Un día normal relatos

Autor: relato | 24-Dec

Voyerismo

La noche era preciosa aunque calurosa.

Me levanté de la sala, fui a la nevera y me llevé un vaso

de jugo de naranja frío a la recámara. Aquella mañana

me levanté con más pesadez que con ganas. El calor era insoportable

y no supe qué ponerme. Tomé mi toalla y me dirigí

a la regadera. Aunque es la mejor forma de dormir cómoda, mis bóxer

blancos ajustados dejaban ver el sudor de una noche cálida. Mi top

húmedo transparentaba la redondez de mis senos y el pardo de mis

pezones. El sudor de mis rostro, trazaba un recorrido por mi cuello hasta

perderse en mi entrepecho.

Abrí la llave de la tina

y le puse burbujas de jabón. Los rayos de luz del sol que entraban

por la ventana del techo del baño, se reflejaban en cada uno de

los grandes espejos del cuarto. Deslicé mis manos a mi cintura,

hundí mis dedos debajo de los bóxer y bajé la tela

ajustada por mis caderas liberando mis glúteos redondos, firmes

y parados. Acto seguido, tomé una punta del top y me lo quité

frente al espejo sintiendo una frescura agradable. El sol ahora se reflejaba

sobre mi espalda causando aún más calor y un río de

sudor en ella. La lentitud de la presión de la llave del agua, hacía

insoportable la espera para tomar de una vez por todas mi baño.

No aguanté más. Tomé la esponja que se encontraba

dentro de la tina y la exprimí a la altura de mi pecho para refrescarlo.

El contacto fue un shock, pues olvidé abrir el agua caliente. El

agua fría despertó mis sentidos. Pude ver frente al espejo

como la jabonadura cubría mis senos y en mi entrepecho un hilo de

jabón se deslizaba a mi abdomen. La sensación fue tal que

despertó mi líbido que como un escalofrío recorrió

mi cuerpo. Mojé de nuevo la esponja y la exprimí de nuevo

ahora en mi abdomen plano confundiendo en mi vientre el sudor y el jabón,

pero ahora la lubricación también intervenía. Repetí

la operación y ahora el agua resbalaba por la parte interna de mis

muslos como aquella primer menstruación de toda mujer. Con la punta

de mis dedos pellizqué mi pezón derecho, mientras la esponja

se deslizó por debajo del pezón izquierdo. Tomé mi

seno y la humedad de mi mano subió por mi pecho acariciando con

frenesí hasta llegar a mi cuello. Mojé con la otra de nuevo

la esponja y la exprimí desde mi vientre a mis nalgas. Solté

la esponja y acaricie mis glúteos, mientras mi otra mano regresaba

a mi entrepecho. Seguí como loca todo detalle a través del

espejo.

Acaricié mis nalgas y sobé

la cara externa de mis caderas. Mis 98 centímetros de cadera son

mis más grande orgullo. No ha sido fácil mi trabajo constante

en el gimnasio por mantenerlas duras, redondas y firmes. Pero ahora mi

orgullo era motivo de mi más grande excitación. Hundí

mis dedos en mis muslos y tracé un valle hasta mis rodillas, por

la parte externa e interna de mis piernas. Una y otra vez mis manos iban

de la rodilla a la entrepierna y viceversa. Hasta que mi mano derecha se

detuvo en mi entrepierna. Mojé con la otra la esponja y la escurrí

sobre mi pubis. Comencé a frotar mis dedos contra mi pubis y los

introduje en mi vagina para masturbarme. Encontré mi clítoris

hinchado, así que jugué con él. Mi excitación

creció tanto que comencé a caminar hacia atrás hasta

caer en la tina.

Tomé mi toalla y sequé

mi cuello, continué por mis hombros y bajé a mi pecho. Sequé

suavemente mis senos acariciándolos con la tela. Continué

por mi abdomen hasta llegar a mi pubis. Un hilo de agua corría por

mis muslos los cuales sequé dejando al final mi espalda y glúteos.

