Dos desconocidos. Un escondrijo. Una noche por delante

Autor: Niebla | 24-Aug

Heterosexuales
Verano. Mucho calor. Un bar. Cuerpos húmedos que se rozan. Una mirada. Dos desconocidos. Un escondrijo. Una noche por delante... La primera mirada fue de curiosidad, de comprobación ¿Ambos habían visto lo que creían haber visto? Sí. Él la había visto a ella, morena, ojos negros como el azabache, no muy alta pero bien formada, grandes pechos y buen escote, provocador, piernas largas y tacones, ni altos ni bajos, en su justa medida; vaqueros, zapatos blancos, camiseta blanca bien escotada. Ella le había visto a él, alto, castaño claro, ojos verdes esmeralda, fuerte pero no demasiado, parecía musculado, en su justa medida, camisa de rayas, elegante pero discreta, vaqueros apretados lo justo para difuminar unas nalgas muy bien colocadas, y un pequeño colgante de algo que parecía plata amarrado del cuello.

Una mirada sí, corta pero intensa. Él la miraba a ella y ella le miraba a él, pero ninguno sabía que era observado por el otro. Un bar, grande, mal iluminado. Verano, mucho calor, mucha gente, mucho sudor, cuerpos calientes y húmedos rozándose entre sí. Una canción, luego otra, después otra. Mucho ruido. Alcohol. Copas. Coktails. Cubatas. Otra ojeada, más larga más intensa. ¿Parece que me mira? Un ínfimo instante de cruce de miradas. Un movimiento de disimulo. Un cuchicheo, una risa algo nerviosa.

Otra mirada más. Ésta intensa. A los ojos, frente a frente, aunque en la distancia. Sí, me mira a mí. Increíble. Él arquea una ceja, ella le devuelve una pequeña sonrisa. ¿El comienzo? Ella cuchichea con su amiga y se van hacia el baño. Un paseillo cerca de él. Ella le permite que la mire, se lo pide. Él la sigue con la mirada hasta el baño, deseando entrar allí con ella. Ella gira el cuello manteniendo el contacto para asegurarse de que él la mira.

Un retoque al maquillaje y otra cerveza. Cada vez hace más calor ¿Soy yo, o es el ambiente?. Otra mirada. Un minúsculo guiño de él. Pequeño pero suficiente. Guiño devuelto. Ella resbala su mano por sus labios para luego seguir el camino por su cuello. Él observa desde lejos deseando, anhelando ser la mano y tocarlo todo.

Él avanza algún paso, se separa de su grupo. Ella se acerca sola hacía la pista de baile. Otra canción. Esa canción. Comienza a mover su cuerpo al son de la música despacio, marcando cada movimiento, cada curva de su cuerpo, moviendo sus manos sobre su cuerpo como si fueran las de su amante, con los ojos cerrados en medio de la pista sin ver a nadie más, sin importar nadie más. Él se acerca despacio, dando un giro alrededor de ella, lo suficientemente lejos para poder observara desde todos los puntos. El corazón comienza a latirles más deprisa a ambos. Ella abre un instante los ojos y le ve, lejos todavía. ¿Y si no se acerca? ¿Y si se aleja cuando me acerco? Las dudas de ambos son las mismas, las de siempre.

Ella sigue bailando, provocándole con cada movimiento; él sigue acercándose, excitándose más con cada paso. Vuelve a abrir los ojos, buscándolo impaciente… decepcionándose al no verle. De repente sintió unas manos que agarraban sus costillas desde atrás. ¿Era él? ¡¡Tenía que serlo!!Pero prefirió esperar un poco para averiguarlo. Prefirió dejarle mover las manos sobre su cuerpo como lo hacía ella mientras bailaba, al son de la música. ¡¡Tenía que ser él!! ¿Quién si no la habría observado tanto como para poder imitarla? Él movía las manos sobre la piel que dejaba ver la camiseta. Empezó por sus brazos, para seguir por su cuello y su escote. Respiraba sobre su nuca para que ella pudieses sentir su aliento. Ella excitada, comenzó a recorrer la espalda de él con sus manos, discutiendo con su camisa para poder tocarle la piel, para sentir su calor.

La música seguía sonando. Ella se dio la vuelta lentamente para por fin mirarle a la cara, frente a frente, sin distancias que pudiesen confundirlos. Era él. Era ella. No hacía falta decirse nada. Una subida de ceja de él, un pequeño mordisco en el labio inferior de ella. Dos lenguas que se unen, frotándose la una contra la otra, desvaneciéndose en la boca del otro. Cuatro manos que se pierden. Manos que buscan caminos nuevos, caminos escondidos debajo de las ropas. Un beso… salvaje. Los pequeños mordiscos suceden a las caricias. Él se sorprende con el primero, pero le agrada, nunca habría sido capaz de demostrar su pasión con un lascivo mordisco, aunque era lo que quería.

