hacía suplicar por más. Cada orgasmo era una explosión, sus cuerpos temblaban en sincronía, sus gemidos eran un coro de lujuria que celebraba su conexión prohibida. Su relación había cambiado irrevocablemente, cada toque, cada mirada, cargada de una intimidad que los extasiaba.
Sin embargo, en un momento de pausa, con sus cuerpos aún pegados, Elizabeth miró a Diego con una mezcla de adoración y urgencia. Esto tiene que quedar entre nosotros, sobrino susurró, su voz era ronca mientras acariciaba su pecho, sus dedos trazando las líneas de sus músculos. No quiero que Atziry se entere de lo que estamos haciendo, de este incesto. Prométeme que será nuestro secreto. Sus ojos, brillando con deseo y una pizca de culpa, lo imploraban.
Diego, con una sonrisa confiada, asintió, su mano se deslizaba por la curva de sus nalgas, apretándolas con posesión. No diré nada, tía respondió, su voz profunda vibraba contra su piel mientras la besaba en el cuello. Quiero seguir cogiéndote, y no voy a arruinar esto. Sus palabras eran una promesa, sellada con un beso lento que reavivó el fuego entre ellos. La habitación, testigo de su fin de semana de placer desenfrenado, guardaba su secreto, un pacto silencioso que aseguraba que su pasión continuaría, oculta pero ardiente, mientras sus cuerpos seguían buscándose con un hambre insaciable.
Con el regreso de Atziry, la casa recobró una fachada de normalidad, un velo frágil que apenas ocultaba la corriente de deseo que seguía fluyendo entre Elizabeth y Diego. Bajo la superficie de las rutinas diarias, tía y sobrino aprovechaban cualquier instante de soledad para entregarse al fuego que los consumía. En la penumbra del estudio, cuando Atziry dormía, Elizabeth se deslizaba hacia Diego, su cuerpo aparecía envuelto en un camisón ligero que se adhería a sus curvas, sus senos prominentes presionaban contra la tela. Diego la recibía con manos ansiosas, levantándola contra una pared, sus labios devoraban los suyos mientras la penetraba con embestidas profundas, sus cuerpos sudados chocaban en un frenesí silencioso. Sus orgasmos eran explosiones contenidas, Elizabeth mordía su hombro para ahogar los gemidos, mientras el semen de Diego se mezclaba con su humedad, goteando por sus muslos y dejando un rastro en las sábanas improvisadas del estudio. Cada encuentro era un huracán de lujuria, sus pieles empapadas de sudor, el aire cargado con el aroma crudo de su pasión.
Pero mientras Elizabeth y Diego se perdían en su secreto, Atziry ardía en su propia obsesión. La presencia de su primo en la casa era una tortura exquisita. Cada vez que lo veía deambular, con su camiseta ajustada marcando los músculos de su pecho o sus jeans delineando la fuerza de sus muslos, Atziry se mordía el labio inferior, un gesto inconsciente que traicionaba su deseo. Sus muslos se apretaban instintivamente, intentando contener la humedad que se formaba entre sus piernas, su vagina palpitaba con cada fantasía que la asaltaba. Lo imaginaba tomándola con fuerza, con sus manos fuertes levantándola, su verga llenándola mientras ella gemía su nombre. Vestida con shorts diminutos que apenas cubrían sus nalgas bronceadas o blusas escotadas que dejaban entrever sus pezones endurecidos, Atziry coqueteaba descaradamente, rozando a Diego al pasar por el pasillo, su perfume cítrico impregnándose en el aire, sus ojos lanzándole miradas cargadas de intención.
Sin embargo, ella disimulaba el placer que sentía, escondiendo los escalofríos que recorrían su cuerpo cuando Diego la miraba. En la cocina, mientras él preparaba café, Atziry se inclinaba sobre la encimera, dejando que su blusa se abriera lo justo para revelar la curva de sus senos, su respiración era agitada mientras imaginaba sus manos arrancándole la ropa. En su habitación, sola, se tocaba, sus dedos se deslizaban bajo sus bragas, frotando su clítoris mientras cerraba los ojos y veía a Diego encima de ella, sus embestidas haciéndola gritar. Pero ante él, mantenía una fachada de inocencia, sus coqueteos disfrazados de bromas, aunque su cuerpo traicionaba su deseo con cada apretón de muslos, cada mordida de labio.
Elizabeth y Diego, ajenos a la tormenta que consumía a Atziry, seguían robándose momentos de pasión, sus cuerpos se encontraban en rincones ocultos de la casa, sus gemidos eran amortiguados por la urgencia de mantener su secreto. Pero la obsesión de Atziry crecía, un fuego que amenazaba con desbordarse, su deseo por Diego se transformaba en una necesidad, en un juego peligroso.
Una noche, Diego dormía profundamente en el estudio, su cuerpo se encontraba relajado sobre el colchón improvisado, la sábana apenas cubría su torso desnudo. El silencio de la casa se rompió cuando una sensación cálida y húmeda lo arrancó del sueño. Sus ojos se abrieron lentamente, su respiración se aceleraba al sentir unos labios envolviendo su miembro, succionándolo con una avidez que lo hizo endurecerse al instante. Lejos de asustarse, un gemido bajo escapó de su garganta, su cuerpo respondía al placer de aquella mamada. El sonido que llenaba el estudio era embriagador: el roce húmedo de una lengua contra su piel, lengüetazos largos y deliberados, y arcadas suaves que resonaban en la penumbra, cada ruido amplificaba el deseo que lo consumía.
Diego, perdido en la sensación, levantó las manos y las posó en la cabeza de quien lo complacía, sus dedos se enredaron en mechones de cabello suave, guiando el ritmo con una mezcla de urgencia y deleite. La boca que lo envolvía era cálida, ansiosa, deslizándose desde la base hasta la punta con una precisión que lo llevaba al borde. Oh, tía, qué rico lo haces gimió, su voz era ronca y cargada de lujuria, convencido de que era Elizabeth quien lo devoraba con tanta pasión. Sus caderas se alzaron ligeramente, empujando más profundo, mientras sentía el calor de su boca apretarse alrededor de él. Ya me voy a venir gruñó, sus manos ejercieron una presión firme, manteniendo la cabeza en su lugar mientras su clímax estallaba. Chorros calientes de semen se derramaron en aquella boca ardiente, llenándola, deslizándose por la garganta que tragaba con avidez, el sonido húmedo de la deglución resonaba en sus oídos.
Cuando el último espasmo lo abandonó, Diego relajó su agarre, su respiración era pesada mientras la figura se apartaba rápidamente, con el roce de pasos ligeros abandonando el estudio en la oscuridad. No vio quién era, pero su corazón latía con una certeza feliz: su tía amaba su verga, y este acto nocturno era una prueba más de su deseo insaciable. Se recostó, su miembro aún palpitaba, una sonrisa curvaba sus labios mientras el aroma de sexo llenaba el aire, mezclado con el sudor y la intensidad del momento. La sábana, ahora arrugada, era testigo de su placer, y Diego, aun vibrando por el éxtasis, cerró los ojos, saboreando la certeza de que Elizabeth no podía resistirse a él, su cuerpo anhelaba más de esos encuentros secretos que los unían en la penumbra.
