Natalia y el ajedrez

Autor: SOCIEDAD | 25-Jan

Grandes Relatos
Conocí a Natalia en la típica verbena veraniega. Era la fiesta de mi pueblo y yo estaba con una docena de amigos y amigas, bebiendo, bailando y fumando. Como no había que conducir, nadie se privaba de tomar cubatas. Me sonaba la cara de la chica, ya que conocía a su hermana mayor y el parecido entre ambas era evidente. El caso es que noté que me miraba y, sin darnos cuenta, ya estábamos bailando y tocándonos. Bailamos y charlamos animadamente. Ella me dijo su nombre (Natalia, aunque yo ya lo sabía) y su edad (20 añitos) y que entre sus aficiones estaba el jugar al ajedrez. Yo solo le dije que me llamaba Javi, aunque estaba seguro de que ella ya lo sabía, y que también me encantaba jugar al ajedrez. Preferí omitir mi edad, ya que a los 26 años me sentía algo viejo en comparación con ella. Nos achuchamos un poco más, pero al rato ella dijo que tenía que volver a casa. No obstante me dijo que ya me llamaría un par de semanas después, para jugar conmigo una partida de ajedrez. Nos despedimos y, la verdad, es que yo no di mucha importancia a su invitación. Volví con mis amigos para seguir divirtiéndonos. A fin de cuentas Natalia solo había sido un ligero rollo veraniego y, lo más probable, era que no nos volviésemos a ver.

Sin embargo me equivoqué. A los veinte días me llamó por teléfono. Yo ya estaba en la ciudad y no supe como se había hecho con mi número de teléfono, pero eso era lo de menos. Decidimos quedar el sábado por la tarde en un bar de estudiantes, con el objeto de jugar una partida. El bar lo elegí yo y no fue otro que el que frecuentaba en mis tiempos de universitario. Allí todo el mundo me conocía (los clientes, la jefa, los camareros) y de este modo “jugaría en casa”. Los días previos repasé un poco mis conceptos de ajedrez, algo oxidados, ya que desde mis éxitos en el instituto había jugado muy poco y con rivales débiles. De cualquier modo confiaba yo que mi nivel fuera suficiente para no quedar mal.

Aquella tarde de finales de septiembre hacía mucho calor, por lo que me vestí con una camisa azul clara de manga corta, pantalones chinos finos y zapatos de verano. Llegué al bar a las seis en punto, pero Natalia ya estaba en la barra, con un café delante de ella. La verdad es que estaba espléndida. Era delgada y de mediana estatura. Vestía unos pantaloncitos vaqueros muy cortos, camiseta de algodón blanca y transparente y sandalias. Nos dimos dos besos y pedí un café con hielo al camarero. La sonriente Natalia tenía un aspecto de quitar el hipo. Sus pantalones cortos realzaban la morenez de sus piernas, la camiseta algo transparente permitía adivinar el sujetador y llevaba las uñas de los pies pintadas de rojo. Tenía la cara también morena, los ojos marrones, la nariz chata y el pelo negro y corto. Recordé las palabras que me había dicho una vez una buena amiga: “para que a una chica le quede bien el pelo corto tiene que ser muy guapa”. Lo cierto es que a Natalia le quedaba de vicio el pelo corto, lo que indicaba que era guapa. Además, las miradas, insistentes en ocasiones, que le dedicaban los chicos del bar parecían estar de acuerdo con mi diagnóstico.