La primera mano furtiva fue la de ella que, discreta y con disimulo, recorrió toda su fuerte espalda desde los hombros hasta su apretadas nalgas. A él le excitaba que ella llevara la iniciativa, y ella estaba encantada de hacerlo.

Otro baile. Ambos seguían bailando, contorneándose, danzando al son de la música. Cada vez más pegados, cada vez más juntos. Ella llevaba el ritmo, él le seguía sumiso. Movía sus manos recorriendo, sin tocarlo, el cuerpo de él; estaba muy cerca de su piel, pero no le rozaba. Un juego. Empezó a caminar por el cuerpo de él con sus manos, aún sin tocarle, todavía no, para aprendérselo, para memorizarlo todo, cada escondrijo, cada pequeño recoveco. Comenzó por las manos para subir por esos brazos fuertes y musculados debajo de esa frágil camisa. Después los hombros, y a éstos le siguió la espalda. Ella bailaba a su alrededor sin tocarle, pero lo suficientemente cerca como para poder oler su perfume y sentir su aliento en la nuca. Era turno de las piernas, desde abajo las repasó enteras, levantándose poco a poco para llegar a su abdomen y acariciarlo una vez más, pero aún sin tocarle. El abdomen dio paso al pecho y éste a su vez al cuello, el cual recorrió con el suyo propio para conseguir así que vello de él se erizara con su aliento. La excitación de él aumentaba por momentos, el hecho de que estuviera ahí, tan cerca, de que con un mínimo movimiento pudiese tocarla, poseerla incluso, le excitaba hasta limites insospechadas. No podía más, necesitaba tocarla o gritaría.

Un rápido movimiento y dos labios que se encuentran salvajemente, mientras cuatro manos recorren dos espaldas con ansia deseando arrancar las camisas. ¡¡Por fin!! Pensaba que no lo haría nunca…Otra furtiva mano. Una caricia. Un roce. ¿Un pequeño cachete? Una grata sorpresa. Dos cuerpos que se rozan y frotan, incitándose con cada pequeño contacto, Cada vez más calientes, cada vez más sudorosos. Y él danzaba excitado al son del aliento de ella. Y ella salvaje, casi agresiva, intercalaba pequeños mordiscos en sus carnosos labios con intensos tirones de su castaño cabello. Otro baile, más pasión con cada movimiento. Las manos de ambos se perdían entre las ropas del otro para permitirse descubrir unos tersos pechos y un abdomen sobresaliente. De repente ella se separó de él bruscamente y, elevando claramente la ceja, le agarró con fuerza de un brazo y le encamino con firmeza hacía el baño. Los pocos metros que les separaban del que sería su escondrijo, se hicieron eternos y sumamente excitantes. Cada pasa, cada pequeño movimiento aviva más y más el deseo entre ambos.

Un golpe seco. Una puerta que se abre de un portazo. Una mirada rápida para comprobar que no había nadie pero, ¿acaso hubiera importado?. El lugar era perfecto. Las cabinas de los baños eran anchas y la puerta cerraba hasta abajo. Parecía que los tonos rojos y negros de las paredes les incitasen a hacer lo que iban a hacer. Otro golpe. Esta vez el sonido de el cuerpo de el chocando contra la pared. Ella puso el pestillo y, con velocidad pasmosa, desabrochó todos los botones de la camisa para poder disfrutar por fin de ese sudoroso cuerpo que la esperaba anhelante. Él mordisqueaba el cuello de ella mientras le quitaba con esfuerzo la camiseta. Dos grandes y tersos pechos quedaron al descubierto, desnudos y excitados entre sus fuertes manos. Ella comenzó a lamer sus hombros, para seguir descendiendo por su pecho y recrearse en su ombligo y su abdomen. La respiración de él se tornaba entrecortada y jadeante, solo de pensar el camino que ella seguía, solo de esperar que encontrara el final en su expectante sexo. Ella desabrocho el pantalón de él y se deshizo con fugaz rapidez de los calzoncillos para poder observar su pene. Éste, turgente y anhelante, la esperaba ansioso de sus labios. Comenzó a lamerlo, de arriba abajo, deleitándose con cada recoveco, en cada poro de su piel. Continuó con los testículos, repasando cada milímetro con su lengua. Ahogados jadeos se escapaban de la boca de él. Se introdujo el pene en la boca y empezó a succionarlo con fuerza, mientras movía su cabeza sacando y metiendo el sexo de él. Otro jadeo, éste profundo y alto.

