Follar al fin

Autor: carmenlove | 12-Jan

Heterosexuales
Hola, soy Laura, y tengo un novio de lo más imbécil. Eso no quiere decir que no le ame, si no le amara no le habría chupado la polla a ochenta y siete tíos a lo largo del último año. La cosa es bien fácil, por algún motivo que no alcanzo a comprender, mi novio quiere que llegue virgen al matrimonio, quiere conservar la flor, como le llama él a la virginidad, hasta la noche de bodas. La primera vez que se atrevió a besarme, después de tres años de noviazgo, me lo dijo tal cual suena. Lo de la flor, lo del matrimonio. A mí me pareció superfuerte, incluso pensé que se trataba de una broma, pero luego, cuando ese primer beso se limitó a un inocente y rápido roce de labios, me di cuenta de que hablaba en serio.

Empezamos a salir con diecisiete años recién cumplidos. Yo estudiaba en un colegio de monjas y él en uno de curas. La verdad es que no se declaró como suelen declararse los adolescentes, sino que me dijo “¿quieres casarte conmigo?”. Bueno, yo le respondí que, con diecisiete años, en lo último que pensaba era en casarme, además, todavía era virgen. Las monjas hicieron mucho hincapié en la importancia de llegar virgen al matrimonio, pero, vaya, como que no. Para mí era una carga y yo no quería casarme con sobrepeso. Aunque esto no se lo dije porque sabía que su familia es muy rica y muy religiosa, y no quería iniciar una relación ofendiendo a la peña.

Más adelante, cuando todo parecía indicar que el asunto de la castidad iba en serio, comprendí que realmente iba en serio y me asusté un poco. O mucho, ¿para qué vamos a engañarnos?.

Con veinticuatro años tuve mi primera experiencia masturbatoria. Ocurrió una noche de pesadillas. Esa tarde había conocido a un poeta kamikaze llamado Antonio que despertó en mí sensaciones muy raras. Recuerdo que lo primero que sentí hacia él fue odio y rechazo por la forma amoral que tenía de tratar cualquier tema. Era un chico atlético y sanote, muy serio, muy introvertido, pero cuando se reía resultaba imposible no reírse con él. Era difícil verlo hablar, sin embargo, cada vez que hablaba, al menos yo, me ponía histérica. Fue el primer hombre al que le chupé la polla hasta tragarme la última gota de su semen.

Mi novio me lo presentó en una cafetería del centro. “Éste va a ser el letrista de nuestras canciones”. Claro, como era poeta, y además kamikaze. Tanto Juanito como Antonio practicaban voleibol y por eso se conocían. Luego, para demostrarme las dotes de nuestro amigo, me leyó la primera de las canciones que había escrito. “Te perseguiré, pero no de darás cuenta; viviré en la misma ciudad que tú, seré un árbol, una farola, tu perro callejero, un fantasma, todos mis esfuerzos por no mirarte se convirtieron en arena en cuanto te vi…”, o algo por el estilo. Y por la noche soñé con él. Si no hubiera sido por ese sueño nunca jamás le habría hecho la mamada que le hice una semana más tarde.

Juanito me lo presentaba por segunda vez en plan onírico, asegurando que sería el guardián de mi flor y luego nos dejaba solos en un lugar indeterminado. Podía tratarse de un dormitorio en una casa deshabitada y sin apenas muebles, o de uno de esos concurridos catres que hay en los albergues juveniles. O las dos cosas. El sueño parecía confuso en ese aspecto. Al principio no había nadie y él me desnudaba despacio, acariciándome o sobándome las tetas y el culo con una ansiedad desconocida para mí, porque, hasta ese momento, la única persona que me había sobado las tetas y el culo era mi madre, cuando yo tenía dos o tres años y ella era la encargada de darle el baño a los críos. Una vez desnuda, el poeta hacía una exhibición de sus músculos y de su polla quedándose también desnudo. A continuación me cogía en brazos y me llevaba a una estancia repleta de gente. Eran sus espectadores, los espectadores del gran desvirgador. Me tumbaba en una cama o en una tarima y todos se acercaban para contemplar el espectáculo. Se trataba de un espectáculo ejemplarizante, según alcancé a comprender, y Antonio dominaba la situación como un verdadero experto. Yo no tenía que preocuparme por nada, sólo dejar que él hiciera su trabajo y comportarme como una alumna bien aplicada.

