Una sorpresa

Autor: Anónimo | 15-Jul

Infidelidades
En algunas ocasiones habíamos hablado Marisa, una amiga mía, y yo sobre sexo con picardía, y aunque nos habíamos excedido más de una vez en la grosería, (el tema da para ello), nunca habíamos profundizado en asuntos personales, hasta que una noche tomando el último café, tras la vista de los boys de la fiesta de despedida de soltera de una compañera de trabajo, el tema tomó derroteros íntimos un poco ayudado por los sopores del alcohol, que aún no siendo excesivo, si nos habían aligerado el ánimo.

- Aun estoy pensando en el tamaño del colgajo de aquel boy - dije sonriendo, mientras visualizaba mentalmente el desnudo de una hora antes.

- Tampoco es para tanto - me contestó ella.

- ¡Vaya!, Será para ti, que yo recuerde nadie me ha arrimado algo parecido - dije desafiante y segura de lo que no era normal el tamaño.

- Eso es por que no conoces la de Alberto, (su marido) - dijo abriendo la confidencia, sobre un tema que nunca antes había mencionado.

- ¿No me irás a decir que Alberto esta dotado de un tamaño similar? - pregunté curiosa e intrigada.

- Te lo digo y te lo aseguro, bastante mayor que lo visto - respondió segura de sí misma.

- Estás exagerando - dije en un todo incrédulo

- Créeme, es algo fuera de serie, ni que ver con las de las “pelis” porno.

- ¡Vaya. Estoy asombrada. Cuéntame: ¿Cómo es? - dije intrigadísima e interesada.

- Mira - dijo en este momento, un tanto animada por poder contar para ella con algo que ni conocían la mayoría de las demás mujeres - En una ocasión se la medí entre bromas, y que conste que por la parte de arriba, y el resultado fue de 27 cm.

- ¡Joder! - dije sorprendida - No me dirás que te cuela todo eso dentro sin hacerte daño.

- Su técnica hemos tenido que adquirir, si; por que si profundiza ya lo creo que me lo hace. Por eso soy yo la que llevo el dominio, para controlar hasta donde me llega. Pero en cualquier caso, te puedo asegurar que no me falta.

- Me dejas asustada, chica. ¿Y Cómo haces para controlar eso?, si no es demasiada indiscreción - le pregunté interesada.

Ella, animada, por mi interés a cerca de su gran posesión, siguió contando, mientras mi fantasía la imaginaba haciendo lo que me relataba y mi mente recordaba, con cierto reproche, como había rechazado a su marido, quien me piropeaba a menudo hasta el día que lo paré en un momento en que se atrevió a insinuarse. Imaginaba como ella se montaba sobre él, tumbado boca arriba, a caballo introduciéndose semejante falo hasta donde le satisfacía, llegando a ese punto entre el placer y el dolor que podía controlar con movimientos justos. Me contaba las cosas sin poner morbo ni dando una visión excitante, simplemente detallaba lo que se veía obligada hacer para conseguir una relación satisfactoria, pero eso no evitaba que yo imaginara la escena configurando mentalmente estos detalles y produciendo en mi, como resultado, la estimulación del deseo de saber y sentir, así que mostrándome relativamente indiferente, seguí indagando durante un largo rato hasta que llegó el momento de retirarnos cada una a su domicilio, en cuyo camino no dejé de imaginar una y otra vez escenas creadas por mi a partir de sus comentarios, en la que Alberto le daba a Marisa, con tan apreciable miembro todo tipo de satisfacción, provocando en mi, cada vez, más curiosidad y deseo.

No dejé en los días sucesivos de pensar en Alberto, a quien conocía desde que se casó con Marisa y de quien nunca sospeché que estuviese también dotado, desconfiando no obstante de los comentarios de mi amiga; dudaba de su verdad pensando que quizás habría exagerado, aunque no obstante, era seguro que aún habiéndolo hecho el tamaño, seguramente, valdría la pena. Y en estos pensamientos y fantasías terminé por derivar las imágenes hacia mí, en verme ensartada por semejante poder, en como me lo haría y en cuanto placer me podría producir. No es que sospechase que éste fuera a ser mayor, pero el morbo que me ocasionaba garantizaba una relación más satisfactoria por lo perversa, así que la idea estuvo dando vueltas por mi cabeza una y otra vez calentándome hasta el extremo de ir en Internet en búsqueda de fotos pornográficas donde mostrasen penes gigantes, encontrando que las fotos lo único que despertaron fue el deseo de verlo en la realidad, comprobar si estimularía la misma excitación que imaginaba.

