Buscaba una mujer y encontré un...

Autor: Anónimo | 26-Nov

Transexuales
No es que yo tenga un cuerpo perfecto. Desde luego no soy un “chico 10”, pero lo cierto es que tengo bastante éxito con las mujeres; no sé, quizás se pueda decir que soy atractivo. De cualquier forma, si me propongo salir una noche por ahí y acostarme con una mujer conocida o desconocida, lo consigo sin gran esfuerzo. Ese día en concreto, un viernes por la noche, fui a mi garito habitual. Yo estaba poco animado ya que la jornada laboral había sido algo complicada y lo único que pretendía era tomar un par de copas. Me senté en la barra a beber y charlar con un amigo. Al rato entraron en el local tres chicas desconocidas que, por supuesto, no eran clientas habituales. Las tres eran muy atractivas, pero una de ellas destacaba enigmáticamente. Tenía un cuerpo exquisito; su vestido ajustado de minifalda permitía admirar sus perfectas curvas, especialmente sus jugosos pechos y su estrecha cintura. Pero tenía algo más, algo indefinido... quizás fuese su mirada profunda e hipnótica. Sea como fuere, lo cierto es que su visión me sacó del aletargamiento en el que me encontraba y decidí que esa noche intentaría algo más que tomar un par de copas. Comencé a posar mi mirada sobre ella sin ningún disimulo y al cabo de un rato, se percató de la situación. Sus ojos también se clavaron en mí; nos estábamos cruzando insinuaciones, observándonos y al final, deseándonos. Pasados unos minutos ella se separó inesperadamente de sus amigas y, sin quitarme la vista de encima, se dirigió a la puerta de salida. De inmediato salté como un resorte y la seguí. Estaba esperándome en la calle, en postura algo insinuante.

- Me llamo Sofía, ¿y tú?

- Rubén – contesté - No te conozco; no sueles venir por aquí

- Es la primera vez que vengo. Me gusta moverme mucho por la ciudad y probar diversos ambientes - dijo ella enigmáticamente.

- Ya. Bueno, ¿damos una vuelta?

- ¿A tu casa?

Me quedé un poco sorprendido por la rapidez de los acontecimientos.

- Sí, claro. Vivo cerca - acerté a decir.

Nos dirigimos a un barrio moderno donde se encontraba mi piso. La verdad es que yo marchaba bien económicamente. Soy soltero y mi sueldo es más que aceptable, así que mi piso está en una zona decente y es espacioso y bien amueblado. Abrí la puerta y entramos.

- ¿Quieres tomar algo?

- Sólo tu polla.

Volví a sorprenderme por lo realmente acelerado que iba todo, pero desde luego, no me resistí. Ella me agarró de la nuca y acercó mi boca a la suya. Literalmente enroscó su lengua con la mía, haciéndola reptar como una serpiente. Su saliva se mezclaba con la mía de forma salvaje. De vez en cuando separaba sus labios de los míos y un hilillo de saliva quedaba colgando entre ambos.

- Saca la puta lengua y ponla de punta - me ordenó.

Obedecí. La rodeó con sus labios y empezó a “mamar” mi lengua, acompasando los movimientos con los de su mano que me tenía agarrado el pelo de la nuca, moviendo mi cabeza de atrás hacia delante. De repente paró, separo su rostro del mío y me dijo:

- ¿Te gusta? Pues imagínate lo que puedo hacer con tu polla.

Sonrió maliciosamente y de nuevo me besó mientras me sobaba el culo, aunque mejor sería decir, mientras me amasaba el culo. Yo, por mi parte, ante tal intimidación intenté llevar la iniciativa y comencé a besar su cuello y a sobar sus tetas. Estaba disfrutando de un cuerpo perfecto. Ella me magreaba el pene con auténtica furia y mis pantalones no eran capaces de disimular mínimamente la más tremenda erección que había tenido en mi vida. La abracé con fuerza y me agaché ligeramente para cogerla del culo y a horcajadas llevarla a la cama... fue entonces cuando lo noté. En esa posición noté un enorme bulto que apretaba mi estómago. La bajé al suelo y me fijé en su entrepierna: una barra de carne se marcaba en su ceñido traje.

- ¡Joder! ¡Pero si eres un travesti! - dije entre sorprendido y asustado.

- ¡Cállate cabrón! - dijo.

