Sumisión en silencio

Autor: evelyn45 | 25-Apr

Dominaciones
Te observo, cada día estoy deseando, llegar al trabajo y sentir tu presencia. Se, que como cada día eludirás mi cara e intentaras ignorarme. Pero también se, que estas pendiente de mi persona. Sabes que estoy deseando verte, tener algún roce contigo cuando paso por tu lado, sentir tu aroma y respirarlo profundamente, hasta que mi alma se jacte de el. Pues el aroma es el único sentido que reconoce el alma, y solo ella lo puede sentir sin que medie otro sentido, es sencillamente puro, directo a ella.

Veo como coqueteas con algunas compañeras, y observo cada movimiento tuyo desde mi mesa. Noto como tu mano se apoya en el hombro de alguna de ellas, eso me enfebrece de una forma tan absurda, que ni yo misma puedo entender.

Tengo una familia, un marido y unos hijos. Soy la base de ella, la cual se soporta en mí. Pero nada de eso me basta, nada me llena como persona, excepto tu presencia. Si notara algo por tu parte, no dudaría en dejar todo lo que tengo para estar a tu lado.

Es algo superior a mi, cuando te veo mi cuerpo tiembla, la inseguridad surge en mi, y no me salen las palabras. Nada mas te miro, y con mi mirada quisiera transmitirte todo mi sentir, pero tú eludes mi presencia mirando hacia otro lado. Entonces agacho la cabeza y sigo hacia delante, a mis ojos le vienen ganas de llorar, y un nudo en la garganta me atosiga. Crea en mí un sentimiento de rabia y de dolor. Cuando esto me pasa, noto como mi rebeldía, y mi orgullo de mujer se va al garete, porque todo lo que me apetece, es enfrentarme a tu persona y llamarte la atención a como diese lugar.

Incluso me arrodillaría ante ti para hacerte ver que existo, y daría lo que fuera por una mirada tuya, por una palabra, por un roce, o sentir tu aliento hablándome al oído. Aunque solo sea para decirme, que te deje en paz. Al menos eso me haría comprender que no me ignoras y que sabes de mi presencia.

Hoy he llegado a la oficina, puntual como siempre. Espero ansiosa a que llegues, y observo detenidamente todos tus movimientos. Como te quitas el abrigo y lo colocas en el perchero, al lado del mío, como te inclinas, ladeando tu delgado cuerpo sobre la mesa, retiras la silla, te sientas y te recoges en ella. Empiezas a ordenar tus papeles, y enciendes el ordenador para comenzar tu trabajo. Por un momento miras a tu alrededor, como tomando conciencia de que todo esta en orden, y miras de reojo hacia donde estoy, justo unos pasos tras de ti. Estoy segura de que sientes mi mirada, y que te sientes observado. Algunas veces, te he visto oler el aroma que despide mi abrigo en el perchero, te acercas disimuladamente y aspiras hondamente mi perfume.

Pero nunca directamente me diriges una palabra, das los buenos días en general, e incluso gastas bromas con Maria y con Isabel. Con las cuales, a veces he visto como se acercan a ti, provocándote y metiendo sus escotes en tu cara. Creando en mi, un impulso incontenido de celos, cuando eso me pasa suelo ir al lavabo. Me encierro allí sola, estrecho mis brazos a mi cuerpo, mientras por mi rostro caen lagrimas de amargura. Incluso a veces sin darme cuenta, me he clavado las uñas en ese intento de abrazarme y pensar, que son tus manos las que me toman.

A veces Maria me pregunta que me ha pasado, a lo cual le contesto que me he arañado con un sobresaliente de la pared. Pero se que tu sabes por lo que es, porque en ese instante noto una leve sonrisa en tus labios, tan leve que nadie la notaria. Pero sabes que yo si la noto, porque sabes lo pendiente que estoy de ti.

