La residencia (III)

Autor: alejandro_miranda | 15-Oct

Grandes Relatos
Y yo también quería ver. Ya en el pequeño hall de entrada que convertía las habitaciones en una especie de mini-suites y desde el que se podía acceder tanto al baño como al dormitorio, se oía con claridad un rumor de varias voces que gemían y jadeaban, sin que se llegaran a distinguir las palabras. Abrí la puerta del dormitorio sin llamar. Como en la canción, el humo cegó mis ojos. Humo de velas que eran las únicas luces de aquel cuarto en penumbra. Mientras trataba de que mis ojos se acostumbraran a la nueva situación, una mano agarró la mía y me hizo dar unos pasos hasta lo que supuse que sería el centro de la pieza. Otra mano me despojó amablemente de la bolsa de viaje, un par más me comenzaron a desabotonar la camisa, otras, quizás repetidas, quizás no, me bajaban la cremallera del pantalón, lo que mi rabo tomó como un detalle muy personal, pues entre la mamada del coche y los preparativos estaba harto de tener que refrenarse con la bragueta. Y finalmente, una boca se apoderó de mi polla con el mismo ansia con el que mi polla entró en ella. Se me escapó un suspiro al sentir el primer baño de saliva y carne húmeda envolviéndome el prepucio. “Mmmmm, suegra, querida, Mariló, mmmm...” Escuché una risita contenida.

Algo se salía del guión que yo tenía en mi cabeza, pero allí a oscuras, las llamas de los cirios me impedían hacer otra cosa que dejarme guiar por el tacto. Y una, no, dos, dos bocas jugando ahora con mi polla, respirando fuerte sobre ella, llenándola de saliva y jadeos. Y una tercera boca más, en mi espalda. “¿Qué importa de quién es la boca cuando cierras los ojos, verdad, Julián?” Mi suegra, era su voz, ella estaba a mi espalda y su lengua ahora jugaba con mi cuello y sus dedos con mis nalgas, con mi ojete, hasta acariciarme con su uña larga la entrada de mi culo, mientras las dos bocas chupaban cada vez más fuerte. Mi suegra me la estaba devolviendo. Sorpresa por sorpresa, en este juego de identidades cambiadas estábamos ya empatados a uno. “¡Qué puta eres, gemí!” Y ella me respondió lentamente “No lo sabes tú bien” justo en el momento que me metía medio dedo en el ojete y yo empezaba a correrme con un grito medio animal que me duró tanto como los chorretones de lefa que se me escapaban hacia las bocas y las caras de mis chuponas. Para igualarme la estratagema, mi suegra me sacó el dedo del culo y en ese instante se descorrieron las cortinas del cuarto. La luz, mucho más poderosa que la de las velas, inundó la pieza. Cerré los ojos con fuerza y los fui abriendo poco a poco, con mi mano de visera. Dos mujeres, dos residentes, a las que reconocí como amigas de mis suegros, las típicas compañeras de patio de Mariló, habían sido las encargadas de descorrer las cortinas cuando yo me corriera. Me sonreían como dos azafatas de televisión, aunque mucho más desnudas. Una faja-corsé las ceñía mínimamente y presionaba sus tetas hacia arriba. Por debajo, las tiras del portaligas colgaban flojas por la ausencia de medias, bragas o cualquier otra prenda que hubiera ocultado sus vientres colgantes y sus coños pelados.

