La violación consentida y excitante de mi compañera

Autor: Mac | 07-Nov

Consentidos
Fue en esa primera vez que la vi que sentí ese deseo lujurioso de poseerla, de tenerla a cualquier precio. Aún no la conocía, las clases en la facultad recién empezaron pero ya le había echado el ojo unas cuantas veces, tantas que creo algunas veces me había pillado, pero esos ojos claros no podían salir de mi cabeza, y mucho menos esos pequeños pero carnosos labios morados que relucían sobre su tersa y blanca piel. Podría haber hecho una descripción perfecta de toda su anatomía con todas las fisgoneadas que hice de ella, buscando en cualquier resquicio de su ropa, dejando que mi imaginación revelara las partes ocultas, cuantas clases perdidas, las palabras de los profesores recorrían mis oídos sin un fin claro. Un metro y 55 cm de la más proporcionada mujer que había visto hasta el momento, ya me había preguntado varias veces si esa delgada cintura podrían ser rodeados por mis manos, o como sonarían esas redondas nalgas al impacto de mi morbo.

Vigilaba todos los días y procuraba recorrer su silueta bien despacio, empezando por sus pies, subiendo hasta sus blancos muslos que tuve el placer de ver en una noche de fiesta, eran como dos caminos que conducían a aquello que era el inicio y la culminación del más enardecido placer que había soñado en varias noches, de solo pensar en las pequeñas gotas de néctar que saldría de ella, habían hecho que mojara mis calzoncillos en varias ocasiones con estrépito quemante, un calor que recorría mi falo, quitándome sangre de mi cabeza para crecer más y más. Que decepción la mía, que desencanto de la vida, haber encontrado a la mujer que despertaba la pasión salvaje que estaba oculto en mí, y enterarme que ese cuerpo ya tenía dueño, confirmándolo después al ver una dorada alianza en su mano izquierda, de solo pensar que la fortuna había concedido a un hombre a recorrerla las noches que quisiera despertó un deseo mayor y una envidia mucho más grande.

Los años transcurrieron, a veces me descubría en mis diarios deleites de supervisarla como un guardia cárcel, y a veces hasta transcurría por mi mente que eso también la deleitaba, y pensándolo mejor; a que mujer no le gusta sentirse deseada, de saber que sus proporciones aún conservaban el encanto de su adolescencia. Se había casado temprano, creo que antes de cumplir 19 según me enteré una vez, si fuera una flor ahora estaría abriendo sus pétalos, tantos años me satisfacía en la cama de solo pensar en ella, que hasta esos días me parecía suficiente, si no podía tenerla en la vida real, por lo menos en mi mente era mi esclava.

Pero esos días fueron haciéndose más calientes, ella se había convertido en un objeto de deseo intocable, y fueron esos días calurosos que me dejaron ver una parte que estaba oculta, esos grandes pechos que salían impetuosos de un provocativo escote, uno al lado de otro, bien levantados y firmes como el flan más consistente, verla bajar de la escalera siguiendo los saltos que hacían fue uno de los momentos de mayor perversión en mi vida; desear la mujer de otro hasta el punto que había encarcelado ahora a mi moral.
La chispa que encendió el pervertido plan había aparecido, ahora ya no tenía control sobre parte de mi cuerpo, aunque nunca tuve control sobre una parte en realidad, pero ahora estaba poseído y decidido.

Siguiendo los pasos que me había trazado, pude averiguar todo, hasta que su marido se daba el lujo de dejarla una noche a solas, coincidiendo con el día en que su empleada tenía el día libre, compre ropas oscuras para la ocasión, incluso fabrique una mascara para que no me reconociera, había estudiado los exteriores de la casa que hasta ya los sabía de memoria, esperé en un auto a que saliera su marido, me acerqué a la casa, giré el picaporte y la puerta se abrió con facilidad, como lo había calculado, aún no la había cerrado, ella estaba en el sofá viendo una película, llevaba puesta una falda negra que cubría sus piernas, arriba sin embargo era más generoso para mi vista, el escote que hacía relucir sus apreciados pechos, mi presencia la había paralizado, estaba seguro que ella no tenía ninguna intención en ese momento, sin embargo las mías se contaban por miles.

Me arrojé sobre ella antes de que se levantara, el olor de su cuerpo me hizo más bruto, la sujeté de su muñeca con rapidez y la inmovilicé utilizando el peso de mi cuerpo, sintió en ese instante como mi grueso pene se apoyaba sobre ella, descubriendo con eso mis planes, me sobé varias veces hasta que ella dio el primer grito, la silencié rápidamente con mi mano, saqué la suave tela que había preparado y con un poco de esfuerzo logré atarle las manos por detrás, ese forcejeó logró excitarme más de lo que ya estaba, mi mano izquierda volvieron a cerrar su boca, ahora ya la tenía a mi completa disposición. Levanté la falda despaciosamente acariciando a la vez esos muslos que me había vuelto loco, le acaricié su clítoris por encima de su fina y blanca pantaleta, con eso logré que su cuerpo se retorciera varias veces, metí mis dedos hasta sentir la piel más suave que hasta el momento pude disfrutar, le despojé de su ropa intima con rápidos y violentos movimientos, volví a tirarme sobre ella para evitar que se fugara, la amordacé con su fina ropa intima, dejando a mi otra mano libre, ambas bajaron directamente a sus senos, primero acaricié la parte que estaba a la vista, se sentían tan firmes, luego con un tirón brusco había dejado a mi imaginación impotente.

