Mi dulce suegra

Autor: Anónimo | 12-Feb

Sexo con Maduras
A veces las cosas que le pasan a uno suceden de un momento a otro, cuando uno se da cuenta ya se tiene o tienen oportunidades para experimentar y pasarlo bien, más cuando se trata de experiencias con mujeres, por ello si se tienen esas oportunidades hay que aprovecharlas al máximo. Todo esto viene por una situación de la que ni soñándolo pensé llegaría a suceder.

Tengo una novia con la cual me llevo bien con ella, yo tengo 30 años y ella es siete años menor que yo, y con la que como en todos los casos tenemos algunas peleas, en las que después de ellas nos dejamos de ver o de hablar en días. Desde el inicio de nuestra relación comencé quedarme en su casa a pasar la noche con ella, en dónde vive con su madre y sus hermanos, porque sus padres están separados. A veces llegábamos y podíamos entrar a su habitación para pasar la noche sin que nadie se diera cuenta de ello. Y al otro día cuando todos se marcharan a sus actividades podía salir de su casa sin problemas. Sucedió que una noche me quedé como una de tantas, y se suponía que aquella noche no habría nadie en su casa, ya que sus hermanos habían salido y su madre había telefoneado avisando que no llegaría a casa hasta la noche del día siguiente. Por esa razón decidí con mi novia quedarme ahí hasta el otro día y así terminar cogiendo toda la noche hasta el amanecer sin problemas de ser descubiertos por alguien.

Al amanecer despertamos, tomamos un baño, eran alrededor de las 10 de la mañana, salimos de la bañera dirigiéndonos hacia la habitación de mi novia, cuando entramos a su habitación olvidamos cerrar la misma, esto fue por que de inmediato la tiré a la cama para comenzar a darle tremenda cogida a mi novia, comenzamos con un enloquecedor jadeo, haciendo sonidos bastantes perturbadores, seguimos así durante un buen rato, cuando de repente volteo hacia un espejo y observo a través de él, que había una mujer madura en el filo de la puerta observando. Era su madre, observando como estaba en la habitación de su hija penetrándola salvajemente, mi novia confiada de que nadie llegaría hasta después de la tarde, daba unos gritos mientras me la cogía como si fuese la última gran cogida de su vida, como si desease morir de un mega-orgasmo, su madre solo nos observó, no nos dimos cuenta que tiempo habrá estado su madre observándonos, mi novia estaba muy apenada, de inmediato nos vestimos, su madre bajó a la sala, después de unos minutos pensé y decidí bajar para hablar con la madre de mi novia y darle una explicación. La verdad es que cuando bajé a charlar con su madre, ella solo se me quedó mirando, mi novia estaba muy nerviosa y confusa, entonces tomé todo con calma, me atreví a darle una explicación mostrándome sereno y sin temor alguno, sintiéndome seguro, sin miedos, sin complejos, como si nada hubiera pasado, y como tengo una voz grave eso me ayudó a mostrarme más seguro de mi mismo. Así es como conocí a su madre y a la vez quedé prendido a ella.

Lo sorprendente de aquella vez, fue que no se molestó tanto, si no que durante la explicación que le daba se soltó a reír, sonrojándose un poco, cuestionándome menos de lo que esperaba, incluso hizo algunos comentarios irónicos. No lo podíamos entender, al final le pregunté si no estaba molesta, ella me dijo que no, ya que le sorprendía mi actitud, que se notaba que tenía los pantalones bien puestos y que tenía mucho carácter para enfrentar la situación y que eso hablaba mucho de mí, mencionó que es bueno tener a un hombre con carácter y sin miedos, por lo que sabía que su hija iba a estar bien, eso a mi realmente me gustó oírlo, pero también me sorprendió que lo dijera ella. Por eso también desde aquel día me encantó su manera de ser y sobre todo por que me imaginaba con que ojos me veía. Ella es una mujer de 45 años realmente atractiva, de tez morena clara, de cabello negro corto, tiene un par de tetas realmente enormes, unas piernas torneadas y carnosas, tal vez no tenga el gran culo de la vida, pero eso no me importa ya que además tiene una voz bastante sexy, ya que ella trabaja como secretaria y lo que viene a hacerla aún más interesante es su carácter ya que siempre anda sonriendo como una chiquilla traviesa.

