Carolina Rivers y los exámenes

Autor: SOCIEDAD | 10-Jun

Grandes Relatos
La siguiente historia ocurrió en mi último año de carrera. Yo estudiaba económicas y estábamos en la última semana de mayo, por lo que todos estábamos preparando como locos los exámenes finales. Por aquel tiempo tenía yo la buena costumbre de levantarme temprano y a las ocho en punto de la mañana ya estaba entrando en la biblioteca de la Facultad, para aprovechar bien toda la mañana. El 29 de mayo, jueves, hice lo mismo. Faltaban diez días para el final de econometría y, como de costumbre, andaba algo apurado de tiempo. Entré en la biblioteca, me senté en el sitio que más me gustaba y esparcí con cuidado en la mesa las herramientas de estudio: mi vieja calculadora científica, un par de bolígrafos Bic, una escuadra para hacer gráficos, apuntes, un libro de problemas y el temario de la asignatura. En quince minutos la biblioteca se llenó hasta la bandera y tuve suerte, porque a mi lado se sentó un chico de primero (lo sé porque tenía el temario de introducción a la economía, asignatura que conocía yo bien) que estudiaba en absoluto silencio.

Me puse a lo mío y entre distribuciones, auto correlaciones, regresiones y otras palabrejas similares que te tocan los..., ojeaba de vez en cuando el ambiente. Había chicas para todos los gustos: rubias y morenas, altas y bajas, fuertes y delgadas, pero todas ellas lucían camisetas ajustadas de manga corta, camisas claras escotadas y vaqueros. Hacía buen tiempo por aquella época, por lo que incluso se podía ver alguna con falda corta. A las nueve y media, como hacía siempre, hice un descanso. Fui hasta la cafetería y tomé un café solo, acompañado de un cigarro. A las diez en punto entró ella. Hacía varios días que llegaba a la misma hora, y su suave taconeo era inconfundible. Se sentó dos filas delante de mí, en el sitio que, como todos los días, su amiga le reservaba. Iba vestida como de costumbre: un top ajustado de color negro con dibujos en colores vivos (rojo, morado,...), vaqueros azules y zapatos de verano negros. Llevaba toda la semana fijándome en la chica en cuestión. No debía ser una estudiante demasiado aplicada, ya que llegaba a la biblioteca a las diez y antes de las once, invariablemente, ya salía a “hacer un descanso”. Siempre la acompañaban la amiga que la cogía sitio a las ocho en punto y un chico al que yo conocía: Félix.

Félix era el delegado de clase (llevaba de delegado desde primero) y teníamos algo de trato. Siempre que salían a las once en punto se detenía junto a mi sitio y cruzábamos algunas frases, del tipo de “¿qué tal lo llevas?”, “Es jodida esta asignatura” o “me han dicho que suele caer tal pregunta”. Aquel 29 de mayo parecía que el guión no iba a variar. A eso de las 10:55 vi que la chica en cuestión cerraba la carpeta, hablaba algo con su amiga y se levantaba hasta el sitio de Félix. Habló con él dos minutos y a las 11:00 las dos chicas, seguidas de Félix, se encaminaron hacia la puerta de la biblioteca. Cuando pasaron a mi lado noté su inconfundible perfume. Alcé un poco la cabeza y me pareció ver que ella miraba hacia mí y sonreía, pero lo más probable es que aquella encantadora sonrisa no fuese dirigida a mi persona. Tres segundos después pasó Félix, se paró y dijo:

- ¿Cómo lo llevas?

Inevitablemente su conversación siempre empezaba con la misma frase. Era un estudiante aplicado, pero la originalidad no figuraba entre sus virtudes.

- Vaya, tirando. Un poco desesperado con tanta ecuación - contesté.

- Vamos a tomar un café, ¿te apuntas? - preguntó.

- De acuerdo. No me vendrá mal oxigenarme un poco - acepté de inmediato.

- Te esperamos fuera - dijo, y seguidamente avanzó hacia la salida.

Guardé con calma la calculadora en el bolsillo de la camisa. Pensé que era una buena oportunidad para saber algo más de aquella chica que tanto me llamaba la atención. El problema era que Félix era muy dado a hablar y no solía decir nada interesante. Pero si me aburría iba a resultar muy fácil excusarme, alegando que tenía mucho que estudiar. Cuando crucé la puerta de la biblioteca él y las dos chicas me estaban esperando. Félix nos presentó. Primero a la amiga de ella: Rosa. Nos dimos dos besos y tuve que agacharme algo. No necesité hacer lo mismo cuando me presentó a Carolina (así se llamaba). Era tan alta como yo, por lo que descontando los ligeros tacones de sus zapatos calculo que mediría 1,75. Mientras nos dábamos los dos besos de rigor noté su mano derecha en mi cintura y, sin darme cuenta, apoyé también la mía en la cintura de ella. Sin apretar nada supe que su carne era firme y apretada.

- Mi amigo Javi es un buen estudiante. Seguro que os puede ayudar con la historia de las doctrinas económicas - dijo Félix.

Esto era cierto, ya que había sacado uno de los pocos notables que figuraban en la lista de calificaciones del parcial de dicha asignatura. Félix siguió contando algo referente a los porcentajes de aprobados de las asignaturas de quinto, pero por aquel entonces yo ya no lo escuchaba. Mientras recorríamos el largo pasillo de la Facultad miré para Carolina y comprendí que vista de cerca la chica ganaba (al contrario que la mayoría de las chicas). Como ya he dicho Carolina era alta y esbelta. Tenía el pelo castaño, pero era un castaño fascinante, con reflejos. Su melena era larga y ondulada. Los ojos los tenía oscuros y grandes. En la boca tenía siempre un amago de sonrisa y la nariz, algo chata, daba a su guapa cara un toque gracioso. Su esbelta figura aparecía apretada por aquella prenda de manga larga, que se ajustaba mucho a su cuerpo, marcando unos pechos firmes que no eran ni muy grandes ni muy pequeños. La cintura era muy estrecha y hacía una curva increíble con sus caderas. Sus piernas eran muy largas y finas. Los vaqueros azules marcaban perfectamente su culo redondo, de nalgas firmes.