Después de ver tan esplendidos pezones, de color claro como el resto de su cuerpo rodeadas de una aureolas pequeñas, me dispuse a recorrerlas con mi lengua, empecé como un escalador de la parte más baja para llegar con esfuerzo y en mi caso con mucho placer hasta la cima donde me esperaba, no la victoria, sino el más exquisito manjar, había probado un lado sin poder satisfacerme, empecé con el otro pecho con mayor intensidad, mientras mi mano se encargaba de la otra cumbre conquistada, podía escuchar sus forcejeos, su voz apagada que me encendían mas. Después de divertirme por mucho tiempo me despojé de mis pantalones, lo encontré recto como el palo mayor de un barco y tan duro como el mango de un gran martillo, acaricié de vuelta sus muslos introduciendo sorpresivamente mis manos entre ellos, traté de abrir sus piernas sin mucho resultado, subí rápidamente mi mano hasta acariciar bruscamente sus labios, provocando que se estremeciera, aproveché ese momento para introducir mi rodilla entre sus muslos, metí la otra con un poco de dificultad, utilizando mi piernas como un gato, logré vencer por fin la fuerza de sus piernas, me apoyé velozmente antes de que los volviera a cerrar, podía sentir su labios con la punta de mi pene, me acomodé lo mejor que pude, bajé mi mano derecha pasando por sus senos, su cintura, hasta llegar a sujetar como podía a la gran bestia que me dominaba, la coloqué en dirección de su vagina abriendo sus labios con el glande, hice un poco de fuerza y sentí como entraba la cabeza del monstruo, quede un segundo viendo como sus ojos suplicaban, hice un esfuerzo mayor y metí todo lo que pude, cinco años de aguantarme tanto habían valido la pena.

Vi como sus ojos se abrieron completamente, empecé a bombear alocadamente, como una locomotora sin control, no terminaba de sacar y la embestía de vuelta con furia, cada arremetida se acompañaba de un gemido de dolor, ratos después, me puse de rodilla y sujeté su cintura con mis manos colocando sus piernas alrededor mió, las embestidas volvieron a empezar, pero esta vez podía disfrutar del movimiento que sus senos hacían con cada choque, luego de un rato, levanté sus piernas colocándolas a la altura de mi hombro sin dejar de penetrarla en ningún momento, las arremetidas volvieron después de tomar aliento, ahora mis manos estaban libres de vuelta para acariciar sus senos, las estrujé con fuerza, las utilizaba para acercarla más a mi, mientras mi pene la empujaba con ímpetu, sentía que el momento estaba llegando mientras aceleraba más y más, fue un minuto de gran lujuria, el fluido de mi pene estaba a punto de explotar mientras un orgasmo recorría mi cuerpo, las embestidas se hicieron más lentas cuando el esperma empezó a acabarse, di unas cuantas más para vaciarla por completo. Por fin había cumplido parte de mi objetivo, pero no iba a dejar que la noche terminase tan pronto.

Después de quedar completamente exhausto, tomé un descanso para recoger aliento, ella también había quedado muy extenuada, se contorneaba tratando de limpiarse el semen que escurría de su vagina.
De tanto contemplarla desnuda, con los senos al aire y con la falda dejándola al descubierto se me volvió a parar, adquiriendo otra vez su gran tamaño, la llevé a su cuarto, al pasar por la escalera pensé que podría haber sido un buen lugar, pero me decidí por su dormitorio y no me había equivocado, tenían una amplia cama, pero lo que más me gusto fue la mesa que estaba a un costado, no había disfrutado nada de su nalga, ahora me regocijaría con ellos, la apoyé contra la mesa con bestialidad, descubrí su culo con impaciencia, comencé por sobarlos con fuerza con mi única mano libre, sus muslos eran mas suaves de lo que me había imaginado, y la piel de su entrepierna lo eran aún más, pero nada podía superar las de sus senos, utilicé mi pene como una gran pincel, y emprendí la laboriosa faena de trazar un camino, mi punto de partida era su vagina, la subía entre sus nalgas, ella se contorneaba haciendo que el contacto fuera mayor, terminando cerca de su culito, siempre gemía impotente provocándome una mayor excitación, la pintaba con mi esmegma y con el resto de semen que aún salían de su vagina.