Inicio de la partida: Fase de apertura

Después de saludarnos hablamos un poco, pero a los pocos minutos pedimos el tablero y las fichas, decididos a comenzar nuestra particular batalla. Sugerí que en la parte de arriba del bar estaríamos más tranquilos. En efecto, arriba no había nadie. La diez o doce mesas de la parte alta del bar estaban vacías a esa hora. Nada más subir estaban las dos puertas de los servicios. Elegimos una mesa bien iluminada, al lado de la ventana, e iniciamos los preparativos de la partida. Ella sorteó los colores y a mí me tocaron las blancas. La chica se me antojaba atrevida y alegre, pero esperaba que la partida me diera pistas más fiables sobre su personalidad. Una partida de ajedrez, lo mismo que una de mus, pueden permitir desnudar al adversario sin que éste se dé cuenta. Se puede ver hasta que punto alguien es prudente o arriesgado, cerebral o impulsivo, optimista o pesimista. Realicé una apertura de lo más convencional y tras las primeras jugadas ya pude ver que la chica dominaba el tema, porque seguía variantes de libro. Jugábamos pausadamente, sin prisa, reflexionando las jugadas. Ella apoyaba los brazos en el borde de la mesa, fijaba su vista en el tablero y movía ligeramente sus negras y finas cejas. A la media hora de juego, con la partida totalmente indecisa, propuse bajar a por algo de beber, pero ella dijo: “tú pagaste los cafés, ahora me toca bajar a mí. No hagas trampas ¿eh?”. Se levantó de la silla y se encaminó a las escaleras. Su culo, bien marcado por los pantaloncitos ajustados, era espléndido. Al poco volvió con dos jarras de cerveza en la mano, miró el tablero y dijo:

- Bien, ya veo que has movido el caballo.

- Efectivamente - respondí, antes de beber -. Te toca a ti, encanto.

Sonrió y tras reflexionar unos segundos hizo un arriesgado sacrificio de pieza. Después condujo el ataque con una total precisión. Me defendí lo mejor que pude, pero al cabo de veinte minutos, con mi rey acorralado por sus torres y con un peón en la séptima fila, no tuve otro remedio que inclinar el rey, abandonando. En medio de la sorpresa acerté a decir:

- Tu ganas. Un ataque excelente.

- Se me dan bien las combinaciones arriesgadas. ¿Revancha? - dijo ella.

- Por supuesto. Ahora me tocan a mí las negras - acepté.

- No te vayas a mosquear conmigo por esto - dijo acariciándome la mejilla -. No eres el primer chico al que gano.

- Sería incapaz de mosquearme contigo - contesté sonriendo.

Pero lo cierto es que el repaso que me había dado no me había sentado demasiado bien. Colocamos las piezas sobre el tablero y empezamos a jugar. Con las negras decidí ser muy prudente (en realidad, ese es mi carácter) y me atuve a la más estricta contención. Al rato propuse tomar algo y ella contestó:

- A la hora que es un cubata no vendría mal.

- De acuerdo. Vodka con naranja ¿no? - añadí.

- Veo que aún te acuerdas. Tú tomas whisky con coca-cola - dijo ella con seguridad.

- En efecto - y me dirigí a las escaleras.

Una vez en la barra pedí las bebidas y la jefa del bar, una mujer muy simpática de unos 45 años, me comento:

- Una chica muy guapa. ¿Qué tal va la partida?.

- La tengo en el bote - contesté -. Vamos en la segunda partida, porque en la primera me ha dado una buena paliza.

- Que no se te escape - contestó ella riendo.

Eso esperaba yo: que no se me escapase viva de ningún modo. Cuando subí con los cubatas ella me dedicó una sonrisa agradecida. Seguimos jugando y yo esperaba su fallo. Al final lo cometió, precipitándose en un avance de peones. No vacilé en el contraataque y acabé ganando la partida. En ese momento ella me felicitó y volvió a colocar las piezas tal y como estaban antes de su audaz movimiento de peones. Pensó unos minutos, mientras yo la observaba, y dijo:

- Una jugada demasiado atrevida. Debí ser más pausada, pero la verdad es que siempre he sido algo acelerada ¿No te parece?.

- La verdad es que me pareces una chica adorable - contesté.

- Permíteme una última jugada audaz: ¿por qué no me invitas a tu casa y me conoces un poco más? - preguntó ella, fijando la mirada en mis ojos.

- Por supuesto que sí. Además tenemos una conversación pendiente desde hace unas cuantas semanas - respondí sin parpadear.