Me agarró la cabeza he hizo que me agachara a la altura de su vientre. Sus brazos eran los de una mujer, pero tenían la fuerza de un hombre. En otras circunstancias (si enfrente hubiese tenido un hombre de verdad), me hubiese revelado, pero me encontraba en un estado de profundo asombro, curiosidad y, porque negarlo, de extraña excitación. Lo cierto es que consciente o inconscientemente, me dejé hacer. Sofía se remangó la minifalda de su ajustado vestido; su tranca saltó como un resorte. Era enorme: había escapado por uno de los lados de su minúsculo tanga negro. No tenía ni un pelo, estaba completamente rasurada, con unos huevos enormes y relucientes.

- Huélelo - ordenó apuntando la polla hacia mi cara.

Lo olí. Olía a hombre en cuerpo de mujer, olía a excitación, olía a deseo, olía a humedad ácida... olía a gloria.

- ¡Lámelo, cerdo!

Como hipnotizado, sin ser dueño de mis actos, lo hice. Le pegué un tímido lengüetazo, pero suficiente como para paladear su gusto. Entonces me di cuenta de lo que en realidad había en mi mente: el hipnotismo, la sumisión y la debilidad dieron paso al deseo en estado puro. Un solo lengüetazo sirvió para demostrarme que lo que yo deseaba era hacer correrse esa polla que tenía delante de mis morros. Sin dudar, metí en mi boca toda la longitud que pude de ese enorme falo. Jamás había chupado un pene, pero quizás algo instintivo me decía cómo hacerlo, así que comencé a lamer su miembro con auténtico deseo. Ello no debió ser suficiente para Sofía, ya que me cogió de la cabeza y empezó un rápido vaivén de sus caderas hundiéndome la polla hasta la garganta. Estaba medio asfixiado, pero por nada en el mundo quería yo rechazar esa descomunal tranca. Deseaba que se corriera en mi boca, así que intentaba sorber su glande como quien mama de una teta.

- Así, cabrón... así. ¡Chupa fuerte, cerdo! - me decía.

Yo obedecía. Su polla entraba y salía de mi boca a una velocidad increíble; en la comisura de mis labios se había formado una compacta espuma compuesta de mi saliva y sus fluidos. Su polla era la cosa más sabrosa que había probado en toda mi vida. De repente, paró sus caderas y me tiró hacía atrás del cabello, obligándome a mirarla.

- ¡Abre la boca, puerco! - ordenó.

La miré con curiosidad e incertidumbre, obedeciendo expectante. Se agachó ligeramente y escupió en mi boca.

- Vamos, sigue mamándola; ahora resbalará mejor. ¡Ja, ja, ja!

Así estuvimos un largo rato. La muy zorra no se corría a pesar de que yo ponía todo mi empeño en conseguir que soltase su leche. Al cabo de unos minutos volvió a tirar de mi cabello y separó mi cara de su miembro.

- Ahora me vas a lamer bien lamida.

Se acostó en la cama boca arriba y levantó sus piernas, ofreciéndome su polla, huevos y culo. Esa visión hizo que mi pene se pusiera aún más duro dentro de mis pantalones.

- Chupa mis testículos, hijo puta.

Me acerqué andando a cuatro patas hasta poner mi cara a la altura de sus huevos. Los lamí, los chupé; jugué con ellos, los sorbí, los embadurné con mi saliva y los lubrifiqué de tal manera que si me hubiese metido la polla en mi culo, habrían entrado también. Instintivamente, bajé mi lengua hacia su ano. Me detuve unos segundos a lamer la base de sus testículos y desde allí pude ver como su atractivo esfínter se contraía y se relajaba como intentando llamar mi atención. Aquello desprendía un olor dulzón e hipnótico. No lo dudé un instante y recorrí con intenso lametón el orificio de su culo. Ella gimió levemente.

- Uuufff... siii... uuummm...

Otro lametón tras otro y sus gemidos aumentaron en número y en intensidad. Entonces decidí meter mi lengua en aquel resbaladizo y cálido agujero. Evidentemente, a estas alturas ya me daba lo mismo si lo que tenía delante era una mujer o un travestí. Es más, creo que estaba encantado con el hecho de que fuera un travestí. Sofía comenzó a mover sus caderas de una forma salvaje e infatigable a la vez que yo introducía la lengua en su esfínter. Ella estaba como poseída. Yo agarraba sus muslos con las dos manos mientras todos los músculos de mi cuello y de mi boca trabajaban al máximo para dar impulso a mi lengua, que jugueteaba como una serpiente con los pliegues de su agujero.