Desde aquel día ella nos ha dado permiso para estar ahí en su casa, siempre y cuando no se enterara el papá de mi novia. Me gustó tanto la madre de mi novia que no me ha importado demostrarle mi atracción por ella. Descaradamente le he hecho notar mi gusto por ella. Ella misma se ha dado cuenta de mi apetito por ella y por su maduro cuerpo, ya que siempre que puedo de manera insolente recorro sus piernas o sus tetas con la mirada como si se tratara de mi lengua, algunas veces la miro directo a los ojos y ella me responde con traviesas sonrisas, nunca la he visto incomodarse o molestarse por mis no tan discretas miradas sobre ella; recuerdo la noche de fin de año, fui a dejar a mi novia a su casa, no había nadie en casa solo Imelda, su madre, preparando la cena, mi novia subió a su habitación a buscar un CD que le había prestado, al verme su madre esperando fuera me llama desde la cocina pidiéndome que pasara, al entrar y sin especular me dirijo hacia donde estaba ella y sin pensarlo ambos, solo nos vimos y sonriéndonos, nos dimos un efusivo e inesperado abrazo, pegando nuestros cuerpos, creo que si lo pensábamos no sucedería nada, fue algo totalmente instintivo, recuerdo que sentí sus manos por toda mi espalda acariciándola a lo que le respondí haciendo lo mismo, la tomé por la cintura apretándola, recorrí su espalda dándole un suave masaje, entonces sucedió en ese momento, comencé con una gran erección que le hice sentir a ella con un leve roce en su vientre, ambos escuchamos la excitación y el nerviosismo en nuestra respiración, pareció placenteramente eterno el momento, parecía que ninguno deseaba separarse del otro, Imelda siendo ella quien recuperó primero la cordura, para romper el momento, sonrojada se separado de mi diciéndome que me felicitaba por la navidad que había acabado de pasar y me deseó buen año, le correspondí la felicitación, en un muy breve momento sonreíamos cuando escuchamos que bajaba mi novia por la escalera, entonces muy rápidamente nos dimos un último abrazo, ahora menos pasional, y un leve beso en la mejilla.

Desde aquella noche no dejé de pensar en ese momento. Desde que me despedí de ella, ahora ansiaba más que nunca volverla a ver, anhelaba tenerla entre mis brazos de nuevo para expresarle todo lo que la deseaba y que me apetecía hacerla mía. La siguiente vez que nos vimos me sentí un poco desilusionado y confundido, ya que ella se comportó de una manera muy indiferente, apenas si me hizo caso, apenas si me quiso saludar, apenas si me miró; entonces pensé que lo de la noche de fin de año había sido mal interpretado por mí, así es que desilusionado por eso pensé en olvidarme de todo. Así fueron pasando los días, no me aparecí en casa de mi novia durante un par de meses, una vez platicando con mi novia me dijo que su madre había preguntando por mí, que a que se debía que ya no me quedara con ella a pasar unas noches o tan siquiera ni a presentarme a su casa cuando solía ir a recogerla a su casa. En ese momento pasaron muchas cosas por mi cabeza, pero no quise volver a mal interpretar las cosas, incluso pensé que mi novia se había percatado de mi gusto por su madre y solamente me decía todo aquello para ver que demonios decía. Así que le respondí que así son las cosas. Una tarde telefonee a mi novia para charlar con ella, estando en el teléfono escucho que me contesta su madre, me dio una sensación de miedo quedando totalmente callado, parecía un jovenzuelo que no sabe responder ante las situaciones, cuando comenzaron a sudar mis manos, Imelda preguntó quien era, a lo que dudoso le respondí que era yo, con una de sus peculiares risas me saludó, exaltando el porqué de mi ausencia, por qué había desaparecido de su casa, a lo que respondí que no había tenido tiempo suficiente; así que charlamos durante más de una hora por teléfono, charla en la que platicamos solamente de cosas de ella y cosas mías. Colgamos y sin querer me di cuenta que nunca le pregunté por su hija y ella mucho menos la sacó a relucir en nuestra plática. La próxima vez que vi a mi novia me di cuenta que ella ignoraba que su madre y yo habíamos tenido una amena charla. Por lo que volví a llenarme de dudas y ansias.

En su casa un día más volví a toparme con Imelda, ella después de todo volvió a comportarse conmigo como en un principio, nos sonreíamos, nos bromeábamos, nos mirábamos a los ojos, siguió ese jueguito, yo seguí deseándola y ella a sabiendas de mi deseo por ella me dejaba al menos jugar con esas gotas del juego. Al menos con eso me conformaba. Todo sucedía con normalidad, hasta que mi novia y yo tuvimos una discusión más. Desgraciadamente para mi novia, pero afortunadamente para mí, esa discusión trajo como consecuencia que yo tuviera un fin de semana de locura e inolvidable. Sucedió que un viernes por la noche nos encontrábamos en un antro tomando unos tragos, charlábamos y la pasábamos bien. Le comenté a mi novia que al otro día deseaba pasarla con ella en su casa o en algún otro lugar, incluso desde ese momento deseaba ya irme con ella a su casa o a un motel para tener un fin de semana de buen sexo, entonces ella me comentó que no se iba a poder, ya que su padre se iba a ir a Veracruz a visitar a sus abuelos y que él deseaba que le acompañaran ella y sus hermanos. Me comentó que había olvidado decírmelo, por lo que me molesté con ella, ya que no me había avisado y yo tenía planes para estar con ella. Comenzamos a discutir, salimos del antro y en el transcurso hacia su casa solo íbamos discutiendo, al llegar me puse muy pesado con ella, me comentó que de repente pensó en cambiar de opinión para complacerme, pero al ver mi actitud hacia ella que le molestó, de coraje se iba a marchar ese fin de semana, a lo que molesto decidí marcharme e irme a mi casa.