Soñé su lengua por mis piernas, por las ingles, húmeda, un poco rasposa y al mismo tiempo suave; y también soñé sus músculos tensos, con una cualidad férrea que los convertía en algo sobrenatural; y su erección permanente, incansable, como la erección de un dios, capaz de ejecutar cincuenta coitos seguidos sin inmutarse; y soñé su boca por todo mi cuerpo… así como la penetración propiamente dicha. Todavía no sé lo que se siente, pero en el sueño daba mucho gusto. Notaba esa polla dentro de mi cuerpo y era como si un enorme gusano de placer recorriera todos los espacios vacíos, como si su dueño estuviera dentro de mí, como si me hubiera ocupado entera, desde el vientre hasta el cerebro.

Desperté sumamente excitada y avergonzada. Además me asusté mucho porque descubrí que tenía un dedo metido en el coño. ¿Y si me había desvirgado sin querer con ese dedo? Era la primera vez que me tocaba el coño de aquella manera, sin necesidad, por puro gusto, aunque esa noche pensé que era por puro vicio, y eso me excitó aun más. Lo que estaba haciendo era pecado, pero ya no podía detenerme. Mi mano era la mano de Antonio, y era su lengua, la lengua del poeta, la lengua más lírica que podía imaginarme. Y allí estaba su polla, que me penetraba una y otra vez sin que eso supusiera la ruina irreversible de la flor. Lo cierto es que nunca había notado mi flor o lo que fuera tan viva y esplendorosa como esa noche. De repente, el placer que estaba sintiendo entre las piernas se expandió y ocupó hasta la última célula viva de mi cuerpo. Fue como si una corriente eléctrica de alta intensidad me recorriera de arriba abajo. ¿Cómo era posible que hubiera vivido tantos años sin conocer una cosa tan linda?.

Desde ese instante, me masturbé todas las noches pensando siempre en Antonio, hasta que decidí hacer mi sueño realidad y empecé a chupar pollas con cierta urgencia, como si quisiera recuperar el tiempo perdido. La primera fue la del poeta kamikaze. Ocurrió una semana después de esa primera y solitaria experiencia erótica. Lo encontré sentado en un banco de la estación ferroviaria. Parecía más triste de lo habitual, pero como siempre se le veía triste, no le pregunté. Me dijo que había comprado un billete a ninguna parte, que quería desaparecer del mapa, y que la única manera que conocía para hacerlo era subirse a un tren y viajar hacia el norte hasta que se acabara el mundo. Yo le dije que iba a un cursillo de cristiandad que se celebraba en un pueblo de la sierra. “Entonces vas al mismo sitio que yo”, dijo, “si quieres, podemos viajar juntos”. Seguramente así es como hablan los poetas kamikazes, pero yo no supe a qué se refería, porque el pueblo de la sierra sólo estaba a unos escasos cincuenta kilómetros y él pretendía llegar al fin del mundo. Pero acepté de todas formas y en menos de media hora ya estábamos instalados en el mismo compartimiento del mismo tren.

Me contó que quería huir de sí mismo, de su obsesión paranoica hacia una mujer llamada Susi, a la que al parecer le había envidado más de siete mil correos electrónicos sin obtener ninguna respuesta. Después me confesó que la misma noche en que nos conocimos había soñado conmigo y que, por culpa de ese sueño, había sufrido una polución (¿qué diablos era una polución?). Luego añadió un largo monólogo acerca de la química entre las personas y de los desastres que esa química suele llevar consigo. Sólo comprendí un cinco por ciento de todo lo que dijo, esto es, lo del sueño, que había soñado conmigo. Cuando me preguntó a qué venía lo del cursillo de cristiandad, le dije que era una medida de refuerzo, una manera muy convincente de mantener fresca la flor del matrimonio. Como único comentario a mi historia, él se limitó a una frase sumamente escueta y enigmática: “Las convicciones son muy peligrosas”, dijo. Pues vale.

