Los hilos de Anaís

Autor: cac | 20-Jul

Fetichismos
Ante todo quiero saludar a todos los amantes del fetichismo. Soy un admirador empedernido de la ropa íntima femenina, los zapatos de tacón alto y todo lo que tenga relación con el vestir de una mujer, por ejemplo, cuado veo a una mujer sin zapatos de tacón alto es como ver a un Ferrari último modelo con llantas de bicicleta, no cabe duda que ese par de objetos le dá un toque especial a la presencia de una dama, sin obviar las medias, ligueros, tangas y otros. No obstante, lo que les pretendo relatar es una de mis experiencias relacionadas con las pantaletas, tangas, bikinis, hilos dental y afines. Mi deseo sexual por este tipo de prendas comenzó cuado dejé la provincia para ir a cursar estudios superiores a la ciudad capital; allí vivía una prima del pueblo que tenía su propio departamento debido a que su padre (mi tío) disfrutaba muy buena posición económica para aquel entonces, y como yo era de clase media y mis estudios eran costosos, ella me propuso que podía alojarme en su departamento sin ningún problema, con la finalidad de ahorrarle a mis padres los gastos de residencia.

El departamento era cómodo y confortable, por tanto mi prima me asignó una habitación con su respectivo baño, ya que ella siempre fue y ha sido como mi hermanita querida. Por consiguiente, comenzamos a convivir de una manera muy amena y familiar, aunque algunas veces teníamos ciertas discusiones tontas. Para mi sorpresa, como a las dos semanas de haberme residenciado en el lugar, llega una nueva inquilina, una amiga de mi prima que decidió cambiar de residencia y alquilarle una de las habitaciones vacantes del departamento. Era estudiante de publicidad y una chica con grandes atributos físicos: espectacular rubia de inmensos ojos azules y cabello muy largo, rostro angelical y cuerpo increíblemente terso. Tenía aproximadamente 20 años, mientras mi prima y yo éramos chicos de 18 y 19 años respectivamente.

Desde el primer día que vi a la citada rubia sentí una gran atracción hacia esa mujer, cuando mi prima me la presentó estaba tan animado que, con una sonrisa a flor de labios, le dije mi nombre y le ofrecí de inmediato mi amistad, ella me respondió con brevedad y sutileza: Mucho gusto, Anaís. Supuse que era una de esas chicas pedantes y materialistas que creen tener a Dios agarrado por la barba debido a su condición social y a su indiscutible belleza física, por tanto mi relación con ella fue algo distante más no apática. Notaba cierta indiferencia hacia mi persona, quizá por la apariencia sencilla que siempre me ha caracterizado, sin embargo, se la llevaba muy bien con mi prima.

Sin más preámbulos, les contaré que esa rubia me tenía obsesionado por ser tan elegante y sensual: trasero bien grande y paradito, grandes senos semiesféricos y erguidos, vientre plano y extremidades impecables. Aunado a ello, usaba ropa y calzados muy provocativos; tenía una gran variedad de zapatos de tacón alto y una amplia gama de vestidos, ya que además de dedicarse a los estudios trabajaba en una agencia de publicidad que promocionaba reconocidas marcas del buen vestir femenino. No hacía más que contemplar de una manera natural su hermoso cuerpo y lo bien que le quedaba todo lo que se ponía, cualquier hombre no podía dejar de hacerlo.

Toda mi perversión comenzó un día en la mañana cuando estaba solo en el departamento, ya que ambas chicas se habían marchado a la universidad y a mí me correspondía asistir al turno de la tarde. Al ir a ducharme a mi baño, noto que la manilla que controla la cantidad de agua se había averiado, por lo que requería servicio de plomería, y a consecuencia de ello, no me quedaba más opción que hacer uso del baño común que compartía mi prima con su amiga. De lo más inocente entro al baño y, mientras me desvisto, percibo un vestido dorado que la noche anterior había usado Anaís para asistir a una reunión de trabajo. Al verlo recordé lo bella que estaba esa noche con aquél vestido puesto, debido a que pude observarla al momento de marcharse.

