Sorpresas te da la vida (II)

Autor: Elipar | 04-Aug

Intercambios
Casi dos horas estuvimos charlando sobre las impresiones que teníamos de la experiencia vivida. Ellas continuaban desnudas y mirándose de manera que todo hacia presagiar que no había sido un calentón esporádico y que ahí iba quedar todo. Comentaban lo delicioso del sexo femenino, que no esperaban que fuese tan placentero comerse un coño y que sentían lástima de haber perdido tanto tiempo para probarlo.

- De haberlo sabido, no te hubiese dejado ir sin comértelo aquella tarde, aunque tengo que confesar que desde que te acaricié, cuando éramos jovenes, en cada ocasión que me masturbaba, chupaba mis dedos cuando la excitación llegaba al punto cumbre, en busca del sabor de mi propio sexo. Pero no es igual, el sabor de tus jugos, recogidos de tu raja no tiene comparación - señaló Alicia, que cada vez me sorprendía más, a pesar de los muchos años que llevábamos juntos.

- También yo creo que hemos perdido un tiempo maravilloso, pero aún estamos a tiempo de recuperarlo en parte - asintió Luisa.

- Sí, sí… todo eso está muy bien, señoritas, pero ¿y nosotros?, ¿es que ya no recordáis los momentos que nuestras pollas se han dedicado en cuerpo y alma a vuestro exclusivo placer? Tantos años de esforzado trabajo no merecen que las dejéis así… - aseveró Fernando, sacando su polla erecta y gorda, posándola sobre la mesa y ofreciéndola a las mujeres.

- Eso digo yo, mirad como os señala, la pobre, triste y desahuciada, con la guerra que le queda aún que dar - dije yo, señalando la polla de Fernando, un espléndido ejemplar que podría volver loca a cualquier mujer.

- Bueno Juan, ya que estás tan solidario con la tranca de Fernando, podrías consolarla dándole unos besitos en su punta, igual se alivia un poco - entre risas y poniendo cara pícara, me dijo mi mujer.

- Ni hablar. Bastante tengo con buscar alivios para esta, mi amiga - dije, bajándome los pantalones y sacando mi polla, que estaba tan empalmada que no recuerdo haberla visto así ni en tiempos de juventud, cuando la vitalidad está en su máxima expresión.

La conversación se mantuvo en todo momento sobre sexo y más sexo. Ya los cuatro desnudos alrededor de la mesa, decidimos jugar a las cartas, el perdedor debía cumplir una penitencia elegida por el ganador que, como no podía ser de otra manera, consistía en hacer algún acto sexual a otra persona elegida también por el ganador. La primera partida la gané yo, perdedora Alicia, mi mujer. Su penitencia fue hacerle una mamada a Fernando durante cinco minutos. Para ello, Fernando debía sentarse sobre la mesa, con las piernas abiertas y Alicia desde su silla debía cumplir la penitencia. Así lo hizo, entre vítores y ánimos míos y de Luisa. Como si de una competición se tratara. Cogió su polla, que parecía a punto de expulsar toda la leche acumulada y acariciándole los huevos con la mano izquierda, la derecha la destinó a dirigirla hacia su boca, lamiéndole el capullo e introduciéndosela lentamente en principio, pero aumentando la velocidad a medida que la polla de Fernando palpitaba alocadamente entre sus labios. Cuando se cumplió el tiempo, Fernando se sintió molesto, ya que estaba a punto de correrse e intentó continuar, pero nos negamos aludiendo que las reglas están para cumplirlas.

Fernando propuso abandonar el juego y pasar directamente a realizar un intercambio de pareja, ya que estábamos tan excitados que debíamos aprovechar la ocasión. Ni que decir tiene que, ante la posibilidad de follar con Luisa con la que había tenido algún sueño erótico y había sido la musa de muchas de mis pajas, me puse a favor de la propuesta de Fernando. Ellas se miraron, sonrieron y, casi al unísono, dijeron que sí, que era una buena idea pero que previamente había que nivelar la balanza, teníamos que follar juntos los dos hombres.

- Eso no es justo, nosotros no tenemos intención de hacer una cosa así - dijo Fernando.

- Si ustedes habéis tenido sexo juntas, es porque habéis querido, sin que nadie haya impuesto que lo hagáis, así que esa propuesta no vale. Para estar en igualdad de condiciones, no podéis imponer reglas – dije.