La mañana siguiente amaneció con un aire extraño en la casa. Diego se levantó, su cuerpo aun vibraba con los recuerdos de la noche anterior, y se dirigió a la cocina para desayunar. Allí encontró a Atziry, pero algo estaba fuera de lugar. En lugar de los shorts ajustados o las blusas escotadas que solían resaltar sus curvas bronceadas, llevaba un conjunto sobrio: una sudadera holgada y jeans que ocultaban su figura. Al saludarla, esperando su habitual coqueteo descarado, Diego solo recibió un gesto cortante. Buenos días masculló Atziry, sus ojos esquivaron los suyos, su voz era fría como el hielo. Con Elizabeth, que preparaba café, fue igual de distante, apenas respondiendo a su madre con un murmullo antes de tomar su mochila y salir apresurada hacia la universidad, sin despedirse de ninguno. La puerta se cerró con un golpe seco, dejando un silencio incómodo.
Diego y Elizabeth intercambiaron una mirada de confusión, sus cejas estaban fruncidas mientras se preguntaban qué le pasaba. Pero, sin respuestas, decidieron dejarlo pasar, el peso de su propio secreto los mantenía ocupados. Minutos después, con la casa vacía, el deseo los consumió de nuevo. En un rapidín antes de que Elizabeth saliera al trabajo, Diego la llevó al sofá del salón, levantando su falda ajustada para revelar la tanga de encaje rojo que apenas cubría sus nalgas. Con un movimiento rápido, deslizó la prenda a un lado y escupió en su ano, preparando el camino. La penetró lentamente, su gruesa verga se abría paso en la estrechez cálida, arrancando un gemido profundo de Elizabeth. Sus manos se aferraron a los cojines, su cuerpo se arqueaba mientras Diego empujaba con un ritmo firme, sus nalgas chocaban con su pelvis en un sonido carnoso.
¿Dormiste bien anoche, tía? preguntó Diego, su voz era entrecortada por el esfuerzo, mientras sus manos apretaban las caderas de Elizabeth, guiándola contra él. Ella, gimiendo, con el cabello rubio cayendo en mechones desordenados sobre su rostro, respondió con un jadeo. Sí, sobrino… quería despertarte para cogerte, pero el sueño me ganó dijo, con voz cargada de lujuria mientras su ano se ajustaba a cada embestida, su cuerpo temblaba de placer. Las palabras de Elizabeth golpearon a Diego como un relámpago. Si ella no lo había despertado, entonces la boca que lo había devorado en la noche, la que había tragado su semen con avidez, no era la de su tía. Era Atziry. Y sin intención, al gemir su nombre en la oscuridad, había revelado su affaire con Elizabeth.
El shock lo atravesó, pero el placer lo mantuvo anclado. No dijo nada, dejando que el momento lo llevara. Sus embestidas se volvieron más intensas, sus manos apretaron las nalgas de Elizabeth mientras sentía su clímax acercarse. Ella, perdida en su propio éxtasis, gemía sin control, sus senos se balanceaban bajo la blusa desabrochada. Diego eyaculó en su ano, chorros calientes la llenaron mientras ella temblaba, su cuerpo convulsionó con un orgasmo que la hizo gritar. Se separaron jadeando, sus cuerpos estaban empapados de sudor, y se fundieron en un beso apasionado, sus lenguas se entrelazaron con una urgencia que prometía más. Esta noche, otro acostón, tía susurró Diego contra sus labios, su voz estaba cargada de deseo. Elizabeth asintió, sus ojos miel brillaban con lujuria, ajena a la revelación que pesaba en la mente de Diego.
Se despidieron, arreglándose rápidamente, el aroma del sexo aun flotaba en el aire. Diego, con el corazón acelerado, sabía que su desliz nocturno había cambiado algo, pero su deseo por Elizabeth era demasiado fuerte para detenerse.
Esa misma tarde la casa se encontraba en una calma tensa, el sol se filtraba por las cortinas mientras Diego regresaba del despacho. Al entrar al salón, encontró a Atziry desparramada en el sillón, el resplandor del televisor iluminaba su rostro. Vestía unos leggins negros que abrazaban sus muslos y una camiseta ajustada que marcaba la curva de sus senos, los pezones apenas se insinuaban bajo la tela. Diego la saludó con una sonrisa, y voz cálida. Hola, prima, ¿qué tal? Pero Atziry apenas levantó la mirada, con frialdad. Bien masculló, cortante, volviendo su atención al televisor, su cuerpo estaba rígido en el sillón.
La actitud gélida de su prima, tan distinta a su habitual coqueteo, picó la curiosidad de Diego. Decidido a romper esa barrera, se dirigió al estudio, donde se despojó de su camisa, dejando su torso desnudo. Los músculos de su pecho y abdomen, definidos por años de ejercicio, relucían bajo la luz suave, una fina capa de sudor acentuaba cada línea. Con una idea traviesa, salió hacia la cocina, pasando deliberadamente frente a Atziry. Ella, al verlo, no pudo evitar que sus ojos se deslizaran hacia él, su mirada traicionaba el deseo que intentaba reprimir. Diego, consciente del efecto, decidió jugar más. Tomó un vaso de agua helada, lo llevó a sus labios y bebió lentamente, dejando que unas gotas escaparan, resbalando por su barbilla, cayendo sobre sus pectorales y trazando caminos brillantes por su abdomen hasta perderse en la cintura de sus jeans.
Atziry, hipnotizada, apretó los muslos, sus manos estaban inquietas sobre el sillón. Sus ojos seguían cada gota, cada músculo que se tensaba con los movimientos de Diego. Sin darse cuenta, su mano derecha se deslizó hacia su entrepierna, sus dedos rozaron su vulva por encima de los leggins, el tejido fino dejaba sentir el calor que crecía entre sus piernas. La tela se adhería a sus labios, húmedos por la fantasía que la consumía. Un gemido suave escapó de sus labios, pero el sonido la arrancó de su trance. Con el rostro encendido, mezcla de vergüenza y furia, se levantó abruptamente del sillón, sus pasos rápidos resonaron mientras se dirigía al baño, azotando la puerta tras de sí.
Diego, apoyado en la encimera, sonrió para sí mismo, su mirada estaba fija en la puerta cerrada. Había notado el movimiento de la mano de Atziry, el rubor en sus mejillas, la forma en que sus muslos se apretaban para contener el deseo. Sabía que su prima lo quería, que su cuerpo ardía por él, y la certeza lo encendió.
Con el pulso acelerado por el juego de seducción que había iniciado, se acercó a la puerta del baño, el eco del portazo de Atziry aun vibraba en el aire. Tocó con firmeza, sus nudillos resonaron contra la madera, mientras su torso desnudo, aún húmedo por las gotas de agua que había dejado caer intencionadamente, relucía bajo la luz tenue del pasillo. Desde el interior, la voz de Atziry cortó el silencio, teñida de irritación, pero con un matiz de vulnerabilidad. ¿Qué quieres? ¿No ves que acabo de entrar? espetó, aunque el temblor en su tono delataba que no estaba tan firme como quería aparentar. Diego, confiado, apoyó un codo en el marco de la puerta, su postura era relajada pero cargada de una sensualidad magnética. Ábreme, prima, quiero hablar contigo dijo, con voz grave y persuasiva, con un dejo que prometía más que palabras.
