Autobiografía de Bárbara (I)

Autor: nikita20102010 | 19-Dec

Grandes Relatos
Es curioso que una mujer como yo, madura, (por supuesto no pienso decir mi edad), y agraciada físicamente, pensara hasta hace poco tiempo que había malgastado su vida. Un par de novios equivocados en mi juventud, y una madre absorbente con posterioridad, provocaron que los mejores años de mi vida se esfumaran sin apenas darme cuenta, y lo que es peor, sin poder disfrutar de ese conjunto de pequeños detalles que bien trenzados, se hubieran parecido mucho a eso que llaman felicidad. Si a eso juntamos mi deseo frustrado de maternidad se puede llegar a entender las distintas depresiones que ocuparon sucesivas etapas de mi vida. Y decía pensara, porque en la actualidad podría definirme como una “ama dominante” y tanto ellas como ellos, comen a mis pies (y no es sólo una manera de hablar)... Es por eso que me decidí a escribir esta autobiografía. Mi largo proceso de evolución, o quizás no tan largo, desde una solterona cercana a los cuarenta, hasta la “Dómina” que somete a sus esclavos, en la que me he convertido hoy en día.

Todo empezó un día cualquiera de hace más de diez años, cuando un conocido fue a la oficina donde trabajaba para realizar una gestión (no quiero ser más explícita por miedo a ser reconocida). Aquel día era un día lluvioso y colgado del perchero estaba mi impermeable. Era de color negro brillante, tipo “trench-coat”, con cinturón. Mientras atendía a la persona en cuestión, con la que tenía bastante confianza y algo más joven que yo, observé que su mirada se fijaba reiteradamente en el impermeable que colgaba del perchero. Es más, en una ocasión que le sorprendí mirando, él se ruborizó bastante, lo que provocó en mí una sonrisa que él debió interpretar como de complicidad, dado lo que ocurrió después. (¡En realidad lo era!).

Cuando llegó la hora de salir, llovía bastante, por lo que no sólo me ajusté mi impermeable, sino que también me coloqué el sombrero a juego antes de decidirme a recorrer con paso rápido el recorrido hasta la parada del autobús. En aquella ocasión su llamada desde el coche me sorprendió; aunque ahora, tras haberlo comentado después muchas veces (y no quiero parecer una persona creída de mi misma), lo cierto es que fue lo más normal. Vista desde atrás, y según él lo calificó, mi aspecto era sumamente excitante. Mi melena rubia (soy rubia con los ojos verdes), la llevaba por dentro del cuello del impermeable y éste subido, para que no se me mojase el pelo (la humedad hace que se me rice el pelo, ¡y no me gusta!). El sombrero calado, botas altas, y el impermeable ceñido, ya que no lo abrocho, por que al cruzarlo ajustado y sujetarlo con el cinturón, marca mi figura, especialmente mi cintura, caderas y nalgas, aquel día salpicadas por las gotas de lluvia, sobre el brillante tejido del impermeable. Jorge, (le llamaré así), había quedado impresionado hasta tal punto por la vista del impermeable en la percha (¡qué tontería¡ pensaba yo entonces), que no pudo resistir la tentación de vérmelo puesto. Y allí estaba él, esperando dentro del coche bajo la lluvia, a que saliera del trabajo. Por lo visto mereció la pena la espera.

Jorge era un encanto; moreno, ojos negros, pelo rizado... un hombre de buen ver, que rondando los cuarenta y pico, ya acusaba un poco lo que se da en llamar “curva de la felicidad”, y que mientras no sea una curva excesiva delata en los hombres, creo yo, la buena vida que se gasta el sujeto que la exhibe. Cuando volví la vista para ver quién me llamaba, pude verle sonriente, con la ventanilla de su coche a medio bajar, haciéndome señas inequívocas de que me acercara. Así lo hice, dado que ya nos conocíamos, aunque cuando se ofreció a llevarme a casa…por un momento los demonios (o ángeles, vaya usted a saber) de toda mi vida pasada de solterona rondaron por mi cabeza durante breves segundos:

- ¡Sólo pretende aprovecharse de ti! - decía uno - ¡Qué dirán los vecinos cuando te vean con él! - decía otro.