En un momento bajamos los vasos vacíos y el ajedrez, nos despedimos de la jefa (que me guiñó un ojo cuando Natalia no miraba) y salimos de allí. Eran las ocho pasadas y ya empezaba a oscurecer. De camino a casa compramos unos bocatas de no sé qué y un par de latas de cerveza.

Medio juego: Táctica y estrategia

Ahora la cosa se ponía interesante. Yo esperaba algo pausado, en el que las cosas fuesen ocurriendo poco a poco. En fin, que yo pensaba que el asunto iba a ser como dar un paseo por la playa y que las olas acariciasen con suavidad mis tobillos, pero Natalia era peor que un maremoto. Apenas tuve tiempo de cerrar la puerta y de posar la bolsa de los bocadillos, ya que ella se lanzó a mi cuello como si tratase de chuparme la sangre urgentemente. Desde luego, nunca había estado con una chica tan ardiente. Besó mis labios, mi cara y mi cuello, para luego empezar a quitar los botones de la camisa. A medida que la iba abriendo, su boca se aplicó a mi pecho y pude notar sus suaves labios y su cálida lengua sobre la piel. Cuando acabó con la camisa su boca buscó mis tetillas. Las lamió despacio, para después mordisquearlas con suavidad. Estuve tentado de pedir una tregua para sentarnos en algún sitio, ya que las piernas casi no me sujetaban, pero, al igual que sucede en una partida de ajedrez, no cabe pedir tiempos muertos: la batalla debía seguir en toda su intensidad. Y vaya si tenía intensidad. La lengua de ella bajó serpenteando por mi estómago, hasta llegar justo donde empezaban mis vaqueros. Agachada, empezó a desabrochar los cuatro botones, uno tras otro, con implacable precisión. Deslizó los pantalones por las piernas, quitó mis zapatos y me dejó en calzoncillos, sin que yo ni pudiese ni quisiese reaccionar. De un empujón en el pecho me tiró sobre la cama, se lanzó a por mí y me quitó los calzoncillos. A la vista de todo exclamó:

- Vaya, vaya. Tienes un cuerpo que no tiene desperdicio. Creo que lo voy a pasar muy bien.

- Anda, quítate la ropa, que seguro que tú también estas para mojar pan - dije yo.

- No hay problema. Observa y disfruta - fue su respuesta.

Ella seguía totalmente vestida, con sus sandalias, su camiseta blanca y sus pantaloncitos. Se dirigió a la cadena de música, puso un CD y esperó unos segundos. Cuando empezó a sonar el Sultans of Swing de Dire Straits, ella empezó a bailar. Tenía una marcha increíble. Lo primero que cayeron fueron las sandalias. Después se quitó, sin dejar de bailar, la camiseta, permitiéndome ver un sujetador blanco y pequeño, muy ceñido a sus tetas. Entre tanto yo, desnudo por completo y con la polla a punto, observaba tranquilamente, sentado en la cama. Desabrochó sus vaqueros cortísimos y se los bajo dándome la espalda. Llevaba una tanga blanca que apenas alcanzaba a cubrir su sexo, dejando al descubierto su precioso culito. Finalmente, hacia la mitad de la canción, desabrochó el sujetador y lo arrojó por los aires. Se colocó delante de mí y dijo:

- Termina tú.

Besé su estómago plano y bajé despacio su tanguita. Entonces pude apreciar bien su cuerpo. Su piel era oscura y no había marcas blancas en ella. Era de un precioso color marrón y de una suavidad deliciosa. Sus pechos bien desarrollados, su cintura y sus caderas guardaban las proporciones correctas y su coño estaba totalmente depilado. En ese momento su rostro mostraba una expresión satisfecha, casi de placer al mostrarse desnuda. Mientras besaba sus muslos dije:

- Hay que ver que morenita y que rica estás.

- Tomo el sol desnuda - respondió, anticipándose a mi posible pregunta -. No me gustan las marcas del bikini.