La puerta se abrió con un crujido suave, revelando a Atziry en el umbral. Sus leggins negros se adherían a sus muslos bronceados, delineando cada curva, mientras su camiseta ceñida dejaba entrever el contorno de sus senos. Sus ojos se alzaron hacia Diego, pero al verlo recargado contra el marco, con una mano pasándose por la nuca, los músculos de su pecho y abdomen tensándose con el movimiento, no pudo evitar morderse el labio inferior. El deseo que intentaba reprimir ardía en su mirada, su respiración se volvía más pesada mientras sus mejillas se teñían de un rubor traicionero. Sin embargo, cruzó los brazos, manteniendo su fachada de indiferencia. ¿De qué quieres hablar? preguntó, con tono cortante, aunque sus ojos no podían dejar de recorrer el cuerpo de Diego.
Él dio un paso hacia ella, invadiendo su espacio personal, el calor de su cuerpo llenaba el pequeño baño. He notado que estás cortante conmigo desde esta mañana, prima dijo, su voz era un murmullo seductor mientras su mano libre se alzaba para rozar la barbilla de Atziry. Sus dedos, cálidos y seguros, levantaron su rostro con suavidad, obligándola a mirarlo directamente a los ojos. No sé si hice algo para enojarte añadió, su pulgar acarició apenas la piel suave de su mandíbula, un contacto que hizo que Atziry temblara, una corriente de calor se deslizó desde su rostro hasta su entrepierna. Ella, atrapada en su toque, sintió su vulva palpitar bajo los leggins, pero mantuvo su postura, negándose a ceder. No estoy cortante replicó, su voz temblaba ligeramente mientras saboreaba la sensación de sus dedos en su piel, haciéndola sentir como una princesa deseada. Así soy siempre.
Diego curvó los labios en una sonrisa pícara, sus ojos entrecerrándose con una mezcla de diversión y desafío. Claro que no, primita susurró, acercándose aún más, dejando su torso desnudo a centímetros de ella, el aroma de su piel mezclado con el agua reciente llenaba sus sentidos. Extrañé cómo me coqueteas, esa forma en que me miras, cómo aprietas los muslos cuando paso cerca. Hizo una pausa, su voz bajaba a un tono íntimo y provocador. Y anoche… carajo, me la mamaste tan rico, te tragaste hasta la última gota de mi semen. Las palabras, crudas y directas, golpearon a Atziry como un relámpago, sus ojos se abrieron de golpe mientras el rubor en sus mejillas se intensificaba. Su respiración se aceleró, su vulva palpitaba con más fuerza, el recuerdo de su boca alrededor de la verga de Diego todavía vívido, la calidez de su semen en su garganta avivando un deseo que no podía ignorar.
El baño, pequeño y cargado con la tensión sexual que vibraba entre ellos, se convirtió en un escenario donde el secreto de la noche anterior colgaba como una chispa a punto de encender un incendio. Atziry, atrapada entre la furia, la vergüenza y un anhelo que la consumía no pudo responder de inmediato, su cuerpo traicionándola mientras los ojos de Diego la devoraban, prometiendo un juego que apenas comenzaba.
Las palabras de él, crudas y directas, habían caído como un trueno. Atziry, con la voz temblando, cedió ante la verdad. Sí, ok, acepto que te la mamé admitió, su tono era una mezcla de shock y vergüenza, sus mejillas ardían mientras recordaba la sensación de su verga en su boca, el calor de su semen deslizándose por su garganta. Pero cuando estabas a punto de venirte, dijiste que te encantaba que mi madre, tu tía, te la chupara. Eso me tiene confundida. ¿Qué pasa entre ella y tú? ¿Acaso cogen, par de cerdos?
Diego, con una sonrisa pícara curvando sus labios, supo que tenía a Atziry justo donde quería: vulnerable, expuesta, atrapada entre la furia y el deseo. Su mano, aun rozando la barbilla de su prima, se deslizó lentamente hacia su mejilla, un roce cálido que la hizo estremecer. No pasa nada entre ella y yo, primita respondió, su voz era baja y seductora, mientras sus ojos oscuros la recorrían, deteniéndose en la curva de sus labios mordidos. Pero no voy a negar que deseo a tu madre desde hace doce años, desde que la vi desnuda en la ducha, con esas curvas que no he podido olvidar. Hizo una pausa, inclinándose más cerca, su aliento rozaba la piel de Atziry. Anoche, cuando entraste al estudio y me la chupaste, estaba soñando con ella. Creí que era parte de mi sueño, por eso dije lo que dije.
Atziry lo miró con escepticismo, su respiración era agitada mientras intentaba procesar sus palabras. El roce de sus dedos en su mejilla la hacía sentir como si su piel ardiera, su vulva palpitaba bajo los leggins, el recuerdo de la noche anterior avivaba un deseo que no podía ignorar. ¿Entonces, si creías que fue un sueño, ¿cómo sabías que fui yo quien te la chupó? preguntó, su voz temblaba, sus ojos se entrecerraban mientras lo desafiaba. Diego, sin perder la compostura, respondió con una rapidez que la desarmó. Porque después de llenar tu garganta con mi semen, saliste corriendo del estudio dijo, su tono estaba cargado de una certeza sensual, sus ojos permanecían clavados en los de ella. Y esta mañana, cuando te comportaste tan rara, cortante conmigo y con tu madre, lo supe. Eras tú, primita, y joder, lo hiciste tan bien.
Atziry sintió un calor líquido crecer entre sus piernas, sus muslos apretándose instintivamente mientras las palabras de Diego resonaban en su mente. La imagen de su boca alrededor de su verga, el sabor salado de su clímax, la llenaba de una mezcla de vergüenza y lujuria. Intentó mantener su fachada, pero su cuerpo la traicionaba, sus pezones se endurecieron aún más bajo la camiseta, sus labios entreabiertos dejaron escapar un suspiro apenas audible. Diego, percibiendo su rendición, acercó su rostro, su aliento cálido rozó sus labios.
Atziry, atrapada en el torbellino de deseo que la consumía, estaba a punto de ceder al beso de Diego, sus labios estaban a centímetros de los suyos, el calor de su aliento encendía su piel. Pero un destello de razón la hizo retroceder, su cuerpo temblaba mientras se apartaba en el pequeño baño. No deberíamos susurró, su voz era temblorosa, sus ojos estaban nublados por la lujuria, pero tocados por un destello de duda. Mi mamá está por llegar. Sus leggins negros se adherían a sus muslos bronceados, la tela marcaba el calor húmedo que crecía entre sus piernas, sus pezones endurecidos eran visibles bajo la camiseta ajustada.
Diego la miró con una mezcla de frustración y deseo, sus músculos estaban tensos mientras apoyaba una mano en el marco de la puerta. ¿Entonces qué quieres de mí, primita? preguntó, lleno de impaciencia, sus ojos la devoraban, deteniéndose en la curva de sus senos y la forma en que sus muslos se apretaban. Atziry, con el corazón latiendo desbocado, sintió el fuego en su interior apagar cualquier rastro de duda. La mención de su madre se desvaneció, reemplazada por una necesidad cruda que la empujó hacia adelante. Se abalanzó sobre Diego, colgándose de su cuello, sus piernas se envolvieron en su torso con una urgencia que los hizo jadear a ambos. Tienes razón, primito… hazme tuya gimió, con voz ronca de deseo mientras apretaba su cuerpo contra el de él. Quiero dejar de ser virgen.