Y es que tantos años de soltería pesan lo suyo, pero también pesan los muchos de ser prácticamente “virgen” y la agobiante soledad. Lo cierto es que llovía bastante, y tanto el interior del coche como la expresión de Jorge se mostraban de lo más acogedores, así que sin pensármelo dos veces accedí encantada. Sólo iba a acercarme a casa…Con el tiempo supe la erección permanente que tuvo Jorge aquel día hasta que me dejó en mi casa; por lo visto el contraste del negro brillante de mi impermeable mojado con el beige claro del cuero de su coche, componían un cóctel excitante que Jorge apuró hasta las últimas consecuencias. (Según me contaría más adelante, se mató a “pajas” al llegar a casa, con mi imagen en su pensamiento).

No pasó indiferente para mí aquel suceso, (sus miradas, no las “pajas”), pequeños roces accidentales sin llegar a poder ser calificados de intencionados… Pero ahí quedó la cosa. Su comportamiento fue irreprochable, sólo se interesó por dónde había adquirido la prenda, además de piropearme de manera sutil y galante diciéndome lo mucho que me favorecía el conjunto para la lluvia. Lástima, pensé yo, que esté casado este hombre (por entonces lo estaba, aunque sin hijos), porque me daba la impresión de que podríamos llegar a relacionarnos más intensamente. A partir de aquel día, empecé a observar con más detalle como me miraban algunos hombres los días que me ponía el impermeable y las botas. Efectivamente, aquella sensación que había despertado en Jorge, parecía repetirse en algunos otros, y también incluso en ciertas mujeres, pero que quizá por su mayor timidez no se atrevían a comportarse como Jorge. De lo que ya no tenía ninguna duda, era de que aquella vestimenta no resultaba indiferente para cierto tipo de personas, sino todo lo contrario. La confirmación de mis sospechas y una mayor profundización en el tema tuvo lugar meses después, cuando Jorge, recién divorciado, me invitó a cenar una noche. Casualmente también llovía, pero por si tenía dudas él me lo dejo muy claro:

- Si te parece bien pasaré a recogerte por tu casa, y dado que está lloviendo, me encantaría que te pusieras ese impermeable que tanto te favorece y que a mí tanto me gusta.

Mientras le escuchaba al teléfono vi claro el dilema: O aceptas y vas a por todas, o búscate una disculpa, olvídate de Jorge y sigue viendo la tele otra noche más. ¡Dicho y hecho! Impermeable, botas, sombrero y por si fuera poco, un pantalón de cuero muy ajustado con una blusa preciosa de tacto aterciopelado en suave color violeta que me quedaba de cine. Creo que no lo he dicho hasta ahora, pero soy más bien delgada, “mi flacucha” llegó a llamarme Jorge, pero exageraba.

Cuando Jorge me recogió a la puerta de casa, ya había oscurecido; al principio debido a la poca luz no me fijé, pero al salir del coche para dirigirnos al restaurante (uno tranquilo y romántico en las afueras, típico para parejas), pude apreciar su gabardina negra. Tipo Humprey Bogart, inicialmente me pareció de cuero, pero cuando me acerqué a él y pude tocarla observé que no se trataba de piel, si no algo de tacto suave y olor característico que no pude reconocer fácilmente; ¡parecía goma! Aunque su aspecto era brillante, casi metalizado a la luz de las farolas del aparcamiento. Cuando le indagué al respecto, me dijo que se trataba de “látex”, y que al igual que los vampiros, no podía darle el sol porque se deterioraba. Me aseguró que había verdaderas maravillas en “látex” para mujeres, desde gabardinas, impermeables, hasta la más sofisticada lencería, pasando por monos, vestidos, faldas, chaquetas…y que yo con la estupenda figura que tenía, seguro que encontraría prendas que me harían lucir todo mi esplendor. ¡Uff! Un leve cosquilleo me recorrió por debajo de la ropa.

