Mi marido infiel (III)

Autor: Elipar | 28-Apr

Grandes Relatos
Corazón. A pesar de conocernos desde hace muchos años, no comprendía las atenciones que me daba Alicia. Nuestra relación siempre fue la normal de dos compañeras, sin más confianza que la estrictamente laboral. Nunca compartimos nada fuera de ese ámbito. Estaba aturdida. Quizás por la situación por la que estaba pasando. “A tu lado… ya sabes, para lo que necesites” - resonó nuevamente en mi interior.

Sonreí, asintiendo con la cabeza. Me dispuse a levantarme para “arreglarme esa carita” en el servicio. Volví algo más compuesta. Abonó la cuenta y salimos cogidas del brazo. Con paso lento, fuimos paseando por las calles del centro, de escaparate en escaparate. Comentando moda, precios, rebajas y, entre tienda y tienda, Alicia se atrevía a contarme algún desamor, alguna “picardía” realizada con alguno de sus novios, que, por lo que me contó, siempre tuvo una amplia experiencia en este asunto. Su tono era cordial, dicharachero cuando se trataba de recordar cómo alguno de sus amores se desentendieron de ella. Parecía que lo asumía con humor. “La mancha de la mora, otra verde la quita” - decía entre risas. Comprendía que su pretensión era levantar el ánimo. Se lo agradecí riendo sus ocurrencias.

- Alicia, estoy cansada, estos tacones son, más bien, una tortura. Quiero ir a casa, meter los pies en agua caliente y relajarme. ¿Te importa?.

- ¿Quieres estar sola?

- Estoy bien contigo, pero cansada.

- En casa tengo agua caliente, ¿sabes?

- ¿Sí?, No lo sabía - le dije, tras una carcajada.

- También tengo hielo, licores y, hasta una colección de películas de varios temas. ¿Has visto qué nivel?.

- Es una invitación, ¿verdad?.

- En toda regla, amiga.

- Uf!, Menos mal. No quería perderme tan sugerente ambiente.

Nos reímos. Alicia había conseguido aliviar en algo mi frustración. El sol se ocultaba, dejando un rastro de tonos naranjas, para dar paso a la luna, llena, luminosa, cuando llegamos al adosado “mi guarida”, dijo Alicia, son cierta satisfacción. Un pequeño jardín conducía a la entrada, dando acceso al salón, deliciosamente decorado. Dos acuarelas vestían sus paredes. Debajo, un mueble de madera vieja contenía el equipo de música a cuyos lados se disponía, ordenados por estilos, cientos de discos. Me disponía a ojearlos, cuando Alicia me propuso acomodarme mientras “preparo algunas cosillas”. Ocupé un extremo del sofá de piel, frente al televisor, rodeado de películas y libros. Elegí uno de los libros, tipo magazín de cine. Algo para distraerme. Alicia subió a la estancia superior. Al cabo de quince minutos, bajó, se acercó mí.

- La señora dispone del baño con agua caliente y sus esencias para los fatigados pies, para cuando desee - comentó muy seria, con los brazos estirados, paralelos al cuerpo. Con una leve inclinación hacia delante, me sonrió.

Me reí con fuerza.

- No me digas que…, ¡Oh, Alicia!, ¿Cómo has podido…?

- ¿Me acompaña la señora?

- Por supuesto - la cogí del brazo que me ofreció y me dispuse a seguirla.

Me indicó dónde estaba el baño principal, en el que una amplia bañera, a medio llenar, era la estrella. El vaho del agua caliente empañaba el espejo. Una voz de mujer, dulce, sabrosa se podía decir, acompañada de la música de un piano e instrumentos de viento comenzó a sonar. Sugerente. La miré, sorprendida, casi paralizada.

- Night and day, Billie Holiday - me dijo, adelantándose a mi presunta pregunta.

- Oh!, gracias.

- Haz descansar tus pies... y tu mente. Si necesitas algo, ya sabes, llámame.

- Alicia, no sé si puedo…

- Inténtalo - cortó mi intento de rechazo a tantas atenciones.

Se marchó sonriendo, cerró la puerta. Como en un sueño miré a mí alrededor, sin saber que hacer. Entendí que no me quedaba escapatoria, no podía negarme a tantos placeres. Me desnudé, me posicioné en la bañera, con las piernas extendidas, me fui dejando sumergir en el agua, que olía como un crisol de fragancias, a fresas, a rosas, a mar. Froté mi cuerpo, queriendo impregnarme de todos esos olores. Era el cielo, estaba segura. “Falling in love”, “Romance in the dark”… Billie Holiday contribuía en gran manera a provocarme sosiego, una paz que jamás había experimentado. Dos leves golpes en la puerta me devolvieron a la realidad.

- ¡Su aperitivo, señora!

Entró Alicia, tras una pequeña mesita con ruedas. Vermouth, una vasija con hielo, un pequeño plato con aceitunas y… dos vasos sobre ella. No podía creerlo.

- ¿Es esto el paraíso?

- Solo si tú lo deseas.

Dejé caer la cabeza hacia atrás hasta cubrirme de agua. Cuando asomé de nuevo. Alicia servía hielo en los vasos y los llenaba de vermouth.

- Relajante sí que es… vaya que sí. Pero esto es jugar con ventaja. Mejor me salgo y lo tomamos fuera, en el salón, en igualdad de condiciones. Salvo que tú quieras...