Pero yo ya no prestaba atención a semejantes detalles, sino que acerqué la lengua a su coño y di un lametón sobre esa deliciosa almejita. Ella suspiró y abrió sus piernas esculturales, permitiéndome meter la lengua un poco más adentro. Estaba mojada y el sabor de sus líquidos era delicioso. Chupé toda su rajita, de abajo a arriba, y después puse la lengua sobre su tieso clítoris. Noté que sus nalgas temblaban, ya que mis manos las sujetaban con firmeza. En ese momento se abalanzó sobre mí y me besó con fuerza en la boca. Llevó una de sus manos a mi polla y la agarró de un preciso movimiento, empezando a menearla a continuación. Yo disfrutaba con aquello y más aún cuando ella acercó provocativamente sus pezones negros a mi boca. Los chupé despacio, notando que eran duros y a la vez suaves. Cuando mis labios los apretaban parecían un bocado firme, cuando mi lengua los lamía parecían suaves. Nuestros gemidos se confundían y se superponían. Mientras mi lengua jugueteaba con sus pezones, pasé una mano por su coño y ella me lo agradeció con un gemido intenso y con un apretón en la polla. Metí un dedo en aquella jugosa almeja y ella, con la voz entrecortada, sugirió:

- Ya veo que te gusta mi conejo. ¿Por qué no me lo comes un poco?.

- Al momento - contesté.

Agazapado entre sus piernas traté de complacerla. Reconozco que nunca he comido un coño como el de ella. Sus labios depilados eran suaves y sensibles. Estaba empapada de jugos, cuyo sabor y aroma tenían una intensidad especial. Lamí hasta el fondo, hice vibrar la lengua sobre su clítoris y saboreé todos sus fluidos. Ella gemía, se retorcía y se acariciaba los pezones. Cuando introduje uno de mis dedos en su sexo y seguí lamiendo su maravilloso clítoris, ella tembló y supe que había tenido un bonito orgasmo. Continué chupando un poco más, para aprovechar la gran cantidad de deliciosos jugos que resbalaban por su coño, pero ella me acabó por interrumpir, diciendo:

- Ahora me toca a mí. Ya verás que mamada tan rica te voy a hacer.

Dicho y hecho. Me senté en la cama y ella, arrodillada en el suelo, masajeaba mi polla erecta suavemente. En un momento dado noté su aliento y después su saliva. La verdad es que lo hacía como una diosa. Su boca era cálida y su lengua juguetona. Acariciaba mis testículos con habilidad y yo estaba en la gloria. Solo fui capaz de jadear y de disfrutar e hice un movimiento para apartar el pelo de su cara, pero no era necesario, ya que su corto pelo negro no tapaba nada. Siguió así un rato, metiendo mi polla entera en la boca, hasta la garganta. Al cabo de unos cinco minutos (más o menos, ya que no estaba yo para cronometrar nada) noté que el placer iba aumentando demasiado, por lo que dije:

- Lamento interrumpir cariño, pero si sigues así la cosa va a acabar demasiado pronto.

- Tranquilo, que la tarde es joven. Ya me follarás dentro de un rato, pero ahora quiero que te corras y disfrutes - dijo ella, en un tono que no admitía discusión.

Tampoco yo pensaba discutir nada en esa situación, por lo que me relajé un poco más y sentí como un enorme gusto se apoderaba de todo mi cuerpo. Grité por última vez y el orgasmo sacudió mi cuerpo, eyaculando toda mi virilidad en su boca. Ella no paró de chupar mi abultado capullo y no sacó la polla de la boca hasta que no quedó ni una gota. Se lo tragó todo, excepto unas pocas gotas que resbalaron por sus labios hasta la barbilla.

- ¡Me encanta recibir una buena lechada en la boca! Ummmm, es fantástico - dijo, cuando hubo terminado.

Yo seguía sentado acariciando su corto y suave pelo negro. Natalia se limpió los labios y se tumbó a mi lado, besándome en la boca. Su lengua conservaba un sabor extraño, con toda seguridad el de mi semen. Abracé su oscuro y delicioso cuerpo y cerré los ojos. Ella acariciaba mis hombros y espalda, al tiempo que decía:

- Pues esto no ha sido más que el principio. Ya verás dentro de un rato.

