Caro, experta en ropas intimas y algo más

Autor: El_Negro | 02-Jan

Sexo con Maduras
Hola amigos, tras algún tiempo de ausencia, vuelvo por mis fueros para contarles de una aventura surgida casi por accidente. La dama en cuestión vive a escasos 60 metros de mi casa. Rubia, de 1,70 de altura aproximadamente y con una particular habilidad de destruir su vehículo. Ante este último detalle, no cabía otra expectativa que colocarle un mote “la rompecoches”. Hasta allí nada que pudiese suponer una relación futura, ya que ni siquiera nos dirigíamos la palabra, tan sólo miradas de una y otra parte que dejaban abierta la posibilidad de una charla.

Así las cosas, un caluroso y lluvioso día de Febrero siendo las 19:30 horas tocan a mi puerta. Una dama de unos 45 años hizo su aparición con dos voluminosos bolsos, tras abrir la misma. Al consultar el motivo de su presencia, me señala que buscaba a una señorita de nombre Caro a quien debía visitar para exhibirle una nueva colección de ropa íntima femenina. Grande fue su sorpresa cuando le confirme que ninguna dama allí vivía y que tuviese ese nombre. A todo esto le invité a pasar pues la lluvia arreciaba y lentamente se estaba convirtiendo en una laguna ambulante. Aceptó de buen grado y se dispuso a buscar nuevamente la dirección en una agenda, al tiempo que me preguntaba se deseaba comprar algo de aquella indumentaria para quedar bien con mi novia o esposa, permitiéndome observar el contenido de aquellos bolsos. Así lo hice, y créanme que el sólo pensar en alguna dama con aquellas diminutas prendas hizo que mi imaginación volara a sectores propios del más puro erotismo.

Una expresión de asombro brotó de sus labios cuando comprendió que había invertido los últimos dos dígitos de la dirección de mi casa y había llegado aquí por equivocación. Se deshacía en disculpas y trataba de justificar su error por todos los medios. Con la excusa de su equívoco, trató de reorganizar su bolso semivacío mientras acomodaba la ropa que yo había esparcido sobre la mesa del living. Allí me surgió una idea, entre maliciosa y comprensiva, la lluvia seguía su caída torrencial y le propuse que llamara telefónicamente a mi vecina para que concurriese a mi casa a efectuar la compra al tiempo que realizaba la mía (en verdad no pensaba comprar nada). Dudó un instante, y al sentir los truenos y observar los relámpagos por el ventanal aceptó, en la medida que su clienta no opusiese reparo alguno. En esta situación le indique la ubicación del teléfono y llamó a su clienta, la charla se prolongó por el termino de unos cinco minutos en los que parecía tratar de convencerla a cualquier precio para evitar una nueva salida y más tiempo de demora en las transacciones a efectuar.

Al cabo de unos cinco minutos, mi timbre sonaba nuevamente. Allí estaba ella, con su rubia cabellera bastante mojada por la precipitación enfundada en una campera liviana pero bastante larga y con una breve pollera que permitía observar hasta la mitad de sus muslos. Adivino que la cara de sorpresa fue mutua, pues pese a la lluvia permanecimos por casi un minuto observándonos sin decir nada. Le salude con un “hola”, medio atragantado por la sorpresa y ella respondió de igual modo pero sumándole un beso a mi mejilla que me dejó perplejo. Ingresó e hizo un vago comentario respecto del clima, saludo a la vendedora callejera con un beso y sin más se dispuso a observar la ropa sin reparar en mi presencia ni en las miradas que le dirigí desde el mismo momento en que se quitó la campera, que dejó a la vista una ajustada remera que le marcaba cada una de sus curvas en la parte superior denotando que no había quien sujetase sus pechos, redondos y de buen tamaño que culminaban en dos cumbres un tanto más oscuras y que a causa de la humedad que habían tomado se habían colocado en punta.