Aún no la podía dominar por completo y eso me enfadaba, debía enseñarle quien era el amo y quien la esclava, le abrí las piernas con mis pies, apunté de vuelta mi arma, estaba preparado, y la posición en que la puse era inmejorable, apoyé la cabeza despaciosamente, un gemido trató de impedir que penetrara, seguido de varios mas, tomé impulso y sentí como mis huevos chocaban contra su trasero, el esperma que había dejado lubricó toda su vagina, los forzosos movimientos de escape que hacía solo conseguían que bombeara con más fuerza, mientras ella trataba de salir de esa incomoda posición, yo solo la empujaba más y más, la mesa junto a ella se movían con cada embestida hasta detenerse por completo en la pared, mis arremetidas ahora estaban acompañados no solo de los sollozos que ella hacía, sino también del golpeteo de la mesa contra la pared y de mi pelvis contra los cachetes de su nalga que asemejaban a las cachetadas, así me mantuve por varios minutos, hasta que empecé a extrañar sus pechos, la llevé caminando sin sacar mi pene hasta ponerla frente al espejo, recogí su cabello y volví con las arremetidas, disfrutaba de sentir como mi pene entraba con brutalidad y sin decencia, y de ver sus pechos saltar sin control, me incliné para poder agarrarlos con fuerza y masajearlos a mi total antojo.

Unos largos instantes después se me ocurrió utilizar su culo, de seguro que su marido no se atrevió a usarlo, paré unos segundos mis actividades, todos los líquidos que se le escurría los usé para lubricar la entrada de su ano, creo que ella sospechó lo que iba a ocurrir porque trató de escapar con mayor insistencia, la volví a llevar a la mesa, pude separar sus piernas con un poco más de dificultad, intenté en vano de introducirle mi dedo, apretaba con tanta fuerza que apenas pude encajar la punta, me coloqué en posición, mi altura comparado con la suya dejaban a su agujero en una muy buena posición, lleve la cabeza de mi pene a su orificio, estaba como un cazador esperando el momento oportuno, traté de introducirle la cabeza, pero sentí una gran resistencia, esta vez sus forcejeos surtieron efecto, sus gemidos casi lograron convencerme a que desistiera, la cabeza de mi monstruo aún seguían en posición me había tranquilizado un poco, ya estaba un poco impaciente, un segundo después tuve mi oportunidad, vi y sentí que se había relajado un poco, usando toda la fuerza que aún tenía, embestí con fuerza, simultáneamente la jalé de su pequeña cintura y con la ayuda de la mesa que logro atajarla pude meter por completo mi pene, su culito apretaba con fuerza impidiéndome bombear al principio, pero cada vez que sentía que se aflojaba introducía con ímpetu, y así una y otra vez volvía a los descontrolados movimientos.

Unos largos momentos después solté las cuerdas que la amarraban, ahora estaba a mi completa disposición, se había amansado por completo pero igual la seguía sujetando de los brazos, empujaba rítmicamente con desenfreno, en un momento acariciaba con fervor sus nalgas en otro mis manos estaban sobre sus pechos en otras la traía de su hombro hacía mí, sintiendo a veces que mi pene no entraba por completo, mi cabeza empezó a nublarse de vuelta, sabía que enseguida iba a largar completamente, sentía que mi esperma salía con gran fuerza, como los corchos de una sidra, cada embestida agotaban con rapidez lo que había acumulado con las semanas de castidad que mantuve, ya no había nada que sacar, solo mi poderoso pene, pero me parecía increíble, después de unos minutos aún se conservaba grande y con ganas.

No me podía retirar esa noche así, la tiré sobre la cama, ella creyó que todo había terminado, se sorprendió cuando me precipité sobre ella, la coloqué en la posición de misionero, mi peso caía completamente en ella, vio como llevaba mi mano para colocar en posición a mi pene, trato de impedirlo con su mano sin mucho resultado, ya había ganado otra vez, las embestidas volvieron a empezar, se sacó la ropa intima que llevaba en su boca, me suplicó que la dejara ya, pero le dije que esta debía de ser la última para calmar a mi monstruo, ella yacía sin fuerza para luchar, se había resignado y yo como si recién hubiera empezado satisfacía a mi pene mientras mis labios lamían con ferocidad sus senos, los pezones, sin olvidar sus aureolas, la puse de cuatro varios minutos después y volví bruscamente con lo mió, varias posiciones después ella se encontraba sentada encima de mí en el borde de la cama, la levantaba de su cintura y la dejaba caer sobre mi falo, eso me dejó exhausto así que la obligue a que ella hiciera el movimiento mientras mis manos se volvieron a encargar de sus pechos, cuando sentí que mi cabeza empezaba a nublarse de vuelta, la arrojé a la cama, apunté la cabeza a su cara mientras mi esperma salía como el agua de una manguera sin control, la bañé de semen, le dije que si quería que me marchara tendría que limpiar mi pene con su lengua o de lo contrario volvería al ataque, ella se dispuso a hacerlo con desgana, pero lo hacía bastante bien, por fin pude levantar mi pantalón esa noche y sentir que no había un gran paquete en el, la contemple de vuelta, me miraba con ojos llorosos, ahora ella sabía que era completamente mía, no le dije que se callara, que guardara en secreto todo lo que pasó esta noche, sabía que no se atrevería a decirlo a nadie, no se arriesgaría a perder a su marido, salí de la casa completamente satisfecho. Varios días después volvió a la facultad totalmente cambiada, muy temerosa y solo ambos sabíamos porque.

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