La siesta inolvidable

Autor: mendoargentino | 31-Dec

Heterosexuales
A pesar del aire acondicionado de la camioneta, el calor de la siesta mendocina se hacía sentir. Treinta y ocho grados a la sombra y el aire totalmente en calma. A alguien se le había ocurrido realizar una consulta profesional sobre los hongos que estaban afectando a las vidas en aquel tórrido verano. Las lluvias caídas 15 días atrás estaban complicando las cosas. La cita se había acordado para las cuatro de la tarde en la esquina sur del parral, junto al canal de riego. Y mi condición de extensionista de un servicio oficial no me permitía darme el lujo de rehusar la asistencia técnica y mi agenda no me permitía diferir para otro horario la cita. Despacio y tratando de levantar la menor cantidad de polvo posible, deslicé mi camioneta por el callejón sur hasta el final del mismo, junto al canal. La sombra de una gran higuera resultó el ambiente ideal para el vehículo que pareció respirar aliviado cuando paré el motor.

Puesto que la consulta se había realizado por teléfono y la había agendado mi secretaria, no tenía la menor idea de con quién me encontraría. En cuanto detuve la camioneta, alguien salió de debajo de la sombra de un viejo sauce. Era evidentemente una mujer, a juzgar por las vestimentas. Su cuerpo cubierto con ropas sueltas y frescas, un inmenso sombrero de paja sobre su cabeza y grandes anteojos oscuros apenas dejaban ver algo de una blanca e intrigante piel. Mientras caminaba hacia mí se sacó el sombrero. Al principio me pareció mayor. Pero al acercarse y levantar sus anteojos para dejarlos sobre su cabello, pude ver que aquella dama no pasaba de los 45 años. Lo inesperado de la situación planteada (esperaba encontrar a un viejo agricultor), el calor de la siesta, la cerveza del medio día en el restaurante del pueblo o tal vez la blancura de aquel rostro, me dejaron casi sin palabras. -Buenas tardes, ingeniero, escuché decir a la mujer casi como en un sueño mientras me extendía una también muy blanca mano.

- Buenas tardes, señora - dije - Si se pueden llamar buenas con semejante calor.

Sonrió como de compromiso y dejó ver una hilera de blancos y perfectos dientes. Como queriendo terminar rápidamente el trabajo para aliviar los males del calor, me dijo:

- Venga, acompáñeme, y puede llamarme Graciela en lugar de Señora.

- Ud. puede llamarme Javier y sin mencionar el “ingeniero” - le dije.

Volvió a sonreír, esta vez más sinceramente y giró sobre sus talones para que la siguiera. Su fino y blanco pantalón de lino me dejó ver una bombachita muy pequeña, que sin ser una tanga, se metía graciosamente entre sus muy bien proporcionadas nalgas. Esa visión y la sombra del parral le permitieron a mi mente darse cuenta que estaba yo ante una hermosa mujer, en un lugar muy solitario, y con un entorno que invitaba al romanticismo. Claro, la peronóspora del Cabernet Sauvignon no tenía nada de romántico. Pero me dije ¿por qué no intentarlo?. Yo ya había pasado los 50 y ocasiones como aquellas no sobraban. Nos introdujimos bajo las cepas de vid que ya pintaban de negro sus racimos. La mujer se detuvo a unos diez metros de la cabecera y extendió su índice señalando unas hojas anormales.

- Te das cuenta, Javier - me dijo en un tuteo muy natural que advertí de inmediato - A mis años esas cosas se hacen notar… y valer si se puede.

- Mi esposo dice que es peronóspora, agregó.

Tomé una de las hojas y poniendo cara de sabio y meditando unos segundos le dije:

- Tenéis razón, Graciela, parece peronóspora.

Saqué una pequeña lupa del bolsillo y completé mi diagnóstico:

- Hay también algunas manchas de antracnosis.