Sin que me diera cuenta habíamos llegado a la cafetería. No había demasiada gente, por lo que pudimos pedir con rapidez: café con leche para Rosa y Félix, café sólo para mí y un zumo de naranja y un donut para Carolina. Insistí en pagar la ronda y así lo hice. Nos sentamos en la mesa de una de las esquinas, al lado de la ventana que daba al aparcamiento. Como sospechaba (eran ya muchos los años que llevaba en la Facultad de Económicas) fue Félix el que llevó el peso de la conversación. Hablaba sin parar, dirigiéndose a nosotros tres, pero pronto me di cuenta de que solo Rosa le escuchaba. Carolina y yo empezamos a hablar de temas triviales (exámenes, profesores, coches) pero no dejábamos de mirarnos, mientras que de fondo sonaba la perorata de nuestro eterno delegado. Fui descubriendo detalles de ella y, aunque se me suelen olvidar bastante las cosas, en este caso retuve todo sin dificultad. Tenía 24 años, explicó, llevaba ya seis en esta carrera y por lo menos la quedaría otro. Yo tenía 23 para 24, también levaba seis años allí, pero estaba seguro de que acabaría más pronto que tarde. También pude descubrir que era algo pija en cuanto a gustos: coches deportivos y caros, amigos mayores con dinero y bares y discotecas de la zona cara de la ciudad. Además me contó que solo tomaba licores de la marca Rivers. Asimilé aquellos datos con cierto disgusto, pues estaba claro que yo estaba en las antípodas de aquello. Sin embargo también me di cuenta de que ella no apartaba sus ojos de mí. No dejó de mirarme ni siquiera cuando Félix le preguntó por la fecha de no se que examen. Ella respondió sin que sus ojazos oscuros desviasen su mirada de los míos.

Comía su donut a pequeños mordisquitos y me encantaba el modo en que pasaba la punta de la lengua por sus labios para coger los restos de azúcar que quedaban pegados en ellos. Bebió de su zumo de naranja y se echó hacia atrás su increíble melena, mostrando un cuello liso y perfecto. Metidos en aquella conversación, en la que las miradas superaban con mucho a las palabras, no nos dimos cuenta de que el descanso tocaba a su fin. Félix y Rosa ya estaban de pie y él dijo:

- Bueno, vamos otra vez al tajo.

Hice un ademán de levantarme, pero Carolina, sin que ellos los vieran, apoyó su mano en mi rodilla, invitándome a no levantarme, mientras decía:

- En cinco minutos vamos, que Javi está acabando de contarme algo.

No creo que yo estuviese contando nada, pero lo cierto es que los otros dos se marcharon al momento. Miré a Carolina sonriendo y ella se explicó:

- Creo que solos hablaremos mejor. Este Félix es buen chico, pero un poco brasa. Voy a pedirte otro café.

Se levantó y yo la observé mientras caminaba hacia la barra. El movimiento de sus caderas y de su culo eran deliciosos y parecía que se contoneaba, hasta el punto de que varios de los chicos que estaban allí sentados no pudieron evitar desviar su mirada hacia su cuerpo. Al minuto volvió con otro café solo y con otro zumo de naranja, y reanudamos nuestra conversación. Me di cuenta de que se interesaba mucho sobre mí, con preguntas claras y directas:

- ¿Vives con tus padres?

- Sí, pero ahora ellos están en el pueblo. Me han dejado solo en estas fechas. Por eso prefiero pasar las mañanas en la biblioteca. Se hace largo estar todo el día en casa, sin nadie con quien discutir. Además aquí se puede conocer gente interesante - respondí.

Era una clara insinuación hacia ella, pero lo dije sin darme cuenta. Por lo general soy una persona reflexiva y prudente, pero Carolina empezaba a provocarme pequeños resbalones. Lo mejor del caso es que ella no pareció ofendida, sino que me dedicó una sonrisa encantadora y siguió preguntando:

- ¿Qué haces por las tardes?

- Cuando salgo de aquí, como cualquier cosa y después duermo una ligera siesta. Llevo en pie desde las siete y cuarto y conviene cargar un poco las pilas antes de la jornada de estudio de tarde. Por la tarde prefiero quedarme a estudiar en casa - contesté.

- Me encanta eso de la siesta, es muy reparadora. Por cierto ¿crees que en tu cama habría sitio para que durmiésemos la siesta juntos hoy? - preguntó con total tranquilidad.

Tardé unos segundos en asimilar lo que ella acababa de decir. Quedé sorprendido y desconcertado, pero con rapidez recuperé la compostura y dije a mi encantadora amiga:

- Eres una chica guapa, agradable y con sentido del humor, sabes. Pero que lo emplees para tomarme el pelo no me parece correcto. Porque se trata de una broma, ¿no?.

- No me gusta bromear con las cosas de comer - respondió ella, poniéndose algo más seria - Lo que te he dicho antes va completamente en serio y aún no me has contestado.

Apoyó los codos sobre la mesa y acercó su cara a la mía. Olí su perfume y, aunque hubiera querido, no habría podido apartar mis ojos de los de ella. Me acerqué hasta que nuestras caras estuvieron a 20 centímetros y dije:

- Explícame una cosa. A una chica como tú le basta con levantar un dedo para que aparezcan a su alrededor una docena de tíos mejores que yo. ¿Qué has visto en mí?

- He visto un chico guapo, que me gustó desde que el lunes te ví por primera vez en la biblioteca. Por si no lo sabes no estás nada mal y me encanta hablar contigo. Se nota a la legua que nos compenetramos perfectamente - fue su contundente respuesta.

- No sabes nada de mí - alegué.

- Sé lo suficiente - respondió con energía - Además me gustaste tanto que, cuando le conté a Félix que me gustaba muchísimo el chico de la camisa color salmón y él me dijo que te conocía porque ibais a la misma clase, le dije que te invitase a tomar café con nosotros para así poder conocerte un poco más.

- Así que no fue por casualidad - dije sonriendo.