Les sonreí, con esa cara de felicidad que deja la eyaculación y miré hacia abajo para agradecer la mamada. Con la cara surcada por chorritos blancos, todavía pasando la lengua por sus labios y mi polla ahora en retirada, mirando hacia arriba y sin dejar de sobarse, no dejó de sorprenderme que fueran, no dos mujeres, sino una mujer y un hombre los receptores de mi semen y, ahora, de mi gratitud. Mariló hizo las presentaciones. “Las putas de la ventana son Juana y Petra, ya las conoces, y ahora ya sabes por qué vamos siempre las tres juntas”. Dijo esto mientras se acercaba a las “azafatas” y les hacía abrirse de piernas. Las mantenían juntas, había pensado yo, por parecerse a las verdaderas azafatas del telecupón o algo así, pero no, lo hacían para sentir aún más profundamente los dos consoladores que llevaban metidos hasta el pomo en sus vaginas. Y yo que creía que me sonreían, tenían esa cara de haberse corrido ya muchas veces y de sentir aún ese movimiento lento y constante en su interior. Volví a mirar a mi pareja de bienvenida. Mariló continuó. “Y estos son Luis y Ana. No llevan aquí ni una semana, así que nos ha tocado prepararles la novatada de ingreso a José y a mí y hemos pensado que vuestra visita era la ocasión perfecta”. “Lo es, lo es”, dijo Luis con una sonrisa. “Mmmmm”. Ana sólo confirmó su acuerdo, chupándo un poco de semen que había quedado colgando de la punta de mi capullo. “Pero ésta es sólo la primera prueba y desde luego no ha sido difícil. ¿Te puedes creer que Luis no se la había mamado nunca a ningún tío? Creo que antes del lunes habrá recuperado todo el tiempo”. Mariló se agachó y le besó en los labios tibios de lefa. “Vas a tragar tanta leche por la boca y el culo, como tu mujer por el chocho”. Y le volvió a besar. “¡Mira, éstos! ¿Tan calientes vais que no podéis esperar a las presentaciones?” exclamó con falsa sorpresa.

En un rincón, mi mujer chupaba arrodillada la polla de su padre por primera vez en su vida. Si el placer que da una boca desconocida haciendo su primera mamada ya es enorme, el morbo que debía darle a José que fuera su Lolita la que le estuviera lamiendo, chupando, sorbiendo su polla, había de ser a la fuerza incomparable. Mi suegra lo confirmó cuando se acercó a la pareja y me lo comentó. “Hacía tiempo que no veía esta polla así. ¡Cómo te pone follarte la boca de tu hija, eh!”. Y dirigiéndose a los demás, continuó presentando. “La que está chupando la polla de José es mi hija, Lolita, Lola, la mujer de Julián que es esta delicia que me ha tocado por yerno. Como veis, somos una familia muy unida”. Lola ya se había subido la falda hasta la cintura y se frotaba el chocho abierto a una velocidad de vértigo. A la misma velocidad que ahora su padre, agarrándola de los hombros, aceleraba sus empujones y literalmente la follaba, más y más y más hasta que soltó un grito salvaje que su mujer se apresuró a recoger en un beso de tornillo. “mmmmmm, mmmmm”. Los gemidos del padre y la hija se confundían mientras la corrida de José llenaba la boca de Lola. Poco a poco, el ritmo de caderazos de mi suegro disminuyó, mientras que mi suegra exprimía a mano los huevos de su marido a fin de que la boca de mi mujer recibiera la mayor cantidad de semen paterno posible. Cuando ya no pudo mantener la postura más tiempo, Lola se separó, dejando a mis suegros entretenidos en caricias y se sentó en el suelo, a los pies de su padre, con las piernas abiertas de par en par, despatarrada, se llevó los dedos a la boca, escupió su propia saliva mezclada con la lefa de su padre y se los llevó al coño para seguir frotándose hasta que comenzó a retorcerse de gusto y a gritar.

“SOY UNA PUTA, POR DIOS, FOLLADME, FOLLADME TODOS EL COÑO, NECESITO UNA POLLA, ¿ES QUE NADIE ME LA QUIERE METER? JODER, HIJOS DE PUTA, QUE ALGUIEN ME LLENE EL COÑO DE LEFA, ME ARDE”. Y se metía tres y cuatro dedos en su raja abierta de par en par mientras que con la mano libre se frotaba el clítoris de manera bestial. Su madre, con un gesto comprensivo, hizo un gesto a Luis, que seguía en el suelo, a mis pies, masturbando a Ana y recibiendo a cambio las caricias que su polla también necesitaba. Luis entendió que le daban permiso para mojar y se incorporó. Se dirigió a donde estaba mi mujer, que se frotaba el chumino con los ojos cerrados y gimiendo cerdadas, y le puso la polla en la boca. Mi mujer se la tragó toda, rodeándola del semen de su propio padre y abrió los ojos en una súplica clara. Luis salió de su boca y se arrodilló en frente de Lola. La hizo tumbarse en el suelo, sobre la alfombra y le abrió las piernas. Nunca había visto el chocho de Lola más hambriento que ahora. El culo de Luis me tapó la visión y sólo el bufido de gusto de Lola me confirmó que por fin su coño estaba teniendo la polla que venía necesitando desde por la mañana.