La cena fue maravillosa. Quitando las cenas que hacíamos a veces grupos de amigos de mi generación, a mi edad, una mujer soltera y sola, no era frecuente que la invitasen a cenar; y si la invitaban ¡no era frecuente que aceptara! (De ahí entre otras cosas, su soltería y su soledad). Hablamos de muchas y muy diferentes cosas. Jorge me gustaba porque me dejaba hablar, me escuchaba mientras su cara reflejaba una expresión de interés, procesándolo todo, asimilando cada comentario, cada gesto, cada sonrisa, cada mirada; Me hacía reír con su humor espontáneo, y no se escabullía ante ninguna de mis preguntas. Por eso supe lo de la erección del primer día y sus consecuencias. Durante algunos momentos de la cena, cuando había un breve silencio, entre bocado y bocado, mi mente se planteaba la eterna duda: ¿Te acabarás “enrollando” con él? ¿Se propone acostarse contigo? ¡Seguro que se lo propone! Pensaba yo. Según la cena fue avanzando y llegamos a los cafés, a cada minuto que pasaba estaba más convencida de que en realidad, no se lo proponía, así que impulsada por un fuerte deseo de no dejar escapar ni aquel hombre ni aquella ocasión, ¡decidí hacer trampas!.

Cuando salimos del restaurante, ya muy tarde, con idea de ir a tomar una copa en algún local cercano, le propuse dejar el coche e ir caminando, dado que apenas llovía. Jorge aceptó encantado, y yo sin dudarlo un instante, me ceñí mi impermeable y me subí el cuello, colocándome el pelo igual que aquella otra tarde meses atrás cuando diluviaba; después le ofrecí el brazo, que él aceptó gustoso. Me rodeó la cintura con su brazo y con mi cabeza inclinada sobre su hombro comenzamos el paseo. No sé a quién de los dos la excitación le iba llevando más y más lejos, pero pronto dejé que mi pelo rozase su mejilla, acurrucándome cada vez más contra él. En un momento dado, y después de un silencio más prolongado de lo habitual, como si los dos estuviésemos esperando que el otro tomara la iniciativa, nos detuvimos en una zona algo menos iluminada y tras cruzar una intensa mirada, donde nuestros ojos lo decían todo, comenzamos a besarnos. Primero suavemente, tan sólo rozando los labios, para luego ir en aumento hasta sentir todo su calor en mi boca y su miembro erecto incluso a través de su gabardina y mi impermeable. Ahora ya no era un cosquilleo lo que sentía, era una excitación en toda regla; algo que me impulsaba a apretarme más y más contra él mientras le introducía mi lengua en su boca, como señal del deseo que me iba inundando por momentos. Una de sus manos comenzó a acariciar mi pecho, buscando por donde poder entrar a través de mi protector impermeable; ¡creí enloquecer! La sensación de “meterme mano” estando vestida siempre me ha vuelto loca de placer, y Jorge parecía ser todo un experto en ir avanzado lentamente hasta mi interior sin apenas desnudarme. Mi mano le correspondió, acariciando a través del látex de su gabardina el miembro erecto:

- Será mejor que volvamos al coche - insinuó Jorge reflejando su voz una indudable excitación, a lo que yo accedí encantada; nos dimos la vuelta en dirección al aparcamiento donde había quedado el coche caminando abrazados como si de una pareja de enamorados se tratase.