Posteriormente, sin poder resistirme, quito la tapa del cesto y observo todo lo que hay en su interior, concluyendo que era el lugar donde Anaís depositaba su ropa sucia, porque todas las prendas de vestir que allí estaban eran las que ella más usaba. Luego, con mi mano derecha tomo el vestido y lo saco del cesto; aun conservaba ese perfume exquisito que ella prefería, y me imaginaba lo elegante que le quedaba con sus bellos zapatos de tacón alto. Habían pasado pocas horas que dicha prenda dejó de cubrir la piel de su exuberante cuerpo, y mientras jugaba con aquél vestido, observo que cae al suelo una prenda íntima que recibe por nombre hilo dental, la cual sólo acompaña los lugares más íntimos de la entrepierna de una mujer. Era de color rojo púrpura, expelía un olor excitante y estaba algo húmeda por los jugos vaginales que había absorbido esa noche. Luego, la tomo del piso y suelto el vestido, la olfateo y quedo estupefacto como quien inhala una droga.

Tener aquella prenda en mi mano y oler el aroma exótico que emanaba despertó en mí un irresistible deseo y una desenfrenada exaltación de la líbido, lo que hizo que mi pene fuese adquiriendo su máxima erección ¡se me puso rígido como una roca! y sin pensarlo dos veces coloco mi hinchado glande sobre la sección de la prenda que corresponde a la entrada de la vagina (allí el olor era más intenso) y comienzo a masturbarme, no había descubierto que eso pudiese ser tan caliente, sentía que la estaba poseyendo, mi pene estaba impregnado con el olor de su sexo y eso me ponía a mil, me la imaginaba cabalgando encima de mí, en síntesis, me estaba haciendo una paja de película.

Mientras mi mano derecha continuaba su movimiento de vaivén alrededor de mi pene adherido a su prenda íntima, yo mencionaba su lindo nombre: oh... Anaís, por tí Anaís..., qué rico huele tu culito, oh... mamita por tí..., sentía que mis jugos se mezclaban con los suyos a través de aquella porción de tela como intermediaria, experimentando así un placer inefable. Cuando sentí próximo el final, sujeté firmemente la prenda (la sentía parte de mí) y mi mano se movía con mayor ímpetu. Mi pene era como un volcán a punto de hacer erupción, y cuando siento mi semen fluir por mi uretra como una lava ardiente, llevo la prenda a mi rostro y aspiro su aroma, simultáneamente cierro los ojos e imagino su rubio cabello, su pecho y su culo de diosa. Al instante dí un fuerte suspiro: ¡oh... Anaís! , abro los ojos extasiado mientras eyaculo con largos chorros consecutivos de cálido, rico y viscoso esperma que hicieron blanco en su cesto de ropa sucia que tenía al frente, salpicando a su vez el vestido dorado que permanecía en el piso con gotas de mi compacto semen. Quedé exhausto, sentado sobre el retrete con la prenda en mi rostro; fue de maravilla.

Por lo general, Anaís colocaba su cesto de ropa sucia en su habitación privada y lo sacaba los fines de semana cuando se disponía a lavar su ropa, pero por casualidad de la vida ese día estaba en el baño donde ocurrió lo relatado. Fue tan placentera aquella mañana que decidí seguir practicando la masturbación con su ropa íntima sucia, especialmente sus excitantes hilos dental, pues descubrí que era el único consuelo que tenía con aquella mujer que tanto deseaba sexualmente. Tener contacto indirecto con sus genitales a través de sus prendas íntimas era la mayor hazaña que podía logra para mitigar un poco la impotencia que me devoraba al no poder hacerla mía, porque conquistarla para mí era más difícil que ir en burro de América a Pekín.

Continuando con lo planteado, implementé un plan estratégico para llevar a cabo mi decisión de continuar mis fantasías fetichistas con las prendas íntimas de Anaís, el objetivo era obtener un duplicado de cerradura de la habitación de aquella deliciosa hembra, para poder acceder a su cesto de ropa sucia en cualquier momento en que se me presentase la oportunidad, y así poder obtener un excitante hilo dental sucio con el cual hacerme una paja en su nombre. En efecto, una tarde Anaís llegó del trabajo y colocó su llavero en la mesa del comedor mientras se disponía a preparar su cena, y en un momento de astucia tomé el llavero y saqué la llave de su habitación que días previos había identificado, dirigiéndome como un rayo a una cerrajería vecina al edificio que estaba aun laborando. A un poco más de cinco minutos regresé con el duplicado de la llave (había logrado el objetivo) y en otro acto habilidoso logré colocar rápidamente la llave original en el llavero tal cual lo había conseguido; todo pasó inadvertido para ella, sin embargo me encontraba algo nervioso, pero fue un éxito.