Alicia comenzó a desnudarse con tranquilidad, no había prisas. Preciosa. Pechos erguidos, aureolas en círculos perfectos, caderas finas y moldeadas nalgas. Su recortado vello púbico, en forma de triángulo, acabó por provocar una extraña sensación dentro de mí.

- Ya ves, en igualdad de condiciones - decía, mientras se iba sentando, frente a mí, mirándome, muy despacio. Sublime.

Un sorbo. Una mirada. Cerré los ojos. En un susurro, como si hablara sola, repasé todo lo acontecido.

- Eli, no es necesario que me cuentes si no quieres recordar…

“Lo creí conquistado, una pertenencia más. No era necesario pensar en sus sentimientos, en sus necesidades de hombre. Era mío. No supe leer su mirada, su resignación, sus huidas al baño, sin reproches, después de sus mimos de amor, que no despertaban nada en mí. Una felación necesitada. Una explosión animal, natural. Ira y excitación. No controlaba mis sentimientos. Cuanto más me lo imaginaba, más me excitaba y más deseaba matarlo, sí matarlo. ¡Qué contradicción! Su infidelidad despertó en mí todo el calor acumulado en años, sin que sus caricias, sus besos, provocaran su erupción. Y tú, sujetándome la cintura, ofreciéndome tu apoyo, besando mis lágrimas. Nunca pensé que una mujer me hiciera estremecer. La primera masturbación, en el baño, recordándote, recordándolo a él. Mi grosera mentira. “Mira como me ha dejado el coño el primer cliente de mi nuevo trabajo”. Su bofetada, su disculpa. Su silueta alejándose. Un mundo caído, un sentimiento destrozado. Cada noche quiero acariciarlo, besarlo. Quiero ser la más ardiente mujer. Cada noche deseo hacerlo lo feliz que no fui capaz en tantos años. ¡Dios mío, cuánto lo añoro! Su espacio vacío me tortura. Me giro, lo busco, lo llamo. Le suplico perdón. Mil veces perdón. Pero no vuelve. Nunca sentí una derrota hasta que se marchó. Te quiero… te quiero.”

Abrí mis ojos. Alicia, fijamente mirándome, lágrimas en sus ojos, lágrimas en los míos. Su boca, entreabierta, acercándose. Un beso en la mejilla, su lengua recogiendo mis lágrimas, evocaron el más bello de los placeres. La besé. Su boca me pareció una sabrosa fruta. Nos miramos. Lloramos.

- Nunca me besó otra mujer. Eres dulce, Eli - me dijo con voz temblorosa, emocionada.

- Tampoco yo supe que existías hasta hoy - la volví a besar.

Abrazadas, mojadas, acaricié su espalda, ella mis pechos. Escalofríos. Risas tontas. Seguía sonando sutilmente Billie Holliday. Toqué su sexo, vivo. La deseé con fuerza. Un ligero temblor, su cuerpo tenso, indicaban que también ella me deseaba. Gemimos al unísono. Paz. Salimos y la contemplé. Diosa. Eterna. La sequé con delicadeza, la creí de frágil cristal. La besé de nuevo. Nuestros pechos unidos, nuestros brazos rodeando nuestros cuerpos nos hacían una sola mujer. Desnudas salimos hacia su habitación, unas braguitas y un ligero camisón eran suficiente. No queríamos ocultar nuestra desnudez.

- ¿Tienes hambre?

- De ti - me atreví a decir, sonrojada.

- Bueno, preparamos algo y luego, si quieres postre…

Cenamos con música de Ella Fitzgerald y Louis Armstromg. Animadas, muy vivas. Ya no había pudor. Sus pechos, al trasluz, bailando en cada gesto, moviéndose, como bailarinas al son de las canciones, hacían desearla de nuevo.

Tras la ligera cena, nos sentamos en el sofá, juntas. Whisky y ron del caribe nos acompañaban. Sin hablar. Cómplices. Me sacó el camisón, el suyo, deslizó mis bragas, las suyas. Las colocó sobre la mesa. Me guió con un roce de sus manos sobre mis hombros hacia atrás, haciéndome posar la cabeza sobre el brazo del sofá. Apagó la luz, encendió dos velas, - tu y yo, dijo. Penumbras de paz.

- Quiero contemplarte…

Colocó el sillón frente a mí, bajó la música -… y oírte respirar. Tumbada, desnuda, la contemplé majestuosa, sentada, su pie derecho sobre su rodilla izquierda, mirándome fijamente. Mi sexo parecía tener vida propia, independiente. Posó sus rodillas sobre la alfombra, acercó sus manos a mi vientre y suavemente lo acarició. Su aliento sobre mi sexo erizó la piel. En cada movimiento de sus manos, rozaban la cima de mis pechos, erectos. Sus manos extendidas recorrían cada centímetro de mi piel, cada rincón, como si de un fino velo de seda se tratara. Sus labios besaron mi sexo. Toqué el cielo con las manos. Un murmullo salió de mi garganta pidiéndole subir al cielo conmigo. Elevó su cuerpo. Mi sexo bajo su boca, su sexo sobre la mía. Gotas de miel caídas de su manantial impregnaban de vida mi boca, que buscaba ansiosa su vulva. Gemidos. Paz.

Un soplo a las velas. Su cintura entre mis brazos, aturdidas de amor, paso lento, sin estridencias, anidamos en su cama. Un apasionado beso. Sobraban las palabras. Dormimos.

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