A mi alrededor, saboreaba el final de orgasmo más excitante que había vivido nunca. Lola jadeando su vicio y sintiendo el chapoteo de aquel miembro de más de sesenta años en su raja, con la boca llena de la lefa de su padre. Y éste, mientras, lamía a cuatro patas el chocho de su mujer, que había asistido a todo lo anterior sin tocarse, con una desconocida capacidad de autocontrol. Sobre la cama, las dos amigas de mi suegra se comían el coño en un sesenta y nueve feroz mientras se atizaban con los consoladores que tenían clavados hasta la bola y a mis pies, la mujer de Luis, Ana, me miraba esperando órdenes como le habían dicho que tenía que hacer durante su fin de semana de iniciación y novatada. Sintiéndome un espectador privilegiado, seguí haciendo girar mi mirada como si estuviera en un planetario de imágenes pornográficas y agarré del pelo a Ana y le hice limpiarme y endurecerme la polla de nuevo. Cuando lo consiguió, y no tardó mucho, no dije nada. Simplemente la llevé cerca de donde su marido taladraba a mi mujer. Le ordené chuparle a su marido el ojete, follárselo con uno y dos dedos y volver a lamerle el agujero marrón. Mientras, el volumen de jadeos y obscenidades subía. Y he de reconocer que Lola contribuía la que más a que el nivel ascendiera.

Sobre el colchón de respiraciones pesadas y largas, sus palabras regalaban un placer sin igual a mis oídos. “DAMELA, CABRÓN, FÓLLAME MÁS DURO, VAMOS, PAPAITO, MIRA CÓMO ME ENTRA. DAME, DAME, DAME CON TUS HUEVOS EN MI COÑO, SI, PAPI, SÍ, ASÍ, ASÍ”. Luis no era su padre, aunque por la edad podía serlo, desde luego, pero mi mujer ya se había tirado al ruedo. Si aquellos viejos querían morbo, ella se lo iba a dar con creces. Mis suegros tenían razón. En aquella residencia se podía hacer cualquier cosa y nadie se preocupaba de nadie. Imaginé todos aquellos corazones de viejos conectados a un electrocardiograma general, reventando los niveles habituales y revelando las actividades desenfrenadas de los residentes. Eché una mirada más. Sólo quedaba yo, allí de pie, con la polla tiesa y sin hacer nada. Me la escupí un par de veces y poniendo a Ana en posición, le entré por el culo. Los siguientes minutos me olvidé de todo lo que no fuera mirar a mi alrededor para sentir aún más intensamente el vicio que nos rodeaba. Follé mientras todos follaban. Se olía, se masticaba el aire de sexo de aquel cuarto. Poco a poco, algún grito más alto y duradero que otro revelaba quién se estaba corriendo. Ocho personas sudando, jodiendo y sin pudor.

Sobre el hombro de Luis, llegué a ver la cara de mi mujer. Ella no me vio, se dejaba penetrar con los ojos cerrados y los muslos a la altura de la cara. Me imaginaba su chocho abierto de par en par. Miré a su madre y me di cuenta de que ambos mirábamos con inmenso amor a la misma persona. Los últimos empujones dentro del culo de Ana los di mirando a mi suegra, hasta que sentí que la leche me subía, me subía, me subía y que Ana contraía el esfinter y meneaba el culo para sacarme todo el semen que podía. Cuando me dejó salir, con la polla sucia de mierda y leche, me arrastré hasta la cama y me dejé caer. A mi lado dormía ya una de las amigas, Petra, creo, mientras Juana seguía moviendo el consolador como si no pudiera dejar de follarse con él, como una ninfómana en celo constante. Entre los jadeos, sudoroso y cansado, me sonreí pensando que no hacía ni dos horas que habíamos llegado a la Residencia y ya estábamos así. Debía de faltar poco para la hora de la cena, pensé mientras me iba cayendo por la suave pendiente del sueño. Y todavía quedaba la noche del viernes y todo el fin de semana. Lo de irse a una Residencia a descansar del trabajo de toda una vida comenzó a sonarme como una ironía.

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