Los strippers

Autor: Anónimo | 24-Oct

Orgias
Hacían muchos días que mi marido me andaba amenazando con una agradable sorpresa para mi cumpleaños. Yo andaba intrigadísima, y la verdad es que no sospechaba lo que me esperaba. Finalmente llegó el ansiado día, mi marido me dijo que tendríamos que mandar a los chicos donde mi hermana pues quería que en la casa quedáramos solo los dos. Hicimos todos los arreglos de manera que permaneciéramos los dos en nuestra intimidad, yo avizoraba una noche llena de pasión y sexo. Y eso era lo que más deseaba.

Mi marido había preparado la sala de la casa muy bien, había una cubeta de hielo con champaña y cuatro copas. Cuando le pregunté por que tantas copas, me dijo que tuviera paciencia. Empecé a sospechar algo raro, pero no dije nada. Empezamos a beber y a bailar con una música muy romántica que él había elegido. Nos empezamos a excitar, pero él se mantenía calmado. Al poco tiempo, sonó el timbre, mi marido fue a abrir la puerta y entraron a la casa dos jóvenes que llevaban unos maletines consigo.

Mi marido me los presentó y me dijo que eran strippers y que habían venido para que yo disfrutara de un espectáculo sensual. Me fijé en ellos, eran muy simpáticos, especialmente uno que dijo llamarse Jorge, alto, morocho y de buena complexión; el otro, Gabriel, también era lindo, mas clarito y más bajito que su compañero, pero también tenía un lindo cuerpo como el que los muchachos jóvenes deberían tener. Sus edades oscilarían entre los 25 y 28 años. Se sentaron a platicar y compartir el champaña con nosotros, notaba que ambos me miraban pero se portaban muy educados conmigo. Yo estaba un poco incómoda pero emocionada por lo que sabía se venía. Pronto estaría viendo a estos muchachos bailar y desnudarse para mí. Me intrigaba saber como serían sus vergas.

Llegado un momento, cuando mi marido ya había abierto la segunda botella de champaña, que los muchachos pidieron dirigirse al baño para asearse y cambiarse. Al poco rato, salieron de allí, vestidos ambos de vaqueros. Camisas de franela a cuadros, jeans, botas y el típico sombrero. Pusieron su propio cassete en el equipo de música y empezaron a bailar al ritmo de una música muy movida. Mi marido y yo, nos sentamos juntos a observarlos. Yo llevaba una falda larga y una blusa que hacia juego. A medida que el baile avanzaba, mi marido empezaba a manosearme. Yo le retiraba la mano, al principio, pero poco a poco le dejé hacer lo que quería, a medida que veía como los muchachos se sacaban la ropa y me sentía mas excitada.

Después de unos diez o quince minutos de baile, los muchachos quedaron sin ropa, excepto por las botas y una minúscula tanga que cubría sus intimidades. Entonces Gabriel empezó a bailar él solo mientras Jorge lo observaba y se servía más champaña. Mientras se contoneaba Gabriel se acercaba hacia mí y de repente, de espaldas a nosotros, se quitó la tanguita. Lentamente fue girando para que pudiera observar su semiflácida verga. Yo estaba mojada y mi marido me estaba pasando la mano por mis piernas, por debajo la falda, y pese a la semi penumbra de la habitación, ellos podían observar lo que pasaba. Mientras Gabriel seguía bailando, Jorge empezó con lo suyo, después de variados minutos de contoneo se acercó a mí y me pidió que la bajara la tanga. Yo le dije que no, pero mi marido me animó y finalmente lo hice. Su pene saltó como un resorte, pero no estaba parado.

Durante varios minutos estuvieron deleitándome con su baile desnudos. Veía sus vergas oscilar como péndulos, y observaba sus hermosos cuerpos bronceados. Por momentos se acercaban a nosotros, y yo podía sentir sus vergas casi en mi cara. Así estuvieron durante varios minutos…eso parecía no tener fin y yo no quería que termine. Le comenté a mi marido que había tenido una excelente idea y que ese era el mejor regalo de cumpleaños que hubiera deseado. Lo que me apena, le dije, es que sus vergas no estuvieran paradas. Entonces el acercó su boca a mi oído y me susurró... tócaselas, mastúrbaselas y te darás el gusto de verlas como quieres. Ese comentario me encendió, pero no me atreví a hacerlo. Entonces él les hizo una seña a los muchachos y ambos se acercaron a mí, levantando sus miembros hacia mí para que se los tocara. Ante la insistencia de mi marido que ya tenía sus dedos en mi cuca, y la calentura que llevaba, se las agarré y empecé a manosearlas lentamente, una con cada mano. Ese momento, el baile había terminado.

El resultado no se hizo esperar, al poco tiempo ambos estaban con sus herramientas al máximo. Las veía hermosas, grandes, gruesas, llenas de venas, y estaba excitadísima pues mi marido me estaba masturbando a mí, y él también se había sacado su verga. Era un espectáculo impresionante. Fue entonces cuando mi marido me volvió a susurrar al oído diciéndome, “cómetelas”. Yo reaccioné, quité su mano de mi concha y le dije que no haría eso. Ellos volvieron a bailar para mí, esta vez con sus vergas tiesas y las acercaban a mi cara de tiempo en tiempo. Yo estaba calentísima y solo quería que todo terminara para poder follar con mi marido toda la noche. Pero él volvió a insistir. “Quiero verte chupando esas vergas” me dijo en un tono que si bien no era autoritario era muy estimulante. Yo pensé que si no lo hacía, tal vez se me jodería la noche y bueno pensé, si él insiste y ahí están listas para mí, ¿por qué no probar el sabor de otras vergas?.

Entonces agarré la verga de Jorge, le di unos besitos en la punta, la lamí un poco y después de titubear un poco y volver a ver a mi marido, me la metí en la boca, mientras con la otra mano agarraba la de Gabriel o la de mi marido alternativamente. Mientras esto sucedía sentía cuatro o más manos recorriéndome el cuerpo. Yo seguía vestida, la falda levantada y la tanga mojada, los pezones erectos y de repente me sentí con las tetas al aire, pues alguien me había abierto la blusa y sacado el brasiere. Después le tocó el turno a Gabriel, su verga era un poco más gruesa, pero menos larga que la de Jorge, y se acomodó en mi boca a la perfección. No recuerdo cuanto tiempo estuve mamando las vergas, alternando una y después la otra, pero estaba cachondísima y solo quería que eso termine para poder follar.

En un momento me encontré tirada sobre la alfombra boca arriba, con la verga de Jorge en la boca, la falda levantaba hasta mi cintura, sin nada arriba, la lengua de mi marido recorriendo mi concha, mientras Gabriel me besaba las tetas. Una auténtica puta. En ese momento tuve un orgasmo espectacular. Me dio tanta vergüenza que me levanté y corrí al baño y no quise salir más de él hasta que los muchachos se hubieran ido, lo que efectivamente sucedió.

Cuando fui a la recamara, mi marido ya estaba allí, esperándome con su mástil parado, pero yo estaba avergonzada. Él me tranquilizó y me dijo que no echara a perder el festejo, que todo había estado bien, que mi comportamiento había sido lo que él siempre había deseado ver, por lo que jamás tendría nada que reprocharme.

Demás está decir que esa noche follamos como desposeídos hasta ver las luces del amanecer. No se ha repetido la pequeña orgía, pero mi marido me anda diciendo que tiene otra sorpresa para mí, en mi próximo cumpleaños.

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