Si esto no había sido más que el aperitivo, podía imaginarme lo que iba a ser el plato fuerte. Decidí descansar para estar en buena forma para tan exquisita comida.

Final de partida

Al cabo de una media hora noté que Natalia se movía. Al momento sentí un cosquilleo en la polla, provocado por las suaves caricias de sus dedos. La meneó con suavidad, hasta hacer que se volviera a poner dura. Yo, aún medio adormilado, disfrutaba de aquel juego, pero ella me hizo dar un salto cuando pellizcó con fuerza mis tetillas y dijo en voz alta:

- Se acabó el descanso, perezoso. Tenemos cosas que hacer.

Ella tomó rápidamente la iniciativa y empezó a chuparme la polla, colocándose entre mis piernas. Su abundante saliva cubrió mi capullo y sus labios se cerraron sobre él, bajando cada vez más. Su lengua relamía mi pene, produciéndome una deliciosa sensación. Cuando ella consideró que la cosa ya estaba a tono preguntó:

- ¿Dónde tienes los condones?.

- Aquí - contesté, abriendo un cajón que tenía al alcance de la mano.

Ella cogió la caja, sacó uno del envoltorio y lo colocó sobre mi polla, con movimientos precisos. Mientras ella se afanaba en una perfecta colocación, pude preguntar:

- ¿No quieres que te haga alguna cosita?

- No - respondió ella de forma categórica -, solo quiero que me folles.

- Tus deseos son órdenes para mí, preciosa - contesté, incorporándome en la cama.

Si quería que la follase, la iba a follar todo lo mejor que supiese. Al igual que en la partida de ajedrez, la buena de Natalia había comenzado atacando, pero yo aún podía contraatacar con energía. Así que cogí su cuerpo, lo levanté en vilo y coloqué a esa preciosidad a cuatro patas sobre la cama. Ella esbozó una ligera expresión de sorpresa, al verme actuar de modo tan contundente. Agarré sus oscuras nalgas con ambas manos y dije:

- Está bien, si quieres que te folle, prepárate, porque allá voy.

Y sin más que añadir empecé a meter la polla en aquel delicioso coñito depilado. Ella gimió al primer envite. Sonó como un suave y prolongado quejido, que se convirtió en un pequeño grito cuando yo empujé por segunda vez, metiéndosela ya entera, tanto que mis huevos rozaban contra sus nalgas. Seguí con una serie de envites lentos, al tiempo que arañaba ligeramente sus nalgas. Ella empezó a aullar de placer y yo dije:

- ¿Te gusta que te folle así?

- Ahhh, sí, sí. Me gusta muchoooo.

La follé así unos minutos más, apretando un poco sus pezones que colgaban. Sus jadeos se fueron incrementando, en frecuencia y volumen, y al poco escuché su expresión ¡Ooohhh!, que junto con algunos temblores indicaban que había sucumbido al orgasmo. Saqué la polla de su mojado coño, para follarla en otra postura. Estaba yo dispuesto a que ella probara todo mi repertorio de juego. Coloqué a Natalia tumbada boca arriba y me preparé para follarla de nuevo. Ella no me quitó la idea, sino que dijo:

- Fóllame más, que me gusta como lo haces.

Obedecí, pero estaba seguro que, aunque ella me hubiese dicho que parase, hubiera seguido jodiéndola de todos modos. Volví a metérsela, atravesando la elástica carne de su coño de un solo movimiento. Ella movía sus piernas y caderas, haciendo que mis folladas fueran profundas y prolongadas, y aprovechando así para frotar su excitadísimo clítoris contra mi pelvis. La follé así un buen rato, al tiempo que acariciaba sus pezones y frotaba mi lengua contra la suya. Me moví un poco más rápido, pero ella abrazó mi cuerpo con sus piernas y se la clavó del todo, diciendo:

- ¡Ayyyy, ya! Me voy a correr otra vez.