Llegamos al pueblo de la sierra, el tren se detuvo y yo empecé a sentir nostalgia de ese encuentro, aunque todavía no me había despedido del poeta, además, me entró una pereza terrorífica. Que no bajé del tren, vamos. Antonio ni se inmutó.

Mientras cenábamos en el coche restaurante, unos señores muy amables prepararon nuestras literas. Estuvimos hablando durante una hora y media antes de acostarnos. Él ocupó la litera más baja de la derecha y yo la simétrica de la izquierda. Y allí seguimos de palique. Esta vez bajo la escasa luz que se colaba por la ventana. “Cuéntame lo de la virginidad, por favor, supongo que no iba en serio”, dijo. Así que le hablé de Juanito, de su devoción por mantener las flores intactas y todo eso, pero él intuyó que mis convicciones no eran tan fuertes como las de mi novio, y que, en el fondo, para mí, lo de la virginidad no era más que un lastre inadmisible en una mujer joven, si es que a los veinticuatro años podía seguir considerándome como tal. Estoy segura de que lo notó porque, de pronto, sin venir a cuento, dijo que había otras maneras de practicar el sexo que no llevaban consigo la rotura del himen. El himen era la flor, según pude extraer del contexto. La pregunta obligada a ese comentario era “¿Cómo cuáles?”. “Bueno, dijo él, están las caricias, los besos, la masturbación… pero, sobre todo, una buena mamada”. “¿Una buena mamada?” ¿Qué era una buena mamada? El poeta tuvo a bien explicármelo de una manera muy precisa. “Bueno, coges con las dos manos el pene de un hombre, o del hombre al que quieres, y te lo metes en la boca”, dijo. “Lo chupas”, dijo. “Lo saboreas”, dijo. “Como si fuera un polo de fresa”, dijo. Qué asco, pensé, meterme el pito de un hombre en la boca. Él adivinó esta reacción y añadió: “Cuando estés casada, a tu marido le encantará que te guste hacer eso, te lo prometo”.

Nos quedamos en silencio y yo pensé en Juanito, en el pene de mi futuro marido, y en la sorpresa que le iba a dar en la noche de bodas. “¿Podrías enseñarme cómo se hace?”, dije al fin. “En realidad, nunca le he chupado la polla a nadie, así que dudo mucho que pueda hacerlo”, respondió él. “¿Podrías entonces, podrías dejar que practique contigo?”, supliqué. “¿Quieres chuparme la polla para practicar?”, preguntó. “Sólo un poco, por favor”, insistí. “Una polla nunca se chupa un poco, o se chupa entera y hasta el final o no se chupa”, respondió. “Lo que haga falta, de verdad”, dije. “Está bien, pero antes tengo que hacer algo”. Creí que se estaba levantando para ir a los servicios y lavarse el miembro viril, en vez de eso, se metió en mi cama y me rodeó dulcemente con sus brazos. Luego me besó. Me besó apasionadamente. Ese era el beso que todavía estaba esperando de Juanito, y me gustó muchísimo. Fueron dos minutos cianóticos que actuaron sobre mí como tres horas de conversación. Cuando separó su boca de la mía, dijo: “Ahora puedes hacer lo que quieras”.

Se incorporó en la cama y se quitó la ropa hasta quedarse completamente desnudo. Su pene era gigantesco y estaba muy tenso. Una vez, en el colegio, una compañera dibujó a un hombre desnudo pintándole un pito enorme, dijo que eso era estar erecto, y que por eso a nuestros antepasados les llamaban así, pero hasta ese momento yo nunca había visto uno de verdad. Me pareció grandioso, una especie de prodigio de la naturaleza. “No lo tendrás siempre tan grande”, dije porque no se me ocurrió otra cosa. “Sólo cuando viajo en tren con una mujer hermosa”, respondió el kamikaze. “¿Y qué hago ahora?”, porque la verdad es que no sabía cómo empezar. “Escucha, dijo él, tiene que gustarte, haz lo que quieras con tal de que te guste; tienes que disfrutar, si tú no disfrutas, nunca le darás placer a tu hombre, puede que le hagas una buena mamada un día, pero eso no basta”. “¿Y cómo sabré si te doy placer a ti?”. “Lo sabrás, puedes estar segura de que lo sabrás”.