Al siguiente día desperté aún con un poco de enojo, pero decidí marcarle para saber si había cambiado de opinión al preferir quedarse conmigo, llamé a su casa y nadie contestó, lo intenté un par de veces más hasta que quedé resignado a que se había marchado con su padre y hermanos. Tomé un baño, en mi casa también no había nadie y no tenía ganas de quedarme en casa todo el sábado, así que decidí salir a la calle sin saber a donde. Eran las 12 del día, así que fui al centro de la ciudad, recorrí las calles, realmente aún me sentía molesto por lo sucedido, hacia las 2.30 del día me encontraba en un tianguis de antigüedades, estaba observando todas las cosas que ahí había, me sentía un poco acalorado y lo único que pensé fue en ir a una cantina que estaba ahí cerca y tomarme unas cervezas. Pensé en mi novia, ella en Veracruz a toda madre y yo aquí como pendejo aburriéndome. Permanecí en el tianguis 15 minutos más, busqué salir de ahí cuando de repente, aún no entiendo por qué o cómo fue, observé a Imelda, estaba apenas unos metros delante de mí en un puesto comprando algunas antigüedades. No podía creerlo, benditas coincidencias tenía esta vida. Al verla sentí cierto nerviosismo, de momento dudé en acercármele y saludarla, pero sentí una sensación extraña en mi, no sé por qué, pero me la imaginé en la cama conmigo en ese momento, pensé en que ella se alegraría al encontrarme ahí, pero temía a equivocarme, la observaba mientras pensaba todo esto, se veía hermosa como nunca, llevaba un traje blanco de pantalón ajustado de su cintura hasta sus mulos con una chaqueta de manga corta, y unas zapatillas descubiertas color blanco. Toda de blanco hacía un apetecible contraste con su piel morena y su cabello negro reluciendo, mujer madura desbordando sensualidad e inteligencia, que invita a la locura, al desfallecimiento en el deseo. No cabía la menor duda.

Me pareció que sintió mi mirada pegarse a ella, a su cabello, a cuerpo, volteó hacia donde estaba parado contemplando su ser, y sucedió que explotó con el más bello de sus encantos, ese que es el más dulce en ella, el más provocador, el que me prendió: su sonrisa. Sonreí también y sin más me acerqué a ella con el más ansiado de mis saludos, un beso en su mejilla y un cálido abrazo. Se dijo sorprendida al encontrarme ahí, preguntando que hacía en el tianguis, le comenté que como se había ido su hija a Veracruz me sentí aburrido en casa y decidí salir a distraerme un rato. Ella por su parte me comentó que salió del trabajo y se le había antojado comprar una algo que le ayudara a decorar su habitación, de inmediato le dije: “que así hubiera una habitación totalmente vacía y ella estuviera solo ahí, sería ella la mejor persona para no solo decorar una habitación o una mansión, si no que además la haría tan cálida y acogedora, sin necesidad de tanto decoro”, a lo que ella se sonrojó y se limitó a sonreír. Bueno pensé, buen intento. Le comenté que ya iba de partida y que iba ir a comer algo, así que le invité a comer, a lo que ella se negó, al ver su negativa de inicio decidí no presionarla, mencionó que se sentiría un poco apenada, a lo que le dije que yo no tenía ningún problema al invitarla a comer, pero si ella se sentía incómoda, le aceptaría la negativa. Así que ella se quedó pensativa durante unos segundos, entonces mirándome a los ojos me respondió diciendo que si aceptaba mi invitación, ya que además confesó que se moría de hambre y también deseaba distraerse un rato, cuando terminó de decirme eso, alcancé a oírle murmurar “haber que pasa”.

Nos quedamos un lapso de 30 minutos más en al tianguis, durante ese rato parecía que nos olvidamos de todo, ya que nos la pasamos bromeando, observando antigüedades. Podía ver en ella cierto nerviosismo, de repente no me miraba a los ojos, esquivaba mis miradas, cuando la halagaba sonreía tratando de no darle importancia a mis halagos. Ya durante la comida en un restaurante comenzó a relajarse más, la notaba ahora ya no tan nerviosa como en el tianguis, yo me la pasé disfrutando ese rato, la hacía reír, hablábamos de su vida cuando era más joven, de cosas que la gustaba hacer, me confesó cosas como de que le hubiera gustado ser pintora, pero una vez recién casada se lo mencionó a su esposo esperando comprensión de parte de él, pero él se mostró molesto con ella y le dijo que era una tontería que siendo una mujer casada pensara en estudiar pintura. Vaya. De lo que me contó acerca de su vida, me pareció que había en ella algo de una mujer ciertamente reprimida y hasta también de un modo de conformismo involuntario. De repente no sentí o hice a un lado el sentimiento de deseo hacia ella, o de que me gustaba muchísimo, realmente solo me dediqué a escucharla y a comprenderla, en ese momento olvidé todo eso. Algo que duró muy poco. Eran ya como las 6.30 de la tarde, mencionó que tenía que marcharse ya, por lo que de repente me sentí mal al saber que ya se marcharía, le comenté que la había pasado muy bien y que no había problema con que se marchara, pero aún no deseaba que lo hiciera, Imelda me respondió que no había tenido una tarde tan agradable desde hace tiempo, notó ella en mi un sentimiento de necesitad de estar con ella, así como yo noté que ella no deseaba marcharse sola, se levantó de su asiento diciendo que le esperara que iría al tocador, cuando regresó ya había pagado yo la cuenta, saliendo del restaurante la volví a ver nerviosa. Se dirigió con cierto nerviosismo hacia mí pidiéndome si la acompañaba a casa para ayudarla con las compras que había hecho. En ese momento sonreí nerviosamente aceptando.

