Vacaciones con mi cuñada

Autor: Anónimo | 29-Jan

Confesiones
Las últimas reformas en casa nos habían dejado la cuenta corriente bastante maltrecha. Después de tres años casados, por primera vez no íbamos a ir de vacaciones en agosto a ningún lugar exótico. Yo ya había cumplido 31 años y mi época de juergas locas estaba quedando atrás, así que este verano iríamos a un pisito que mis suegros tienen en una playa cercana.

Tuve que despertar a mi mujer cuando llegamos a la casa de mis suegros, siempre se quedaba dormida en el coche, aunque, como en esta ocasión, el viaje no durara más de dos horas. Subimos las maletas y mi suegra nos ofreció una espléndida cena. La charla fue agradable, tenía suerte con los padres de mi mujer, eran muy amables y atentos. A los postres mi suegra comentó que teníamos que recoger la mesa ya que teníamos que sacar la cama plegable que se encontraba en el comedor.

Mi cabeza comenzó a tener una actividad frenética, esa cama plegable era sin duda para la hermana pequeña de mi mujer, mis suegros nos habían reservado la habitación pequeña y a mi cuñada la habían trasladado a la cama plegable. Aquellas vacaciones iban a ser mejores de lo que imaginaba. Mi cuñada era una preciosa muchacha de 24 años, con un cuerpo espectacular, no era la típica flaca, no, era una mujer de pelo y ojos negros, que además en estos días seguramente tendría la piel tostada por el sol, con unos pechos grandes redondos y que se le notaba que desafiaban las leyes de la gravedad, con un trasero tendiendo a grande, pero precioso. Sí, aquella semana iba a ser interesante.

El cambio de cama hacía que no me pudiera dormir, así que salí al balcón contiguo al comedor para fumarme un cigarro, casi me lo había terminado cuando oí que se abría la puerta principal y se encendía la luz del comedor. Mi cuñada había llegado de una noche de juerga y no me había visto, se había ido al baño y no había podido verme, sin duda porque yo estaba en una zona oscura y en el rincón del balcón, pero ahora tenía que hacer algo, y rápido para que cuando volviera del baño pudiera verla cambiarse de ropa sin ser visto. Me apresuré a correr las cortinas del comedor y dejé una rendija suficiente para que me sirviera de mirador, la única oportunidad que tenía de descubrirme era que saliera al balcón, y ese riesgo hacía aquello más interesante, pero yo trataba de convencerme de que no iría al balcón.

A los pocos segundos de encontrarme vigilando el comedor desde mi garita particular apareció mi cuñadita, estaba preciosa, sin duda había metido muchas horas en la playa tomando el sol, y la ceñida camiseta naranja que llevaba hacía que su moreno luciera más. Se quitó los jeans y noté como mi pene crecía y se endurecía como nunca cuando vi a mi cuñada con ese tanga azul celeste, era impresionante su culo, y más impresionantes eran sus tetas, aunque no pude verlas, ya que cuando se sacó el sujetador quedó de espaldas y apagó la luz, pero por hoy había sido suficiente. Esperé diez minutos, crucé el comedor intentado adivinar a mi cuñada durmiendo solo con la tanga, pero estaba tapada con la sábana hasta el cuello y además estaba muy oscuro. Me acosté muy caliente, tanto que tuve que despertar con mucho disimulo a mi esposa y tuvimos un polvo espectacular, aunque sin apenas ruido, como os podéis imaginar.

Me levanté el último, y el desayuno ya estaba preparado, nos sentamos a la mesa y charlamos animadamente. Cada vez que miraba a mi cuñada me la imaginaba como la había visto la noche anterior, en tanga y quitándose el sujetador, dejándome ver solamente el precioso lateral de sus no menos preciosas tetas. Cogimos las toallas y nos bajamos a la playa, que estaba al otro lado de la calle. Supongo que muchos hombres me envidiarían, vaya dos mujeres que me acompañaban.

Llegamos a la playa y yo coloqué la toalla de forma que cuando me tumbara pudiera observar completamente a mi cuñada. Mi esposa se quitó el pantalón y la camiseta, y se quedó en bikini, estaba preciosa, era un bikini que le había regalado yo por su cumpleaños, se le veía guapísima, como le favorecían aquellos girasoles estampados en su bikini, realmente era un tipo con suerte. Mi cuñada sin embargo, se mostraba remisa a quitarse la ropa, y yo me empezaba a impacientar.

De repente, mi esposa nos dijo que venga, que estábamos en la playa y que quería bañarse, yo le dije que no me apetecía, pero su hermana reaccionó y se dispuso para acompañarla. Impresionante, llevaba un bikini de rayas muy finitas y coloridas, rosas, amarillas, azules, verdes, estaba espectacular, y el espectáculo que me iba a ofrecer cuando volviera del agua, completamente mojada, iba a ser impagable. Así fue, yo estaba medio dormido, y me despertaron con la broma de agitar el pelo mojado para que el agua impactara en mi espalda, sonreí y recuperé mi posición, boca abajo y con la cabeza ladeada hacia la toalla de mi cuñada. Se tumbó boca arriba y comenzó el show.

Cuando empezó a secarse su bikini empezó a molestarle primero la parte de arriba y ella se lo levantaba ligeramente para ajustarlo, yo me derretía, en uno de los "acomodos" acerté a verle parte de la areola, impresionante. A medida que se secaba más y más, comenzó a molestarle la parte baja del bikini, y ella repitió la operación, pero esta vez lo que pude ver me dejó todavía más impactado. Cada vez que se levantaba ligeramente la braguita del bikini yo podía ver con todo lujo de detalles, su coñito depilado cuidadosamente, se había dejado una fina línea en el centro de su chocho, una línea de no más de dos centímetros de ancho. Me tenía a punto de estallar, cuando mi mujer me dijo si quería bañarme. Yo le contesté que no. No podía pasearme por la playa con aquella tienda de campaña en mitad de mi bañador, así que esperé un poco y cuando ellas se estaban bañando aproveché y me metí al agua para bajar mi erección.