- Esperar a las casualidades no conduce a nada. ¿A que tú no esperas aprobar ese examen que estás estudiando por casualidad? - añadió.

- No, evidentemente no. Sabes una cosa: me has convencido - dije en tono muy bajo.

- Entonces llévame a tu casa - dijo en tono divertido - Por si no te hubiera convencido, aún tenía un as en la manga.

- ¿Cuál? - pregunté curioso.

Por toda respuesta ella avanzó ligeramente su cara y rozó sus labios con los míos. El hormigueo que sentí fue increíble. Si aquel leve roce me ha hecho sentir esto, pensé, no sé si voy a seguir vivo para el examen. Miré el reloj, que marcaba las 11:45. Solo habían pasado tres cuartos de hora y me daba la impresión de llevar años tratando con Carolina. Era sorprendente. En un minuto preparamos nuestra fuga. Ella entró en la biblioteca, cogió su carpeta y le dijo a su amiga que no se encontraba bien y que se iba a casa. Entre tanto yo, con disimulo, recogí mis pertenencias y salí de allí. Félix y Rosa no me vieron, ya que se sentaban delante de mí, por lo que yo podía verles con facilidad, pero ellos a mí no.

Mi apartamento estaba a diez minutos de la facultad. Caminando juntos, sin prisa, charlamos de lo guapos que estaban los árboles del parque en aquella época y de otros temas intrascendentes. Me percaté de que los hombres (chicos jóvenes y otros no tan jóvenes) giraban el cuello cuando se cruzaban con Carolina. Es evidente que la chica tenía un poder hipnótico.

Exámenes Parciales

Entramos en el piso y ella observó satisfecha todo. Acertó a la primera cual era mi habitación, entró en ella, dejó la carpeta sobre los papeles que llenaban mi mesa y se sentó en la cama. Acarició unos segundos el edredón de colores que la cubría y dijo:

- ¿No te da pena verme tan sola? No seas malo y ven conmigo.

Su tono era entre pícaro e ingenuo. Yo estaba mirándola desde la puerta, fascinado cada vez más por ella (por su cuerpo, pero no solo por él). Era increíble que en 65 minutos, que era el tiempo que exactamente había pasado desde que el bueno de Félix nos presentó, hubiese tal grado de complicidad y de confianza entre los dos. Accedí a su petición y me senté junto a ella. Me recompensó con otra de sus estupendas sonrisas y acto seguido rozó de nuevo mis labios con los suyos. Temblé ligeramente y devolví el beso, también muy ligero. Mis manos abrazaron su delicada cintura y la atraje hacia mí. La boca de ella se pegó voraz a la mía y sentí su lengua suave y cálida en mi boca. Su acometida brusca me derribó sobre la cama y ella se puso encima de mí. Me besaba con ardor mientras sus manos desabrochaban con rapidez los botones de mi camisa. Por mi parte, coloqué mis manos sobre sus nalgas y amasé aquella carne firme. No pude reprimir un jadeo cuando las manos de ella se posaron por mi pecho desnudo, mientras su lengua recorría mi cuello. Entonces solté sus nalgas e introduje las manos por debajo de su camiseta ajustada. Acaricié su piel, que era de una suavidad que no se puede describir. En ese momento ella se incorporó, quedando de rodillas sobre mí, y se quitó aquella prenda por la cabeza, mostrando un sujetador negro que abrazaba unos delicados pechos de carne blanca y redonda. Me incorporé algo y besé sus pezones a través de la tela del sujetador, haciendo que ella empezase a gemir. Entre mis labios sentí que sus pezones crecían, presionando sobre la tela del sostén. Me besó de nuevo en la boca y dijo:

- Sería mejor que nos quitásemos la ropa.

En un momento se quitó los zapatos y desabrochó los botones de sus vaqueros marca Lois, para a continuación deslizarlos por sus largas piernas, lo cual me permitió ver sus preciosas braguitas negras, a juego con el sujetador. Yo fui algo más lento. Tuve que acabar de quitarme la camisa, desatar los cordones de los zapatos y quitarme los calcetines. Estaba forcejeando con la hebilla del cinturón cuando ella dijo:

- Déjame que te ayude.

En ropa interior parecía una actriz de cine. Su conjunto negro le daba un cierto aire misterioso. Sus bragas, pequeñas y apretadas, resaltaban toda su feminidad. Con un lento movimiento de caderas se agachó y de un solo golpe desabrochó mi cinturón. Después bajó la cremallera de mis vaqueros y tiró de ellos, sacándolos por los pies. Sus manos volvieron a subir hasta mis calzoncillos, palpó un momento mis testículos y, con un rápido movimiento bajó la última prenda que me cubría. Mi polla, liberada, apuntó directamente a su cara y ella dijo:

- Mmmm... Vaya lo que tenemos aquí, una polla dura y deliciosa.

Con la palma de su mano empujó sobre mi pecho y yo caí sobre la cama, quedando sentado. Su cara dibujó una expresión de placer, se desabrochó el sujetador, lo tiró al suelo y, con ambas manos, empezó a bajarse las braguitas muy lentamente. Cuando estuvo totalmente desnuda se quedó quieta unos segundos, para permitir que la viese. Por delante sus senos eran perfectos. En el centro de cada una de sus tetas resaltaban unos grandes pezones oscuros, como sus ojos. Más abajo vi su estómago y su vientre lisos, en los que la única irregularidad era la perforación de su ombligo. Finalmente, su sexo era un triángulo perfecto, con el pelo que lo cubría muy rizado y del mismo color que su larga melena. Era evidente que a Carolina la encantaba mostrarse, porque se dio la vuelta para que pudiese apreciar el resto de su cuerpo. La melena llegaba hasta la mitad de su espalda y parecía un torrente de pelo castaño. Su espalda era estupenda, ya que no tenía más carne de la cuenta, ni marcaba huesos. Cuando bajé la vista hasta sus nalgas disfruté con aquellos dos pedazos de carne redondos que parecían tener vida propia.