- Asi... cabronazo... más adentro... dame gusto... más... - chillaba incontroladamente

Estaba claro que sólo con mi lengua no conseguiría que se corriera, así que rápidamente lamí mi dedo corazón y se lo introduje sin miramientos hasta el nudillo. Nada, no encontré ni la más mínima resistencia. Agitando mi mano, comencé un rápido metesaca, pero era obvio que su ano necesitaba mayor atención. Metí otro dedo y luego otro más, de tal manera que mis tres dedos centrales estaban entrando y saliendo en su culo. Pero aún así no era suficiente. Utilicé el que creí era el último recurso: mi dedo meñique. Ella se retorcía de placer mientras, a excepción del pulgar, metía y sacaba todos los dedos.

- Más... necesito mucho más... puerco.

Quedó claro lo que quería, así que sin miramientos le introduje toda mi mano. Cerré mis dedos y comencé un frenético vaivén con mi puño dentro de su culo. El chapoteo era increíble; puño y medio antebrazo entraban y salían de su intestino sin ningún tipo de dificultad. Los jugos, la lubricación de su ano, mi saliva, nuestro sudor, el intenso chapoteo... todo era sexo húmedo y resbaladizo en su máxima expresión. Los movimientos de su cadera eran endiablados e increíblemente rápidos. Podía notar como su esfínter se cerraba de manera salvaje cuando yo llegaba al tope de su culo con el puño. En la sábana ya había manchas de casi todos los fluidos imaginables. Ambos aceleramos al máximo nuestros movimientos de tal forma que no me daba tiempo a ver mi muñeca. Al cabo de unos minutos, sin previo aviso, la situación reventó por donde tenía que reventar: Sofía arqueó su espalda y de su tranca comenzaron a salir chorretones de espesa leche. Aquello era indescriptible; borbotones y borbotones de lefa que caían en su pecho, en su cara, en su pelo, en la almohada... Uno de esos goterones fue a caer en su boca de tal manera que se lo tragó, sacando luego su lengua y pasándola por la comisura de sus labios en busca de más esperma que saborear. Más de una docena de chorretones salieron de su descomunal polla; hasta sus cojones parecían haberse deshinchado.

- Uuufff... que cerdo y que cabrón que eres... Has hecho que me corra...

Aquel espectáculo hizo que yo perdiese la noción de todo lo que me rodeaba y llenó mi mente de auténtica lujuria. Mi polla estaba a reventar. Allí estaba yo, tumbado boca arriba, arqueando mi espalda, moviendo mis caderas y convulsionando mi bajo vientre... corriéndome en los calzoncillos y pantalones que aún no me había quitado. Fueron momentos de placer infinito. La foto era elocuente: encima de la cama el travestí más bello del universo desnudo, con su descomunal y ya flácida polla descansando sobre su vientre; el cabello lleno de gotas de semen; la almohada manchada y el cuerpo embadurnado de lefa, resbalando por su cuerpo sudado, entre sus pechos, su estómago y sus labios, exhausta. En el suelo, mi cuerpo desfallecido por el placer, jadeando del cansancio y del éxtasis, con una enorme mancha en la entrepierna de mi pantalón. Así permanecimos unos minutos que a mí me parecieron una eternidad. De repente, Sofía saltó de la cama y, con una soltura tremenda, me desnudó. Ella era infatigable. Me colocó a cuatro patas y empujó. Pude sentir como aquella inconmensurable vara me rompía el culo sin piedad. No me resistí. Noté como los jugos que acumulaba en sus tetas y estómago resbalaban por mi espalda. Entonces, en medio del placer indescriptible que sentía, tuve dos pensamientos fugaces: uno; todo aquello era el máximo nivel de lujuria y desenfreno que yo podía alcanzar. Dos; me sentía afortunado porque el ser más bello que puede existir sobre la faz de la tierra (es decir, un perfecto rostro y cuerpo de mujer pegado a un excepcional pene) me estaba empalando sin miramientos. Y aquello, no lo voy a negar, me gustaba.

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