Traté de volver a la realidad y alejar de mi mente las imágenes que la presentaban despojada de toda tela, oficiando de despertador a mi fiel compañero de andanzas que comenzaba a erguirse ante aquellas figuras imaginarias. Observaba y revisaba prendas de tamaños increíblemente pequeños cuyos colores variaban entre el negro, el rojo y el blanco. Hacía mención a sus ropas de similares colores por lo que quedarían virtualmente invisibles ante lo ajustado que solía usar tanto remeras como pantalones y polleras. En esos instantes creí conveniente unirme a la charla, y aporté como idea que no descartase aquellas color piel que podrían ser de utilidad en cualquier caso, ya que la ropa veraniega es demasiado transparente y le brindaría la chance de mostrarse en situación ridícula ante la un reflejo solar que dejara traslucida sus polleras. Rió y afirmó que esos detalles le agradaban y le ayudaban a provocar a la “platea masculina”. Confirmé sus decires entre risas y afirmé que esas situaciones nos agradaban y provocaban más de un choque en las calles, ya sea de automóviles ó de personas contra árboles u otras personas que por allí circulan.

La charla se fue tornando más amena y libre, a tal punto que en determinado momento analizábamos lencería de corte erótico y vertíamos nuestras opiniones y gustos al respecto. Al cabo de hora y media, ella había realizado una compra importante al tiempo que yo sólo daba opiniones sin concretar nada. La situación estaba llegando a su fin y en instantes, ambas (vendedora y clienta) partirían, notando esto decidí requerir de mi vecina un veredicto respecto a un conjunto y tres prendas individuales dos de las cuales eran extremadamente eróticas rozando casi la nulidad de existencia. Con expresión de asombro tomo una de aquellas y presentándola en su cuerpo me guiñó un ojo diciendo “Esto es para la guerra, pero está buenísima no se como se me pasó”. Concreté la compra de las prendas al tiempo que el taxi que transportaría a la vendedora hacia oír su bocina enfrente de mi portal. Nos despedimos de la dama en cuestión, quedando mi vecina y yo en el living a la espera de su partida.

- Te invito un café o una cerveza bien helada, ¿qué preferís? - le dije para que permaneciera un rato más y pudiésemos extender nuestra charla.

- La cerveza - respondió al tiempo que cerraba la puerta - ¿Siempre le compras esas ropas a tu novia? No es muy común que los hombres lo hagan, ya que les da vergüenza hacerlo.

- No hay tal novia, hubo en su momento, pero ya no hay desde unos ocho meses – respondí.

- ¿Y entonces, para quien es esa ropita? - preguntó con la curiosidad femenina brotando por cada poro.

- Siempre es necesario tener alguna muda en casa para casos de urgencia - comente mientras dejaba entrever una sonrisa pícara.

- Se que vives solo y sales mucho los fines de semana, pero jamás me hubiese imaginado que eras de traer visitas a tu casa. Las viejas chusmas del barrio te tienen entre ojos.

- Salgo por mi trabajo, pero lo que me intriga es que sabes más de mí de lo que imaginaba - despaché como para hurgar más de sus conocimientos sobre mí.

- Es como todo, acá nos conocemos desde hace muchos años y vos sois nuevo, llevas 2 años en la cuadra. Ten cuidado que ya te echó el ojo una solterona que tiene una necesidad de afecto que ni te cuento - descargó.

- Imagino cual es, porque me ha tocado timbre por pavadas desde hace unos siete meses - señalé.

- Negro, tienes un lindo equipo de audio ¿qué escuchas?.

Sin dar respuesta, activé la compactera y los sonidos de Phill Collins comenzaron a brotar de los parlantes.

- Muy bueno!!!, esa música me encanta - dijo mientras dejaba el vaso semivacío de cerveza sobre la mesa del living y comenzaba a llevar el ritmo con la palma de una de sus manos contra sus muslos.

- ¿Bailas? - le pregunté casi como al descuido.

- Ok, hace rato que no salgo a bailar y ya lo estaba extrañando” respondió mientras se ponía de pie.