Las palabras de Atziry golpearon a Diego como un relámpago, su confesión de inocencia encendió un fuego aún más intenso en su interior. Su verga, ya endurecida bajo los jeans, palpitó con una urgencia renovada. Carajo, prima gruñó, sus manos se aferraron a las nalgas de Atziry, apretándolas con fuerza mientras la sostenía contra él. Comenzó a besar su cuello, sus labios trazaban un camino húmedo por la piel suave, lamiendo y mordiendo suavemente mientras ella echaba la cabeza hacia atrás, un gemido escapó de sus labios. Atziry, perdida en la sensación, restregaba su vulva contra el abdomen de Diego, la tela fina de sus leggins amplificaba el roce, su humedad se filtraba mientras imaginaba su verga dentro de ella.
Diego, la sostenía con facilidad, deslizó una mano bajo la camiseta de Atziry, rozando la piel cálida de su cintura, subiendo hasta rozar la base de sus senos. Ella tembló, sus piernas se apretaban más alrededor de él, su vulva se frotaba con más insistencia, buscando aliviar el ardor que la consumía. Por fin… te deseo tanto susurró Atziry, su voz rota por la excitación, mientras sus dedos se enredaban en el cabello de Diego, guiándolo contra su cuello. Sabía que el hombre que había anhelado en sus fantasías más oscuras estaba a punto de reclamarla, de romper la barrera de su virginidad.
Diego, con el deseo ardiendo en su interior, empujó suavemente a Atziry hacia el interior del baño, cerrando la puerta tras ellos con un clic que resonó en el espacio reducido. El aire estaba cargado de tensión sexual, el aroma de sus cuerpos se mezclaba con el calor que emanaba de sus pieles. La levantó con facilidad, sentándola sobre el borde del lavabo, sus manos estaban firmes en las caderas de su prima, sintiendo la curva de sus nalgas bajo los leggins negros que se adherían a su cuerpo como una segunda piel. Atziry, con la respiración agitada, lo detuvo con un gesto rápido, bajándose del lavabo. Lo vamos a romper, Diego dijo, su voz temblaba de excitación, sus ojos tenían una mezcla de nervios y lujuria mientras su pecho subía y bajaba, sus pezones endurecidos se marcaban bajo la camiseta ajustada.
Diego asintió, con una sonrisa traviesa curvando sus labios, mientras Atziry, sin perder un segundo, se arrodilló frente a él. Sus dedos, ansiosos pero precisos, desabrocharon el cinturón de su primo con un movimiento rápido, el sonido del cuero deslizándose resonaba en el silencio del baño. Primero te la voy a mamar de nuevo susurró, su voz era ronca pero cargada de deseo, mientras bajaba el pantalón de Diego, dejando que cayera al suelo. Con un tirón impaciente, deslizó el bóxer hacia abajo, liberando la verga de su primo, ya dura y palpitante, erguida ante ella como un trofeo que había anhelado. Atziry tardó más en despojarlo de su ropa que en meterse aquel pedazo de carne en la boca, sus labios lo envolvieron con una avidez que hizo que Diego jadeara.
La visión de Atziry arrodillada, con su cabello cayendo en mechones desordenados sobre su rostro, era hipnótica. Sus labios, húmedos y cálidos, se deslizaban por su verga, desde la base hasta la punta, ensalivándolo con una dedicación que lo volvía loco. El sonido húmedo de su boca, mezclado con lengüetazos largos y arcadas suaves cuando lo llevaba demasiado profundo, llenaba el baño, un coro sensual que resonaba contra las paredes. Atziry, con una mano sosteniendo la base de su verga, usaba la otra para acariciar los testículos de Diego, sus dedos los rozaban con una suavidad que contrastaba con la ferocidad con la que chupaba. Sus ojos, alzados hacia él, brillaban con una mezcla de sumisión y poder, saboreando cada gemido que arrancaba de su primo.
Diego, con las manos apoyadas en el lavabo para mantenerse en pie, la observaba embelesado, su respiración era pesada mientras sentía la lengua de Atziry danzar sobre su piel, ensalivando cada centímetro. Prima, qué bien lo haces gruñó, mientras sus caderas se movían ligeramente, siguiendo el ritmo de su boca. Atziry, atragantándose en ocasiones, no se detenía, sus labios se apretaban alrededor de él, su saliva goteaba por su barbilla mientras lo devoraba con una pasión que traicionaba su deseo reprimido.
El sonido de su boca trabajando era hipnótico: lengüetazos largos, succiones profundas y arcadas suaves cuando lo llevaba hasta el fondo de su garganta. Sus manos, una sosteniendo la base de su verga, la otra acariciando sus testículos con dedos ligeros, amplificaban el placer. Diego, apoyado contra el lavabo, sentía cada lamida como una descarga eléctrica, el calor de la boca de Atziry superaba incluso el placer de la noche anterior. Joder, primita, ¿si eres virgen, ¿cómo es que la mamas tan rico? preguntó, su voz era ronca, entrecortada por los gemidos que escapaban de su pecho.
Atziry, sin detenerse, alzó la mirada, con una mezcla de picardía y lujuria. Sacó la verga de su boca por un instante, un hilo de saliva la conectaban aún a sus labios. Porque he practicado con un dildo que compré cuando llegaste a casa respondió, su voz temblaba de excitación, mientras lamía la punta lentamente, saboreando la piel salada antes de volver a engullirla. Diego, al escuchar su confesión, sintió una oleada de calor recorrerlo. Sonrió, sus ojos rodaron hacia atrás en puro éxtasis. Ya me voy a venir, primita gruñó, sus manos se enredaron en el cabello de Atziry, guiándola con una urgencia que rayaba en la desesperación.
Ella, decidida a complacerlo, metió la verga hasta el fondo de su garganta, con sus labios apretándose alrededor de él mientras las arcadas resonaban en el baño, un sonido crudo que llenaba el aire. No se detuvo, incluso cuando sentía que se ahogaba, su deseo de volver a tragar el semen de Diego superaba cualquier incomodidad. Los espasmos llegaron, y Diego, con los ojos en blanco, se rindió al clímax. Chorros calientes de semen inundaron la boca de Atziry, pegándose a su lengua, deslizándose por su garganta mientras ella tragaba con avidez, saboreando cada gota. Desde su posición, arrodillada, alzó la mirada para ver el rostro de Diego, contorsionado por el placer, una visión que la hizo sentir poderosa, satisfecha de haberlo llevado al límite.
Cuando los espasmos cesaron, Atziry sacó lentamente la verga de su boca, dejando que Diego viera el interior de sus labios, aún brillantes con restos de su semen. Sonrió, sus mejillas estaban ruborizadas, y luego tragó deliberadamente, un gesto lento y provocador que hizo que Diego jadeara, su sonrisa se amplió mientras la miraba con una mezcla de admiración y deseo renovado.