Al día siguiente me quedé solo en el departamento, era viernes en la noche y tanto mi prima como Anaís se habían marchado para el cine con unas amigas de la universidad. Previamente me propusieron si quería ir con ellas, pero no acepté la invitación justificando que me dolía un poco la cabeza y prefería descansar, era una falsa excusa para estar a solas y así ejecutar mi plan de acción, sabía que disfrutaría más en la habitación de Anaís que ver cualquier estreno de Hoollywod. Eran cerca de las diez de la noche y estaba casi seguro que las chicas tardarían por regresar, ya que siempre les gustaba llegar cerca de la medianoche. Luego, con cierto nerviosismo me dirijo a la habitación de Anaís con el duplicado de la llave, abro la puerta y me dispongo a inspeccionar cuidadosamente su interior tal que no dejase alguna evidencia que despertara en ella la presencia de un intruso en casa, ya que era una chica extremadamente ordenada y pulcra. Observaba por todos lados tratando de identificar su cesto de ropa sucia, el cual era mi tesoro escondido para llevar a cabo mi fechoría fetichista. Supuse que se encontraba en el armario, y cuando abro la puerta del mismo me encuentro con una docena de pares de zapatos de tacón alto muy sexys, de todos los gustos y colores, y en un compartimiento estaba el cesto que tanto deseaba.

Esa noche que entré a su habitación me hice una paja con un par de zapatos de tacón alto que ella siempre usaba, porque al recordarla caminando con aquellos objetos en sus pies me ponía la verga más tiesa que el as de bastos. Me había convertido en un perverso fetichista y no podía negar el placer que me producía tener en mi mano un objeto perteneciente a la persona deseada. Mi pene era como una espada luchando con aquellos tacones largos y afilados, y los colgaba sobre él para verificar lo rígido que estaba. Luego, aspiro el olor de dichos calzados y era rico, porque era el de sus blancos e impecables pies junto con el de un fino cuero, lamo aquél par de objetos en todo su contorno, y en un acto de lujuria, introduzco mi miembro en el zapato derecho de Anaís; mi glande ocupaba el lugar de sus dedos en aquella afilada contextura y mis testículos se friccionaban con la plantilla que dá lugar al talón, me parecía insólito ver que me estaba masturbando con aquél zapato y mi pene sustituyendo completamente la medida de su pie. Momento después utilicé el zapato izquierdo y así me mantuve buen rato alternando la masturbación con cada uno de ellos.

Cuando siento próxima la corrida saco mi pene para no empapar con mi cálida leche aquellos excitantes zapatos, paro de masturbarme y meto mi mano inocente en el cesto de ropa sucia de Anaís, buscando al azar con el sentido del tacto un rico hilo dental, inmediatamente saco uno de color blanco muy provocativo, con un olor suave pero picante, con el cual cubro mi largo pene y continuo mi ritual fetichista en nombre de Anaís mientras chupo aquél par de tacones que coloco en mi boca y a la vez observo una foto de ella colgada en la pared. Así estuve un tiempo más volando con mi perversa pero inofensiva imaginación hasta que eyaculé encima de una alfombra aterciopelada que estaba en el piso junto al armario, su lindo rostro parecía recobrar vida mientras su imagen observaba mi fulminante orgasmo, era abundante semen que solté en su nombre. Luego, limpié todo con sumo cuidado con papel higiénico y me marché de la habitación, asegurándome de no dejar ninguna prueba de intromisión.

A partir de entonces practiqué la masturbación con sus prendas íntimas con mucha frecuencia, excepto cuando evidenciaba que tenía la menstruación. Fueron las mejores pajas de mi vida, no puedo negarlo, y unas aventuras muy excitantes. Creo que no hubo la mínima sospecha por parte de Anaís de mis andanadas fetichistas y ninguna prenda íntima sucia de ella que se salvó de una masturbación en su nombre. Cuando Anaís terminó su carrera poco antes que yo, me dijo que se marcharía al extranjero, y que a pesar de todo me había ganado su cariño por el respeto que siempre le mostré. Fué tan inocente de todo la pobre que no supo lo bien que conocí el aroma de su sexo y lo perversas que fueron mis masturbaciones en su nombre.

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