Nunca creí que me pasara

Autor: Anónimo | 19-Jul

Infidelidades
Soy Adriana, Ingeniera de Minas y mi esposo Juan Carlos es médico, tenemos 35 y 37 años y 10 de casados. Ambos somos bien parecidos, para mí él es guapísimo, 1,83 y 85 Kg con cuerpo bien cultivado en el gimnasio. Yo siempre fui considerada muy bonita por los familiares y amigos y de verdad tengo un cuerpo muy bien cuidado en el gimnasio, donde asistimos con regularidad ambos. Vivimos en una ciudad de Los Andes venezolanos, donde yo trabajo para una Universidad como profesora y Juan Carlos, ejerce la medicina en una clínica privada de la cual es accionista. Tenemos dos hijos, los cuales pasan mucho tiempo con sus abuelos paternos, lo cual nos ayuda en nuestra muy activa vida profesional y social.

Con motivo de un Congreso de Medicina, Aura, compañera de estudios de mi esposo, vino en compañía de su esposo, quien es geólogo, a nuestra ciudad, desde un pequeño pueblo del oriente. Como era de esperarse fuimos sus anfitriones en una semana que duró el congreso. La primera vez que vi a Luis, el esposo de Aura, fue inolvidable. El me miró tan profundamente y tan detalladamente que me sonrojé, cosa que no es frecuente en mí, acostumbrada a ser mirada por los hombres. Por supuesto que él me pareció muy atractivo, como otros me han parecido, pero nada de pensamientos distintos a ver un bonito ejemplar masculino. Dedo decir que yo el sexo solo lo he practicado con mi esposo, por lo demás muy bien, pero nunca he tenido deseos de estar con otro hombre, de hecho no practico la masturbación desde que fui una adolescente, cuando lo hice pocas veces. Lo cierto es que pasamos una semana tan estupenda, con mucha camaradería, no divertimos mucho enseñándoles la ciudad y los alrededores que son espectacularmente bellos. Por haber sido compañeros de estudios por más de 7 años, Aura y Juan Carlos compartían mucho, por lo que Luis y yo conversamos mucho, cuando aquellos hablaban de medicina y de su pasado juvenil, donde fueron grandes amigos. Juan y yo hablábamos de la geología y de muchos temas, además él es muy divertido, con una conversación muy agradable.

Terminando la semana, Juan Carlos les propuso que porque no se venían a vivir a nuestra ciudad, que él podría conseguir que Aura trabajara en la clínica y que Luis podría conseguir trabajo en una compañía de un amigo nuestro o en la misma universidad donde yo trabajo. A los pocos días, recibimos la noticia de que habían decidido venir a nuestra ciudad. Hicimos las gestiones y a ambos les conseguimos trabajo. Vinieron un fin de semana y consiguieron una casa para alquiler de lo más linda y al mes ya estaban mudándose. Por supuesto que contando con nosotros como sus conocidos en el nuevo lugar de sus vidas, nos veíamos con mucha frecuencia, casi a diario, y los fines de semana nos alternábamos en el almuerzo del sábado y domingo en nuestras casas y por supuesto en las noches del viernes, o estábamos en alguna de nuestras casas o salíamos a cenar y a divertirnos en la vida nocturna de la ciudad.

La verdad es que todos nos sentíamos muy bien. Se sentía un ambiente de armonía, amistad y confianza muy agradable. Cuando bailábamos, la mayoría de las veces cada cual con su pareja, pero a veces o yo bailaba con Luis, que era un gran bailarín o Juan Carlos bailaba con Aura, quienes también bailaban muy acoplados. Pero así como compartíamos los cuatro juntos, también es verdad que las afinidades profesionales, la amistad pasada de nuestros cónyuges, hacán que a menudo nos separáramos un poco en parejas cruzadas, no mucho, pero si con cierta frecuencia. Además muchas veces Luis y yo teníamos que esperar que nuestras parejas se desocuparan de sus actividades en la clínica. Esto nos hizo ser muy amigos y tenernos mucha simpatía. Es mas, yo disfrutaba mucho de su agradable compañía y estaba segura de que él también. Era una buena amistad y por mi parte nunca tuve otro pensamiento alejado de solo eso, una linda amistad.

Un día sábado, mientras yo terminaba de arreglar la cocina después del almuerzo, Juan Carlos y Aura estaban en el amplio jardín donde habíamos almorzado y Luis me ayudaba a lavar los platos, se presentó el siguiente diálogo:

- ¿Cómo te gustan a ti los hombres, Adriana?