Tomamos un taxi hacia su casa, durante la mayor parte del viaje íbamos totalmente callados, nerviosos, solo unas cuantas palabras salieron de nosotros. Deseaba en ese momento abrazarla y pegarme a su boca. Solo tomé su mano acariciándola y sentí que estaba sudando por su palma, de repente me apartó de su mano bruscamente, me sentí como un idiota al ser rechazado, en esos momentos lo único que deseaba era bajarme del taxi. Llegando a su casa le ayudé a bajar sus cosas totalmente en silencio, se marchó el taxi, al entrar a su casa dejé todo en el sillón de la sala, en ese momento no sabía que hacer, dudé en si tomarla a como diera lugar o simplemente dejaba todo ya así, me limité a pedirle una disculpa por haber tomado su mano, ella no me respondió de inmediato, se me quedó mirando solamente, después dio media vuelta diciendo que no había problema en un tono serio y nervioso. Se dirigió de inmediato a la cocina, me quedé parado y comencé a escuchar que estaba en un discreto llanto, me dirigí hacia la cocina, le pregunté que sucedía, me acerqué a ella y le volví a preguntar, solo respondió que era mejor que me fuera, le dije que estaba bien, que me disculpara por haber entendido mal las cosas, que lo sentía muchísimo, así que decidí irme, salí de su casa, apenas había dado unos cuantos pasos cuando escucho de repente se abre la puerta de su casa, volteo y es ella sollozando, me pide que vuelva a pasar, yo mientras con una angustia y confusión.

Al entrar, nos quedamos parados en la sala, observándonos, había un silencio absoluto, Imelda seguía lagrimeando, hasta ahí no sospechaba nada de lo que estaba por suceder, me sentía mal con ella, pensaba en que había cometido un grave error. Cuando sin esperarlo se abalanza a mí abrazándome fuertemente, pegando su cuerpo al mío, aún llorando me confiesa que esta muy confundida, que no sabía si confesármelo o permanecer callada para siempre, yo aún a sabiendas de que podía tratarse le cuestioné de que se trataba, que no sabía de que hablaba, me miró intempestivamente golpeando con sus puños mi pecho intentando separarse de mi, mientras me decía que no me hiciera tonto que ambos sabíamos que se trataba, la retuve abrazándola fuertemente y pegándola aún más a mi cuerpo, me decía que a veces ya no podía más y que si fuera ese el momento no sabía que sucedería, pero era el momento de decirme todo lo que me deseaba, que no sabe si estaba bien al sentir un gran deseo por mi, “Desde que te vi la primera vez con mi hija, observando como le hacías el amor de una manera tan brutal, escuchando los gemidos de ella, era enloquecedor, luego lo que ha sucedido, cuando nos miramos y nadie se da cuenta, o aquel memorable abrazo de fin de año en la cocina, todo ha sido tan confuso para mi”, me dijo.

Seguía en llanto ahora, se separó de mí, de repente pensé en dejarla en paz, pero pensé que nunca volvería a tener una oportunidad como esta para confesarle mi deseo por ella y al saberme ahora correspondido era nuestra oportunidad para que le diera mi ansiosa verga como lo anhelaba desde hacía tiempo; tomé su mano y le di un cálido beso en ella, le mencioné que ella ya sabía de mi deseo hacia ella, que nunca quise provocar nada malo y que solamente sentía una fuerte atracción por ella, acaricié su brazo desde la punta de su uña hasta el hombro, comenzó ella a respirar más rápido, limpié sus lágrimas con mi mano, le di un suave beso en la mejilla, la tomé por el cabello acariciándola y me acerqué ahora yo a ella restregándole el comienzo de mi erección, me dijo que parara, que no podía hacerle esto a su hija, le respondí expresándole que olvidara todo eso, que no viviera más reprimida, que si lo que quería era que hiciéramos el amor adelante que nadie lo tenía que saber, pero si no lo quería hacer entonces me alejaría de ella, me preguntó si la deseaba realmente o solo era un capricho o solo quería pasarme de listo con su familia, le respondí que desde que la conocí la desee como a nadie, tanto la llegué a desear que ahora era más que un capricho tratando de pasarme de listo solo con ella en la cama y que lo único que quería en la vida era darle placer, tenerla desnuda conmigo, disfrutar su cuerpo y hacerla venir hasta verla desfallecer, a lo que quedó estupefacta con mi respuesta.