Noté como balanceó un poco sus caderas hacia los lados, para acto seguido correrse entre gritos de placer. Quedó como muerta, con los ojos cerrados y los brazos y piernas inertes. Dejé de follarla y ella cogió mi polla, a través del condón mojado, con la mano y dijo con voz apenas audible:

- Que orgasmos más ricos he tenido. Y tú aún no te has corrido, eres un superdotado, pero te mereces acabar.

Quitó el condón y meneó la dura polla con habilidad. Cuando vio que me iba a correr, se la metió en la boca y succionó con fuerza hacia dentro. La sensación fue fenomenal. Me corrí y derramé todo en su boca, notando como la chupada de ella arrastraba todo mi semen hacia su garganta. Después sacó mi polla de la boca y recogió con la lengua extendida las últimas gotas de esperma. Finalmente pasó el capullo por los labios, los cuales quedaron manchados por mi semen. Podía oír sus ruidosos lametones y chupetazos. Después de limpiarse de nuevo los labios, ella se tumbó sobre mi pecho y dijo:

- No ha estado nada mal ¿eh?

- Ha estado perfecto, cariño - contesté.

- Hacía tiempo que no había tenido unos orgasmos como los de hoy - dijo ella sonriendo -, han sido fenomenales.

No contesté, pero acaricié su pelo cortito, suave como el terciopelo. Desde luego había que reconocer que la partida de ajedrez había dado mucho de sí.

Jaque Mate

Como teníamos hambre decidimos dar buena cuenta de los bocatas. Ella se puso las braguitas y una camiseta verde que encontró en mi armario. Estaba preciosa, con aquella camiseta veraniega que llegaba exactamente hasta sus caderas. Yo me puse otra camiseta (azul, en este caso) y un pantalón de chándal. Nos sentamos en la cocina, pusimos la tele, sacamos los bocatas y las cervezas y comimos con verdadero apetito. Cuando acabamos ella recogió un poco la mesa y yo preparé café, que tomamos en el sofá del salón, junto con un vasito de whisky. A eso de las doce y media estaba claro que a los dos se nos cerraban los ojos, por lo que ella propuso:

- Me muero de sueño y no tengo fuerzas para irme a casa. ¿Me invitas a quedarme a dormir?.

- Eso no hace falta que ni lo preguntes. Vamos a la cama.

Nos quitamos las camisetas y, ella en braguitas y yo en calzoncillos, nos cubrimos con el edredón y dormimos abrazados. Dormí profundamente, notando el cálido roce de su piel. Desperté a eso de las siete de la mañana, notando en mi pecho la respiración de Natalia. Su cuerpo estaba calentito y desprendía un olor embriagador. Su piel era suave y su carne firme. Los dos estábamos medio dormidos, pero empezamos a acariciarnos. La persiana no estaba bajada del todo y se filtraba una débil luz, que permitía que nos viésemos un poco. A las caricias continuaron los besos, primero ligeros y luego ardientes y húmedos. No recuerdo si fue por efecto de sus caricias o si la cosa ya venía de atrás, pero lo cierto es que tenía la polla durísima. Ella se puso encima de mí y apoyó su coño sobre ella, diciendo:

- Ummmm, veo que estás siempre a punto para complacer a una chica.