Tomé mi crema humectante y la apliqué en mi cuerpo. Contemplé

mi figura en el espejo. Mis senos brillaban reflejando la claridad de la

mañana, mis piernas lucían suaves y tersas, y mis nalgas

cada vez más redondas.

Me senté en la tina y comencé

a subir mi bikini color carne por mis pies delineando un camino que continuó

por mis pantorrillas y mis muslos apenas rozándolos con mis manos.

Me incorporé y lo ajusté de manera ideal a mis caderas, creando

así un efecto de desnudez. De la misma manera, introduje mi blusa

corta por la cabeza y cubrí mis senos que marcaban en la tela el

pardo de mis pezones dejando al descubierto mi ombligo. Frente al espejo

admiré mi cuerpo por unos momentos, salí del baño

al cuarto a elegir la falda más sexy para vestir. Regresé

con una minifalda roja de colegiala que me llegaba justo a tres cuartas

partes de mis muslos. Tomé unas medias y las subí lentamente

por mis pantorrillas y muslos. Finalmente me coloqué los zapatos

de tacón y me dispuse a maquillarme. Al terminar modelé frente

al espejo y me coloqué de perfil. Observé cómo mis

nalgas lucían espectaculares en mi mejor minifalda y mis senos se

veían admirablemente redondos. Estaba lista para un día más

en la oficina.

Después de desayunar salí

y me encontré fuera de mi casa a mi vecino Julián. Nos saludamos

y pude ver cómo su mirada hacía un recorrido por mi cuerpo.

Me acompañó a la estación del metro a tomar el tren

y me despedí de prisa rozando sin querer sus labios. Me subí

y él se dirigió de nuevo a su casa.

El vagón del metro iba semi-lleno,

así que me coloqué del lado de los asientos pues sabía

que tres estaciones más adelante se iba a llenar. En efecto, minutos

después el vagón iba a su máxima capacidad. Ya en

estos días la caballerosidad se ha perdido y aunque estaba delante

de un chico, éste no me cedió el lugar. Y para acabar un

tipo me empujaba con su portafolio por la espalda y me incliné casi

encima del chico. Mis muslos quedaron muy cerca de sus manos. Yo nada más

le miré. La cercanía de sus manos me ponía nerviosa.

De repente con el movimiento del tren sentía cómo sus dedos

rozaban mis muslos. Pensé que era circunstancial. De pronto sentí

cómo su mano se posó en mis rodillas y sus dedos se hundían

en mi muslo subiendo rápidamente. No podía moverme para evitarlo

y no podía gritar por la pena me ganaba. Sus manos húmedas

acariciaban mis muslos y mis braguitas comenzaban a mojarse sin que yo

lo deseara. Subió aún más y metió sus dedos

debajo de mis bragas masajeando mis glúteos. No saben el esfuerzo

que tuve que hacer para disimular mi excitación. Aquel delicioso

masaje entre tanta gente merecía un premio, así que cuando

me bajé del vagón me agaché y le di un beso en los

labios y por la impresión ya no pudo seguirme. Llegué a la

oficina extasiada.

Al entrar, mi jefe ya estaba esperándome.

Entré a su oficina y para evitar que viera mis medias húmedas

por la excitación, al sentarme crucé mis piernas. Tardó

demasiado en explicarme el reportaje que iba a cubrir, pues no podía

quitar su mirada de mis muslos. Se preparó un trago y siguió

explicándome. Nada más que esta vez se sentó en la

silla de al lado y fijó su mirada en mi falda. Existe ya un pasado

de historia con mi jefe que después les contaré. No se esperó

más y se decidió a tocarme las piernas, pero en ese momento

entró a la oficina su esposa, que al no encontrarme a nadie en el

escritorio entró sin avisar. Afortunadamente no se enteró

de nada. Pero mi excitación iba en aumento y nadie podía

calmármela.

Salí de su privado y mis

caderas iban calientes desde que me levanté. Así que las

moví con cadencia enfrente de mis compañeros. Llegué

a mi computadora y crucé las piernas en mi silla levantándome

la falda. Más que trabajar me entretenía en ver cómo

con un pretexto u otro los hombres se detenían a observar el espectáculo.