- A mi solo me gusta Juan Carlos - contesté.

- Lo sé - me dijo - pero nunca tuviste un ideal de hombre?

- Como Juan Carlos - insistí.

- Está bien - me dijo - Pero si tuvieses que decirlo como sería el prototipo de hombre que te gusta.

- Bueno, romántico, apuesto, sincero, responsable y hogareño.

- Me has descrito - dijo rápidamente - Soy romántico, creo que bien parecido, responsable, y hogareño y tan sincero que te voy a confesar que tu me gustas mucho como mujer, que me impactaste desde que te vi la primera vez.

Sentí que el rubor cubrió toda mi cara y le dije que eso no estaba bien, que me gustaba ser su amiga, pero hasta allí. El me dijo que así debería ser, pero que no podía dejar de pensar en mi y que su mayor deseo era de algún día estar conmigo en la intimidad.

No lo podía creer, nunca imaginé que eso pudiera ocurrir, pero no pude evitar que mis hormonas actuaran y tuve, por primera vez una excitación muy intima con sus palabras, por lo que opté por decirle que saliéramos al jardín para escapar de esa conversación nada conveniente. Nunca más volvimos a hablar del tema y yo evitaba estar sola con él. Aunque a veces pensaba en lo que me había dicho y un gusanito de morbo me invadía. Debo decir que para nada se enfrió la amistad y seguíamos siendo solo amigos. Yo seguí disfrutando de una vida sexual muy buena con Juan Carlos, con quien lo disfrutaba al máximo.

Un viernes por la noche, después de llevar a los niños donde los suegros, ya que saldrían con ellos temprano a la finca, quedamos los cuatro para ir a la presentación de un artista famoso. Llegamos como a las diez de la noche y disfrutamos de los artistas que precedían al artista invitado, de quien Luis y yo éramos fans. Como a las dos de la madrugada Juan Carlos manifestó que tenía algo de hambre y propuso que fuésemos a casa, que él prepararía su plato especia. Yo dije que prefería que esperáramos a la presentación del artista, a lo que mi marido respondió que él podría irse primero, de manera que yo pudiera ver el espectáculo y al terminar él tendría la comida lista. Aura se ofreció a acompañarlo y sin mucho rollo, nos quedamos Luis y yo en el local. Se sentó a mi lado y comenzamos a ver el show. Me tomó la mano entre la suya y yo, sin saber que hacer, lo deje tomarla. Así estuvimos un rato y al bajar la intensidad de la luz para enfocar al artista con un haz de luz, todo quedó un poco a oscuras, lo que aprovecho Luis para pasar su brazo por mi hombro. Fue tan cálido y tan normal que se lo permití. Me sentía algo rara, pero bien. Su calor humano se me trasmitía y recosté mi cabeza sobre su hombro con naturalidad. Me sentía extasiada, y un cosquilleo de suave excitación invadió mi interior. Cerré los ojos para disfrutarlo, mientras Luis acariciaba suavemente mi desnudo hombro. Solo eso pasó y al terminar el show, no levantamos para irnos. De camino al automóvil, Luis tomo mi mano y así llegamos al coche.

El fue a abrirme, caballerosamente, la puerta de mi lado y nos encontramos por primera vez de frente y muy cerca. Acerco sus labios a los míos y un dulce beso me llegó al alma. Suave, tierno, cerré los ojos y me deje besar. Lo empujé suavemente y entré al auto. No hablamos nada en el camino, solo me tomo la mano y la acarició suavemente. Mi cabeza era un torbellino. Me sentía muy atraída por él. Pero me parecía que la infidelidad no era correcta. Pensé en Juan Carlos, de quien estaba segura de su fidelidad, de lo mucho que me amaba y de lo que yo lo amaba. De nuestra extraordinaria sexualidad que disfrutábamos al máximo y con frecuencia. Una gran contradicción martillaba mi cabeza. Pensé en nuestros hijos, en mis padres y en mis suegros. Y me dije, esto no debe continuar. Es solo una desviación pasajera que disfruté y no dejaré que siga. Lo podré controlar, poniendo un freno a Luis y evitando estar solos.