Un cambio de situación. Ahora era él quien lamía el torso de ella, comenzando por el cuello para seguir los caminos de su cuerpo y adentrarse entre sus pechos. Las lamidas se habían transformado en mordiscos y pellizcos por todo su cuerpo. Primero fueron los pechos y pezones, y a éstos le siguieron los flancos de las costillas y el ombligo. También la respiración de ella se tornó entrecortada, mezcla de la excitación y el placer. Él deslizó sus manos por encima de sus pantalones como marcando el camino que seguiría segundos después. Y en esos segundos se desprendió de sus pantalones para dejar paso a un minúsculo y sexy tanga negro y plateado. Siguió lamiendo los muslos de ella, embelesándose con sus piernas. Dando excitantes rodeos entre sus muslo, prolongando el placentero suplicio que para ella suponía el hecho de que todavía no había rozado su vientre. Los jadeos de ella se volvieron más entrecortados, casi desesperanzados y demasiado anhelantes. La tenía justo donde él quería. En ese momento entre el placer y el sufrimiento. Ahora solo quería darle placer, todo el placer.

Resbaló su mano entre su tanga y descubrió el húmedo sexo de ella. Un gemido de desahogo se escapó de entre los labios de ella. Él se adentró entre su sexo, perdiéndose en su vello púbico, para encontrar su clítoris rosado e hinchado. Con el primer roce un gran jadeo se desvaneció de los labios de ella. Él dibujaba círculos de placer en su sexo, cada vez más húmedo, cada vez más excitado. Empezó rápido, con rudeza y firmeza como ella deseaba. Movimientos circulares y laterales se mezclaban proporcionándole uno de los mayores placeres que él podía darle. Un cuerpo que se estremece. Pequeñas convulsiones localizadas por todas partes y centradas especialmente en los puntos cardinales de su cuerpo; convulsiones que se entremezclaban con jadeos que eran cada vez más altos y premonitorios del primer orgasmo. Él sabía que ella iba a irse en cualquier momento por eso introdujo su otra mano en la húmeda vagina, a la vez que lamía con ferviente pasión su cuello sudoroso. El cuerpo de ella se sacudía con fuerza mientras un grito salía de su garganta para perderse en la roja habitación. Las piernas le temblaban por culpa del gran orgasmo que él le había regalado. Él tuvo que sostenerla durante un momento para que no perdiera el equilibrio.

Un condón que se desliza por un pene duro y erecto. Varios segundos de excitación extrema. Otro cambio de postura. Dos fuertes brazos que alzan un cuerpo sudoroso y excitado. Un golpe seco contra la pared. Un gemido de placer. Una femenina mano que se pierde con agilidad para dirigir a un excitado pene. Y éste, erecto, hinchado y sonrosado, se zambulló en la vagina de ella lenta pero profundamente. Un jadeo de alivio se escapó de los labios de ambos. Él comenzó a balancear su cuerpo para llegar hasta lo más hondo de ella. Una vez tras otra, sin parar, si perder el ritmo, cada vez más rápido, cada vez más frenético. Cada embestida era un golpe de la espalda de ella contra la roja y fría pared, la cual estaba cada vez más caliente y empapada gracias al sudor de ella.

Cada embestida un golpe, cada golpe un jadeo de placer. Ella clavaba sus uñas largas y perfectas en la robusta espalda de él. Las respiraciones se perdían en la roja sala, los jadeos, cada vez más cortos y altos, se entremezclaban entre los olores, el sudor y los gemidos. La respiración de ella era cada más entrecortada y exagerada, su cuerpo daba pequeñas convulsiones de placer que anunciaban un claro orgasmo, el lo sabía, por eso apretó su cuerpo contra el de ella con fuerza introduciendo más profundo todavía, haciendo sus embestidas más cortas, intensas, más salvajes. Los latidos de ambos se aceleraron al unísono, los alientos de ambos se intercalaban y, justo en el mismo momento salieron de los labios de ambos dos gritos de placer desmesurado, dos gritos de satisfacción.

Dos cuerpos resbalando lentamente por la pared hasta encontrarse con el frío suelo. Dos respiraciones todavía agitadas, dos corazones acelerados gracias a la excitación. Una mirada lujuriosa, otra que responde. Otra mirada que busca la ropa tirara por el suelo, unas manos que la recogen con rapidez y un cuerpo sudoroso que recibe la ropa aún acalorado. Ella se viste ágilmente, mientras él continúa tirado en el suelo, intentando recuperar el aliento, todavía extasiado por todo lo que había pasado. Un beso, el último beso, salvaje y apasionado. Un pequeño mordisco, y un guiño de ojo para él. Una puerta que se abre, y una sonrisa de regalo. Él se levanta rápido y se medio viste como puede para salir a buscarla. Un grito que pasa desapercibido entre el sonido de la música. Ni un giro de cuello, ni una última mirada. Nada, salvo el olor de el cuerpo de ella en el suyo propio.

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