A partir de aquellos días, mis visitas por casa de Marisa se fueron incrementando. No tenía ninguna intención meditada, solamente un impulso inconsciente me empujaba a pasar por allí por si acaso surgía de nuevo la insinuación de Alberto, en realidad no sabía si la aceptaría si así fuese, pero inevitablemente tendía a acercarme y procuraba arreglarme especialmente, casi llegué a temer que Marisa relacionase mis visitas con su conversación, pero su familiaridad me liberó de sospechas. A pesar de mis arreglos y mis posturas insinuantes, aunque comedidas, todo se quedaba en la fantasía pues Alberto no parecía darse cuenta tratándome con la misma simpatía de siempre, pero con el comedimiento que se estableció a partir de aquel día no acepté sus pretensiones y que ahora casi lamentaba, pues ya no trataba de hablar conmigo a solas aunque fuese de manera inocente, aunque estaba segura por sus miradas furtivas que mis minifaldas y escotes no le habían pasado desapercibidas. Aunque solo pasase a dejar un encargo, sin más ocasión de charla, no sé por que me arreglaba cuidadosamente, sobre todo si era consciente de la ausencia de Marisa, aunque luego me reprendiera yo misma por jugar como una niña a engañar a una amiga.

El día de Jueves Santo, pasé a dejarle Marisa mi peineta, para la procesión de la noche en la que salía, ya que había perdido la suya. Me abrió Alberto, quien tras invitarme a pasar, me comentó que ya había resuelto el problema y se había marchado a la cofradía, después de llamarme al móvil que estaba fuera de cobertura, suerte que agradecí internamente. Me ofreció una copa, que acepté, en desagravio por el camino inútil realizado. Me senté en el sofá, frene a él cruzando las piernas dentro de mi corto y ajustado vestido negro tras quitarme el chaquetón, intuyendo que dejaba ver bien mis piernas enfundadas en unas medias negras.

- ¡Caramba!, Que guapa vas - me dijo mientras servia un par de copas - ¿ Alguna celebración especial?.

Era la primera vez que me piropeaba después de mucho tiempo, y por un momento no supe que decir, así que tras un lapso dije de manera intencionada, que no, que es como vestía normalmente que lo que ocurría es que él no se daba cuenta distraído en sus asuntos.

- Si, si que me doy, créeme - respondió.

- Pues no lo parece - le dije. Lo que pareció sorprenderle.

- Es que no he querido molestarte, desde que me dijiste que mantuviese las distancias.

- Si no me molestaba, tonto, - dije pícaramente.

Pensé unos segundos y continué tratando de que no se perdiese el hilo de la conversación.

- No es que no me apeteciese, es que me quedé cortada - añadí reservándome esta vez cualquier comentario de consideración a Marisa y haciendo hincapié en la apetencia-.

Pareció que le hubiesen despertado de repente, sonrío y comentó acercándome la copa y sentándose a mi lado:

- Así que si te apetecía - con lo que mostró haber captado el sentido de mi frase.

- ¡Vaya! Y yo aquí como un tonto tratando de no ofender.

- Que no me ofendes, que no - dije riendo mientras apoyaba, de manera aparentemente distraída, mi mano sobre su pierna. A lo que, del mismo modo, él respondió colando la suya sobre la mía cogiéndola suavemente y diciendo:

- Pues no sabes lo guapa que te he visto siempre aunque no te lo haya dicho desde entonces. Bueno, lo guapa y lo deseable.

Dejando mi mano bajo la suya, sin atisbo de retirada, le comenté:

- Y yo que creía que había perdido mis encantos.

- Para nada. No sabes las veces que he pensado en ti - dijo apretándome la mano un poco más.

- ¿Y que has pensado? - dije dejando colgada la pregunta

- ¿Tú que crees? - preguntó a su vez.

- Dímelo tú - dije, mientras le veía aproximar muy lentamente su cara y notaba apretarse su mano.

- Algo así - respondió aproximándose un poco más hasta besarme levemente en los labios.

Le devolví el beso con la misma ternura, mientras notaba como se me aceleraba el corazón dentro del pecho, y dejé que me entregara un segundo más largo que se extendió a un tercero más intenso que terminó para separarse un momento y pasarme el brazo tras los hombros, la otra mano por mi cintura y besarme ahora intensamente una y otra vez, hasta darme la lengua que recibí encantada dentro de mi boca. Mientras lo hacía su mano pasaba de mi cintura a mis pechos, sobre el vestido reconociéndomelos y adivinando la posición de mis pezones. El roce me excitaba, me hacia desear, y sus besos aumentaban mi deseo. Todos estos estímulos se unieron a la fantasía de su gigantesco falo y lo que me haría con él, cómo me lo rozaría, y comencé a sentirme húmeda. Cuando su mano abandonó mis pechos para colarse entre mis piernas, yo puse la mía entre las suyas tratando de confirmar la historia de Marisa. Mientras rozaba mis bragas húmedas con sus dedos recorriendo el pliegue formado por mis labios en ella, noté en mi mano el gigantesco bulto bajo la ropa que recorrí en todo su largo desde las ingles hasta la cadera, consciente de que aunque él no decía nada, me sabía asombrada de lo que estaba encontrando. No solo era largo, también reconocí un grosor abrumador. Pensé: Si lo maneja como lo tiene, ¡Dios! ¡Lo que me va a dar este hombre!.