Llegamos a casa y nos esperaban con un exquisito plato, del que Juan Carlos es experto. Sentí algo de remordimiento, por lo que habíamos hecho a nuestra venida. Pero traté de olvidarlo y seguimos con toda normalidad como antes. Aura se quejó de que hacía calor y sugirió salir al jardín. Yo les dije que salieran mientras yo servía unas copas de digestivo. Luis se ofreció a ayudarme y volvimos a quedar las parejas separadas. Mientras servía la bebida, Luis se acercó por detrás y me beso suavemente el cabello. Yo lo detuve y le dije que no era correcto, que no dañáramos nuestra amistad, complicando las cosas. El accedió y yo salí con la bandeja y al acercarme adonde estaban Aura y Juan Carlos, vi como rápidamente se soltaron las manos y un poco de rubor lleno las mejillas de ella. Yo disimulé y me senté con ellos y al momento llegó Luis. Conversamos, oímos música y bailamos. Hasta que sonó el teléfono. Era una llamada de la clínica requiriendo a Juan Carlos de emergencia. Aura se prestó a acompañarlo para asistirlo en la operación. Nos esperan, dijo Juan Carlos, que debemos tardar unas dos o tres horas a lo máximo. Con cierta picardía, Aura dijo: “Pórtense bien”. Lo cual de cierto modo me disgustó, como si fuera evidente lo que había pasado unas horas antes. Medité rápidamente, si no fuese que se notaba nuestra atracción o que ellos sé también se atraían. Quedé algo aturdida, sin embargo, respondí que siempre nos portamos bien.

Quedamos los dos de nuevo. Solos y con un pasado muy reciente de sentirnos bien. El hecho de haber pillado a mi marido tomando de las manos de Aura, me había desinhibido algo, al igual que las pocas copas que había vivido y mi imaginación voló, sintiendo que mi intimidad se humedecía. Nos quedamos como mudos, sin que nadie dijera algo hasta que Luis me dijo que bailáramos. Quise negarme, pero no pude decirlo y al tirar de mi mano quedé muy cerca de él. Bailamos muy juntos, sentí su excitación en su respiración, en su calor, en su olor de hombre y en la dureza de su entrepierna. Me besó con una delicadeza tan grande que al poco tiempo se transformó en pasión. Lo deseaba mucho. Mi excitación iba en crecimiento y la de él también. Me tomó de la mano y lo seguí hasta el sofá, donde me abrazo, me acarició, subió mi falda y me acarició las piernas, hasta llegar a mi vagina mojada de excitación. Terminó de quitar mi vestido y me acarició los senos, los lamió, los besó, los mordió. Estaba al máximo del deseo de hembra. Lo desnudé y tomando su pene, muy inmenso y duro, lo dirigí a mi vagina. Lo deseaba mucho. Solo al acariciar mis labios vaginales con su glande vino mi primer inmenso orgasmo que me hizo gemir. De inmediato me penetró, lo sentía inmenso, me sentía hembra en celo invadida en toda mi intimidad, llena de él, con el mayor deseo de pertenecerle, de sentirme dominada, amada, poseída y de poseerlo como hombre viril. No tardé en volverme a correr, en un orgasmo como nunca había sentido. Inmenso, sostenido, sintiendo como mi vagina se contraía sobre su duro e inmenso pene que me hacía gozar al máximo.

El no se detuvo, siguió moviéndose sobre mi un rato más, hasta que me dio vuelta y yo quedé sobre él sin que su pene se saliera. Mi excitación continuó al máximo y me movía como una loca, sintiéndolo dentro de mi más intensamente que antes, hasta que sentí su corrida, su semen tibio invadiendo mis entrañas, lo que provocó un nuevo e inmenso orgasmo. Quedé agotada, con la respiración acelerada y el corazón latiéndome fuertemente, me dejé caer sobre él. El me acarició suave y dulcemente el cabello, mi espalda, mis nalgas y me besaba suavemente mi frente, mis mejillas y mis ojos. Sentía una felicidad inmensa, que poco a poco se transformó en preocupación. Por primera vez me sentí infiel. Y eso comenzó a atormentarme. Fui al baño, me lave y me vestí deportivamente. Bajé y el estaba muy feliz. Intentó acariciarme y yo me negué. Había decidido no hacerlo nunca más. Era mi decisión firme. Para pagar tanto gozo, debía detener esa relación. Así se lo dije, con tanto convencimiento que prometió ayudarme. Al rato llegaron los médicos, estábamos en el jardín oyendo música, cada uno en una silla separada y continuamos nuestra reunión hasta casi amanecer. Al acostarme con Juan Carlos, hicimos el amor como nunca. Lo complací en todo, tanto, que fue la primera vez que tuve relaciones anales.

Pasado un año, seguimos iguales. Nunca más le di entrada. Pero a veces, revolotea en mi mente, que quizás, alguna vez, podremos repetir la experiencia, sin dañarnos, ni dañar a los demás. Ese será nuestro gran secreto.

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