Con un poco de temor, la dejé aproximarse y que fuera ella quien tomase la iniciativa en cuanto a que tan cerca quería bailar, ya que la música lenta puede provocar sorpresas. O bien se te cuelgan del cuello o te clavan los codos en el pecho para ponerte distancia. Demostró a las claras no ser de las mencionadas en segunda opción. Se acercó a mí y colocó sus brazos alrededor de mi cuello, casi pegada a mí. Como si fuese una pista de baile en un boliche bailable, inicié algún interrogatorio que me mostrase su situación amorosa y de pareja. Cuarenta y ocho años, divorciada hacía dos años, buen pasar económico (la mantenía su exmarido), vivía sola con su hermana quien trabaja en un hospital en el horario nocturno por lo que una habita en el día y otra en la noche.

La música nos envolvía y nos libraba de las dudas que dos desconocidos pueden presentar en su primer encuentro, hasta que lo inesperado sucedió. Tras una fuerte descarga, un rayo de potencia notable hizo temblar las paredes y segundos después la música cesó, las luces se apagaron y la oscuridad llenó cada rincón de la casa, la calle y todo aquello que podíamos alcanzar con la mirada. Estalló en mis oídos un grito, producto del susto que ella sintió y se aferró a mí como naufrago que se toma de un salvavidas en mar abierto. Instantes después, una luz blanquecina volvió a iluminar la casa y le siguió otro trueno tan potente como el anterior. Notaba como sus manos se clavaban virtualmente en mi espalda y su cabeza se cobijaba en mi pecho. Sollozó suavemente y me pidió que no me separase de ella. Traté de calmarla, la tomé de la mano y la guíe hasta un sillón para pedirle que me esperase mientras cortaba el interruptor general que se encontraba en esa habitación.

- Háblame, mientras vas y volvéis conmigo. Le tengo terror a las tormentas - suplicó mientras su voz se tornaba un ruego apagado por el llanto incipiente.

- Tranquila, estoy a dos metros tuyo. Bajo el interruptor y me siento a tu lado - le dije.

Hice lo que señalé y en cuestión de segundos estaba junto a ella nuevamente. Volvió a tomarme fuertemente mientras me relataba una mala experiencia vivida en una situación similar que justificaba su reacción. Su calma parecía no retornar, al punto de incrementarse notablemente su temor. La abrace y sentí la proximidad de sus pechos junto al mío, sus labios dejando escapar su respiración agitada muy cerca de mi boca y una lágrima que corría entre nuestras mejillas. Entendí que si quería llegar a algo con ella ese era el momento, tomarla con la guardia baja y aprovechar el momento me podría deparar una hermosa noche o una gran cachetada. Sentí que debía actuar lenta y tranquilamente para no forzar la situación, pero en forma decidida. Acaricié su rostro y quité aquellas lagrimas que recorrían la piel de su rostro con la yema de mis dedos y prolongué el recorrido a sus labios, que al roce de mis dedos se entreabrieron. Esa fue la llave que abrió la puerta a nuestro primer contacto que se prolongó uniendo nuestros labios tenuemente en principio, para luego incrementarse en un beso delicado, húmedo y lo suficientemente prolongado para superar cualquier barrera que aun no hubiese sido derribada.

La oscuridad nos dio la intimidad necesaria para comenzar una exploración que se inició en labios para extenderse en caricias delicadas que permitían el reconocimiento de cada uno de los rincones de nuestros rostros y parte superior del tronco. Así logre escalar los montes de sus pechos hasta su cumbre aún cubierta por aquella tela suave y adherida a su piel que dejaba notar la firmeza de aquel terreno y la dureza de sus coronas. Un gemido delicado acercó una aprobación implícita a eludir la vestimenta y recorrer piel a piel cada centímetro del sendero. Cuando mis manos tomaron contacto con su corona, experimentó una sensación de vulnerabilidad que no se ambientaba al lugar y con la voz entrecortada murmuró “Aquí no, en tu cama”. Nos paramos y abandonamos la estancia para dirigirnos al dormitorio, al tiempo que nos deteníamos cada dos a tres pasos para alimentar el fuego que comenzaba a llenarnos. El ingreso a aquel recinto marcó la pérdida de mi camisa y su remera mientras un beso profundo nos ahogaba y el contacto de nuestros cuerpos semidesnudos generaban descargas eléctricas que nos fundían, haciendo notar la excitación creciente en sus pechos y los latidos alocados de mi corazón.