Tras permitir que mi vista se recrease con todo su cuerpo, Carolina decidió pasar a la acción. Se agachó entre mis pies y aplicó sus preciosas tetas sobre mi polla. El roce de aquella finísima piel fue estupendo. Con mi polla entre sus tetas la masajeaba subiendo y bajando. Poco después empezó a emplear la boca. Sentí su lengua húmeda sobre el capullo, moviéndose en círculos. Su suave mano acariciaba sin tregua mis cojones. Cuando metió mi polla en su boca sentí el agradable calor de su saliva. El modo en el que alternaba chupadas con meneos de su mano era perfecto, por lo que decidí animarla:

- Lo estás haciendo muy bien, nena. Sigue asíii...

Sin dejar de chupar, con suaves empujones, colocó mi cuerpo excitado a lo largo de la cama y, en una acción rapidísima, puso sus rodillas a ambos lados de mi cara. Pude ver su coño delicioso que bajaba poco a poco sobre mi boca. Sentí el aroma de su sexo, que resultaba embriagador, mientras disfrutaba de su boca y su mano, que seguían trabajando a fondo sobre mi polla. Alcé un poco la cabeza, coloqué mis manos en sus deliciosas nalgas y empecé a lamer su rajita. Sus caderas temblaron con el primer lametón. Puse la lengua de lado y la fui introduciendo en sus labios vaginales, para seguidamente hacerla vibrar. Carolina gimió de placer, sacó mi polla de su boca y exclamó:

- ¡Ah! ¡Cómete mi conejito, cómetelo entero!

Seguí con aquel banquete, deleitándome con el sabor de sus jugos. Es justo decir que nos estaba saliendo un 69 de película (de película porno, por supuesto). Los jadeos de su boca podía percibirlos perfectamente en forma de aliento caliente en la punta de mi polla. Entonces ella se levantó y dijo:

- Quiero que me jodas y que me folles como nunca lo hayas hecho. Hazme disfrutar.

Se levantó y fue hacia la silla del ordenador. Por mi parte yo abrí un cajón y saqué una caja de condones y se la mostré. Carolina negó con un gesto de su mano y dijo:

- No hace falta. Tomo la píldora.

Volví a guardar los condones, mientras ella acercaba la silla del ordenador a la cama. Era una simple silla de oficina, con ruedas, asiento y respaldo. Estaba forrada de tela negra y no tenía brazos. Me invitó a que me sentara en ella y se puso de pie frente a mí. Abrió sus largas piernas, las colocó a los lados de las mías y bajó su coño excitado sobre mi pene. Muy despacio fue clavándose mi polla en su polla en su sexo. Cada vez que se la metía del todo emitía un ¡ohhhh! pronunciado. Chupé sus erizados pezones, pasando la lengua sobre ellos y apretándoles suavemente los labios. Ella pasó los brazos por detrás de mi cuello, echó la cabeza hacia atrás y siguió subiendo y bajando sobre mi polla, en un movimiento perfecto. La silla chirriaba con nuestros vaivenes y los jadeos de ella aumentaron de volumen y de intensidad.

- Date la vuelta preciosa - propuse.

Lo hizo al momento. Sus nalgas bajaron de nuevo sobre mi polla y continuó follándome con deliciosos movimientos. Se llevó una de sus manos al clítoris, masajeándolo con rapidez. Sus gemidos indicaban que estaba a punto de correrse.

- ¡Ya! ¡Ya!¡Ya! Ohhhh, me corro, ¡que gusto! - exclamó, clavándose del todo en mi polla.

Sentí sus humedades resbalar algo por mi pene. Estaba excitadísimo y ella lo comprendió al momento. Se arrodilló entre mis piernas y propinó un meneo furioso a mi polla. Chupó con fuerza el hinchado capullo y con un par de meneos más me llevó a la gloria. Gemí de gusto cuando noté que todas las sensaciones convergían sobre mi abultada polla y eyaculé con fuerza en su boca. Ella seguía chupando como si nada y pude ver como restos de mi semen se escapaban por la comisura de su boca. Me miró y dijo, con la boca chorreante:

- Me gusta tu semen calentito.

- Ha sido fantástico - dije yo, acariciando su melena - Me vuelves loco.

- Tú a mí también - contestó ella, al tiempo que con un pañuelo de papel limpiaba sus labios y su barbilla.

Después limpió los restos de esperma que quedaban en mi polla, beso ligeramente mis labios y fuimos a tumbarnos a la cama, para recuperarnos de aquel salvaje primer asalto. Abrazamos nuestros cuerpos desnudos y entramos en un estado de absoluta relajación.

Exámenes Finales

Desperté al cabo de un rato, notando en mi cuerpo el roce de su finísima piel. Acaricié con suavidad su espalda y jugué con un mechón de pelo que me hacía cosquillas en la nariz. El reloj marcaba las 13:16 y parecía que el mundo se había detenido fuera de aquella habitación. Ella respondió a mis caricias estirándose y acariciando mi pierna. Se giró y, cara a cara, me regaló otra de sus sonrisas. Sustituimos las palabras por leves caricias. Su cuerpo era fascinante y yo no me cansaba de mirarlo y tocarlo. Pasé mi mano ligeramente por su pierna, de piel suave y carne prieta. Acaricié su cadera y su nalga, deleitándome son aquella piel de terciopelo. Traté de no excitarme, al menos no muy rápido, pero no fue posible. Aquel cuerpo desnudo era capaz de resucitar a un muerto. Ella pareció adivinarlo:

- ¿Te pasa algo, cariño? - preguntó con tono burlón e insinuante, al tiempo que noté sus dedos acariciar mi polla.

- Me vuelves loco - contesté - Estaría toda la vida haciendo el amor contigo.

- Toda la vida... Eso queda muy lejos, pero puedes empezar ahora - contestó riendo.

Me lancé sobre ella. Chupé su cuerpo con deleite (su sabor era estupendo). Mordí sus nalgas y metí la lengua en la raja de su culo. La piel de sus delicados brazos se erizó cuando lamí su ano. Metí un dedo por su coño y vi que ya estaba húmedo. Carolina dejaba hacer. Su respiración era entrecortada y, entre jadeos dijo:

- Me gusta, me gusta lo que me haces. Mmmmm, sigue dándome placer.