Cuando terminé de decirle eso, se aprisionó más a mi cuerpo, juntamos nuestras bocas apasionadamente, sentía su lengua entrar y salir de mi boca, explorándola toda, mis dientes mordisqueaban sus labios, sentí que sus tetas ahora juntas a mi pecho comenzaban a subir nuestra temperatura, tomé sus nalgas acariciándolas bestial y lentamente tratando de sentir la raya de su culo a través de la tela de su blanco pantalón ajustado, bajé más mis manos, la tomé por la parte en que sus nalgas se comienzan a dividir con las piernas acariciándola, buscando encontrar la humedad y el calor que comenzaba a tener su coño, la tomé de ahí levantándola, mientras ella con sus brazos se enganchaba con más fuerza y pasión a mi cuello sin dejar de separar nunca nuestras bocas, sentí como ella estaba parada solo de puntas con mis manos alzándola y tomándola por su culo y ella afianzada a mi cuello restregándole toda la dureza de mi verga, mientras nuestras lenguas no dejaban de acariciarse delirantemente, todo era ya una danza frenética de pasión, sin remordimientos, solo ella y yo, en su casa, en un sábado ya comenzando la noche; nuestras bocas desbordadas de un cóctel de saliva suya y mía, su lengua enredándose con la mía, los dos ahí, solos, nadie nos veía, nadie sospechaba de nosotros, nadie en ese momento sabía donde estábamos, deseosos, nadie se imaginaba que Imelda y yo nos encaminábamos a un desbordado fin de semana de locura.

Mi pene le bailaba “la danza de la dura verga restregando al inquieto vientre” al ritmo de nuestros desbordados besos, al delirante roce de su cuerpo con el mío, con sus manos acariciando sutilmente mi espalda, mi cabello, mi verga codiciosamente erecta. Le susurré al oído que la deseaba hacer mía, que me moría por penetrarla suave y salvajemente a la vez, mientras nuestros cuerpos empezaban a conocerse, a sentirse. Seguían en la danza nuestras lenguas, cuando comenzó a desabrocharme uno por uno los botones de mi camisa, al ver mi pecho desnudo, dirigió sus labios a mis pezones, suaves besos y dulces mordidas me entregaba sutilmente, desesperadamente se arrodilló, me miró lascivamente y sonriendo con ese encanto que hay en ella comenzó a desabrochar mi pantalón, parecía como si fuese a desenvolver el más querido de sus regalos, y si que lo era. Con los pantalones hasta los tobillos comenzó a besar y a acariciar mis peludas piernas mientras jugueteaba con mi pene aun oculto por la tela del bóxer. De repente como si fuera el fin del mundo bajo el bóxer delirantemente, saltando virilmente mi pene totalmente duro fue a estrellarse contra su rostro, sin tocar mi pene, comenzó a olerlo restregando su cara en mi pelvis, en mis pelos, en mi verga, en mis huevos. Quien vería a Imelda arrodillada ante mi, esa ama de casa con tres hijos ya mayores, esa mujer de 45 años, si, arrodillada lamiendo mi falo de arriba para abajo, poniendo ese ardiente glande color púrpura en sus rosados y carnosos labios a su merced de tenerlo y retenerlo para hacer de él, el objeto de culto que tanto apetecía tener ella y que yo ansioso deseaba dárselo.

Después de unos minutos comenzó a suplicarme que la penetrara, que le diera todo mi miembro caliente, venoso y duro, que lo codiciaba tener por todos lados, “vamos papito dame tu pene, dame tu púrpura y oscura verga, perfórame con tu pene ya, hoy soy toda tuya, hoy tu verga es mía, y solo mía”, decía todo eso a la vez que lamía el tronco de mi verga y apoyaba y acariciaba con sus manos mis huevos. Podía ver como con sus manos que tenían las uñas pintadas de rojo tomaban mi verga, esa combinación de mi verga oscura con punta púrpura hacía una combinación muy caliente con sus manos blancas con uñas pintadas en rojo. La levanté brutalmente, le quité la chaqueta y por fin pude tener sus senos a mi entera disposición, esos senos que infinidad de veces a través de su ropa imaginaba como eran y que en alguna ocasión por la transparencia de su blusa observé sus oscuros pezones apuntando hacia el espacio vacío; la senté en el sofá de un empujón, me deshice completamente de mis pantalones y botas, me hinqué ahora yo, sentada ella en el sofá le desabroché su pantalón blanco que después fui quitando lentamente, “te lo pido por Dios, penétrame, penétrame, quiero sentirte todo”, no paraba de suplicar. Proseguí a besarle suavemente sus piernas, tenían el olor que no tienen las mujeres jóvenes, ese que las mujeres maduras tienen, si, ese aroma tan peculiar en ellas, aroma a buen sexo, aroma de toda una vida de aquí para allá, de una vida guardando secretos que solo ellas conocen, de secretos dulces, secretos sucios, secretos de mujer.

Arqueaba su espalda al sentir la suavidad de mis labios, la frescura de mi saliva, besé su pie izquierdo durante unos 3 minutos, acaricié, lamí, juguetee la planta de su pie, introduje mi lengua en cada separación de sus dedos, apenas acaricié la punta de cada uno de sus dedos escuché como gemía, fue en ese momento que observé como con los ojos cerrados mordía con sus dientes su labio inferior, en que la sentí como tenía cierto estremecimiento desde su estómago hasta su cuello, teniendo como pequeñas convulsiones, entonces vino el primero para ella, si, 3 minutos fue tiempo suficiente para haber tenido su primer orgasmo aún sin penetrarla, en aparente calma sabía lo que estaba por venir, o más aún si con mi lengua en sus pies le hice tener el primer orgasmo, no se imaginaba lo que sería la penetración. Parecía como si fuera una pequeña virgen, como si fuera a ser la primera penetración de su vida. Yo me moría por penetrarla ya, pero sabía que tenía que disfrutar hasta el último momento para ponerla histérica deseando como nunca ser penetrada, sabía que la tenía que hacer sufrir para prolongar el placer. Bajé su delicada tanga, tal parecía iba preparada, o cosas del destino que ambos hasta la tarde ignorábamos lo que iba suceder, pero algo inconscientemente hizo que estuviéramos como preparados para entregarnos y estallar en nuestra pasión. Me dirigí a su sexo, lo empecé a lamer, sus labios vaginales conocieron a los míos, percibí ese rico olor a coño maduro, torrentes de su ser inundaban mi boca, excelso coño húmedo, listo para una buena penetrada.