Y me puse a ello. Aquel cilindro excitado era muy versátil. La piel que lo recubría podía retraerse hasta casi desaparecer y luego regresar a su posición natural. La esfera de la punta era de un tejido más sutil, más delicado, mucho más suave que el resto. Pensé que era un buen sitio para empezar y le estampé un beso. El vientre del poeta se contrajo, los abdominales se endurecieron, pero no gimió. La imagen recurrente era la del polo de fresa. Vaya por Dios, llevaba desde la infancia sin probar uno. Pero chupar un polo de fresa es como montar en bici, te chupas un polo de fresa y ya nadie tiene que decirte cómo se hace, aunque pases muchos años sin volver a comerte otro. Así que me puse a lamer aquello desde la base hasta la cúspide. Luego me metí la punta en la boca y succioné con delicadeza. Las caderas del poeta pendularon. Justo en ese instante sentí como un relámpago sordo entre las piernas, como si alguien hubiera tratado de extraer el aire de mi cuerpo aspirando por la vagina. Era algo parecido a lo que experimenté la noche del sueño y pensé que iba por buen camino. Poco a poco, mis movimientos fueron haciéndose más acompasados, y los movimientos del poeta ya no eran esporádicos, sino que coincidían con los míos. La química de la que me habló un rato antes debía de ser esto. Cuando él elevaba las caderas yo bajaba la cabeza, provocando así que la polla entrara y saliera de mi garganta de una forma rítmica y sincronizada. Me notaba húmeda por dentro, me entraron ganas de orinar, pero en aquel momento no me hubiera separado del poeta por nada del mundo. El poeta era un ser sometido, dependiente de mi voluntad, y me vi a mí misma como una mujer poderosa. Estaba gestionando un poder hasta ahora desconocido por quien suscribe. De repente, las convulsiones fueron más rápidas y agónicas y el poeta puso sus manos sobre mi nuca y apretó hacia abajo. Un líquido viscoso inundó mi boca. Con toda seguridad, aquello era lo que llamaban semen. La primera reacción, la reacción refleja, fue apartarme, pero él me lo impidió. Probablemente, que yo me tragara su semen formaba parte del ritual. De modo que me lo tragué. Chupé y chupé y me lo tragué entero, apretando con ambas manos, ordeñando aquella ubre masculina hasta que se quedó completamente vacía y limpia.

“Gracias, le dije, me ha gustado mucho”. “Joder, chica, para ser tan beata sabes hacer buenas mamadas”, dijo él. Luego me ofreció agua mineral de una botella. Después de eso nos quedamos abrazados y sin decir nada. Yo me encontraba como suspendida en una burbuja de irrealidad, exhausta, un poco deprimida, como si me faltara algo pero no supiera qué. Por su parte, el poeta transmitía una sensación de paz envidiable. Se le veía tan tranquilo que temí que se durmiera en cualquier momento. Aquello estaba siendo mucho más interesante, útil e ilustrativo que los cursillos de cristiandad. Sobre todo, yo tenía ganas de repetir. Pero me daba un poco de vergüenza reconocerlo porque la clase había concluido y cualquier otra cosa que hiciéramos sería puro vicio, un pecado mucho mayor que el que acababa de cometer. Me levanté, me arrodillé en el suelo, junté mis manos sobre la polla del poeta. “Te pido perdón por lo que voy a hacer ahora mismo”, dije en voz alta. Antonio reaccionó y me aconsejó que volviera a la litera. Lo hice. Acercó mucho su cara a la mía y dijo: “Sé lo que te pasa. No se te va a quitar chupándomela de nuevo”. “¿Entonces, qué”, susurré yo. “Lo que tú me has hecho pueden hacértelo también a ti”, aseguró él. “¿Quieres decir que me chuparías la vagina como un polo de fresa?”, pregunté yo. “Más bien como una fruta madura. Hasta que se te calme el nervio”. “¿De verdad harías eso por mí?”. “Sería un placer y un honor”.