Se acercó a mí como tratando de mirar por la lupa que yo tenía pegada a mi ojo y se inclinó de tal manera que su blusa se abrió dejando ver dos redondos, blancos y pecosos senos. Primero sentí un exquisito perfume que volvía a marearme y en seguida pude sentir el calor de su cuerpo junto al mío.

- ¿Queréis mirar con este aparatito? - le pregunté, y sin decir nada tomó la lupa, la acercó a su ojo y puso delicadamente su mano izquierda bajo la mano en que yo sostenía la hoja para acercarla a la lente.

Su cuerpo se pegó aun más al mío. El entrecruzar de manos nos había puesto en una posición que yo llamaría “comprometida”. Lo cierto es que el calor de aquel cuerpo y el perfume que emanaba, aquellos pechos redondos y su fresca mano tocando la mía, me hicieron sentir un cosquilleo entre las piernas. En seguida noté que mi pene buscaba agrandarse bajo mi ropa -y lo lograba- con una velocidad inusitada. Su pelvis estaba a centímetros de mi nalga izquierda. A pesar de mis años y experiencia no podía saber con certeza si aquel contacto era casual, producto de la situación, o era deliberadamente provocado por Graciela. En eso pensaba cuando ella misma me dio la respuesta, como pasa siempre. Alejó la lupa de su ojo y me miró directamente. Sus inmensos ojos marrones estaban a pocos centímetros de los míos y me miraban de la forma más seductora que jamás había visto.

- Esto es hermoso - dijo, metiéndome otra vez en la duda de si se refería a la visión con la lupa o al contacto de nuestros cuerpos.

- Si - le dije, y dejando caer la hoja enferma la tomé de su hermoso rostro y puse mi boca sobre la de ella.

La entreabrió suavemente y cerró sus hermosos ojos. Había comenzado besando su labio inferior con mucha suavidad y luego pasé la punta de mi lengua por su labio superior esperando una respuesta. Su lengua se metió delicadamente entre mis dientes y exploró deseosa toda mi cavidad bucal. A esa altura mi pene ya había encontrado el espacio necesario para extenderse cuan largo era. Con un pequeño giro de ambos quedamos frente a frente y su vientre quedó pegado a mi miembro que parecía estallar. Sin dejar de besarnos nos prodigamos tiernas caricias en el rostro. Su blanco cuello me atrajo y puse repentinamente allí mi boca entreabierta. Se estremeció y se pegó aún más a mi cuerpo. Me pareció incluso que movía levemente su pelvis. Mientras seguía besando su cuello y metiendo mi lengua húmeda en sus orejas, comenzamos a desprendernos la ropa. Su blusa blanca se abrió y dejó ante mis ojos aquellos dos hermosos y redondos pechos sostenidos por un pequeño corpiño turquesa. No eran grandes, pero si muy bellos y salían del corpiño con un atractivo especial. Era tan hermosa esa visión que preferí dejar el corpiño puesto y sacar solamente un seno para meterlo en mi boca y chuparlo suave y sensualmente. Eso hacía cuando sentí su tibia mano que dejando caer la lupa que todavía sostenía, se posaba sobre mi miembro duro y caliente.