Y empezó a mover sus caderas, frotando su coño contra mi polla. Suspiró con fuerza cuando empecé a chupar sus pezones, que empezaban a ponerse duros. Ella acabó de apartar el edredón que nos cubría. Empujó mi cara hasta que quedé tumbado y se colocó bien sobre mi pene erecto. Estaba arrodillada y yo aproveché para colocar las manos en sus tetas, amasándolas con suavidad. Ella gemía y cabalgaba con habilidad, apoyando las manos sobre mi pecho. En un momento dado se apartó y se quitó la tanga. Arrojó la diminuta prenda sobre mi cara y pude apreciar la humedad que tenía. Aspiré su aroma, junto en el momento en que noté que ella tiraba con fuerza de mis calzoncillos, dejándome desnudo. Sentí su lengua deslizarse por mis testículos. Ambos acabaron dentro de su boca, primero uno y luego el otro. Los trató con una delicadeza exquisita, para no hacerme daño, lo cual me hizo disfrutar muchísimo. Después me la chupó, con una habilidad que no sé si atribuir a su talento natural o a una larga experiencia de chupapollas. De nuevo su lengua se recreó sobre mi glande. Sus labios se cerraron sobre mi pene y noté un ligero roce de sus dientes. Su mano acariciaba mis cojones y meneaba ligeramente mi polla por la base. Cuando paró de chupármela intenté acercar mis manos a su coño, pero ella lo impidió. Coloco otro condón en mi polla tiesa y se sentó sobre ella.

- Prefiero que me folles ahora, sin calentarme más. Me gusta más correrme con una buena polla dentro.

- Como gustes - contesté.

Y empezó a mover las caderas, con un lento y torturante movimiento de bombeo sobre mi polla. Cuando la tenía bien clavada me incorporé un poco y abracé su cuerpo, chupando las tetas con lujuria. Volví a tumbarme y ella siguió cabalgando sobre mi polla. Ahora echó su cuerpo a tras, apoyando las manos en mis muslos. Suspiraba y gemía, acompasando sonidos y movimientos. Unos minutos después, mientras yo disfrutaba de su extraordinario tratamiento, ella soltó un grito ahogado, seguido de varios jadeos, lo cual indicaba que se había corrido. Pero siguió follándome como si nada, si bien ahora se movía algo más rápido. Se clavó totalmente sobre mi polla y se frotó con fuerza. Ella pellizcó mis pezones, en lo que me pareció una clara invitación a que yo pellizcase los suyos, tan duros y suaves como antes. Ella siguió gimiendo, cada vez más alto y más rápido. Pudo decir:

- Aaahhhh, me encanta follar en esta postura. Creo que me voy a correr otra vez.

A los pocos segundos tuvo otro orgasmo intenso, a juzgar por sus gritos y por el temblor que sacudió su cuerpo.

- ¡Qué placer! Ohhhh, me muero de gusto, vas a matarme a polvos - dijo ella, mientras se corría.

Cambió de postura, pero por lo visto tenía ganas de que la siguiera jodiendo. Se arrodilló en la cama, ofreciéndome su coño abierto y su culito, al tiempo que decía con voz casi militar:

- Vamos, sigue follándome, que me encanta esa polla tan juguetona que tienes.

- Será un placer seguir metiéndotela, preciosa - contesté.

Me arrodillé detrás de ella y empecé a penetrarla. De su boca salió un largo jadeo. Justo entonces, cuando se la metía por segunda vez, decidí que Natalia era mi ideal de chica: alguien que lo hacía bien todo y que tenía un apetito sexual casi insaciable. Agarré sus nalgas y pasé el dedo pulgar por su diminuto ano. Estaba algo rugoso, pero su tacto era exquisito. A la chica no debió disgustarle mucho esto, porque al momento dijo:

- ¡Ay, sí! Méteme un dedo por el culo, por favor.

- Sin problemas - contesté.

Metí en la boca el dedo índice y lo empapé con saliva. Mojé su ano y empecé a tantear la entrada. Al principio se resistió un poco, pero cuando apliqué algo más de saliva y apreté con firmeza, su agujero comenzó a abrirse. Sin dejar de follar su chochito logré introducir la primera falange, notando la deliciosa presión que su músculo ejercía sobre mi dedo. Ella chilló, lo cual me hizo dudar un poco, porque la verdad es que no quería hacerle daño. Detuve el dedo, pero ella me animó a seguir:

- Sigue, por favor, mételo más - suplicó.