- Por supuesto que voy a seguir. No me lo perdería por nada - contesté, mientras colocaba mi boca sobre su deliciosa almejita húmeda.

La comida de coño que hice debió ser estupenda, porque ella empezó a gritar. Movía sus caderas y, para redondear la situación, cogió mis manos y las llevó hasta sus pezones. Los tenía ya duros y su respuesta a los pequeños pellizcos que yo daba era inmediata y apasionada. Entre tanto mi boca se empapaba de sus jugos íntimos y mi lengua vibraba en su tieso clítoris. En ese momento sonó el timbre del teléfono y yo me sobresalté. Dejé lo que estaba haciendo y escuché el segundo tono del teléfono.

- No lo cojas, por favor, no lo cojas - suplicó ella.

- Lo siento, pero tengo que hacerlo. Seguro que es mi novia y si no contesto es probable que dentro de poco la tengamos aquí -respondí mientras me levantaba hacia el teléfono, que ya debía ir por la quinta o sexta llamada. Desnudo y con la polla dura cogí el aparato, que estaba en el pasillo de entrada del piso, frente a la puerta del salón. Pregunté:

- ¿Si?

- ¿Javi? Soy Mary. ¿Dónde te metes? Estoy en la facultad. Había venido a buscarte a la biblioteca para vernos un rato antes de comer - dijo ella.

- Verás... es que no me sentía muy bien. Me dolía la garganta bastante y creo que tengo algo de fiebre - dije, mientras iba inventando mentira tras mentira-. Tomé una aspirina y me acosté un poco para ver si se me pasaba.

- Vaya, pues ayer estabas perfectamente. Además podías haber esperado un poco, porque sabías que iba a ir a buscarte a eso de la una y media - su tono se iba poniendo ligeramente irritado.

- Lo siento, pero...

En ese momento sonó un pitido en el auricular y la línea se cortó. Miré hacia abajo y vi a Carolina agachada al lado de la roseta del teléfono. Sonreía y en su mano mostraba orgullosa el cable del teléfono que acababa de desconectar.

- Pensé que vendría bien que te echase un capote - puntualizó.

- Muchísimas gracias - respondí.

- No me habías dicho que tenías novia - añadió ella, pero sin ningún reproche en su tono de voz.

- No me lo habías preguntado - repliqué - y, a decir verdad, yo tampoco me había acordado de ella hasta que sonó el dichoso aparato.

- ¿La quieres? - preguntó Carolina.

- No. Si me hubieras hecho esta pregunta hace un año te hubiera contestado que sí. Pero ahora ya no - respondí.

Era cierto que no me había acordado de Mary en toda la mañana. Habíamos empezado a salir juntos dos años atrás. La pasión se agotó en seis meses. Empleé otros seis meses en tratar de recuperarla. Finalmente desistí y el último año pasó entre nosotros sin pena ni gloria, con una relación agonizante. Yo cada vez la llamaba menos y buscaba todo tipo de excusas para no quedar con ella. Nuestra relación iba a morir de agotamiento y de aburrimiento, lo cual no era particularmente emocionante, pero yo estaba convencido de que iba a ser así. Por eso preferí no desperdiciar las ocasiones que las chicas pudieran brindarme y empecé a tener alguna relación esporádica, aunque no fueran tan intensas como la que me estaba brindando la angelical Carolina. En dos minutos le resumí toda la historia a ella, que escuchó con atención. Cuando acabé el relato ella volvió a conectar el cable del teléfono y dijo:

- Tranquilo, que seguro que en dos minutos te vuelve a llamar.

- La verdad es que preferiría que no lo hiciese -dije, en tono frío.

Por un momento los ojos de Carolina brillaron, esbozó una pícara sonrisa y dijo:

- Se me ha ocurrido una broma inofensiva que podemos gastar a tu novia.

- Tú dirás. Ya sabes que cualquier idea tuya me parece buena - contesté.

- Lo primero es tratar de reanimar esto - dijo cogiendo en su mano mi polla flácida - Hay que ver como te ha cortado el rollo esta chica.

Y sin decir nada más se arrodilló ante mí y empezó a hacerme una deliciosa mamada. Es evidente que Carolina dominaba a la perfección el sexo oral. Su boca era cálida y suave, sus movimientos precisos, su mano eficaz. Tanto es así que mi polla recuperó en cuestión de segundos todo su vigor. Disfrutaba yo con aquello, cuando volví a sobresaltarme por el sonido del teléfono. Ella sacó mi pene de la boca un momento y dijo:

- Coge el aparato y habla con ella. Mientras tanto yo me ocupo de tu aparato.

Y siguió chupándomela como si nada. Cogí el teléfono y llevé el auricular a la oreja:

- ¿Quién es? - pregunté, aunque sabía perfectamente quién llamaba.

- Javi, soy yo otra vez - sonó la voz de Mary al otro lado -. Antes se ha debido cortar la línea.

- Sí, ahhhh, algo de eso debió ser. Mmmm. - contesté yo entre gemidos, ya que el trabajo de Carolina sobre mi polla empezaba a producir sus efectos.

- ¿Te pasa algo? Hablas raro - apuntó mi interlocutora telefónica.

- No, nada, solo que ¡ohhhh.....! - intenté decir, cuando Carolina apretó mis cojones haciéndome dar un respingó.

Gemí y suspiré una vez más. Miré al suelo y vi que Carolina me sonreía con la polla en la mano. La situación me excitaba muchísimo, por lo que dije:

- La verdad es que sí me pasa algo. Pasa que ¡ay, sí, sí, sigue así!, pasa que me la está chupando una chica preciosa y encantadora, que hace unas mamadas estupendas. ¿Qué te parece?.

- ¿Qué tonterías estás diciendo? - dijo Mary con voz incrédula.

- Si no me crees, escúchalo tú misma - contesté y acerqué el auricular a la polla.