Al llegar junto al coche, era ya el único que quedaba en el aparcamiento y habían apagado las pocas farolas que lo iluminaban, dada la hora que era, no era de extrañar que ya hubiesen cerrado y dirigido a sus casas. Una excitante idea pasó por mi mente y Jorge, como si me leyese el pensamiento, me abrió la puerta de atrás del coche y me invitó a entrar. Así lo hice mientras él se daba la vuelta por detrás y accedía por la otra puerta. La verdad es que el asiento trasero del coche de Jorge era como el sofá de mi casa, con las luces de cortesía iluminando momentáneamente el interior, pude constatar que había mucho, pero que mucho espacio…En ese punto de mis pensamientos las luces comenzaron a apagarse poco a poco, hasta dejarnos en un primer momento en la oscuridad absoluta, pasando a penumbra cuando nuestras pupilas se fueron adaptando a la poca luz existente. Esto no fue impedimento para que apenas quedarnos a oscuras, reiniciáramos nuestras caricias y besos con más ardor si cabe ahora, al sentirnos resguardados en el interior del coche. Jorge me estaba poniendo excitadísima, con una de sus manos había conseguido alcanzar uno de mis pezones a través del impermeable y la blusa; hurgando debajo del sujetador me lo enroscaba y desenroscaba con la punta de sus dedos como si sintonizara una emisora con el dial de la radio, alternado con suaves tirones hacia el exterior hasta ponerlo erecto como ni en la mejor de mis solitarias masturbaciones lo había tenido. Con la otra mano, me apretaba en la ingle por encima del cuero del pantalón, a la altura de mi clítoris. No tardé en facilitarle la labor y desabrochándomelo me bajé la cremallera, de tal modo que su mano se deslizaba entre mis bragas y mi cuerpo, una mano fuerte, que pujaba por acceder con la yema de su dedo medio a presionar directamente sobre mi clítoris. Sin dejar de besarnos yo también había alcanzado su miembro, erecto, duro y ya palpitante. Por un momento pensé ¿me dejará a medias?. Pero de nuevo Jorge pareció leerme el pensamiento y cambiando de postura hizo que me bajara completamente el pantalón y las bragas, enredadas ya con mis botas, y situándose enfrente de mí, sus brazos abrazaron mis muslos de tal modo que sus manos quedaban en una posición perfecta para separar los labios de mi vulva. Así lo hizo, y cuando hundió la cabeza entre mis piernas pude sentir las suaves caricias que su lengua prodigaba a mi clítoris. Creí morir de placer, nunca nadie me había comido el coño ni de esa, ni de ninguna manera (y perdón por la expresión), pero fue maravilloso. No me cabía duda de que aquella lengua sabía bien lo que hacía; mientras yo continuaba con el masaje de mis pechos y pezones, sus caricias bucales iban en aumento, presionando un poco más fuerte cada vez, a la par que yo se lo insinuaba con mis movimientos ansiosos por prolongar más y más aquella sensación, hasta que ya cerca del paroxismo, su lengua se deslizó hacia abajo totalmente y alcanzó para mi asombro todo el anillo exterior de mi ano. No pude más, la tensión que acumulaba provocaba que mi pelvis iniciase unas suaves sacudidas… ¡Oh Dios, como deseaba abandonarme a aquella sensación…y gritar!.

- ¡Por Dios Jorge…! - acerté a balbucear - ¡…ya no puedo aguantar más!.

Con un rápido movimiento, Jorge se incorporó y dirigió su verga erecta directamente a mi gruta. Lubricada por su saliva y mis jugos, su polla se deslizó en mi interior hasta lo más profundo, toda ella de un golpe, hasta hacerme sentir llena. A esas alturas yo ya había perdido el control de las sacudidas de mi pelvis, cada vez en vertiginoso aumento hasta alcanzar el orgasmo. Sacudiéndome una y otra vez por la intensidad del mismo y totalmente fuera de mí debido a la excitación acumulada, mis ojos se cruzaron en la suave penumbra con los de Jorge y como si de una señal se tratase, pude notar cómo me inundaba su cálido semen en lo más dentro de mis entrañas. Aún seguimos gimiendo de placer durante varios segundos más, hasta que nuestros cuerpos, satisfechos y extenuados por tanta tensión evacuada en tan sólo unos segundos, se relajaron, cayendo uno en los brazos del otro. Sólo en ese momento fui consciente, de que ni Jorge ni yo curiosamente, nos habíamos desprendido de nuestros respectivos impermeables durante aquel inolvidable orgasmo, y medio arrebujada en el mío, le continué besando suave, dulcemente, prolongando la sensación maravillosa que inundaba en aquel momento nuestros cuerpos y nuestras mentes. Los cristales del coche estaban completamente empañados, y nos aislaban del exterior, contribuyendo a aquella atmósfera íntima y relajada.