Diego, aun vibrando por el clímax que Atziry le había arrancado, la levantó del suelo con facilidad, sus manos fuertes se aferraron a sus caderas. La guio para que tocara su verga, aún dura y palpitante bajo su toque. Siente, primita, aún está dura para ti susurró lleno de lujuria. Atziry, con los ojos abiertos de par en par, sintió el calor y la firmeza de su miembro en su mano, un trozo de carne que parecía prometerle todo lo que había soñado. Ay, primo, qué vergota jadeó, su voz temblaba de deseo, su vulva palpitaba con una humedad que empapaba sus leggins. Quítame la virginidad, por favor.
Diego no esperó más. La besó con una pasión desenfrenada, sus labios reclamaban los de ella, sus lenguas entrelazándose en un baile febril que llenó el baño de sus respiraciones agitadas. La volteó con un movimiento rápido, colocándola de espaldas a él, su cuerpo ahora estaba frente al espejo del lavabo. La imagen reflejada era hipnótica: Atziry, con el cabello rubio desordenado cayendo sobre sus hombros, y Diego detrás, con su torso desnudo y musculoso, listo para hacerla suya. Él levantó los brazos de su prima, deslizando su camiseta hacia arriba con una lentitud deliberada, revelando que no llevaba sostén. Los senos de Atziry, firmes y redondos, rebotaron libres, los pezones erectos apuntaban al espejo, una visión que hizo que su vagina se contrajera, su humedad se intensifico hasta mojar la tela de sus leggins.
Diego, con un gruñido de deseo, jaló los leggins por detrás con fuerza, rasgándolos con un sonido seco que resonó en el baño. La tela cedió, exponiendo las nalgas de Atziry, redondas y perfectas, sin rastro de ropa interior. Primita, qué ricas nalgas tienes murmuró, lleno de admiración mientras se ponía en cuclillas detrás de ella. Sus manos separaron suavemente sus nalgas, revelando su ano rosado y la vagina reluciente, completamente depilada, un lienzo suave que lo invitaba. Diego acercó su rostro, su lengua trazó un camino lento y húmedo por su ano, lamiéndolo con una delicadeza que arrancó un gemido agudo de Atziry. Luego, descendió a su vagina, lamiendo los labios húmedos desde atrás, saboreando la dulzura salada de su excitación, su lengua exploraba cada pliegue con una precisión que la hacía temblar.
Atziry, recargada en el lavabo, se miraba en el espejo, hipnotizada por la imagen de sus senos rebotando levemente con cada movimiento, los pezones endurecidos como evidencia de su deseo. Los gemidos escapaban de sus labios, cada lamida de Diego enviaba oleadas de placer por su cuerpo. Ay, primo, no imaginé que me la comerías así jadeó, su voz estaba rota por la excitación, mientras sus caderas se movían instintivamente contra su boca, buscando más.
Diego, consumido por el deseo que lo incendiaba, se puso de pie abruptamente, dejando atrás el sabor de la piel de Atziry. Con un movimiento rápido y decidido, la volteó hacia él, sus manos fuertes la giraron para que quedaran frente a frente. Atziry, sorprendida por la brusquedad, lo miró con los ojos abiertos, un destello de susto cruzó sus pupilas café claro, pero el hambre en la mirada de Diego la envolvió, disipando cualquier temor. Él no dijo nada; sus labios se lanzaron hacia sus senos, besándolos con una urgencia que la hizo jadear. Los pezones rosados y pequeños, erectos bajo su toque, eran un imán para su boca. Los lamió con avidez, su lengua trazó círculos húmedos alrededor de ellos, succionándolos suavemente mientras su rostro se hundía en la carne suave y firme, el aroma de su piel bronceada llenaba sus sentidos.
Joder, primita, amo tu cuerpo esbelto gruñó Diego contra sus senos, su voz ronca vibraba contra su piel mientras lamía y mordisqueaba con una mezcla de reverencia y lujuria. Eres como una muñequita que quiero consentir siempre. Sus palabras, cargadas de adoración, hicieron que Atziry se ruborizara, un calor subía por sus mejillas mientras su cuerpo respondía al frenesí de sus caricias. Su mano derecha se deslizó instintivamente hacia su entrepierna, sus dedos encontrando su clítoris, frotándolo con movimientos rápidos y desesperados. La humedad entre sus piernas, ya empapando los leggins rasgados, se intensificó, sus jugos resbalaban por sus muslos mientras se recargaba con la mano izquierda en el lavabo, buscando apoyo para no desplomarse bajo el placer.
Su cuerpo esbelto, bronceado y expuesto, se arqueaba hacia él, sus caderas moviéndose al ritmo de sus propios dedos, cada roce en su clítoris enviaba descargas de placer que la hacían gemir. Diego, perdido en la suavidad de sus senos, restregaba su rostro contra ellos, sus manos recorrían la cintura estrecha de Atziry, apretándola como si quisiera grabar cada curva en su memoria. Eres perfecta, prima susurró, su lengua lamía un pezón antes de succionarlo con más fuerza, arrancándole un grito ahogado.
Atziry, consumida por un deseo que la hacía temblar, se aferraba al lavabo, sus senos desnudos se estremecían bajo los besos voraces de Diego. El baño, impregnado del calor de sus cuerpos y el aroma salado de su excitación, vibraba con la tensión de lo que estaba por suceder. Después de minutos de caricias intensas, Atziry, con la voz rota por la urgencia, suplicó entre gemidos. ¡Por favor, primo, quítame la virginidad! jadeó, su vulva palpitaba bajo sus propios dedos, empapada de deseo. Quiero sentir tu verga dentro, entregarme a ti. Su súplica, cruda y desesperada, hizo que el miembro de Diego, ya duro y palpitante se tensara aún más, ansioso por cumplir su deseo.
Diego, con una mezcla de ternura y hambre, la tomó por la cintura, sus manos fuertes la levantaron con facilidad para sentarla de nuevo en el borde del lavabo. Atziry sintió el frío de la superficie contra sus nalgas bronceadas, algunas gotas de agua las humedecían, un contraste fresco contra el calor abrasador de su piel. Diego, de pie entre sus piernas, las abrió con suavidad, sus manos acariciaban los muslos firmes mientras sus ojos se clavaban en la vagina reluciente de Atziry, depilada y lista para él. La besó apasionadamente, sus labios devoraban los suyos, sus lenguas se entrelazaban en un baile febril mientras posicionaba su verga en su entrada. Con una lentitud deliberada, comenzó a penetrarla, deslizando su miembro centímetro a centímetro, queriendo desvirgarla con cuidado, atento a cada reacción de su prima.
Atziry, con el cuerpo tenso, sintió cómo la gruesa verga de Diego se abría paso en su interior, un dolor placentero la invadía mientras su vagina, húmeda y apretada, lo acogía. Un gemido escapó de sus labios, sus manos se aferraron a los hombros de Diego, las uñas clavándose ligeramente en su piel. Él, sin dejar de besarla, empujó con suavidad hasta romper su himen, el momento marcado por un leve grito de Atziry, una mezcla de dolor y éxtasis. Diego detuvo su movimiento, sus labios aún pegados a los de ella, dándole un instante para adaptarse, pero pronto los gemidos de Atziry se transformaron en sonidos de placer puro, su cuerpo relajándose mientras el dolor se convertía en una delicia que la hacía vibrar.