Al poco tiempo me había subido el vestido y tiraba de mis bragas, después de haberme abierto la cremallera y bajado el cuerpo tras sacarme los brazos por los tirantes y chuparme los pezones uno tras otro sin dejar de tocarme. De este modo el vestido quedaba sujeto y arrugado en mi cintura, mientras me encontraba desnuda en el resto excepto las medias que aún las llevaba puestas. Le pedí que se pusiera de pie frente a mi y comencé a desabrocharle el cinturón que una vez colgando, me permitió abrir la cremallera y comenzar a bajarle toda la ropa descubriendo su enorme polla, dura y tiesa, asombrosa, tal y como había descrito Marisa: ¡Dios Santo! ¡Que hermosura exclamé en voz baja!.

- Es toda para ti - respondió él consciente del efecto que causaba.

Me sentó sobre el sofá, y colocándose a caballo sobre mis piernas, me la pasó por las tetas, rozándola con ella. Notaba su paso por mis pechos y su punta me llegaba a la barbilla. Le retiré un poco y comencé a chuparle ansiosa un prepucio oscuro y brillante que me costaba meter en la boca, mientras se la sujetaba entre las dos manos notando el pesado cuerpo fálico que una intensa erección le estaba proporcionando, sobre el que se desliaba con suavidad la piel retirada por mis manos al descubrir su cabeza. Estaba deseando que me follara, pero él me llevó sobre la alfombra colocándonos en un 44 y tras de mí me pasó su polla entre las piernas sin penetrarme, pidiéndome que me estimulase yo rozándome con la parte que sobresalía por delante. Apreté el gigante entre mis labios y me rocé con él cuanto pude mientras Alberto me pellizcaba desde atrás los pezones y me mordisqueaba el cuello. El placer se iba concentrando en el interior de mi chocho, notaba los labios de mi vulva acorchados y una humedad inmensa estaba fluyendo, mientras un dulce gusto me estaba alcanzando.

- Fóllame - le rogué - lléname con tu gran falo, por favor.

Se tumbó, boca arriba, prueba de la experiencia en el uso de su enormidad, como me había contado Marisa e hizo que lo montase a caballo colocando mis rodillas a su costado, desde donde apuntándome su deseada polla, dejó que yo apretase haciendo que poco a poco me fuese entrando, llenándome a su paso, separando las pareces de mi vagina en su avance y profundizando más y más hasta llegarme a lo mas profundo, produciéndome un placer que me obligó a un intenso suspiro. Su punta me rozaba el fondo y aún me quedaba por entrar, más trasformaba el placer en dolor, así que me mantuve en ese umbral entre el uno y el otro que me estaba llevando al clímax en ese punto donde se acababa su polla, como si ella me lo fuese inyectando en cada suave empujón incrementando el dulce gusto de mi interior. Entre el trabajo que me estaba haciendo su rabo y las caricias de sus dedos en mis pezones, mi chocho estaba chorreando, mi vientre ardía, tenía acorchados los pezones y sofocada la respiración, así que con los ojos cerrados susurraba repetidamente en voz baja: Como me follas..., Qué bien me follas..., Que gusto me estás dando, cabrón..., ¡Oh, Dios, que polla más rica!. Y con cada frase y cada movimiento el gusto me subía, me subía, me subía, hasta que no puede más y el orgasmo me alcanzó como expresé en un largo gemido que fue decreciendo a medida que me deshice sobre él. Aplasté mis tetas sobre su pecho y la barbilla sobre su hombro y con los ojos cerrados, desmadejada, se convulsionó mi cuerpo en tres espasmos y me quedé un rato sin moverme.

No habían pasado dos minutos cuando él inició un suave balanceo de caderas, que desplazaban ligeramente el enorme mango dentro de mí, provocándome una aceleración rápida del placer, en un segundo inicio de orgasmo. Noté como me subía y sin moverme de la postura inicial le susurraba al oído:

- Sigue, Sigue, como me gusta que me folles, me viene muy rápido, vamos fóllame cabrón, fóllame, sigue, sigue.

En ese momento noté como su polla se endurecía más, más y más, sus brazos me apretaban contra él hundiéndomela hasta hacerme daño. No lo pude aguantar, adelanté mis caderas, separándome del dolor y las comencé a girar buscando endurecérsela más si cabía, con lo que acerqué la aproximación de mi orgasmo, y provoqué el suyo que al explotar en tremendos espasmos del gigantesco falo terminaron por precipitar el mío entre jadeos y gemidos. Me quedé desparramada sobre él, notando como poco a poco cedía el tamaño de su verga. Y le dije agradecida que nadie me había follado de semejante manera.

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