Así transcurrió la mañana hasta la hora de la comida.

Salí a comer rápido

y regresé a la oficina. Al pasar por la oficina del subdirector,

escuché cómo alguien se quejaba. Por la oficina de mi jefe

había una pequeña rendija. Así que decidí ver

qué pasaba. Isabel la secretaría de mi jefe estaba con mis

dos jefes. Mientras el subdirector la besaba, mi jefe metía las

manos debajo de la blusa tomándole sus pechos. Ella gemía

del placer. Mi jefe bajó una de sus manos y comenzó a masturbarla.

Mientras el otro le desabrochaba la blusa besándole el cuello a

mismo tiempo. Ante mi vista se mostraba la mano de mi jefe frotando el

pubis de Isabel debajo de sus braguitas. Y pensar que por la mañana

esa mano podía haber sido quien calmará mi sed de sexo, que

al ver esta escena crecía aún más y más.

Mi jefe deslizaba la falda de Isabel

hacía abajo. Mientras sus deliciosas nalgas se descubrían.

Debo aceptar que posee un cuerpo divino Isabel. Ella se volteó y

ahora besaba a mi jefe. Mientras lo hacía, desabrochó el

pantalón del subdirector dejándolo caer al suelo. Le bajó

el bóxer y el pene que tanto imaginé cómo era estaba

ahora ante mis ojos, grande, ancho y larguísimo. Ella lo comenzó

a acariciar mientras mi jefe le mamaba los senos. La despojaron de su sostén

y quedó a merced de mis jefes desnuda. Isabel era mi amiga y no

podía ser tan egoísta si yo me decidía a participar.

Así que me decidí a entrar y cuando salí de la oficina

de mi jefe Andrea mi compañera de trabajo me salió y echó

abajo mis planes. Ese día era a la vez el mejor y el peor día

de mi vida. Ya nada podía sorprenderme. Salí tarde de la

oficina y no quise venirme en transporte, así que tomé un

taxi y regresé a casa. Me quité los zapatos y me senté

en la sala.

La noche era preciosa aunque calurosa.

Puse el vaso sobre la mesa de noche. Me acerqué a la ventana y la

abrí. Me desabroché la minifalda y cayó lentamente

sobre mis muslos. Mi bikini estaba mojado de sudor. Alcé mis brazos

y me quité el saco. Me dispuse a disfrutar de la brisa de la noche

que refrescaba en algo mi cuerpo. Comencé a acariciar mis muslos

suavemente con mis dedos y froté mi vagina recordando lo sucedido

desde que salí de casa. Tomé mis pechos y pellizqué

mis pezones y sobé mis senos. Cuando comenzaba a disfrutar de mi

cuerpo sonó el timbre de la puerta. Eran las 11 de la noche ¿Quién

podría ser?

Me vestí y me acomodé

el cabello. Bajé y abrí. Era mi vecino Julián que

traía una botella de champagne que había enfriado y quería

disfrutar con mi compañía. La verdad estaba cansada pero

el chico siempre había sido amable. Lo dejé entrar y nos

sentamos en la sala. Él descorchó la botella mientras yo

buscaba unas copas. El calor seguía en su punto. Él traía

unos shorts y una playera sin mangas. Lo que le hacía lucir su espalda

amplia y sus marcadas piernas. Conversamos durante media hora, hasta que

noté que había cruzado demasiado la pierna y Julián

no dejaba de ver mis muslos. Me acomodé y bajé un poco la

falda, lo que a él no le pareció del todo.

La plática comenzó

a verse trivial. Hasta que me comentó que no me había visto

en un mes en el gimnasio. Le contesté que estaba ocupada y que estaba

resintiéndolo en mi cuerpo. Me preguntó que si aún

conservaba las últimas medidas. Le dije que no y él decía

que sí. Le dije que cómo podía estar tan seguro y

comenzó a narrar:

Por la mañana te levantaste

con más pesadez que con ganas. Tomaste la toalla y te fuiste al

baño.