Ella debió oír con toda nitidez el suave chup-chup que la boca de Carolina hacía. Sus relamidas sobre mi capullo también eran perfectamente audibles. Dejé que ella escuchase durante unos segundos y Carolina, sin dejar de menear mi tieso pene, dijo suavemente al auricular:

- Mmmmm, que polla tienes. Me encanta chupártela. Está riquísima.

- ¿Qué te ha parecido el show, pequeña? -pregunté tras volver a llevarme el auricular del teléfono a la oreja. Mary no respondió, pero tampoco colgó. Pude oír claramente su respiración al otro lado. Entonces Carolina dejó de chupar, se puso de espaldas, separó las piernas e inclinó su tronco hacia delante, apoyando las manos en los bordes del marco de la puerta del salón. Vi su culo delicioso y su coño ardiente, bien dispuesto hacia mi polla. Con la suficiente voz para que se la oyera por el teléfono dijo:

- ¡Fóllame, quiero que me folles! Méteme la polla hasta que mi conejito esté contento.

- Será un verdadero placer - contesté, empezando a penetrarla y sin apartar el auricular de mi cara.

Su coño enrojecido apenas ofreció resistencia a mi ataque. Se la metí de un solo impulso, lentamente. Ella gritó de placer y yo solté un par de jadeos fuertes, al sentir en mi polla el calorcito de su coño.

- ¡Ohhhhh! Me la has metido del todo. Sí, fóllame más - dijo ella, entre suspiros entrecortados.

- ¿Por qué me haces esto? - preguntó Mary en un tono que indicaba que estaba a punto de romper a llorar.

- No te estoy haciendo nada – respondí -. En todo caso se lo estoy haciendo a Carolina. ¡Ahhhh, te voy a follar viva!.

Seguí follándola, mientras Mary escuchaba silenciosa. Carolina movía la melena de un lado para otro, gemía, jadeaba y chillaba como una posesa. Cambiamos de postura. Me tumbé en el suelo y ella se puso sobre mí. Con su excitado coño cabalgó mi polla, cada vez más deprisa. Cuando noté que alcanzaba el orgasmo, clavé toda mi polla en su sexo y acerqué el auricular del teléfono a su cara.

- ¡Sí, sí, ya, ya! ¡Ahh, que gozada!

Pero no dejó de follarme, sino que continuó bombeando con sus caderas, al tiempo que pellizcaba mis tetillas. Con el teléfono aún pegado a la oreja sentí que un tornado me arrastraba:

- ¡Ayyyy! No puedo más, me voy a correr - chillé, gimiendo de placer.

Me corrí en su coño ardiente. Carolina cogió el teléfono con una mano, mi polla con la otra y chupó las gotas de semen que aún salían de ella. Entre ruidosos lametones decía:

- ¡Que rica está tu leche! Ummm, me voy a comer toda esta cremita caliente.

Siguió chupando y lamiendo mi esperma, hasta que me devolvió el auricular del teléfono, en señal inequívoca para que me despidiese de Mary. Así lo hice diciendo:

- ¿Te ha gustado el espectáculo? ¿Has disfrutado?.

- Eres un cerdo - dijo con voz llorosa -. Ahora mismo voy a tu casa que tenemos que hablar un par de cosas.

Exámenes de Repesca

Acto seguido colgó con violencia. Me encogí de hombros y dije:

- No tiene el más mínimo sentido del humor.

- La bromita ha estado genial ¿no te parece? -contestó Carolina, tumbada sobre mí, y limpiándose la boca con otro kleenex.

- Ha sido más que eso. Pero lo que no entiendo es cómo una chica de aspecto angelical como tú puede discurrir maldades como esta -quise saber.

- No sé, tal vez sea mi forma de ser - respondió ella riendo y mostrando unos dientes blanquísimos y perfectos.

- El problema es que mi novia, o exnovia o lo que sea, viene para acá. La conozco un poco y sé que si dice que viene, vendrá. No es mala chica, pero está un poco loca, por lo que no sé si será prudente que la esperemos -expliqué.

- No te preocupes. Vamos a ducharnos y deja que yo hable con ella un poco. Seguro que lo comprende -respondió con total tranquilidad.

Carolina se duchó en tres minutos, sequé su espalda (su cuerpo seguía quitándome el hipo) y le ofrecí una de mis camisas. Era una camisa blanca y larga. Se puso sus braguitas negras y la camisa, que llegaba tres dedos más abajo. En cualquier caso estaba preciosa con tan escueta indumentaria. Estaba descalza, pero aún así era casi tan alta como yo. Me metí en la ducha y ella dijo que no me preocupase de nada: si Mary llegaba, ella sabría lo que hacer. Me duché sin prisa, relajado por las palabras de ella. Primero usé agua caliente y acabé con agua fría (como suelo hacer siempre). Me estaba acabando de secar cuando sonó el timbre de abajo. Un minuto después sonó el de la puerta del piso. Escuché tras la puerta del cuarto de baño y pude oír claramente:

- ¿Eres Mary? Pasa, por favor.

- ¿Dónde está ese cerdo? Voy a matarle - oí decir a Mary.

Salí con sigilo del baño, con la toalla anudada a la cintura. Iba de puntillas hacia mi habitación cuando Carolina me dijo:

- Javi, ¿por qué no preparas café mientras nosotras charlamos un poco?

- Por supuesto - respondí, mientras me dirigía velozmente a la cocina.

Cuando pasé por delante de la puerta del salón, donde estaban las dos chicas, sentí la mirada cargada de odio que Mary me dedicó. Pero fue solo un fogonazo, ya que al momento sus ojos se desviaron hacia el cuerpo elegante, flexible y poco vestido de Carolina. Ya en la cocina respiré hondo, llené la cafetera y la puse al fuego de la vitro. Saqué del armario tres tazas con sus cucharillas, un brick de leche y el azucarero. Lo puse todo en una bandeja, me ajusté la toalla a la cintura y encaminé mis pasos al salón. Ellas estaban sentadas juntas en el sofá, hablando amigablemente. Dejé la bandeja en la mesa baja que había frente al sofá e hice un ademán de ir a ponerme algo de ropa. Carolina atajó el intento diciendo:

- Siéntate aquí con nosotras - e indicó el lugar del sofá que estaba libre, justo al lado de Mary, que quedaba entre nosotros dos.