La oscuridad creciente nos impedía notar la presencia de la cama contra la que chocamos y provocó la caída de ambos. La posición se volvió cómoda para mí y comprometida en exceso para ella, puesto que su ubicación sobre mí me dio el espacio suficiente para acariciar su espalda desde el cuello hasta el nacimiento de la curva que conformaba su cola. Tomé con firmeza cada uno de sus glúteos con mis manos mientras hacía más profundo y caliente aquel beso. Abrió sus piernas en busca de comodidad y se aferró a mí con sus piernas entrelazándolas con las mías. Apenas si cruzábamos alguna palabra y dejábamos que fueran nuestros labios y manos quienes reconocían cada centímetro del cuerpo ajeno.

Comencé a desprender su pollera al tiempo que trataba de bajarla para dejarla sólo cubierta con un pequeño tanga que podía cubrir en su totalidad con una de mis manos. Con un rápido movimiento ayudó a quitar la prenda, quedando totalmente desprovista de vestimenta alguna, al acariciarla íntegramente, noté que su humedad estaba en aumento y que no intentaría una vuelta atrás. Giré sobre ella, que con una habilidad notable me despojó de pantalones y slip en un solo movimiento. Rozaba su entrepierna totalmente despojada de vello, motivo por el cual se tornaba suave y viscosa por los líquidos que dejaba fluir. Liberé sus labios y comencé el recorrido descendente por su cuello para detenerme en cada uno de sus pechos. Acariciaba su base con mis manos y recorría sus coronas con mis labios, dejándome instantes para dar leves mordiscos a sus pezones que se habían transformado en puntas le lanza, dada su rigidez y erección.

Continúe descendiendo por su estomago trémulo, y en caída libre hacia su vientre en busca de su zona más intima. La hallé inundada en líquidos cuyo perfume y sabor me embriagaron al instante provocando la reacción de mi lengua en un recorrido primero descendente y luego lateral que culminó en la captura de su botón inflamado a más no poder. Lo probé, saboreé y comprometí al máximo dando suaves mordiscos y besos tan profundos como su tamaño me lo permitían. En tanto ella gemía delicadamente y jugaba con sus dedos, enredándolos en mi cabellera. En tanto avanzaba en el recorrido de su geografía, mi excitación crecía en cantidad y reclamaba calmar su ansiedad. Fui cambiando mi posición hasta colocarme en posición 69 y girándola, la coloqué sobre mí para librarla de mi peso y darle la posibilidad de manipular mi herramienta a discreción. Inició una feroz mamada al tiempo que alcanzaba un orgasmo que la hizo temblar por completo, continuando su labor mientras yo seguía succionando sus labios y recorría la totalidad de su sexo con mi lengua desde su botoncito hasta el nacimiento de su ano.

Aquello se prolongó por unos veinte minutos, en los que detenía la explosión de mis testículos con una presión sostenida sobre la base de mi herramienta cosa que jamás antes había experimentado. En un momento se detuvo, casi sentándose sobre mi cara e inicio una cabalgata que la llevó a un nuevo orgasmo donde mi lengua reemplazaba al pene en la penetración, hundiéndolo tanto como me era posible dentro de ella. Se tumbó desfalleciente en la cama, pero era conciente de que solo ella había obtenido el máximo de satisfacción habiéndome dejado al límite varias veces. Me propuso dejarle libertad para llevarme al clímax, accedí y comenzó un movimiento suave de sus pezones sobre la punta de mi capullo. Simuló una masturbación con ellos, para luego hundir mi herramienta entre sus pechos, aumentando la velocidad y la excitación. Con un movimiento sutil desplazó sus caderas hacia arriba y colocó la integridad del miembro en el interior de su vagina, comenzando una nueva cabalgata, más violenta hasta rozar el limite con el dolor que me hizo explotar en apenas dos minutos al tiempo que la llenaba de una cantidad de semen que no recordaba haber desprendido jamás. Cuando notó que había logrado su objetivo, se recostó sobre mí, mientras reducía la velocidad de la cabalgata hasta detenerla totalmente.