Conforme narraba mi cuerpo se volvió

a encender y conforme iba narrando mi libido iba en aumento.

Al terminar modelaste frente al

espejo y te colocaste de perfil. Observaste como tus nalgas lucían

espectaculares en tu mejor minifalda y tus senos se veían admirablemente

redondos.

Quedé impactada. Sólo

pude preguntar que cómo me había visto. Me contó que

llevaba varios días espiándome a través de mi ventana.

Se armó de valor y subió al techo de su casa. Por un pretil

que une nuestras casa caminó y se trepó a mi techo en un

segundo piso. Corrió sin que nadie lo viera y se asomó a

través de domo de mi baño y lo demás era historia.

De hecho la narración del baño está hecha al detalle

por lo que me describió Julián. Apresurada tomé mi

copa, cerré los ojos y bebí porque quedé seca de la

boca. Él metió la mano en la hielera para tomar la botella.

Al dejarla la dejó dentro un momento y la puso sobre mi muslo. La

sensación fue brutalmente deliciosa. Hundió sus dedos en

mis muslos y comenzó a sobarlos suavemente en círculos. Fría

y suave su mano delineaba mis torneados muslos. Metió sus manos

de nuevo en la hielera y así refrescó una y otra vez mis

muslos.

¿Se ha ido el calor?

Sólo alcance a decir: ¡¡¡Sólo

por fuera!!!.

Tomó un hielo y alzó

mi falda. Lo pasó por mis entre piernas. Acto seguido metió

el hielo a su boca y lamió mis muslos con él. Su lengua fría

recorría mis muslos y me ceñía de la cintura. Acariciaba

la parte interna de mis caderas y metía sus dedos debajo de mi bikini.

Yo sólo atinaba en acariciar su cabeza. No lo podía creer,

aquel chico al que nunca miré en la mañana, estaba dándome

un placer incontenible.

Desabroché mi falda y él

me la quitó con la boca. Metió sus manos a mis piernas y

acariciaba la parte interna de adentro hacia fuera. Sacó mi cuerpo

del sillón hasta la cintura. Posé mis piernas en sus hombros

y comencé a impulsar mis caderas hacia él ofreciéndole

mi vagina. Para mi sorpresa él se levantó y se fue a la cocina.

Me desesperé y comencé a meterme los dedos en la vagina,

espectáculo que él observó por unos minutos desde

la cocina. Regresó con un frasco de mermelada y un cuchillo. Me

ordenó quitarme la blusita y le obedecí. Con el cuchillo

comenzó a untarme mermelada de zarzamora fría en mis pezones

para después lamerlos. Untó más y chupó mis

senos. Yo gemía del placer. Cubrió mi entre pecho de mermelada

y hundió su cabeza entre mis pechos para chupar. Cubrió de

dulce desde mi boca pasando por mi cuello, mis hombros, mi entrepecho,

mi abdomen hasta llegar al inició de mis bikini. Y comenzó

a lamer y a chupar cada rincón de dulce hasta que me mamó

mi cintura.

No pude más lo aventé

contra el sillón y comencé a bailarle en su regazo. Le tomé

las manos para que no pudiera tocarme. Froté mis pechos contra su

pecho. Deslicé mi cuerpo en su cuerpo como una boa. Froté

mi vagina contra su pantalón y contra su pene. Le pasé mis

pezones por su cara. Mi vagina por su boca. Estuvimos así durante

diez minutos hasta que se liberó. Me incorporé y lo tomé

de la mano y lo llevé a mi cuarto.

Sé que si estás leyendo

está historia es porque eres voyeurista como Julián. Pero

lo que pasó en mi cuarto nos pertenece sólo a Julián

y a mí. Lástima tendrías que haber estado en el cuarto

de Julián para que con sus binoculares haber visto el acto sexual.

Pues por descuido dejé abierta las ventanas de par en par.

¿Te gustó la historia?.

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