Besé, chupé, lamí su coño todo lo que quise, buscando ese tesoro que la llevaría a la gloria, y lo encontré, su delicioso clítoris y lo succioné como un demente de manera que ella parecía perdía la conciencia, perecía enferma de sexo, balbuceaba, se mordía los labios, se convulsionaba, jalaba de mi cabello arrebatadamente, me decía cosas tan sucias, me decía que era una puta deseosa de ser cogida como lo estaba haciendo, maldecía todo, gritaba desesperadamente, con las apiernas totalmente abiertas y su coño a mi entera perversión, mientras con mis manos no dejaba de apretar esas viciosas tetas, toda mi boca inundada de su tórrida lubricación, estaba ya perdida Imelda, y yo, con su clítoris en mis labios. Desabroché su sostén y así como mi pene rebotó en su cara cuando ella bajó mis calzoncillos para lamerlo, ahora ella me la devolvió al sentir en mi rostro como se desparramaban sus enormes senos, nunca había tenido senos tan grandes como los de mí deseada Imelda. Me perdí en ellos, los chupé, mordí hasta que quise sus pezones erectos, volvió a suplicar le diera ya mi verga, a lo que solo se la metí, pero entre sus tetas, estaba feliz, estaba encantada, estábamos juntos, desnudos por toda la casa. Toda la casa era muda testigo de nuestra pasión, todo estaba tirado, la ropa regada por todos lados, yo montado en ella metiendo me pene entre sus senos. Y ella ya no aguantaba más, pedía a gritos la penetrara, fue tanta su desesperación que empezó a llorar un poco, me lo suplicó “ya no aguanto más por favor, ya cogeme, ya quiero sentirte, te necesito tanto que estoy a punto de estallar, es una locura, pero te quiero todo”.

Sin pasar un momento más, la tomé del cabello y le hice que bajara a darme una última mamada, sin decir nada abrió su boca y volvió a meterse mi miembro en boquita. Ahora la hacía más desesperadamente, se aferró a mi falo como si fuera vital para vivir, me dijo que me adoraba, que había deseado ese momento. Bruscamente la levanté y la senté en el sillón, alcé sus piernas, tomé mi verga y la dirigí a su vagina, juguetee ahora mi glande contra sus labios, rebotaba mi pene en la entrada de su coño, hacía que lo metía, pero no lo hacía completamente, golpeaba su labios con mi dura verga, Imelda estaba gozando, pero a su vez sufriendo por no metérsela ya de una vez. Sabía que para ella era muy cruel tener a la entrada de su chorreado coño toda mi verga dura y yo jugando a no metérsela. Tomé su pierna izquierda y la levanté hasta llegar a mi hombro, tomé mi gran verga y de una sola se la metí hasta el fondo, gritó como la más puta de las hembras, me pego hacia ella para sentir toda la penetración al máximo, me recibió de maravilla, acoplados desde el primer momento, ella cerró los ojos y empezó a moverse de arriba para abajo, hacía círculos, y algo que no imaginé en una mujer madura como ella, me dio unos ricos apretones con sus paredes vaginales, en posición de tijeras estábamos unidos, se conectó perfectamente mi dura verga a su caliente coño, me moví como una bestia, y ella parecía ahora una hembra totalmente adiestrada para recibir penes y darles placer ferozmente, ambos cogíamos desesperadamente como unos malditos animales.

Se sabía poseedora de un coño muy rico, me observaba y sonreía como una chiquilla malcriada que se sale con la suya, pero esta chiquilla resultó tener un coñazo capaz de recibir todos los penes posibles y dando los apretones más ricos de la vida. Metrallé con todo lo que pude su vagina, ahora me sonreía con una lúdica sonrisa después me senté en el sofá y ella de frente a mi se fue sentando sobre mi pene, habiéndole metido ya toda la verga, se echó hacia atrás mientras ahora era yo quien le jaloneaba del cabello. Cabalgó desesperadamente, ahí tuvo su segundo orgasmo salvo que ahora con mi venoso pene dentro de su ser, mientras mordía uno de mis hombros como una fiera... Sin pensarlo más la cargué en mis brazos y subimos a su habitación, la tiré en la cama y la voltee, comenzando a besar su espalda, le acariciaba al mismo tiempo, bajé hasta su culo y empecé a besarle ahora sus nalgas que resultaron ser muy sensibles. Estando ella de espaldas noté como temblaban sus piernas y su espalda estaba muy sensible ahora, así que mordí su entre pierna por la parte de atrás, suaves besos combinados con mordiscos salvajes, así que me puse encuclillas tomé mi pene que seguía durísimo y venoso más que nunca y ella de espaldas boca a bajo en la cama.