Seguí introduciendo el dedo con cuidado, hasta que entró del todo. Ella emitió una especie de quejido, pero estaba claro que no era de dolor, sino de todo lo contrario. Moví la punta del dedo con suavidad y rocé sus entrañas. Todo lo anterior mientras seguía follando su chochito. Natalia movió las caderas, chilló y con un profundo suspiro acabo corriéndose. Yo tampoco pude resistir mucho más. Saqué la polla de su coño, quité el condón como pude, me apliqué un par de meneos y me corrí abundantemente sobre sus tetas y sobre su carita de placer. Me derrumbé sobre la cama y pude ver como su lengua relamía los restos de semen que había en sus labios. Al rato ella limpió los restos de semen de su cuerpo y nos abrazamos para dormir un poco más. A fin de cuentas era muy temprano y era sábado por la mañana. No había prisa. Nos levantamos pasadas las doce y media. Los dos estábamos sudando, así que nos dimos una buena ducha juntos, en la que disfruté enjabonando su placentero cuerpo.

Partida aplazada

Después preparé un buen desayuno: café con leche, cereales, magdalenas y bollitos, galletas de fibra y zumo de naranja. No dejamos nada, pues era evidente que ambos estábamos hambrientos. El desgaste físico que llevábamos encima era notable, por lo que había que reponer fuerzas. Al acabar el desayuno, decidí realizar una jugada atrevida, aunque a mí no me lo pareció tanto:

- Podríamos quedar otro día. Para jugar al ajedrez, ya sabes - dije.

- De momento no va a poder ser - contestó ella.

Su voz tenía una entonación neutra, por lo que no pude adivinar a qué venía eso. Como ella percibió un gesto de sorpresa en mi cara, siguió diciendo:

- Verás, mañana me incorporo al ejército profesional. Me voy a Badajoz para hacer la instrucción y voy a estar allí tres meses, hasta la jura de bandera. Si no me destinan muy lejos, te llamaré cuando vuelva por aquí.

- De acuerdo. No tengo problema en esperarte. Mientras podré jugar al ajedrez con el ordenador - repliqué.

- Eso para el ajedrez. ¿Y para lo demás también esperarás? - preguntó con picardía.

- Seguro que esperaré. En realidad cada vez tengo menos éxito con las chicas - contesté sonriendo -. Solo espero que te lleves un buen recuerdo de tu último día como civil.

- Me llevo el mejor recuerdo del mejor chico - respondió.

Se fue diez minutos después e insistió en que no la acompañase. Esa tarde prepararía el equipaje y a las once y media de la noche tomaba el tren para Badajoz, a fin de incorporarse el domingo por la mañana a la tropa. Cuando se fue me quedé un rato pensativo. La buena de Natalia me la había hecho buena. No tenía otro remedio que esperarla, ya que a partir de ahora cualquier chica me iba a parecer aburrida, en comparación con el vendaval que había pasado por mi cama. Además, no conocía chicas guapas que jugasen al ajedrez. Cualquier candidata saldría perdiendo en la comparación con Natalia. ¿O tal vez no?.

(Este relato esta dedicado a autores - Oscar).

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10-Aug
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Cada año viajábamos en las Vacaciones al norte, hacia la frontera con Estados Unidos, donde mi familia materna vivía. Era todo un ritual el saludar a todos: Los abuelos, los Tíos y Tías, los Primos, a los amigos de allá, etcétera. Total que acabábamos metidos hasta 40 familiares en la casa de los Abuelos.Como era de esperarse, los primos dormíamos en la misma recámara, niños y niñas; mientras que los adultos se repartían en el resto de la casa. Yo esperaba con ansia el ver a mis primos y primas,...
09-Jan
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Mirando esta pagina me encontre con un hombre que a los 50 años quería que un hombre le mamara el pene y luego penetrarlo, yo cumplia todos los requisitos pero él insistía que era una fantasía y que tal vez no quisiera hacer sino eso, nada de besos etc.Nos encontramos en una heladería, era un hombre no muy agraciado, quizás bajo de estatura y de unos 68 kilogramos, muy culto y muy reservado ya que estas son las horas y no se naa mas de la vida personal de él,...
06-Jul
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