Serví el café en las tazas. Mary lo tomaba con leche y Carolina me hizo un gesto indicando que ella también. Me serví uno solo para mí, eché azúcar y disfruté del café con un cigarrito. Lo sorprendente era que Mary aún no había intentado estrangularme ni nada parecido. Es más, no miraba para mí. Su vista estaba fija en Carolina. Pude ver que miraba su escote, donde los dos botones superiores de la camisa no estaban abrochados y dejaban parte de sus senos al descubierto. También pasaba sus ojos por las piernas de ella, larguísimas y apenas cubiertas. De vez en cuando Carolina me lanzaba una mirada de complicidad, como queriendo indicar que tenía la situación bajo control. Las chicas acabaron el café (yo había tomado dos) y Carolina sugirió:

- No nos vendría nada mal una copita. ¿No tienes nada de beber por ahí?.

- Sí, por supuesto - dije y levanté hacia el mueble bar.

Retiré los utensilios del café y puse sobre la mesa dos botellas llenas: una de crema de whisky y otra de JB. Llevé a la cocina la cafetera y las tazas. Cogí tres vasos anchos y saqué cubitos de hielo de la nevera. Puse dos en cada vaso y el resto (más de una docena de ellos) los eché en un bol. Volví al salón con todo ello, me senté en mi sitio y serví las bebidas. Las chicas indicaron que querían crema de whisky. Llené sus vasos y serví una generosa ración de JB para mí. Mientras servía las bebidas me di cuenta que Mary había vuelto a mirarme. Pero esta vez no era una mirada de cabreo (mirada que yo conocía bastante bien, porque había veces que la chica parecía estar enfadada con toda la humanidad), sino una especie de mirada entre curiosa e intrigada. Pero al instante volvió sus ojos hacia Carolina, cuando notó el ligero toquecito de ésta en la rodilla. Con los vasos llenos Carolina propuso un brindis “por los chicos guapos”, y ella y yo bebimos un sorbo de nuestros vasos. Mary, por su parte, dio dos largos tragos que acabaron vaciando su vaso. Se lo volví a llenar y volvió a beber. Esto si que era extraño: Mary apenas bebía y, además, toleraba bastante poco el alcohol. Las dos chicas hablaban animadamente de chicos, de fiestas y de cosas similares. Yo no intervenía en la conversación y me limitaba a escuchar, a beber un poco y a fumar.

Calculo que sería la quinta o la sexta vez que llenaba el vaso de Mary, cuando ella, cada vez más animada, se quitó los zapatos diciendo “permitidme que me ponga cómoda”. La bebida la estaba desinhibiendo del todo, lo cual no era normal, ya que las pocas veces que había bebido cuando salimos, pude ver que el único efecto que el alcohol producía en ella era sueño. Su charla era cada vez más atropellada y, en un momento dado, encontré que decía:

- Los chicos, unos cabrones todos. Aquí tienes a este elemento: dos años saliendo con él y de repente un día le pillo jodiendo contigo - dijo entre carcajadas.

- Son cosas que pasan en la vida - replicó Carolina en tono divertido.

- Claro, pero a mí nunca me pasan esas cosas. No sabes la envidia que me da veros medio en pelotas, después de habéroslo pasado de vicio - dijo Mary y bebió otro buen trago.

- Eso tiene fácil arreglo - objetó Carolina -. No tienes por qué tenernos envidia cuando tú también puedes estar cómoda y disfrutando. Deja que te ayudemos.

Y dicho esto dejó el vaso sobre la mesa y empezó a desabrochar los botones de la blusa floreada de Mary, hasta que quedó al descubierto su sostén blanco.

- Hazme un favor Javi: encárgate de su falda, para que la chica se encuentre cómoda.

Obedecí de inmediato y empecé a soltar los botones del lateral de su falda oscura de vuelo. Tras acabar de quitarle la blusa, Carolina desabrochó el sujetador y lo hizo caer al suelo. Mary mostró unos pechos grandes y blancos, que subían y bajaban con su respiración agitada. Gimió cuando la boca de Carolina se pegó a uno de sus pezones, ocasión que yo aproveché para quitarle las bragas. No oponía la más mínima resistencia, lo cual contrastaba con lo que pasaba en nuestros cada vez menos frecuentes encuentros sexuales, y tumbamos su atractivo cuerpo (no tanto como el de la otra, pero atractivo, al fin y al cabo) sobre el sofá. Carolina se quitó la camisa, se tiró sobre ella y besó su cuerpo. Cogió un cubito de hielo y lo pasó por sus pezones erizados, haciéndola temblar. Cambió el cubito al otro pezón y Mary volvió a estremecerse, mientras gritaba:

- Ohhhh, que excitante, que excitante, como me gusta.

Dejó de gritar cuando la boca de Carolina empezó a chupar su coño. Jadeó moviendo la cabeza a ambos lados, mientras el cubito de hielo seguía moviéndose en círculos por sus pezones. Con la cabeza apoyada en uno de los brazos del sofá y disfrutando del placer, tiró de la toalla que me cubría, haciéndola caer al suelo. Cogió mi polla tiesa y empezó a chuparla, relamiéndose de gusto. La intensidad de los lengüetazas de Carolina en su clítoris, junto con el excitante cubito en su pezón, hicieron que ella se corriese con rapidez.

- Ummm, que placer. Me muero de gusto - dijo entre jadeos.

Seguía chupando despacio mi polla, con los ojos cerrados, pero se incorporó de golpe cuando Carolina dijo:

- Ahora te toca a ti preciosa. Vamos a ver que tal me comes el coño - y se acomodó sentándose sobre el otro brazo del sofá.

Mary se arrodilló sobre el sofá, estiró los brazos y agarró la braguitas negras de ella. Se las quitó con rapidez y, agarrando sus piernas, colocó su boca en el coño. Se lo comió con voracidad, provocando suspiros de placer en Carolina, la cual se pellizcaba los pezones con ambas manos. Colocado de pie detrás de Mary apoyé la polla en la entrada de su coño y empecé a metérsela por detrás. Su coño estaba empapado y mi polla se deslizó con facilidad hasta el fondo. Sintió la penetración, pero no por ello dejó de chupar el manjar que tenía en la boca:

- ¿Te gusta mi coñito? ¿Está rico? - preguntó Carolina.