Ese día era viernes. Estuve viajando hacia el norte con Antonio hasta el domingo por la mañana, practicando el chupa chupa siempre que tuve ocasión. Luego él siguió hacia el norte y yo regresé a la ciudad. Espero que aquel viaje le ayudara a conseguir su objetivo, fuera cual fuese. Lo curioso es que no sentí ningún remordimiento cuando el lunes siguiente le conté un montón de mentiras a Juanito a propósito del cursillo de cristiandad. Aunque, pensándolo bien, las cosas que le dije no eran totalmente falsas. Acto seguido, él me apuntó a otro cursillo. Esta vez no encontré al poeta kamikaze en la estación ferroviaria, y el trayecto hasta el pueblo de la sierra fue de lo más aburrido. Nos alojaron en una especie de residencia situada en el mismo recinto de la iglesia. Los chicos en la planta alta y las chicas en la baja. Durante la cena de la primera noche hice algunos amigos. Tres muchachos de mi edad, muy guapos, muy simpáticos, muy religiosos, pero con unas ganas tremendas de divertirse. Antes de meternos en la capilla, les propuse una pequeña reunión. Hablaríamos del cursillo, de cómo debíamos comportarnos para que la enseñanza de los curas ejerciera sobre nosotros la gracia de la castidad y otras gracias similares. Se lo tomaron con calma antes de aceptar, pero aceptaron finalmente.

Me presenté en su dormitorio a las doce y media de la noche. Estuvimos hablando de esto y de aquello durante un buen rato, hasta que surgió, inevitablemente, el tema del sexo. Los tres eran completamente vírgenes, igual que yo, pero yo les llevaba ventaja porque ya había chupado una polla, mientras que ellos sólo habían practicado la masturbación. Les conté mi auténtica experiencia en el anterior cursillo. No podían creerse lo que estaban oyendo, sobre todo en aquel contexto, pero en menos de quince minutos ya se encontraban con los pantalones por los tobillos y desproporcionadamente empalmados. Yo no me desnudé, no era necesario. Regresé a mi dormitorio a las cinco y media de la mañana. Había estado cuatro horas chupando pollas sin parar, tragándome el semen de cada una de esas tres pollas porque eso fue lo que hice con la de Antonio, el poeta kamikaze.

La noche siguiente se repitió el encuentro, sólo que ahora, en lugar de tres, había siete muchachos esperándome. Juanito me veía tan feliz y dicharachera, tan sin problemas con la virginidad, que no hacía otra cosa que apuntarme a nuevos cursillos. Un año entero acudiendo a cursillos de cristiandad de diversa temática. “El amor en el seno de la Iglesia”, “La castidad como limpieza del alma”, “El amor carnal y el sagrado matrimonio”, “Fidelidad mental y religiosa entre los esposos”, y muchos más. En definitiva, que me caso dentro de una semana y esta tarde he decidido confesar todos mis pecados, porque un alma sin mácula está más cerca de la paz y la felicidad que un espíritu vicioso y culpable, aunque yo no me siento culpable para nada. Lo de chupar pollas lo hice como un acto de amor y de respeto hacia mi futuro marido, la única manera de llegar virgen al lecho nupcial.

No he vuelto a ver al poeta kamikaze desde aquel encuentro en el tren. Pero sé que regresó, que escribió una canción para el conjunto de mi novio en la que hablaba de mí, de su amor hacia mí. Juanito no me dejó que la leyera porque, decía, era nauseabunda. Despidió al poeta y transformó la canción en otra cosa, dándole la vuelta a todo lo que había escrito Antonio. Pero bueno, qué importa, dentro de una semana seré una mujer casada y al fin podré follar.

Carmen Love
Julio del año 2006.