Sigue, primo… hazme mujer susurró contra su boca, sus piernas bronceadas envolvían el torso de Diego, apretándolo contra ella para que la penetrara más profundo. Diego, con un gruñido bajo, obedeció, sus embestidas se volvieron más firmes, cada movimiento hacía que los senos de Atziry rebotaran. Ella, recargada en el lavabo, sentía su vagina apretarse alrededor de él, el placer crecía con cada roce, sus jugos se mezclaban con el calor de su primo.
Después de minutos de sentir cómo su primo la penetraba con un ritmo constante, Atziry, con la voz quebrada por la lujuria, lo miró con deseo. Primo, quiero que me cojas desde atrás jadeó, su respiración era agitada mientras se mordía el labio inferior. Quiero verme en el espejo. La idea de presenciar su propia entrega la encendía, su vagina palpitaba alrededor de la verga de Diego.
Él, con un gruñido de aprobación, la ayudó a bajarse del lavabo, sosteniendo sus caderas bronceadas. Atziry se volteó, inclinándose hacia adelante, sus manos se apoyaron en el borde del lavabo. Al hacerlo, sus ojos captaron un hilillo de sangre en la superficie, la evidencia de su virginidad recién perdida. La visión la golpeó como un relámpago, su excitación se disparó al saber que Diego había sido quien la había hecho mujer. Sus senos, libres y firmes, colgaban ligeramente, sus pezones rosados estaban muy endurecidos, mientras sus nalgas, expuestas por los leggins rasgados, se ofrecían a su primo. Diego, con su verga aún dura y brillante por los jugos de Atziry, se posicionó detrás de ella, alineando su miembro con su vagina reluciente.
Sin preámbulos, Diego la penetró de una sola estocada, irrumpiendo en su interior con una fuerza que hizo que Atziry gritara, un sonido que mezclaba dolor y placer. Su vagina, aún sensible por la reciente ruptura de su himen, se ajustó a él, apretándolo con una calidez húmeda que lo hizo gemir. Poco a poco, los gritos de Atziry se transformaron en gemidos profundos, su cuerpo se adaptaba al ritmo de las embestidas. A través del espejo, ella observaba su propio rostro, contorsionado por el placer, las mejillas ruborizadas, los labios entreabiertos dejando escapar sonidos de éxtasis. La imagen de Diego detrás de ella, su torso musculoso tensándose con cada movimiento, era hipnótica.
Diego, perdido en la visión de su prima, deslizó sus manos hacia los senos de Atziry, apretándolos con firmeza, sus dedos pellizcaban los pezones erectos, arrancándole gemidos más agudos. Luego, su mano derecha descendió, encontrando el clítoris hinchado de Atziry, masajeándolo con círculos rápidos que la hicieron arquearse contra el lavabo. Con la mano izquierda, agarró su cabello, jalando su cabeza hacia atrás con una mezcla de dominio y ternura. Atziry, en el espejo, veía cómo sus músculos se tensaban, sus senos rebotaban con cada embestida, la imagen de Diego tomándola con tal intensidad haciéndola temblar. Primo, me estás volviendo loca gimió, su voz estaba rota mientras su vagina se contraía alrededor de él, el placer crecía hasta un punto insoportable.
El baño, ahora estaba impregnado del sonido de sus cuerpos chocando y el aroma crudo de su pasión, era un escenario donde Atziry se entregaba por completo, gozando cada segundo de la verga de su primo, cada caricia en su clítoris, cada jalón en su cabello. El espejo reflejaba su unión, un cuadro de lujuria que los consumía.
Pero de pronto, el sonido inconfundible de la puerta principal abriéndose rompió el hechizo. ¡Ya llegué! gritó Elizabeth, su voz resonó en el departamento, haciendo que Diego y Atziry se congelaran, sus respiraciones agitadas quedaban atrapadas en sus gargantas.
El silencio que siguió fue pesado, roto solo por el eco de las zapatillas de Elizabeth contra el suelo de madera. Atziry, con los ojos abiertos por el pánico, apretó los muslos alrededor de Diego, su vagina aun palpitaba alrededor de su verga. Él, con el corazón acelerado, la sostuvo firme, sus manos estaban en sus nalgas bronceadas, tratando de mantener la calma. Elizabeth, al no recibir respuesta, frunció el ceño, notando el televisor encendido en el salón, su pantalla parpadeaba con una serie olvidada. ¡Atziry! ¡Diego! ¿Dónde están? volvió a gritar, cerrando la puerta principal con un golpe seco. La falta de respuesta la inquietó, sus pasos resonaban mientras recorría el departamento, buscando pistas.
Un gemido suave, apenas audible, escapó de Atziry antes de que pudiera contenerlo, y Elizabeth se detuvo en seco, con sus sentidos agudizándose. Creyendo que los sonidos venían del televisor, se acercó y lo apagó con un clic, esperando que los ruidos cesaran. Pero el silencio que siguió fue aún más sospechoso, y sus ojos se dirigieron a la rendija de luz que se filtraba por debajo de la puerta del baño. Su corazón dio un vuelco, una mezcla de curiosidad y aprensión creciendo en su pecho. Con pasos lentos, sus zapatillas resonaban en el suelo, se acercó a la puerta, el aire estaba cargado con el aroma de un deseo que aún no identificaba. Tocó suavemente, su voz firme pero teñida de incertidumbre. Atziry, Diego, ¿quién está usando el baño?
Elizabeth, con el corazón latiendo rápido por la incertidumbre, tocó la puerta del baño una segunda vez, su voz resonaba con un tono más firme. ¿Quién está usando el baño? preguntó, sus dedos tamborileaban nerviosamente contra la madera. Dentro, Atziry y Diego, atrapados en su frenesí sexual, se miraron con los ojos abiertos, el pánico se mezcló con el deseo que aún los consumía. Diego, con su verga aún dura y alojada en la vagina húmeda de Atziry, la sostuvo por las caderas, sus manos fuertes la mantenían en su lugar. Con una sincronía desesperada, caminaron juntos hacia la puerta, sus cuerpos entrelazados, los muslos bronceados de Atziry temblaban mientras intentaban mantener el equilibrio. La puerta se abrió lentamente, apenas una rendija, dejando escapar un leve pero inconfundible aroma a sexo que flotó en el aire. Elizabeth, frunciendo el ceño, lo percibió, pero no pudo identificarlo, su mente aun buscaba una explicación lógica.
Atziry, con el cabello desordenado cayendo sobre su rostro, asomó la cabeza por la abertura, asegurándose de que la puerta no se abriera por completo. Detrás de ella, Diego permanecía oculto, con su torso desnudo pegado a su espalda, su verga aún dentro de su vagina palpitaba con cada movimiento. El riesgo de ser descubiertos hacía que su piel se erizara, pero también intensificaba el calor entre sus piernas. ¿Qué pasa, mamá? dijo Atziry, su voz temblaba ligeramente, intentando sonar casual mientras su cuerpo traicionaba su excitación. Me voy a bañar. Elizabeth, parada en el umbral, arrugó la nariz. ¿A qué huele? preguntó, su tono estaba cargado de sospecha mientras sus ojos escudriñaban el rostro de su hija.