- Ok, no imponemos nada. Dijo Alicia, levantándose y recogiendo su ropa para colocarla en el pequeño armario.

Se fue al baño, se duchó, salió para ponerse ropa interior, el camisón y dando las buenas noches a nosotros y un apasionado beso a Luisa, se metió en la cama. Luisa y Fernando se marcharon a su cabaña y yo, con un impresionante galimatías en mi cabeza, me quedé sentado, desnudo y con mi gozo en un pozo. Me puse un whisky doble y me dispuse a escuchar música.

¿Habría sido un error los acontecimientos que se sucedieron en tan pocas horas? ¿Sería el final de una relación que se había desarrollado sin altibajos durante tantos años?, una secuencia de preguntas se sucedían en mi mente.

Si bien en muchas ocasiones había tenido la fantasía de ver a Alicia teniendo relaciones con otra mujer, me aterraba el pensamiento de que se apagara la pasión que había demostrado por mí. Mi polla ya no era una polla, sino un pequeño trozo de pellejo que apenas sobresalía de los vellos. Parecía asustada. En poco tiempo había pasado de tenerla como nunca la había visto a ser casi invisible, inerte. Un nuevo whisky y la idea de vivir sin Alicia hicieron que brotaran lágrimas de mis ojos y comenzara a llorar como un niño. Alicia, a la que suponía dormida, al escuchar mi llanto, se incorporó para pedirme que descansara para mañana continuar con el desarrollo del fin de semana, ya que nuestro propósito era hacer una ruta de senderismo por la montaña. Yo, entre sollozos, me metí en la cama y le dije:

- No quiero perderte, Alicia, eres demasiado importante para mí y no consigo hacerme a la idea de estar sin ti.

- Eres bobo y además estás borracho. ¿Qué te hace suponer que te voy a dejar? Lo de Luisa ha sido una fantasía que ha estado muy bien pero, de veras, no es comparable con tantos ratos de satisfacción que hemos tenido juntos. Ni por mil Luisas cambiaría todas tus atenciones de estos años y, además, ¿Sabes cuántas veces me has hecho tocar el cielo con las manos con esta cosita? - metió su mano entre mis sábanas y me cogió la polla, bueno, mejor dicho, la cosita - Uf, pero mira qué pequeñita que está, nunca la había visto así - exclamó alarmada.

Dándome un beso, me dijo:

- Anda, duerme, amor, que mañana te espera una limpieza de cerebro, para que se te vayan esas estúpidas ideas y verás como todo vuelve a su cauce.

Ya más tranquilo, me dormí profundamente, con mi mano sobre el cuerpo de Alicia, como para evitar su marcha. Estaba claro que los efectos del alcohol habían hecho estragos en mi cabeza.

A las 8 de la mañana, hora en que quedamos con Luisa y Fernando para la ruta de senderismo, yo no estaba en condiciones de levantarme. Entre bromas, mientras hacían café y tostadas, se dedicaron a mantearme, quintándome las sábanas. Mi polla estaba nuevamente tiesa, sin motivo aparente. Parecía como en los tiempos de adolescente que siempre nos levantamos con el arma en ristre. Se sucedieron los comentarios sobre la situación. Luisa, uniendo sus manos y con gesto de coña comentó:

- Pobre, pollita, aún no se ha desahogado. Pero, Alicia ¿tan mala eres que mantienes el castigo?

- Déjala estar, que le espera un día ajetreado.

Se puso de rodillas acercando sus labios a mi polla y le dio un sonoro beso. Por fin pude levantarme y me metí en la ducha, a ver si era capaz de aclarar mi cabeza. Después de desayunar nos encaminamos hacia la montaña. Elegimos una ruta que iba paralela al río, ya que era la más corta posible. No estaban los cuerpos para mucho esfuerzo. Noté que Alicia no dejaba de mirarme, aprovechando cualquier ocasión para agarrarse a mí. Parecía que tenía cargo de conciencia o algo así. Llegamos a un bosque de eucaliptos y decidimos descansar un buen rato. Yo me senté sobre el suelo apoyando mi espalda en uno de los árboles. Alicia se sentó entre mis piernas, apoyada sobre mi pecho, con la cabeza sobre mi hombro. Se giró y me besó. Cogió mis brazos y los llevó a sus pechos, que al poco comenzaron a proyectar sus pezones. Mientras Fernando se entretenía en lanzar piedras al río, Luisa asistía al manoseo que yo le estaba dando a Alicia que ya se había desabrochado la camisa y soltado el sujetador. Bajé una mano, metiéndola entre su pantalón de chándal. No llevaba bragas. Supongo que para tener menos obstáculos. Su coño estaba ya humedeciéndose y sus jadeos comenzaban a hacerse más sonoros.