Relatos eróticos relacionados

Hacía un tiempo que había empezado a trabajar, casi todoel trabajo lo desarrollaba en casa con el ordenador, el fax y el teléfono,si bien alguna vez tenía que acudir a reuniones, tanto en mi ciudadcomo en otras.En mi trabajo tenía un contacto telefonicodiario con dos chicos de Barcelona, Modesto y Carlos, los cuales en ciertaocasion tuvieron que venir a Madrid para mantener reuniones conterceras personas.Si bien lo previsto era que al terminar las reunionesvolvieran a Barcelona, surgio tener que realizar un trabajo para el día siguiente, en que nos teníamos...
24-Apr
26124
hola me llamo kary y soy homoxesual y voy a contarles cuando le mame el guevo en una plaza a un amigo mio fue asi yo andaba con el caminando por el centro de la ciudad y estabamos caminando y hablando el me estaba contando que tenia dias sin tener sexo pues la mujer lo habia abandonado y yo queria aprobecharme de la situacion y por hay serca de donde estabamos habia una plaza y le dije mira vamos a una plaza que esta por aqui serquita y nos sentamos...
02-Jan
24210
Mi novia es de 170 de estatúra con algo de senos pero con un culo tan rico que dan ganas de cúliarla todo empez cuando ella se ponía calíente y me comenzaba a cojer mi pene por encima del pantalón un día ella tenía ganas de que la cojiera comenze a tocarle sus senos bien ricos que se iban poniendo duros tenía un jeán que le marcaba bien su culo y se le veía su vagina bien rica grande ese día la deje en cacheteros eran blancos bien sexis donde...
21-Nov
40856
Desde que entré a la universidad las cosas me fueron imposibles. Realmente todos los días me levantaba sin ganas de ir a ese establecimiento a lidiar con los directivos y demás empleados. Un día tuvimos una hora libre dado que uno de los profesores había faltado, así que salí rápidamente de clase y me fui hacia un lugar medio alejado en donde podía estar solo por un tiempo. Desde este lugar, que estaba en el piso superior, se podía ver la entrada de la escuela, así que no hice más...
25-Feb
56355
A mi primo thiago siempre le tuve ganas y el ami pero somos primos y no es algo correcto pero un dia.... yo como de costumbre estaba sola en casa y derrepente suena el timbre thiago abre la puerta de casa preguntando - hay alguien? cuando yo le dije q no el me agarro y me beso apasionadamente yo aprobeche y le toque el bulto . el me toco la vajina y me tiro sobre el...
19-Apr
27411
Cuando mi amigo Fernando y yo, salimos de la clase, fuimos a su casa, subí a su auto, no tardamos mucho tiempo en llegar, abrió la puerta eléctrica y metió el auto, me dijo: baja. Un departamento muy bello digno de un chico guapo gay y soltero, o mínimo eso creía, entré y el iba tras de mí, me abrazó por la cintura y me besó, recorrimos un pasillo largo y llegamos a su recámara, me tiró a la cama y me desnudo, el se quitó la camisa y el pantalón,...
20-Sep
23154
[Heterosexual] Esto sucedió cuando estudiaba en un instituto de ingles americano. Como cada ciclo del instituto dura un mes puedes dejar de estudiar uno que otro mes y continuar con la carrera sin problemas. Por esta razón por lo general cada ciclo encontraba compañeros nuevos y profesor nuevo. Esto ayudo a que mantuviera relaciones frecuentemente con diferentes compañeros de clase, inclusive con algunos profesores.
18-Feb
18657
yo estava con diana en las dunas,la tenia pentrada ahsta los huevos cuando veo que u joven nos estava mirando,se aseco,adonde estavamos,saco su miembro y se masturbab sin decir palabras,yo entrava y salia dela concha mojada,caliente y choreante de flujos,es estiro un amano y me caricio la base dela pija,y los huevos ,saqeu me miembro duro brilloso de al concha de la perra y el se ahabalnzo achuparlo lamerlo limpiarlo conun frenesi y uapacion desconocida, me dio mucho placer ya que lo ahci con mucha ahbilidad y lograba meterse tood...
19-Jul
31957
Me llamo Katy y vivo en Mar del Plata (Argentina) Esto ocurrió cuando tenía 16 años. Unos meses antes conocí en un chat a Cristian, un muchacho de Buenos Aires, soltero y de 32 años. Siempre fue muy respetuoso y durante tres o cuatro meses estuvimos chateando por lo menos dos veces a la semana. Me dijo que quería conocerme y que pasaría unos dos o tres días de vacaciones en mi ciudad, ya que era verano y mi ciudad es turística y tiene mar. A mi la idea no...
06-Jan
19031