Puse la punta de mi pene en el comienzo de sus labios mientras golpeteaba sus nalgas, y poco a poco hice un juego de mete y saca el glande en la vagina, solamente el glande, Imelda estaba ahora al 1000% preguntándome que le hacía ahora, comenzó a reírse a carcajadas mientras también con sus manos apretaba la colcha, no daba cabida al placer en que ahora estaba inmersa, decía nunca haber sido penetrada de esa forma y sobretodo haber sentido un orgasmo como el que en ese momento le estaba haciendo sentir; de repente me levanté un poco más me sostuve en su espalda con mis manos ya que venía la estocada final, se la dejé ir con toda mi fuerza y todo mi peso, toda de una sola metida, ahora ya no era solamente el glande, era todo mi pene completo, soltó un grito que debió haberse escuchado en toda la calle, parecía perder la respiración, vi como cerró los ojos apretándolos y con un puño golpeó la cama, mordió la almohada desesperadamente y todo el mete y saca tan suave y tierno que había dado segundos antes, ahora se había convertido en una salvaje penetrada sin piedad, me moví lo más que pude, de arriba para abajo, de izquierda a derecha, sentí como mi verga erecta tocaba todo su interior, sentía la suavidad de sus paredes vaginales, busqué con ansia el choque de mi glande con su clítoris, Imelda estaba chorreando ríos de placer, ríos de ese manjar que es para el pene la lubricación femenina, gritaba, apretaba con intensidad lo más que podía mi verga, exigía sentirla explotar dentro de su ser, deseaba sentirse inundada de ese néctar que suele expulsar el pene como muestra del deseo invocado por nuestros instintos.

Ella toda ahí sin moverse disfrutaba de la cogida de la que era objeto, Jalé su cabello provocando alzara la parte superior de su cuerpo tirando lo que podía hacia atrás, hacia mí, ella sostenida con sus manos, me agaché un poco y besé su cuello, le decía cosas al oído, cosas como “eres una suprema perra, disfruta mi venoso pene, muévete Imelda mía, toma mi verga es tuya, ahógate en placer, siente a tu yerno como te penetra, moja de ti todo mi pene, tómalo todo”. Incontrolable estocada recibía su ser, el sudor provocado por nuestros salvajes movimientos, después de un rato deshice la posición de cuclillas, me postré sobre su cuerpo sin dejar de metérsela, ahora también enredaba mis piernas con las de ella, algo que le excitó aún más, tomándola de sus caderas sentía como mis piernas calentaban más las suyas, acto seguido al que cuando coloqué mis manos bajo sus tetas estrujándolas, parecía ella no poder creerlo, bendito sea el descontrolado sexo guía del placer a la noche sin fin. Deseaba ella que nunca terminara ese momento que durante mas de una hora llevaba dándole con toda mi pasión, toda mi virilidad dentro de ella inundada de jugos de vida. Más de tres orgasmos continuos la absorbieron, estremeciéndola hasta agotarla. Imelda, señora en estado de éxtasis, señora mía deseada por todo mi ser. Sonrisa de niña, cuerpo de mujer, deseosa como puta. Ahora venía el punto final, la explosión tan deseada tanto por ella como por mi, después de haberla desvestido, después de que ella lamió, besó y probó el sabor de mi dureza, después de haber hecho de mi lengua un inquieto inspector de su maduro, moreno y ardiente cuerpo, después de haber recorrido cada milímetro de su piel, después de haberla sumergido en los orgasmos más inmensos de su vida, luego de haberla hecho reír, llorar y gritar. Después de haber inundado su casa de olor a salvaje sexo, de desenfrenado sexo, deseo y pasión.

Después de todo eso y una estocada brutal, brotó de mi pene el líquido de la felicidad, el líquido del deseo cumplido. Consiguió Imelda ahora el más largo de sus orgasmos, el más esperado, sumergida en la embriaguez de mi leche mientras contorsionaba su cuerpo aún bajo el mío... Suspiré al obtener la descarga dentro de mi tan deseada suegra, sentí la mayor felicidad. No dejó de moverse desde que sintió el inicio de la descarga, movió su culo agrandando su placer y el mío. Sentía ahora yo, como descargas de electricidad en mi glande que eran de placer infinito, con las pocas fuerzas que ahora tenía Imelda, oprimió mi verga con su vagina cansada, combinando sus apretones con un movimiento exquisito de nalgas, a la vez que también las alzaba para sentir ese roce de mis vellos y pelvis con su culo. Sentí el goce máximo ahora para mí, por cada movimiento que daba ella yo me retorcía por la ultra sensibilidad que tenia mi glande. Ella si que sabía moverse cuando se desparrama el semen dentro de ella, lo sabía muy bien, sabía que ese es el placer que buscamos los hombres, no por algo era ya una mujer madura. Nunca dejó de mimar mi pene. Nunca disfrutó tanto. Nunca dejamos de estar unidos por nuestros sexos. Espléndido momento de delicia y regodeo, mi semen acariciando suavemente el interior de su vagina. Habíamos terminado juntos, ella en un jadeo apresurado y sudando en demasía, aún aprisionada por mi cuerpo, reposando mi pecho sobre su espalda, dándole mansos besos en su cuello, en sus hombros, en su espalda, en sus mejillas. Todavía jugueteando mis vellosas piernas con sus finas y apetitosas piernas, sonreíamos placidamente.