Atziry, con el corazón acelerado, respondió con rapidez, forzando una sonrisa. Tuve un pequeño accidente con mi regla, por eso me voy a bañar mintió, su voz se quebraba apenas mientras sentía el calor de Diego detrás de ella. Pero en ese momento, su primo, incapaz de contenerse, comenzó a mover sus caderas lentamente, metiendo y sacando su verga con un ritmo torturante. Atziry abrió los ojos de golpe, un gemido quedo atrapado en su garganta mientras su vagina se contraía alrededor de él, el placer se mezclaba con el pánico. Sus manos se aferraron al borde de la puerta, sus nudillos se blanqueaban mientras intentaba mantener la compostura, su rostro ruborizado traicionaba la intensidad de lo que sentía.
Elizabeth, ajena a la verdad, frunció el ceño, pero no insistió, su atención aún estaba atrapada por el aroma extraño y la actitud nerviosa de su hija. Diego, escondido tras la puerta, apretó las nalgas de Atziry con una mano, su otra mano se deslizaba por su cintura, sintiendo la piel bronceada temblar bajo su toque. Cada movimiento de su verga era una provocación, un desafío silencioso que hacía que Atziry mordiera su labio inferior para no gemir.
¿Qué pasa, hija? preguntó Elizabeth, su tono mezclaba preocupación y sospecha mientras observaba los ojos de Atziry, que brillaban con una intensidad inusual. Su hija, con el cuerpo estremeciéndose por las embestidas lentas pero implacables de Diego, quien permanecía oculto tras la puerta, respondió con la voz entrecortada, pequeños gemidos escapaban de sus labios. Es… un cólico, mamá mintió, su respiración estaba agitada mientras la verga de su primo se deslizaba dentro de su vagina, cada movimiento enviaba oleadas de placer que amenazaban con delatarla.
Elizabeth, aún extrañada, ladeó la cabeza. Había escuchado esos leves gemidos, un sonido que no encajaba del todo con un simple cólico. ¿Y Diego ya regresó? preguntó, su mirada escudriñaba el rostro de su hija. Atziry, con el corazón latiendo desbocado, sintió cómo Diego, detrás de ella, ajustaba su agarre en sus caderas bronceadas, su miembro palpitaba dentro de su vagina húmeda. Sí, mamá… pero salió a correr, dijo que volvería más tarde respondió, mordiendo su labio inferior para reprimir un gemido más fuerte, su cuerpo la traicionaba mientras el placer la consumía. Elizabeth, más tranquila pero aún con un dejo de duda, asintió. Está bien, hija, te dejo bañarte. Estoy cansada, voy a dormir un poco. Por favor, despiértenme cuando Diego regrese para que cenemos los tres juntos dijo, mientras se giraba, sus zapatillas resonaban en el suelo de madera.
Atziry, con el rostro contorsionado por el esfuerzo de mantener la compostura, asintió rápidamente con la cabeza y cerró la puerta de un golpe, el sonido resonó como un alivio momentáneo. Esperó, conteniendo la respiración, hasta que escuchó el clic de la puerta de la habitación de Elizabeth al cerrarse. En ese instante, Diego, libre del riesgo inmediato, soltó un gruñido bajo y comenzó a penetrarla con una intensidad renovada. Sus embestidas, ahora eran más rápidas y profundas, hacían que las nalgas de Atziry chocaran contra su pelvis, el sonido carnoso llenaba el baño. Ella, recargada contra la puerta, dejó escapar gemidos más audibles, su vagina se apretaba alrededor de la verga de Diego, empapándola con sus jugos. Sus senos, libres y rebotando con cada movimiento, rozaban la madera fría, sus pezones erectos amplificaban su placer.
Primita, están tan apretada susurró Diego, sus manos se deslizaban por su cintura, una aferrando su cadera y la otra subiendo para apretar un seno, pellizcando el pezón rosado con dedos expertos.
Entre jadeos, Atziry, con la voz entrecortada, lo miró por encima del hombro, con una mezcla de reproche y lujuria. ¿Por qué hiciste eso, Diego? gimió, su respiración era agitada mientras sus senos rebotaban con cada movimiento. ¡Pudo habernos descubierto mi mamá! El riesgo de ser atrapados por Elizabeth, aún fresco en su mente, hacía que su corazón latiera con fuerza, pero también avivaba el fuego entre sus piernas.
Diego, con una sonrisa traviesa curvó sus labios, ralentizó sus embestidas, dejando que su verga se deslizara lentamente dentro de ella, torturándola con el roce. Quería ver qué hacías, primita respondió, su voz era grave cargada de picardía, mientras sus manos apretaban las caderas de Atziry, sintiendo la suavidad de su piel . Me pareció jodidamente excitante cogerte mientras hablabas con tu mamá. Además, tu vagina tan estrecha estaba apretando mi verga, y no podía parar de querer cogerte más. Sus palabras, crudas y provocadoras, hicieron que Atziry soltara un gemido más profundo, su cuerpo la traicionaba mientras el placer la dominaba.
Sabiendo que Elizabeth se dormía rápido y tenía un sueño profundo, Atziry dejó de lado cualquier rastro de preocupación, su deseo superaba el miedo. Con la voz temblando de excitación, miró a Diego, sus labios entreabiertos dejaban escapar un suspiro. Quiero que lo hagamos en el inodoro, primo… siéntate y déjame montarte susurró, su tono estaba cargado de una urgencia que hizo que el miembro de Diego palpitara aún más. Él, sin dudarlo, se apartó de ella, dejando que su verga saliera con un sonido húmedo, brillante por los jugos de Atziry. Se sentó en el inodoro cerrado, su torso desnudo relucía con una fina capa de sudor, su verga erguida era una invitación.
Atziry, sin perder un segundo, comenzó a montarlo dándole la espalda, sus nalgas subían y bajaban con un ritmo que hacía que la piel de Diego se erizara. Él, hipnotizado, observaba cómo las nalgas de su prima se movían, redondas y firmes, chocando con sus muslos con un sonido carnoso que resonaba en el espacio reducido. Los muslos de Atziry, brillantes por los jugos que escapaban de su vagina, relucían bajo la luz tenue, cada movimiento intensificaba el placer que los consumía.
Atziry, con los ojos entrecerrados y la respiración agitada, tomó las manos de Diego, guiándolas con una urgencia desesperada. Llevó el dedo índice de su mano derecha a su boca, chupándolo lentamente, su lengua danzaba alrededor de él mientras gemía, el sonido vibraba contra la piel de Diego. Luego, colocó las manos de su primo sobre sus senos, sus pezones ahora estaban bajo sus palmas, invitándolo a apretarlos. Diego, con un gruñido bajo, obedeció, sus dedos hundidos en la carne suave, pellizcando los pezones con una mezcla de ternura y ferocidad. Atziry, impulsada por el contacto, intensificó sus sentones, su vagina se apretaba alrededor de la verga de Diego, cada movimiento enviaba oleadas de placer que la hacían jadear. Primo, me estás volviendo loca gimió, su voz temblaba, al borde del colapso.
La sensación de la verga de Diego, gruesa y pulsante, llenándola por completo, era abrumadora. Después de unos minutos de movimientos frenéticos, Atziry alcanzó un orgasmo devastador. Su cuerpo convulsionó, un grito agudo escapó de sus labios, seguido de gemidos y jadeos mientras sus ojos rodaban hacia atrás, perdidos en un éxtasis cegador. Su vagina, empapada, liberó un torrente de jugos que se deslizaron por los muslos de Diego, empapando el inodoro. Pero Atziry no se detuvo, sus nalgas seguían subiendo y bajando, prolongando el placer mientras su cuerpo temblaba. Cuando recuperó el control, con la respiración aún entrecortada, sacó la verga de Diego de su interior, el sonido húmedo resonaba en el baño.