Yo había mojado mi ropa hasta el exterior y eso la excitó en extremo. Casi con desesperación desprendió mi cinturón, abrió el cierre y mientras se agachaba bajaba la parte delantera de mi slip. Mi pene salió de su encierro como disparado. No alcancé casi a verlo que ya estaba entre sus manos. Tomó solamente unos instantes para mirarlo. No es muy grande, pero creo que lo encontró atractivo. Se notaba que sabía disfrutar del sexo porque puso su lengua muy suave y tibia sobre el orificio de la cabeza de mi pene para mojarla lentamente con el lubricante que salía generosamente. Y comenzó a extenderlo por todo mi glande con su lengua y con el pulgar alternadamente. El placer que aquella práctica me proporcionaba era increíble. Y ella lo notaba. Yo no sabía qué hacer para darle placer a ella. Aunque parecía que meterse mi pija en su boca le resultaba especialmente placentero ya que no dejaba de mover su pelvis como si estuviera siendo efectivamente penetrada. Bajó aun más mis pantalones y slip y me tomó con ambas manos de las nalgas. Mi miembro duro y caliente se introdujo hasta su garganta. Ella levantó la mirada para disfrutar de mi cara de goce infinito y le imprimió a su garganta un movimiento que llevaba mi placer a extremos inesperados. Cuando estaba por arrancarme un estremecedor orgasmo se detuvo y se paró frente a mí sin dejar de masturbarme suavemente con aquellas deliciosas manos. Besándola la tomé en mis brazos y cual una pareja de recién casados la llevé hasta la camioneta y la dejé suavemente sobre el asiento. Quedó sentada hacia afuera, con las piernas colgando. Bajé y saqué con ansiedad su pantalón y me quedé maravillado con aquel cuerpo blanco y sus prendas turquesa. Su vulva estaba increíblemente mojada.

Con mis dedos aparté hacia un costado la pequeña bombacha y posé mi lengua sobre aquella concha caliente y húmeda. Volvió a estremecerse mientras abría sus piernas y apoyaba sus pies en el borde del asiento. Se irguió sobre sus codos para mirar como la punta de mi lengua buscaba y encontraba su clítoris. Puso sus manos sobre su pelvis y presionando levemente logró que su clítoris quedara expuesto, duro y redondo, para que yo lo acariciara con mi lengua. Eso hice justamente durante un par de placenteros minutos mientras Graciela observaba y con su mano derecha comenzaba a acariciar sus pezones.

- ¡Qué hermosa lengua que tenéis, amor! ¡Qué caliente que estoy!.

Luego puse su clítoris entre mis labios y lo chupé delicadamente arrancándole gemidos de placer tan sensuales que hicieron apurar mi camino hacia el orgasmo. La calentura de ambos era incontenible. Humedecí los dedos de mi mano izquierda en su concha y metí uno en su Vagina y el otro en su ano que estaba increíblemente dilatado y mojado. Esto le produjo un placer adicional que expresaba con gemidos más profundos. Mi pene estallaba de deseos y mi mano derecha le daba una suave masturbación haciendo doble mi placer. Los movimientos de su pelvis se hicieron más intensos.

- Quiero tu hermosa pija en mi concha - gritó casi con desesperación.

- Quiero que me penetres, amor.

Sin dejar la posición en que ella estaba, me incorporé con mi pene en la mano y busqué su húmeda y caliente vulva. Ella seguía gimiendo de placer.

- Méteme la pija, por favor, quiero acabar con tu pija en mi concha. Quiero que me llenes con tu leche.

Apoyé la cabeza de mi pene sobre su clítoris y lo restregué haciéndola deslizar de abajo hacia arriba. Aquello fue supremo. Se estremeció de pie a cabeza y dejó escapar un grito de inmenso placer. Pude presentir su orgasmo, inevitable, intenso, hermoso. Empujé mi pija hasta el fondo, firme pero suavemente. Yo también sentía que mi eyaculación vendría en aquellos momentos. Levantó sus manos y se abrazó a mi cuello quedando colgada de mi cuerpo y de mi pene. Nos besamos y abrazamos, calientes. Yo comencé a sentir cómo fluía mi semen dentro de ella y el temblor de su cuerpo que lo recibía y se estremecía en un espectacular e interminable orgasmo. Nuestras bocas se buscaban y las lenguas llenaban todos los espacios. Nos quedamos así unos minutos hasta que comenzamos a separarnos lentamente con un beso tan caliente y mojado como el del comienzo. Recién tomamos conciencia del calor de la tarde, a pesar de la generosa sombra de la higuera. Entonces la dejé exhausta sobre el asiento de la camioneta y arranqué el motor para hacer funcionar el aire acondicionado. Acomodamos un poco nuestras ropas y comenzamos a besarnos nuevamente con tanta intensidad que fue evidente que ambos queríamos más.

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