- ¿Te gustó? - me susurro al oído.

- Fue muy bueno, no lo hubiese imaginado de este modo - respondí.

- Sabéis usar muy bien las manos y la lengua. Las gocé más que la penetración.

Permanecimos media hora hablando de lo que habíamos disfrutado y escuchando caer la lluvia. Nos acariciamos como buscando el momento de iniciar nuevamente, lo pegajoso de nuestros cuerpos nos demostró que un reparador baño nos ayudaría. De la mano, caminamos rumbo a la bañera donde el agua tibia nos revivió y entre enjabonamiento y enjuagues las caricias se fueron multiplicando. Mientras nos hallábamos sentados en la tina, ella sobre mí, le pregunté:

- ¿Te hicieron la cola alguna vez?.

- Solamente mi ex, una vez y me dolió tanto que juré jamás volver a hacerlo - respondió para agregar - ¿Tenéis deseos de seguir? Yo quiero más.

No respondí, tan solo la levanté de la bañera, la sequé íntegramente y volvimos al lecho donde solamente nuestras lenguas fueron artífices de un placer extremo. Debo reconocer que sus orgasmos superaron ampliamente a los dos míos, nos colmamos mutuamente hasta quedar dormidos.

Al cabo de tres horas desperté, un pequeño reflejo del sol asomaba por las persianas entreabiertas, lo que permitió observarla en su desnudez. Una cicatriz en su vientre dejaba en claro alguna intervención quirúrgica y al mirar su rostro noté como un pequeño hilillo escapaba de sus labios hasta una marca que se prolongaba en la almohada como recuerdo de la actividad de su lengua y mi herramienta. Su posición en el lecho tentaba para reiniciar acciones, su cuerpo abierto y descubierto dejaba su sexo en todo su esplendor y permitía notar todos lo detalles que la oscuridad anterior ocultó. Su cola redonda y esbelta era una invitación que me atrajo al punto de volver al colchón y colocarme detrás de ella, frotando lentamente mi herramienta por su raja buscando los fluidos que ayudaran a la lubricación. Emitió un sonido similar al ronroneo de una gata en celo y se acomodó desplazando sus glúteos hacia atrás dejando abierta la posibilidad de un ingresa más cómodo a sexo que comenzaba a mojarse rápidamente.

Cuando ya la lubricación era óptima, prolongué el recorrido para hacer llegar su humedad a la puerta de su cola y lentamente empecé a colocar la punta en aquel orificio que parecía ampliarse segundo a segundo hasta contener íntegramente el capullo. Esbozó una pequeña queja que logré mitigar con caricias impetuosas sobre su raja y clítoris hasta inflamar este ultimo y permitir que la lubricación siguiese aumentando. En ese momento perdimos el control de la situación totalmente, ella con mis manos y las suyas masturbándose furiosamente mientras que mi herramienta arremetía contra su ano dilatadísimo que si bien me apretaba me permitía obtener y arrancar de ella el máximo placer. El orgasmo mutuo obtenido pasados cinco minutos fue brutal. Un grito agudo de su parte y una descarga de semen furiosa del mío demostraron la culminación. La quietud sucedió a la tempestad. Tan solo algunas palabras entrecortadas brotaron de sus labios como respuesta a lo actuado: “Qué hermoso... mi cola es tuya y mi placer también”. Volvió a dormirse con mi herramienta en plena tarea de retracción, pero aun dentro de ella mientras mantenía la presión de mi mano en su conchita.

Fue una noche feroz, e inolvidable. Al despertase tomó el conjunto nuevo más erótico se baño, se lo colocó y se fue, dejándome solo con una nota sobre la almohada que decía “Esta noche será en mi cama y con detalles que no habrás de olvidar”.

Alejandro Gabriel Sallago Comentarios y sugerencias a: [email protected]

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