A la hora del desayuno, te vas a la cafetería con Maria o con Isabel aunque nunca con las dos a la vez. Yo suelo ir sola, y me siento enfrente de vosotros en una mesa pequeñita al lado de la ventana, desde allí se divisa toda la cafetería, y con disimulo te miro y noto como metes mano a Maria. Como llevas tu mano izquierda sobre su cintura, y vas bajando lentamente hasta su trasero, y como ella se adapta a tu mano acomodando su cuerpo a ella. Eso genera en mí una envidia que me corroe, bajo mi mano hasta mi muslo y lo acaricio, noto como un pequeño hilo de flujo baja de mi interior. Quiero pensar que yo soy Maria y mientras os miro, mi mano se agarra a mi rodilla fuertemente y me castigo por ser tan cobarde. Por no ser como ella y lanzarme a tus brazos. Sentir tu rostro besar mi cara y rozar mis labios con los tuyos sintiendo el cosquilleo de tu fino bigote acariciando mi tez.

Ella me mira de reojo y parece adivinar, al menos a mi me lo parece las ganas que tengo de ti, pues lo cierto es que no se si se me notara en esos instantes, lo que mi alma siente. Y yo noto como ella me mira fijamente como retándome y haciéndome saber que eres suyo. Y se sonríe con sarna mientras tú le besas el cuello y me miras de reojo, sabiendo que yo, lo estoy viendo desde mi mesa.

Cuando esto pasa, me levanto y me voy al lavabo, allí de nuevo me vuelvo a acariciar pensando en ti, hay momentos y días en los que el deseo se me hace irrefrenable y sin poder contenerme bajo mis bragas y me subo el jersey, y allí mismo mis manos se deslizan por mis pechos y mi vientre. Sueño que todo lo que he visto me lo has hecho a mí, y me doy el placer que tú me niegas. Pero ese placer es por y para ti, porque mi cuerpo y mi alma te pertenecen, sin siquiera una palabra, ambos sabemos que esto es así. Termino y saco de mi bolso un pañuelo blanco de organiza suiza, fino y suave, lo empapo de mi flujo y lo guardo en mi bolso.

Cuando salgo del servicio, tú y Maria, estáis a punto de salir, le abres galantemente la puerta, y acogiéndola por la cintura le cedes el paso. En ese momento tu cuerpo se gira, y cruzas tu mirada con la mía. Es un segundo pero ese segundo se hace una eternidad para mí. Y en esa mirada hay una complicidad a mi desesperación. Se que has notado el rubor de mis mejillas, y como mis pezones están marcados en mi jersey, y se ha ciencia cierta que sabes que he llegado.

De nuevo tu sonrisa aparece en tu rostro, ni una palabra, solo un gesto de entendimiento. Y de nuevo en la oficina, entro siempre detrás de ti, y voy oliendo el aroma que vas dejando por el camino, me siento una perra de caza tras la presa olisqueando cada paso, rastreando tu camino.

Me acerco al perchero, en el cual has colgado de nuevo tu abrigo, me quito el mío y lo cuelgo al lado del tuyo abro mi bolso y saco el pañuelo al igual que otras veces, y lo pongo en el bolsillo de tu abrigo.

Al rato veo que te levantas, dices que has de hacer unas gestiones, te colocas la bufanda y el abrigo, metes tu mano dentro del bolsillo y sacas el pañuelo. Te giras hacia mí, y mirándome, ahora si intensamente. Te lo llevas a la nariz, lo hueles y lo besas, y sin que nadie te vea tan solo mis ojos expectantes, introduces la mano con el pañuelo dentro de tu pantalón y lo dejas ahí metido. Eso me hace sonreír, y me da felicidad, a la vez que sufro por no ser directamente yo la que te deja la esencia de mi amor. Te despides y sales, y durante todo ese tiempo mi mente no deja de pensar que voy contigo y que estoy en ti.

La oficina se queda vacía de pronto, no es que este sola, es que tu no estas. Y el vacío que ocupa tu lugar me hiere. Intento hacer mi trabajo lo mas concentrada posible, mirando de vez en cuando hacía tu silla vacía. Hasta que de pronto regresas sonriente y feliz. Vuelves a quitarte el abrigo y te sientas de nuevo en tu mesa, y así pasamos la jornada, un día más.

La jornada termina, te levantas recoges tu mesa y te acercas al perchero. Yo voy tras de ti, cogemos los abrigos, Maria bromea contigo y salís los dos entre bromas y risas.

Yo siempre voy tras de ti unos pasos, pero ahora me has dejado tu esencia junto a la mía, en el pañuelo que me has devuelto y que dentro de mi bolsillo aprieto en mi mano.

Y mi pensamiento una y otra vez se repite “te amo mi amo”.

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