Sin pausa, se giró para quedar frente a él, con un deseo insaciable. Posó sus pies sobre los muslos de Diego, poniéndose en cuclillas con una gracia felina, y volvió a guiar su verga hacia su vagina, metiéndosela lentamente mientras lo abrazaba por la cabeza, atrayéndolo hacia su pecho. Sus senos, firmes y rebotando, quedaron a la altura de la cara de Diego, los pezones rosados rozaban sus labios, invitándolo a devorarlos. Él, perdido en la visión, lamió uno con avidez, succionándolo mientras sus manos se aferraban a las caderas de Atziry, guiándola en un nuevo ritmo.
Diego, con las manos firmes en las nalgas de su prima, la sostenía en cuclillas mientras su verga se hundía profundamente en su vagina empapada. Sus dedos, que exploraban con audacia, se deslizaron hacia su ano, introduciendo ligeramente un dedo en la estrechez cálida, arrancándole a Atziry un gemido agudo que reverberó contra las paredes. Su boca, hambrienta, se aferró a los senos de su prima, lamiendo los pezones rosados con una voracidad que lo hacía gruñir. Los chupaba con deleite, atascándose en la carne suave, saboreando la piel bronceada mientras sus caderas empujaban hacia arriba, intensificando la penetración que los unía en un frenesí de lujuria.
Después de minutos de esta danza carnal, Diego, con un movimiento suave pero decidido, ayudó a Atziry a bajar sus piernas, guiándola para que se sentara frente a él en el inodoro, sus muslos abiertos lo rodeaban. Ahora, cara a cara, Atziry comenzó a darse sentones más salvajes, sus nalgas rebotaban contra los muslos de Diego con un ritmo que hacía temblar el aire. Sus senos, libres se balanceaban, rozando el pecho de su primo, sus pezones endurecidos dejaban un rastro de calor. Se besaron apasionadamente, mientras el baño se llenaba del sonido de sus gemidos y el roce húmedo de sus cuerpos. Atziry, perdida en el placer, sentía la verga de Diego llenarla por completo, cada sentón enviaba descargas de éxtasis que la hacían arquearse.
Prima, ya voy a terminar gruñó Diego, su voz estaba rota por la urgencia, sus manos se apretaron las caderas de Atziry con una fuerza que marcaba su piel. Ella, sin detenerse, lo besó con más intensidad, sus labios se pegaron a los de él mientras susurraba contra su boca. Quiero sentir tus mecos dentro, primo jadeó, su voz temblaba de deseo. Diego, incapaz de contenerse, apretó sus caderas con más fuerza, sus embestidas se volvieron erráticas mientras liberaba chorros calientes de semen en el interior de su vagina. Atziry, sintiendo el calor de su clímax, convulsionó en un orgasmo propio, sus jugos se mezclaban con el semen de Diego, un torrente que escapaba de su vagina y goteaba por sus muslos, empapando los testículos de su primo.
Cuando los espasmos cesaron, Atziry permaneció sentada sobre él, su respiración era pesada mientras sentía el semen de Diego escurrir lentamente de su interior, un calor líquido que se deslizaba y se mezclaba con sus propios fluidos. Diego, con los ojos entrecerrados, sentía sus testículos húmedos, cubiertos por la mezcla de sus orgasmos, una sensación que lo hacía sonreír con satisfacción.
Aún envueltos en el calor de su unión, intercambiaron besos lentos y ardientes, sus labios húmedos saboreaban el eco de su pasión. El baño, impregnado del aroma crudo de sus cuerpos sudados y sus fluidos mezclados, vibraba con la intensidad de lo que acababan de compartir. Atziry, con las piernas temblorosas y la vagina aún palpitante, se apoyó en el lavabo. Diego, con una sonrisa confiada, se agachó para subir su bóxer y pantalón, el tejido rozaba su verga sensible, aún cálida por el orgasmo. Te dejo bañarte, primita murmuró, su voz era profunda, cargada de una posesividad juguetona, mientras le lanzaba una mirada que prometía más. Cerró la puerta tras de sí, el sonido del cerrojo resonó en el pasillo silencioso.
Apenas dio unos pasos hacia la cocina cuando la voz de Elizabeth lo detuvo como un latigazo. ¿Qué hacías con mi hija en el baño? preguntó, su tono era cortante, tenía los brazos cruzados bajo sus senos prominentes, que se alzaban bajo la blusa ajustada. Su falda lápiz, aún puesta desde el trabajo, abrazaba sus caderas, delineando las curvas que Diego conocía tan bien. Sus ojos miel lo perforaban, una mezcla de sospecha y algo más profundo, casi animal. Diego, paralizado por un instante, sintió el peso de su mirada, pero la confianza que ahora lo llenaba lo impulsó hacia adelante. Con pasos lentos y deliberados, se acercó a ella en la cocina, el aire estaba cargado con una tensión que hacía vibrar su piel.
Sin decir una palabra, tomó el rostro de Elizabeth entre sus manos, sus dedos fuertes pero suaves rozaban su piel blanca, y la besó con una pasión abrasadora. Sus labios se fundieron en los de ella, su lengua exploraba su boca con una urgencia que la hizo jadear. Al separarse, con sus rostros a centímetros, Diego habló, su voz era baja pero cargada de desafío. Le quité su virginidad, tía. La convertí en mi mujer declaró, sus ojos se clavaron en los de ella. Antes de que pudiera responder, deslizó una mano bajo su falda, sus dedos encontrando las nalgas firmes de Elizabeth, apretándolas con posesión mientras la volvía a besar, sus labios la devoraron con un hambre que no ocultaba. ¿Tienes problema con eso? preguntó, su tono era provocador, mientras sus dedos se hundían en la carne suave, sintiendo el calor de su piel a través de la tela.
Elizabeth, con la respiración agitada, lo miró con una mezcla de sorpresa y deseo. En lugar de retroceder, se inclinó hacia él, besándolo con una intensidad que igualaba la suya, sus lenguas entrelazándose en un duelo febril. Al separarse, sus labios brillaban, y su voz salió en un susurro ronco. No, sobrino… somos tus mujeres admitió, con una rendición que lo encendió aún más. Diego, con una sonrisa triunfal, apretó su agarre en sus nalgas antes de soltarla. Entonces no le reclames nada a Atziry dijo, con tono firme, cargado de autoridad. Y no le digas que tú y yo también cogemos. Esto queda entre nosotros. Sus palabras eran una orden, sellada con una mirada que no admitía réplica.
Sin esperar respuesta, Diego se giró y se dirigió al estudio, dejando a Elizabeth sola en la cocina, su cuerpo aun vibraba por el beso y el toque de su sobrino. El aroma a sexo y el calor de sus manos permanecían en su piel, mientras su mente giraba ante la confesión. Diego, al cerrar la puerta del estudio, sintió una oleada de poder recorrerlo. Sabía que ahora era el amo de ambas, su tía y su prima, unidas a él por un deseo prohibido que lo convertía en el centro de sus mundos.
¿Te gustó este relato? descubre más historias porno en español en nuestra página principal.