Luisa no perdía detalle de la acción. Alicia se volvió, se situó de rodillas delante de mí y puso un pecho en mi boca que lo lamí con desesperación mientras metía mi mano para acariciarle el culo. Bajó mi pantalón, los slips y se tumbó sobre la hierba, comenzando a darme una mamada que me dejó impresionado. Luisa ya estaba con su mano derecha tocándose el coño, apoyada sobre un árbol frente a nosotros. Fernando a lo suyo, tirando piedras al río e intentando cazar algún pájaro a pedradas, se ve que estaba satisfecho, por lo que supuse que Luisa le dio su ración en la cabaña durante la noche. Comencé a sobar la entrada de su ano, lo que le produjo una serie de espasmos, levantando su culo para que pudiera tener mejor ángulo para el magreo. Con la humedad de su coño lubriqué su culo y le metí muy despacio mi dedo índice, provocando que lanzara su cuerpo hacia atrás, buscando el máximo de penetración posible. En esa postura, comencé hacer círculos sobre las paredes de su recto. Esto la volvía loca de placer. Sus lamidas y la follada que le estaba dando a su boca provocaron que comenzara a lanzar chorros de leche abundante que bozaban por la comisura de sus labios. Mi dedo en su culo consiguió que Alicia gritara de puro gusto, consiguiendo un orgasmo sin necesidad de tocarse el clítoris. Luisa se levantó, aún con su mano en el coño, dirigiéndose hacia nosotros con cara de vicio, mordiéndose el labio inferior. Sacó su mano, acercándola a nuestras bocas para ser lamida. Volvió a colocarla en su coño, moviéndola hasta que un ruidoso orgasmo acabo por dejarla exhausta abrazada a nosotros.

Cuando nos incorporamos, arreglándonos nuestras ropas, vimos a Fernando hablando con un señor de unos 50 años, pastor de la zona que, al parecer había asistido, parapetado tras los árboles, a nuestro apasionado “descanso”. Tras negarnos a sus pretensiones de participar en la fiesta, nos alejamos del lugar, dejándolo con su impresionante polla en la mano, masturbándose.

Ya de vuelta, sobre las 2 de la tarde nos fuimos a comer a un chiringuito junto al río, cerca de las cabañas. La normalidad se había instalado de nuevo en nuestras relaciones o, al menos, eso parecía. Mientras tomamos un aperitivo, en espera de una paella que pedimos, comentamos la enorme polla del pastor, compadeciéndonos de él, por haberlo dejado allí con esa tremenda erección. Nos reímos un rato hasta que, de nuevo, salió el tema de la dichosa homosexualidad. Pero esta vez no estábamos dispuestos a ir más allá de comentarios dentro de la sensatez. Luisa comentaba lo curioso que le resultaban los placeres ocultos en nuestras mentes y que todos los seres éramos bisexuales en mayor o menor medida, pero que era cuestión de dominio de la mente. Decía que, con lo de ayer, quedó demostrado que dos personas a todos los efectos heterosexuales, habían disfrutado con otra persona de su mismo sexo y, una vez salvado los prejuicios iniciales y desinhibidos de ellos, saborearon con sumo placer el coño de otra mujer. Fernando preguntó si estaban dispuestas a repetir la experiencia, a lo que Alicia fue la primera en contestar diciendo que eso nunca se sabe pero que lo que realmente deseaba, en cuanto a sexo se refería, era que yo disfrutara todo lo posible y que si tenía que repetir fuese únicamente si yo participaba en el acto. Esto me subió mi autoestima. Me dio un beso y me dijo que de ninguna manera me quería hacer daño. Yo contesté que siempre estaría dispuesto a hacer lo que Alicia me pidiera. Luisa dijo que, a pesar de que Fernando se comportaba a veces como un animal, no podría mantener una relación sin él a lo que Fernando contestó en tono guasón: “es que también es aficionada a la zoofilia, ya veis, es completa la muchacha”. Nos reímos por la ocurrencia largo rato. Pedimos otras cañas y, al poco, llegó la paella. Comimos, tomamos el cafelito de rigor y nos marchamos a las cabañas.

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