Transcurrieron así los días, yo ejerciendo de voyeur, y mi mujer alucinada de mi fogosidad, hasta que un día, mis suegros y mi mujer tuvieron que irse a la ciudad para resolver unos problemillas de trabajo. Yo me ofrecí a acompañarlos, pero no me dejaron, me dijeron que no hacía falta, que solo iban a estar fuera una noche y que no merecía la pena. Allí me iba a quedar yo, a solas con mi cuñada, sin que nadie me molestara en mi trabajo de voyeur, y así lo hice.

Subimos mi cuñada y yo de la playa, nos jugamos a los chinos quien se duchaba primero y ganó ella. Me pegué a la puerta y escuché el abrir y cerrar de los grifos, el rodar del agua por su piel. Tenía que hacerlo, así que me olvidé de los miedos y me dirigí al otro lado del baño, donde estaba la ventana, casi temblando la dejé entre abierta, todavía no podía verla, pero la oía, estaba detrás de un pequeño tabique de separación en la taza del baño. Al poco tiempo salió, mala suerte, ya se había vestido. Me asusté, ya que ella miró directamente a la ventana, me aparté apresuradamente, y a los pocos minutos salió del baño, estaba preciosa, con unos pantalones negros y una camiseta granate por encima del ombligo, de manga corta, con un dibujo en blanco. Entré en la ducha y me lamentaba de no haber ido un par de minutos antes a la ventana, para haber podido verla totalmente desnuda, quizá había perdido una de mis últimas oportunidades. Cuando me estaba secando después de ducharme advertí que había alguien tras la ventana, mirando, sí, era mi cuñada, y estaba observándome, no lo pude evitar y mi erección, al imaginar a mi cuñada viéndome desnudo, fue descomunal. Salí y le pregunté directamente:

- ¿Por qué me mirabas?

- ¿Qué? - me respondió

- Que por qué me mirabas mientras estaba en el baño.

- Quizá porque tú no has dejado de mirarme todos estos días.

- ¿Te has dado cuenta?

- Pues claro, era muy evidente.

- Es que estas muy buena cuñadita - le respondí.

- Tu también estas muy bien - me dijo.

La abracé, y ella se abrazó a mí como si fuera el único pilar que sustentara el mundo, nos besamos apasionadamente, era dulce, sus labios carnosos saciarían el hambre de cualquiera, su lengua se movía hábilmente dentro de mi boca y la mía hacía lo mismo con la suya. Nos fuimos a la habitación de mis suegros, le quité la camiseta y sus pezones parecían querer escaparse de aquel sujetador granate, tocaba su duro y precioso culo con ansiedad, sin quitarle el pantalón, pude notar que llevaba tanga, estaba impaciente por ver aquella prenda así que le saqué los pantalones y en efecto, no me había equivocado, llevaba un tanga liso del mismo color granate que el sujetador, ella ya se había quitado el sostén, así que la imagen que tenía ante mí, era espectacular, que tetas, redondas, con el pezón levemente apuntando hacia arriba, unos pezones duros y oscuros, de un tamaño perfecto en aquellas grandes tetas.

Le quité la tanga y pude ver de cerca aquel coñito depilado que ya había adivinado otras veces desde más lejos en la playa, acerqué mi cara a sus labios vaginales y empezó a retorcerse de placer, de repente se agarró a mi miembro y empezó a chuparlo con habilidad, a los pocos minutos me corrí en su boca, se lo tragó todo, y siguió meneándolo y chupándolo con delicadeza hasta que se puso otra vez a cien, la puse a cuatro patas y arrimé mi glande a la entrada de su vagina, era increíble lo caliente y húmeda que estaba, era algo tierno y jugoso a la vez, mi pene estaba totalmente arropado por aquel delicioso coñito, bombeaba con delicadeza y ella gritaba como una loca, se corría una y otra vez, y yo empecé a embestirla con fuerza hasta que me corrí, fue alucinante.

Pero mi cuñada quería más, y puso sus redondas tetas alrededor de mi pene, frotaba las tetas contra mi pene y de vez en cuando me lo succionaba con sus carnosos labios, no tardó mucho en conseguir su propósito, una nueva erección. Se sentó encima de mí y se la clavó hasta que los testículos hicieron tope, comenzó a moverse con todo el pene dentro de su vagina como si fuera una serpiente encantada y al rato empezó a subir y bajar. Era increíble la cantidad de flujos que manaba mi cuñada, en una de las subidas, mi pene se salió de su vagina, y cuando intenté recobrar su anterior posición, mi cuñada se movió ligeramente hacia delante, agarró mi miembro y apuntó hacia su ano.

No podía creérmelo, sin duda eso no era algo que lo hubiera heredado de su hermana, ya que a mi esposa nunca le había hecho demasiada gracia lo del sexo anal. Estaba en el paraíso, su culito oprimía mi pene, pero en un movimiento, mi cuñada consiguió que la traspasara por completo, la sensación fue inmensa, como cuando se raja por completo una sandía, ella gritó fuertemente, pero enseguida empezó a chillar de placer y mientras con una mano se apoyaba para no caerse y con la otra se masturbaba. Fue el mejor polvo de mi vida, y desde entonces, los encuentros con mi cuñadita suelen ser bastante agradables.

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