Sin especularlo se volteó, nuestros rostros frente a frente buscando nuestras bocas de nuevo para fundirse en un cálido beso, ahora más tierno. No expresábamos nada. No hacía falta. Solo observándonos, retozando con nuestras lenguas. Habíamos olvidado todo y a todos. Con mis dedos sentí sus labios vaginales, sentí como de su entrepierna se formaba un pequeño río de semen, que acariciaba todo a su paso, que emanaba de su vagina aún en el orgasmo, que era muestra de nuestro acto consumado. Solo éramos ella y yo, con nuestro deseo. Eran ya alrededor de 9.00 de la noche, había pasado ya más de hora y media dándole verga a mi suegrita. Quedó tumbada en la cama durante unos 20 minutos, dormitó durante ese tiempo, la luz de la luna entraba por las persianas terminando de proyectarse sobre su cuerpo tornándolo azulado, momento que aproveché para besar su cuerpo por nueva cuenta, salvo que ahora mucho más tierno y lentamente. Acariciaba apenas tocándolo con las yemas de mis dedos y las palmas de mis manos, haciendo provocadores sonidos con los labios, aprovechando que tengo el cabello largo, también utilicé el cabello para acariciar su cuerpo. Para ese momento ya tenía mi pene de nueva cuenta erecto, así que comencé a restregárselo por todo su cuerpo desde el cuello hasta la punta de sus pies, pasando por su culo, fingiendo intentos por metérsela por el mismo culo, también se lo comencé a restregar en la cara, cuando se lo restregaba por sus labios se levantó en un dos por tres tumbándome en la cama para quedar boca arriba, descendió hacia mi verga de nuevo, con el propósito de lamer y mamarla. Me mamó la verga como si no lo hubiera hecho, como si fuera la primera vez que introducía por su boca mi falo, siguió y siguió mamando verga, como si fuera su única misión en la vida. Se montó encima de mí, comenzando otro revolcón.

Así seguimos y seguimos, después de aquellas cogidas, todo se prolongó hasta como a las 7.00 de la mañana del domingo, tuvimos otras tres más en ese lapso. Lapso en el cual cogimos en la recámara de mi novia, en el baño y en la sala de nuevo. Terminé rompiéndole su febril culo descargando mi leche, aunque fue un poco sufrido para ella de inicio, pero con unas buenas dilataciones con mis dedos y una buena dosis de sexo verbal al final terminó muy viciosa. Me confesó que ya se la habían cogido por el culo, pero que nunca le habían hecho disfrutar tanto la verga por el culo. Tomamos un baño. Cenamos unas carnes que aso acompañadas de un par de botellas de vino. Nos fuimos a la cama ya ahora para dormir y tomar fuerzas, ya que aún no terminábamos, solo había sido el inicio de nuestro fin de semana. Antes me comentó sentirse bastante bien, ya que desde el primer orgasmo que tuvo cuando le besé los pies hasta ese momento, no había dejado de estar bajo el efecto del orgasmo. Me despertó como a las 12.00 del día en la manera en que más me gusta que me despierte una mujer, mamándome la verga, que terminó traduciéndose en otra metida de verga. Todo el domingo terminé con ella cogiendo. Me quedé a dormir con ella hasta el lunes como a las 7.30 de la mañana, creo que si no hubiera tenido que ir a trabajar ese día hubiera terminado con ella no sé hasta que hora o hasta cuando. Desde la primera cogida del atardecer del sábado hasta la última del lunes antes de irme por la mañana, le metí la verga más de 10 veces, claro en las que me vine solo en seis, ya que afortunadamente se contenerme para no acabarme a lo pendejo.

Así es como por fin y sin planearlo pude cumplir mi deseo de coger con Imelda, yo pasándome todo el fin de semana con la verga dura coge y coge, y ella pasándose un fin de semana metida en el orgasmo. Nos despedimos sin mencionar que pasaría con nosotros, y sin tener ningún sentimiento de culpabilidad. Solamente quedaría en nosotros ese fin de semana desenfrenado lleno de cuerpos desnudos, deseo, sexo, fluidos vaginales en mi verga, semen resbalando en su entrepierna, en su vagina, en su culo, en su boca, en su cara, en su cabello, nuestras bocas besándose, durmiendo ambos después de una larga sesión de cogedera. También al final confieso que gracias a que se fue mi novia con su padre y hermanos a Veracruz, algo que al principio me molestó y que ahora estoy sumamente agradecido por esa situación. Cuando me marché de su casa aún no sabía si volvería a meterle mi verga a Imelda, ni mucho menos lo pensaba en ese momento. Eso fue algo que después sabría, ya que sin planearlo pudimos seguir disfrutando ambos de nuestra excitante relación de suegra-yerno aunque sin demasiada frecuencia, pero con pocos, pero extensos y deliciosos momentos.

Pero mientras, tenía la felicidad en mi de que pasé con ella el fin de semana más deseado desde hacia meses, ella con su coño y yo con mi glande tan dolidos como nunca.

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