Llegado el fin de semana, Jorge me invitó a su casa, en donde además de repetir “faenas” como la del asiento trasero del coche, me explicó con más detalles la curiosa y gratificante excitación que le producía mi impermeable y prendas semejantes, (que por supuesto me llevé a su casa, faltaría más). Mantuvimos relaciones intensas durante todo el fin de semana, pero si bien todas fueron satisfactorias, noté que él se excitaba y disfrutaba más cuando yo me vestía “adecuadamente”. He de reconocer que uno de los mejores fue cuando me ajuste el impermeable con unos guantes de goma y las botas, sin nada debajo. Me quedé esperándole así vestida, a que subiera de comprar el pan. Al verme el pan cayó al suelo, y como si de un milagro se tratase, su pene se levantó de inmediato, pudiendo apreciar claramente el bulto que le marcaba a través del pantalón. Según me decía, era superior a sus fuerzas, y ya desde adolescente experimentaba ese tipo de excitación sexual, sin saber por qué, (cosa que no le preocupaba lo más mínimo por cierto). Como él me solía decir: Está ahí y no hace mal a nadie; ¡pues aprovechémoslo!. ¡Y vaya cómo lo aprovechábamos!.

Fueron unos años maravillosos, en pocos meses nos fuimos a vivir juntos, y mi vestuario se amplió generosamente en lo que se refiere a prendas e impermeables de látex, plástico y pvc, (el de Jorge ya era bastante extenso). Nos iniciamos en nuevas prácticas, algunas de las cuales las descubríamos navegando por Internet, entonces en sus albores, y que tanto a Jorge como a mí nos parecían curiosas o interesantes; otras se nos ocurrían a nosotros, como la de dar largos paseos bajo la lluvia, adecuadamente protegidos para ello, en zonas solitarias y tranquilas, nunca acabábamos el paseo sin que hubiera un “intercambio de fluidos” sumamente gratificante. Si he de ser sincera, he de reconocer que en un principio tuve dudas, pues aunque yo no era una experta, había visto imágenes de estos temas, asociadas al sadomasoquismo y otro tipo de prácticas con las que yo personalmente no puedo ni asociar, ni sentir el placer. Jorge se sinceró conmigo en este aspecto, reconociéndome que el nunca se había relacionado ni se relacionaría, con lo que se conoce como “sado” o “bondage” pues no le provocaba el más mínimo deseo ni excitación. El respetaba a quien las practicara, siempre y cuando fuera de manera voluntaria por ambas partes.

(Años después, algunos de mis “clientes” me han solicitado ese tipo de prácticas, pero nunca he accedido a ellas, y coste que en ocasiones me han ofrecido cantidades de dinero que quitan el sentido). Pero no adelantemos acontecimientos…

Por mi parte debo decir que con Jorge siempre disfrutaba de soberbios orgasmos gracias entre otras cosas a nuestra imaginación, que parecía no tener límites y la confianza en mi misma que Jorge me hacia sentir, viendo cuan gratificante eran también para él nuestras relaciones. Lo hicimos vestidos, desnudos, en casa, fuera de ella, de pie, tumbados, por delante, por detrás, oral, vaginal; en el agua, en la playa al sol, bajo la lluvia, etc. etc. etc. Cómo añoro aquellos años. Y eso que ni remotamente imaginaba, que estaba comenzando a labrar de alguna manera lo que iba a ser mi porvenir en un futuro no muy lejano.

El 20 de marzo de 1997, volviendo de un viaje a la Coruña, un “camicaze” segó para siempre la vida de Jorge, y a mí me dejo secuelas irreversibles. Además de cambiar para siempre mi vida, y a pesar de las múltiples operaciones de cirugía estética, para reconstruir mi cara, no he podido superar aún ciertos traumas que me ocasionó aquel accidente. El mayor de todos ellos sin duda, fue la pérdida de Jorge, del que por entonces estaba totalmente enamorada. Pensé en el suicidio varias veces. Por si fuera poco y debido a mi “nuevo aspecto”, perdí el trabajo que tenía, pues en su faceta de relación con el público, mi imagen no era la adecuada; y lo peor es que tenían razón. Si un ser humano puede caer en desgracia, y hundirse poco a poco en la desesperación, esa era yo. Bárbara, ¡estás muerta! Llegué a repetirme en más de una ocasión. Pero…

Continuará....

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