Todas las vergas duras solo para mi

Autor: Erika | 04-Feb

Intercambios
La concha me ardía y sentía un conocido desasosiego en todas mis entrañas. Cinco pares de ojos masculinos admiraban mi desnudez mientras cuatro palpitantes vergas esperaban mis manos a falta de otra cosa mejor.

Me costó trabajo perder, pero lo logré: ya bebidos y fumados, los amigos habían estado insistiendo en que el juego de la botella, que el juego del beso, que les enseñáramos las chichis, hasta que Karla dijo:

-Yo diría que sí, pero no quiero perder hoy, con ninguno de ustedes, ¿qué me lo garantizaría? -Lo juraríamos, dijo uno de los chicos. -No te creo, contestó ella-. Me han dicho que la verga parada no entiende razones. -¿Y si los amarramos? sugerí yo, atendiendo una vieja fantasía. -Cámara, dijo Luisa.

Jimena, la cuarta chica, quiso protestar, pero fue rápidamente mayoriteada. Los chicos discutieron un poco, pero al final quedaron los cinco bien amarrados a sendas sillas, cuando les juramos que la perdedora los masturbaría a todos.

Una vez amarrados, nosotras nos sentamos en la mesa y acordamos el juego (un dominó, beis-ball de cuatro, lo que significa que, cada entrada, una de las cuatro descansaría, es decir, que se jugarían 12 entradas en total), y lo que las perdedoras de cada mano debían hacer.

1ª mano perdida: quedarse solo con la blusa y el pantalón.
2ª, fuera blusa.
3ª, fuera pantalón.
4ª, fuera brassier.
5ª, contoneo frente a ellos.
6ª, beso a los cinco.
7ª, fuera panty. 8ª, mostrarnos ante ellos en la posición que cada uno pida.
9ª, si alguien perdía TODAS las entradas, chuparles las vergas en lugar de masturbarlos.

Y todo, en total silencio, salvo el buen rock del estéreo.

-Pero eso, ni sueñen que va a pasar, les dijo Karla.

Una última condición, pedida por Jimena, fue que las no masturbadoras tuvieran que salir de la habitación, para que la perdedora lo hiciera en privado. La idea me gustó y me prometí perder? de hecho, empezó a hacérseme agua la boca? del sexo.

En verdad, ni Luisa, ni Karla, ni yo éramos vírgenes, pero no tenía por que enterarse todo mundo, y menos nuestros calenturientos amigos, los cinco babosos ahí atados? a nuestra disposición, con sus vergas firmemente enhiestas desde antes de que nosotras empezáramos el juego. De Jimena no se nada, porque no era nuestra amiga o, al menos, no como lo éramos las otras tres, inseparables y casi hermanas. Ella estaba ahí casi por accidente y a juzgar por su juego, no estaba muy de acuerdo.
(Juro que me entretendré muy poco en el juego en sí).

Luisa, Karla y yo sabíamos que jugaríamos a perder. Somos muy buenas para el dominó, así que estaría duro. En la primera mano descansó Karla y la ganó Luisa, de modo que Jimena y yo quedamos listas para empezar en serio. La segunda mano, en que descansó Luisa, ganó Jimena, así que me saqué la blusa mientras Karla se quitaba los zapatos. La tercera entrada, en que descansó Jimena, la ganó Karla, y me quedé sin pantalones. Las mirada mostrando sus rosados y bien formados pechos y, una por una, probé las cinco bocas de los chicos.

Los besé con cuidado, sin tocar ninguna otra parte de su cuerpo con el mío. Lamí sus labios, succioné sus lenguas, pasé lamía por su cavidad entera, poniéndoles sus vergas más duras, si es posible, de lo que ya estaban y yo, también si es posible, más caliente aún.

Descansé la octava, que ganó Jimena, única que jugaba para ganar. Karla, alta, delgada, guapísima, bailó ante ellos mientras Luisa se quitaba los pantalones. Cuando Jimena ganó la novena entrada pensé que estaba a punto de lograrlo. Luisa se quitó el bra y mostró sus excepcionales melones, sueño maternal de todos ellos que, no obstante, también miraron con hambre cómo me sacaba las empapadas pantys mostrando mi peluda concha.

La 10ª entrada fue para Karla, así que yo sentía tocar el cielo. Nadie peló que la Jimena se quitara el pantalón porque yo, totalmente en pelotas les mostraba el culo en popa, la panocha abierta, la mano acariciándome, en fin, que yo estaba a punto de turrón, ellos también, y la Karla y la Luisa también un poco moviditas, je, je.

Pero las malditas jugaron juntas contra mi la 11ª ronda, última mía (y que descansaba Jimena), así que gané (es decir, perdí), y Karla besó a los chicos mientras Luisa bailaba ante ellos y yo, disimuladamente, me acariciaba, porque la escena era digna de un Oscar. Durante la última entrada seguí acariciándome, hasta alcanzar un orgasmo silencioso. Por supuesto, ganó Jimena, así que tocó a Luisa besar a los chicos y a Karlita quedar en pelotas, con el coño al aire.

Luisa los besó rápido, porque apenas acabando de hacerlo, dijo:

-Pues ahí están, Erika, todos tuyos.

Era verdad: aunque perdí más manos que ellas, en puntos quedé muy, muy cerca de Karla, pero de todos modos era la perdedora? o ganadora. Mis queridas Karla y Luisa salieron, mirándome con ojos entre malos y divertidos. Creo que las muy putas sabían bien que no me conformaría con masturbarlos.

Yo me acerqué a los cinco chicos y con unas tijeras, rompí, uno a uno, sus calzoncillos.

-No les importa, ¿verdad? les pregunté.

No. No les importaba.

-Se mantiene la prohibición de hablar les recordé.

Empecé por el primero de la izquierda, llamémosle Abraham. Tenía una vergota como de 20 centímetros, blanca, curva, muy peluda en la base, delgada, que acaricié con mis dos manos, sopesé, medí, sentí cómo palpitaba y lo masturbé con cuidado al principio y violentamente después. No podía hacer solo eso.

La concha me ardía y sentía un conocido desasosiego en todas mis entrañas. Cinco pares de ojos masculinos admiraban mi desnudez mientras cuatro palpitantes vergas esperaban mis manos a falta de otra cosa mejor.

Dejé a mi mano izquierda alrededor de la verga de Abraham haciendo movimientos casi mecánicos y llevé la derecha y la atención al segundo chico, Braulio, cuya gruesa y corta verga estaba tan necesitada que se derramó en menos de dos minutos, casi al mismo tiempo que Abraham.

Me limpié las manos con la camisa de uno de ellos y me coloqué entre los tres, pues me acababa de formar un nuevo plan, al calor de sus vergas. Con la mano izquierda empecé a sacudir la de Carlos, el tercer chico; con la derecha, atendí a Ernesto, el quinto; y llevé mis labios a la voluminoso y sonrosado glande de Daniel.

Mientras mis manos trabajaban mecánicamente, mi lengua acariciaba todo el tronco, mis labios sentían la delicada piel. Me apliqué a la verga de Ernesto, sin saborearla, con prisa creciente, pellizcándole sus tetillas, jalando, jalando, jalando hasta que me volví a llenar de leche. Mucha leche.
Me incorporé, mostrándome enterita, sabrosa y empapada. Los cinco me veían con ojos de borrego y de lobo, al mismo tiempo. Las vergas de Abraham y Braulio estaban paradas otra vez. Había llegado el momento de sentarme, por fin?

-Apenas empezamos ?susurré, para su información, pero eso se los contaré otro día.

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