- Sí, está muy rico, me gusta mucho, ahhhhhh - dijo, mientras sentía mi polla entrar hasta el fondo.

Lo cierto es que la follé con todas las ganas. Se la metí tanto que mis cojones rozaban sus nalgas cada vez. Palpé su ano y ella gimió largamente de gusto. Carolina interrumpió aquella combinación que teníamos y dijo:

- No te olvides de mí, que también quiero que me folles.

Me tumbé en el sofá, con la polla apuntando al techo. Carolina se arrodilló sobre ella e indicó a Mary que hiciera lo mismo sobre mi cabeza. Empezaron a mover sus caderas, subiendo y bajando sobre si boca y sobre mi pene. Chupé con deleite el mojado coño de Mary (a decir verdad nunca lo había visto tan rico y jugoso) mientras Carolina me follaba de esa manera tan deliciosa que ella sabía. Los cuerpos de las chicas se acercaron uno a otro y empezaron a besarse y a pellizcarse los pezones. Sus jadeos eran deliciosos para mí y, poco después los gritos de Carolina me indicaron que había alcanzado el clímax. Cambiamos de nuevo de postura. Ahora era Mary la que estaba tumbada en el sofá, con los ojos en blanco sintiendo mi polla entre sus piernas. Carolina se arrodilló sobre su cara y ella lamió su coño. Las manos de Carolina se habían colocado sobre sus pezones, acariciando y pellizcando. En dos años nunca había visto así a Mary: jadeaba, gemía, chupaba y suplicaba.

- Por favor, no paréis de darme placer. Sois estupendos. Más, más, quiero que me deis más - decía entre suspiros entrecortados.

No paramos hasta que se corrió de nuevo entre gritos de placer. Carolina cogió mi polla aún insatisfecha y me cascó una paja deliciosa sobre la cara de Mary. Cuando notó que yo iba a estallar dijo, dirigiéndose a ella:

- Abre la boquita corazón, que ahora viene el postre. Ya verás que merengue tan rico.

Mary abrió la boca y recibió con satisfacción mi descarga de semen. En los dos años anteriores nunca me había corrido en su boca, ya que ella me dijo que “acabaría echando la pota”. Sin embargo aquel día, seguramente nuestro último día juntos, no sucedió tal cosa. Mientras yo me corría por efecto del meneo de Carolina, Mary abría más y más la boca, para que no se le escapara ni una gota. Se relamió con gusto y exclamó:

- ¡Este semen está riquísimo!

En ese momento Carolina besó con ardor los labios de ella, aún con claros restos de mi esperma, y metió su lengua en la boca de Mary. Se morrearon unos largos segundos, disfrutando de mi corrida. Por mi parte no pude hacer menos que observar con satisfacción aquel espectáculo y me consolé pensando que aquella mañana había compensado los dos años anteriores.

Quince minutos después Carolina, vestida y peinada con tanto esmero que parecía haber estado toda la mañana estudiando en la biblioteca, se despedía de nosotros. Nos besó en la mejilla y, ya en la puerta, le dijo a Mary:

- Tienes un novio estupendo. Aprovéchalo.

A los cinco minutos Mary también se despidió. Cuando salía me dijo:

- Supongo que ya sabrás que hemos terminado.

- Por supuesto que sí. Pero míralo como yo lo veo: se hubiera terminado más pronto que tarde en medio de un aburrimiento total. Así nos queda el consuelo de haber terminado de la forma más divertida - contesté.

- En eso llevas razón. Si algún día ves a Carolina, dale las gracias de mi parte -dijo, despidiéndose de mi con dos besos.

Licenciatura

Seguí viendo a Carolina durante las mañanas de junio en la biblioteca. Algunos días tomamos café con los inevitables Félix y Rosa. Pero ella y yo no volvimos a hablar de aquel día. Ni, por supuesto, volvimos a hacer el amor. El 28 de junio hice el último examen e inmediatamente después me marché al pueblo. El viernes 4 de julio volví a Valladolid. Pasé por la Facultad y vi que había aprobado los dos últimos exámenes de la carrera. Ya era licenciado.

A las diez de la noche decidí darme una vuelta por los bares de la zona, a fin de celebrar un poco el éxito. En el tercero de los bares que visité pude ver la inconfundible imagen de Carolina. Estaba apoyada en la barra, tan guapa como de costumbre y rodeada de un grupo de amigos y amigas. Me deslicé a su lado sin que ella lo notara y dije:

- ¿Puedo invitarte a una copa, preciosa?

Se giró, me miró y sus ojos brillaron. Contestó sin dudar:

- Naturalmente que sí -dijo sonriendo.

Pedí dos cubatas de Gin Rivers con naranja. Brindamos y ella me dijo:

- Me ha dicho Félix que has acabado la carrera. Enhorabuena.

- Muchas gracias. Me he enterado esta tarde. La verdad es que ya tenía ganas... de acabar la carrera y de volver a verte - dije.

- ¿Y tu novia? - preguntó curiosa.

- No la he vuelto a ver desde aquel día. Hemos terminado. Por cierto, me dijo que si te veía te diese las gracias -dije mientras admiraba su figura enfundada en unos pantalones de cuero negros.

- ¿Qué vas a hacer ahora? - quiso saber ella.

- Imagino que buscaré trabajo y a una chica guapa, sorprendente, fantástica, que me haga disfrutar y con la que me entienda bien - aclaré.

- ¿Te sirvo yo? - preguntó con una risa.

- Tú eres la única que reúne todas las condiciones, cariño - contesté, dando por terminada aquella conversación.

Nos besamos suavemente en los labios. Pasé la mano por su espalda y agarré su delgada cintura. Ella hizo lo mismo y, con los vasos de Rivers en la mano, salimos de aquel bar en busca de un lugar más tranquilo.

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